El 68 de Arthur Ashe
Actualmente formamos parte de lo que los historiadores dieron en llamar Historia Contemporánea. Hay quien argumenta que, en tiempos futuros, 1989 marcará el fin de esa etapa para darle paso a una nueva que está por nombrar. La caída del Muro de Berlín es la pauta a marcar para el común de los mortales. Pero hay algo más. En 1989 Tim Berners-Lee comenzó a desarrollar la página web que haría realidad en 1991, el mismo año en el que la bandera de la hoz y el martillo dejó de ondear en el Kremlin. Sólo el futuro nos dirá si 1989-1991 marcará una nueva era. No obstante, hay historiadores que van más allá. Según sus teorías el mundo futuro (nuestro presente) comenzó en 1968. Ese año, por vez primera en la Historia de la Humanidad, los jóvenes pasaron a tomar el control de la sociedad substituyendo a la experiencia y al respeto de los más ancianos a los que siempre se les había considerado como garantes de sabiduría.
La mujer arrinconada en su casa dio un salto triple mortal hacia la libertad. Y el hombre por vez primera se rebeló ante la guerra. Todas las generaciones de varones debían afrontar la posibilidad de morir en el campo de batalla. Aquellos nacidos en la década de 1940 se rebelaron contra el futuro establecido. En 1968 los jóvenes occidentales desaprobaron al sistema, rechazaron a la autoridad y renegaron del mundo que había sido construido. La tradición, la religión y la familia dieron paso, y para quedarse para siempre jamás, al ocio, a la libertad individual y a lo que se daría en llamar disfrutar de la vida.
Arthur Ashe es una de esas personas a las que 1968 les cambió la vida.
Arthur Robert Ashe fue un niño del sur. Nacido y criado en Richmond, capital de Virginia. O lo que es lo mismo. Capital de los Estados Confederados de América. De la América del algodón y de la esclavitud. Su padre trabajaba como chapuzas para un reputado médico…reputado médico blanco. Ashe y su padre eran negros. El señor Ashe era humilde, pero se afanó por ofrecerle a su hijo una educación exquisita. Ante todo, le mostró que podría conseguir lo que desease mientras se manifestase sereno. Si era inteligente, si tenía un comportamiento impecable y si usaba el cerebro y nunca los puños, lograría prosperar.
Arthur Ashe se aplicaría a rajatabla las enseñanzas de su padre. En la vida y en el tenis. Y es que Arthur comenzó a practicar en el jardín de la casa del doctor Johnson. Sus progresos fueron extraordinarios. Jugaba vestido de blanco, con una pelota blanca, con líneas blancas y rodeado de blancos. Y era el mejor entre todos ellos. Y se reían de él, y le insultaban y le escupían. Y Arthur contestaba con una sonrisa.
Si se mostraba sereno podría conseguir lo que querría. Lo tenía grabado a fuego.
Era un Tío Tom.
El Tío Tom es el personaje de una célebre novela del siglo XIX que cuenta la historia de un esclavo y su familia, quienes a pesar de las múltiples desgracias que les acontecen, aceptan su destino y su situación con respecto a los blancos. Malcolm X llamaba Tío Tom a Martín Luther King.
Los negros estadounidenses llaman Tío Tom a aquellos otros negros que consideran sumisos con los blancos o, simplemente, poco reivindicativos.
Arthur Ashe era un Tío Tom de manual.
Lo que es seguro que era Arthur era un tenista extraordinario y mejor persona. Como tenista tenía una derecha descomunal. Era rápido y agresivo. Delgado, desgarbado y con un gran revés y un mejor saque. Pudo saltar al mundo profesional, pero recibió varias becas deportivas y decidió matricularse en la Universidad de California Los Ángeles (UCLA). Allí estudió economía y aprovechó su tiempo libre para viajar. Se echó una novia blanca y aprovechó la libertad y el anonimato que le daba California para convertirse en ciudadano del mundo.
Arthur era in intelectual. Jugaba al tenis con gafas de pasta. Le gustaba vestir bien y llevar ropa de marca. Frecuentaba los clubes elitistas de la América blanca. No era para nada el estereotipo del afroamericano. Los blancos cumplían con el cupo y los negros no entendían que hacía rodeado de blanquitos. Arthur el Cagón le llamaban. Había dudas y desprecio. Pero él no apreciaba nada de ello. Su padre no sabía leer y le había inculcado una obsesión por la disciplina y por el respeto hacia los blancos. Si él lo tenía hacía ellos, ellos lo tendrían hacía él.
Había guerra en Vietnam. Los negros renegaban de ella. Era una guerra de blancos. Si en Estados Unidos no había libertad no iban a ir ellos a luchar para defenderla en un remoto rincón de Asia. Ashe no pensaba así. Renunció nuevamente a su carrera profesional, cambió de universidad y se matriculó en la Academia Militar de West Point. Su hermano estaba en Vietnam. Desde el fin de la II Guerra Mundial se estableció que dos hermanos no podrían combatir en la misma guerra. A Arthur le dio igual. Se alistó en los marines y allí estuvo. Es cierto que no fue un recluta al uso. Fue tratado en palmitas y no estuvo nunca en primera línea de combate. Pero allí estuvo.
Muhammad Ali perdió su título de los pesados y fue encarcelado por negarse a ir a Vietnam. Arthur Ashe hizo todo lo contrario.
Arthur era un Tío Tom.
Fue vilipendiado por sus hermanos negros.
Era 1968. Y entonces mataron a Luther King. El hombre que creía en la reconciliación entre razas. Fue un golpe para Ashe. Por vez primera sintió la necesidad de dar un paso adelante. Dio un discurso en una marcha en Washington DC.
Meses después mataron a Bobby Kennedy. El pequeño del clan era candidato a la presidencia. Era un rico blanco de la Ivy League, pero creía en la igualdad de razas. Aquello supuso un golpe total para Ashe. Todos sus ideales estallaron en mil pedazos.
Y fue asaltado.
Y fue presionado.
Tenía que dar un paso al frente.
Tenía que convertirse en activista.
Era tiempo del US Open. Su primer US Open. Su primer gran torneo como profesional.
“Todos quieren que hable. Será la raqueta la que hablará por mí”.
Fueron las únicas palabras de Ashe en todo el torneo.
Ashe fue el único negro participante en todo el torneo. El único entre 128 candidatos. Venció en la final al neerlandés Tom Okker en cinco sets. Al día siguiente, un lunes lluvioso en Nueva York, decenas de ciudades estadounidenses registraron disturbios raciales que se saldaron con varios muertos. Ashe dio su primera entrevista en semanas. Habló de tenis y por vez primera habló de lo que estaba sucediendo en Estados Unidos. Nuevamente fue ambiguo. Fue calmado. Fue el Luther King de la raqueta. No gustó ni a unos ni a otros. “Soy un campeón negro. Se me escuchará y utilizaré las palancas del poder para hablar. Pero lo haré a mi manera, no a la manera que quieren los demás. Yo no me reprimo. Yo interiorizo las cosas”.
Ashe comenzó a frecuentar programas de radio y de televisión y a conceder entrevistas a periódicos y revistas influyentes. Lo hacía siempre sin levantar la voz, con una calma pasmosa. Iba bien vestido y se mostraba afable a la vez que beligerante. Usaba siempre gafas de pasta de distintos colores que lo hacían agradable a la cámara. Comenzó a cartearse con Nelson Mandela, quien desde una cárcel sudafricana propugnaba el perdón entre negros y blancos en lugar de la venganza. Ashe renunció a jugar la Copa Davis o a ganar dinero en grandes torneos para poder competir en Sudáfrica, un lugar donde los negros tenían prohibido empuñar una raqueta. Le negaron por tres veces el visado hasta que a la cuarta logró entrar en el país. Se dedicó a visitar barrios negros, jugar al tenis con niños pobres o regalar material deportivo a cualquiera que se lo pidiese. Después jugó el torneo de Johannesburgo ante miles de espectadores blancos. Él era el único negro presente en el recinto. Perdió frente a su compatriota Jimmy Connors, la genuina expresión del blanco rico y arrogante.
En Estados Unidos fue criticado. Su derrota era una vergüenza para los negros. Su exposición en Sudáfrica era un sinsentido para los blancos. No era querido ni por unos ni por otros. Pero Ashe estaba haciendo algo distinto. Algo que poco a poco iba a calar entre la sociedad estadounidense. Arthur Ashe fue la primera persona pública que hizo comprender a los negros que la ortodoxia negra no era sustituta del racismo blanco institucionalizado. No es negros contra blancos. No es venganza. Se trata de que la gente tenga libertad para tomar sus propias decisiones. Ese es el objetivo.
Los años pasan y la figura de Ashe es cada vez más respetada. Ashe lleva tiempo lejos de su mejor nivel. La raqueta ya no es su prioridad. Estamos en 1975. Wimbledon. Jimmy Connors es el gran favorito. No pierde set alguno hasta plantarse en la final. Connors había demandado a Ashe años atrás, cuando lo de Sudáfrica, por antipatriota al renunciar a jugar la Copa Davis. No pierde set alguno. Ashe, ya con 32 años, había vencido contra pronóstico a Björn Borg anteriormente.
En la final Ashe cambia se habitual juego directo y agresivo por uno de ritmo lento donde usa y abusa de los globos. La idea es bajar el ritmo para que Connors no se muestre cómodo. Arthur utiliza la cabeza y no los músculos, tal y como le hubo inculcado su padre. Vencería por 6-1, 6-1, 5-7 y 6-4 poniendo un colofón majestuoso a su carrera.
Una vez retirado Arthur Ashe se convertiría en capitán estadounidense de la Copa Davis. No le tembló el pulso para meter en vereda a John McEnroe por sus desplantes e hizo las paces con Jimmy Connors por el bien del equipo. Cuando Ashe se cuadraba ante el himno nacional todos callaban. Por entonces ya era un hombre reverenciado por negros y por blancos a lo ancho y largo de Estados Unidos. Se casó con una fotógrafa negra y siempre se jactó de anteponer la carrera profesional de su mujer por encima de todo lo demás. También luchó para incrementar los premios en los torneos femeninos para igualarlos al de los hombres.
En 1983 sufrió un ataque al corazón y en 1988 se hizo público que era portador de Sida. Su hija de cinco años se enteró a través del USA Today que filtró la noticia con un gusto deplorable. Fiel a su estilo, Ashe cerró la boca e invitó a su hija a un helado. Nunca más volvería a dar una entrevista a ese diario, pero de su boca tampoco salió jamás palabra malsonante alguna. Viviría cinco años más y aun tendría tiempo, visiblemente enfermo, para viajar a Sudáfrica y darle un abrazo a Nelson Mandela cuando éste salió de la cárcel.
“Sé que nunca me habría perdonado si hubiera elegido vivir sin un propósito humano, sin tratar de ayudar a los pobres y desafortunados, sin reconocer que, quizás, el goce puro de la vida viene al tratar de ayudar a otros”. Arthur Ashe.
“Demasiados negros sueñan con ser deportistas y pocos sueñan con ser médicos, abogados, ingenieros, periodistas o profesores”. Arthur Ashe.
“En el mundo 50.000.000 de chicos comienzan a jugar al tenis, 5.000.000 aprenden a jugarlo, 500.000 aprenden tenis profesional, 50.000 entran al circuito, 5.000 alcanzan jugar un Grand Slam, 50 llegan a Wimbledon, 4 a las semifinales, 2 a la final. Cuando estaba levantando el trofeo en Wimbledon nunca le pregunté a Dios; ¿Por qué a mí? Y hoy con el Sida, tampoco le debería preguntarle; ¿Por qué a mí?”. Arthur Ashe.
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