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Mardy Fish; el segundo que nunca quiso ser primero

Durante décadas la supremacía del tenis fue capitaneada por Estados Unidos. De cuando en cuando surgían fueras de serie desde Australia hasta Suecia, pero siempre había, al menos, un estadounidense en la cima del tenis mundial. En los 70 Jimmy Connors era el abanderado, para los 80 fue el turno de John McEnroe, Jim Courier cabalgó entre los 80 y los 90, Pete Sampras dominó los 90 y André Agassi dio su último coletazo ganando el Open de Australia de 2003.

Ese mismo año, un chico de Nebraska de apenas 21 años de edad conseguiría ser proclamado número 1 del mundo tras lograr la victoria en el Open de Estados Unidos. Se llamaba Andy Roddick, y aquel tendría que ser el primero de muchos Grand Slam. Debía ser el próximo abanderado del dominio estadounidense en el mundo del tenis masculino.

No fue así.

Andy Roddick era el elegido. Había sido modelado en Boca Ratón, un lugar paradisíaco a orillas del Caribe donde los mandamases del tenis norteamericano preparan a los niños con potencial para alcanzar el estrellato. En Boca Ratón centenas de candidatos reciben una educación espartana donde se les enseña a no quejarse por el dolor y a no mostrar debilidad tras una derrota. De cuando en cuando leyendas como McEnroe y Courier aparecían por las instalaciones y advertían a los aspirantes de que, sin sufrimiento, jamás alcanzarían la excelencia.

De toda aquella generación de preadolescentes modelada a mediados de los 90, cuando Sampras y Agassi brillaban en los torneos internacionales, destacaba sobremanera Andy Roddick. Con 1’88 de altura y un saque descomunal que superaba de largo los 200 km/h, Roddick será perfecto para el juego de saque y volea común de las pistas rápidas. Roddick era catalogado por todos como un número 1 mundial y como el futuro ganador de varios Grand Slam.

El sparring de Roddick era un chico totalmente opuesto a él. No tenía excesivo talento, tenía pies planos y, aunque disfrutaba del tenis, tenía una perspectiva amplia de la vida. Un verano, cuando eran quinceañeros, Roddick le invitó a pasar las vacaciones con su familia mientras acumulaban partido tras partido entre chapuzón y chapuzón. Se hicieron compañeros de entrenamiento al tiempo que afianzaban su amistad. Para Roddick era el amigo ideal. Nunca le hacía sombra y le permitía maximizar al máximo su preparación.

Aquel chico respondía al nombre de Mardy Fish.

Fish no era un don nadie. Era la segunda mejor raqueta juvenil de Estados Unidos. Su proyección estimada es que podría estar entre los diez mejores del mundo en sus años de esplendor y que sería capaz de llegar a las rondas finales de los Grand Slam. No era poca cosa. Pero nada especial para un tenis acostumbrado a la excelencia como es el estadounidense.

Los pronósticos se cumplieron, aunque solo en parte. Tras ganar el US Open de 2003 Roddick se instaló en la élite del tenis mundial, pero tras aquella victoria sumo derrotas y más derrotas ante un talento imperecedero como es Roger Federer. Después del suizo surgirá Rafa Nadal y tras éste Novak Djokovic. Las críticas se ceban contra Roddick. Lo cierto es que no es culpable. Es un gran tenista, pero está compitiendo ante dioses.

También en parte los pronósticos acertaron al hablar del futuro de Mardy Fish. Claramente era la segunda raqueta estadounidense, pero ni de lejos estaba entre los mejores del mundo. Entre torneo y torneo Fish sumaba fiesta tras fiesta, pizza tras pizza y gin-tonic tras gin-tonic. Disfrutaba de la vida, competía sin tensión y gozaba de ser tenista profesional sin tener detrás la presión de ser la esperanza de una nación.

Hasta que llega el año 2009. Aquel verano Roger Federer supera en la final de Wimbledon a Andy Roddick en el quinto set por 16-14 tras un maratoniano partido. Era la enésima derrota. La cuarta en una final de Grand Slam. Y la más cruel de todas. Roddick es incapaz de superarlo. Entra en una espiral de malos resultados que acabarán originando continuos problemas físicos y mentales. Mientras todo esto sucede Roddick y Fish se enfrentan en Cincinnati. Es la décima vez que ocurre desde que ambos son profesionales y es la primera vez que Fish logra alzarse con la victoria.

No había ocurrido antes. Mardy Fish es la primera raqueta estadounidense. Nunca antes a lo largo de su carrera había tenido la responsabilidad de defender el prestigio de su país.

Mardy decide intentarlo. Deja la noche, entrena como nunca y se prepara para ser el mejor. No es un niño. Se acerca a la treintena. Pero se va a dejar la piel en ello. Comienza 2010 como un tiro y gana fácilmente en Newport y Atlanta. De repente Mardy Fish es el número 7 del mundo y sólo Djokovic y Federer son capaces de vencerlo en las rondas finales de un Grand Slam.

La inercia positiva continúa en 2011 cuando Novak Djokovic tenga que sudar sangre para derrotarlo en la final del Masters Series de Montreal, pero, y aunque él no se da cuenta, la presión está haciendo mella en su interior. Mardy está siendo agresivo, tenaz, egoísta y ambicioso. Está siendo alguien que no es.

Todo estallará en 2012. La temporada se inicia con el anuncio de Roddick de retirarse tras la disputa del US Open durante el mes de agosto. Apenas tiene 29 años, pero para Roddick ha sido suficiente. No ha logrado dominar el tenis mundial, pero su carrera ha sido francamente buena. Cuando Juan Martín del Potro lo elimine en octavos final del torneo neoyorkino las lágrimas acompañarán su rostro y una retahíla de aplausos inundarán Flushing Meadows.

Ese 2012 es tremendo para Fish. El anuncio de la retirada de Roddick y sus dos buenas temporadas anteriores convierten a Mardy Fish en la única esperanza norteamericana. Es un veterano, pero detrás de él hay un erial. Estados Unidos es incapaz de generar una nueva estrella, en un tiempo donde el tenis europeo presenta una supremacía cruel. Fish acusa la presión y encadena derrota tras derrota a inicios de 2012. El pánico es tal que en Miami tiene que ser tratado en mitad del torneo por culpa de una taquicardia. Los médicos le dicen que ha sido una arritmia sin mucha importancia. Chapa y pintura. Pero desde entonces nada será igual.

Apenas horas después de la derrota y retirada de Roddick ante Del Potro, Mardy Fish debe enfrentarse a Roger Federer en otro partido de los octavos de final del US Open 2012. Fish apenas es entonces el número 24 del mundo tras un horrendo año. Federer acaba de recuperar la primera posición mundial tras ganar por séptima vez Wimbledon. Ambos tienen la misma edad, pero ambos comparten una realidad muy diferente.

Por alguna extraña razón los medios norteamericanos tienen esperanza en la victoria de Fish. Lo cierto es que ha estado jugando muy bien, mientras que Federer se ha mostrado más bien discreto, pero todo parece obedecer a una estrategia de mercadotecnia ante la única esperanza que tienen los estadounidenses de ver triunfar a uno de los suyos en casa. El partido se disputará en la pista central y será retransmitido en horario de máxima audiencia.

Mardy está a punto de jugar contra el mejor de todos los tiempos y tiene la posibilidad de conseguir el mejor resultado de su vida en su torneo favorito. Lo hará en su pista, en su casa, bajo el escrutinio de la CBS y el día del cumpleaños de su padre. Lo hará con su mujer en las gradas y con el apoyo de un público que lo adora.

Con sus raquetas al hombro y su siempre pulcra vestimenta, Federer aparece en la pista de juego preparado para el duelo.

Mardy Fish no.

No está. No aparece. No es un retraso.

Sencillamente no va a jugar.

Rumores y rumores. Especulaciones varias. Nada en concreto. Fish no ha aparecido y Federer es ganador de la eliminatoria por incomparecencia.

Nadie entiende nada.

La presión por ser el mejor acumulada durante los últimos 24 meses explotó aquella noche en Nueva York. Fish se estaba volviendo loco. Su éxito era destructivo. Sabía que le estaba yendo mejor, pero sabía que no era lo suficientemente bueno. Hubo que esperar a la mañana siguiente para encontrar luz en las sombras. Mardy Fish se ha colapsado. Los nervios le habían vencido. La ansiedad se había apoderado de su ser. Su cabeza dijo basta.

No jugó ante Federer. No lo haría nunca más. Tiempo después anunciaría públicamente una retirada del tenis profesional que hacía meses que era efectiva.

“Tenía problemas para conciliar el sueño. No podía dormir solo. Tuve que llevar a mi esposa conmigo, a todos lados, siempre. Tenía que tener a alguien en el cuarto siempre. Era un tipo que amaba estar solo, viajar solo, esa soledad. Me traía paz apagar el móvil y pasar un largo vuelo. Pero ya no podía viajar solo. Mis padres tuvieron que venir a Wimbledon. Necesitaba personas conmigo todo el tiempo. Punto. Pero seguía teniendo estos pensamientos, esta ansiedad. Y estaba consumido por ese agotador y confuso temor. Entonces, los ataques comenzaron a ser peores”, declaró.

Fish tuvo que recurrir a ayuda psicológica para salir de aquel pozo negro. Contó con la ayuda de Roddick, con el que continuamente hablaba de todo menos de tenis. La herida fue cicatrizando y en 2015, tres años más tarde, Mardy Fish y Andy Roddick se animarán a participar en un torneo de dobles. Era la primera vez en dos décadas que los siempre rivales, las dos primeras raquetas americanas, competían juntos en una cancha de tenis. Fish incluso logro una invitación para participar en el US Open por última vez y despedirse, esta vez sí, dentro de la cancha de tenis.

Hoy Mardy Fish es el orgulloso capitán estadounidense de la Copa Davis. Intenta devolver parte de su grandeza a un país que durante décadas dominó el tenis mundial. En el momento de escribir estas líneas la mejor raqueta estadounidense es John Isner, que ocupa la vigesimotercera posición del ranking mundial. Isner, de 36 años, compartió andanzas con Roddick y Fish.

No se vislumbra a ningún estadounidense que vaya a ser el mejor del mundo en la próxima década.

Quizás Fish era mejor jugador de lo que la gente pensaba.

Olympic Medalist Mardy Fish Seemingly Had It All — Until Anxiety Hit
Mardy Fish

“Preferiría ser el primero en este pueblo, que el segundo en Roma”. Dijo Julio César a sus legiones cuando estas se burlaban de las costumbres de una aldea gala.

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