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Caín y Abel calzándose unas zapatillas (1ª parte)

Herzogenaurach, Baviera. A unos 200 kilómetros de Múnich. Adi Dassler era el diseñador. Cauto, inteligente y tímido. Rudolf Dassler era el relaciones públicas. Carismático, sonrisa perenne y bueno con los números. Eran como el agua y el aceite. Como el ying y el yang. Pero se querían ¡Claro que se querían! Eran hermanos. Adi (1900) era el pequeño y Rudolf (1898) era el mayor. Los dos eran amantes del deporte. Y los dos vieron una oportunidad de negocio. Fundaron Gebrüder Dassler Schuhfabrik (Fabrica de Zapatos de los Hermanos Dassler) en 1924.

No parece un año propicio para fundar una empresa. Entonces Alemania vivía sumida en la hiperinflación. En enero de 1923 una barra de pan valía 250 marcos. Nueve meses más tarde costaba 200 millones. Tampoco es que le fuera mucho mejor al resto del planeta. En 1929 los países avanzados se verían superados por el caos económico del crack de la Bolsa de Nueva York de 1929. En los siguientes meses las economías del mundo civilizado recibieron una hostia de realidad y la peste pronto se extendería entre los países menos favorecidos.

No fue así en Alemania. La década de 1930 es una década de esplendor para Germania. Trabajo para todos, bienes de consumo para un populacho que años atrás sufría horas de cola para obtener un mendrugo de pan. Pero no era sólo comer. Era alegría de vivir. Una sensación de pertenencia, de comunidad y un orgullo nacional que jamás ha sido igualado.

Claro. Si eras ario y no hacías muchas preguntas. Si fueses homosexual, gitano, judío, religioso, mujer o si simplemente estabas en contra del discurso oficial, la cosa cambiaba. Porque Herzogenaurach estaba en Baviera. Y Baviera pertenece a Alemania. Y en Alemania, en los años 30, gobierna el nacionalsocialismo. Los nazis.

Total, que la empresa empieza a rodar y marcha bien. Muy bien. La economía experimenta un fuerte crecimiento y la prosperidad lleva a los alemanes a gastar dinero en el deporte. Porque aún no le he dicho, pero los hermanos Dassler confeccionaban zapatillas y pantuflas sin marca adquirida, y también calzado con clavos para deportistas. Esa era la idea inicial, aunque en los primeros años se dedican al calzado convencional. Pero resulta que en 1931 el Comité Olímpico Internacional (COI) designa a Berlín como sede para los Juegos Olímpicos de 1936. Toca una carrera vertiginosa para calzar a todos aquellos alemanes que disfrutarán con los JJ. OO de la muestra más palpable del progreso de los nuevos tiempos. Toca hacer bambas, tenis, playeras.

Toca hacer zapatillas deportivas.

La fábrica original

Resultó entonces que Rudolf, el relaciones públicas, tiene una idea. El deporte es vigor, acción, peligro, juventud…velocidad. No existe prueba atlética que aúne todos estos conceptos con mayor exactitud que los 100 metros lisos. El recordman mundial era un chico negro, estadounidense, llamado Jesee Owens. Lo de que su raza no fuese blanca caucásica quizás no fuera del agrado de Hitler y sus secuaces. Así que, aunque Owens era el objetivo, Rudolf decide ofrecer sus zapatillas de forma gratuitas a todos los atletas que compitan en pruebas atléticas como cortina de humo para su verdadero objetivo. Calzar a Jesee Owens. Así la artimaña estaría fuera de toda duda.

Y Jesse Owens ganó cuatro medallas de oro. Y se ganó el corazón de todos los alemanes. Hasta el de unos cuantos nazis, los cuales siempre aborrecieron más a los eslavos y a los polacos que a los negros. Y Owens se enamoró de Alemania. “Sentí más racismo en mi vuelta a Estados Unidos que compitiendo en Alemania”, diría el hombre que en la cena de celebración en Nueva York tras su éxito tuvo que entrar al restaurante por la puerta del personal de servicio.

El caso es que Owens triunfó y lo hizo con las zapatillas de los hermanos Dassler. Unas preciosas zapatillas negras de clavos con tres franjas oblicuas de color blanco. Unas zapatillas Adidas que aún no eran Adidas.

Las Adidas de Jesse Owens

Fue un boom. En los siguientes meses las zapatillas de los hermanos Dassler se vendieron como churros. Recordemos que no eran Adidas. Eran Gebrüder Dassler Schuhfabrik, nombre tan bávaro como poco comercial. Todo iba como la seda hasta que en 1939 da comienzo la II Guerra Mundial. Al principio las ventas no se resienten, pero pronto las zapatillas darán paso a los zapatos. Al cabo de un par de años los zapatos se cambiarán por botas militares. La empresa es requisada y transformada por los nazis en beneficio de la economía de guerra.

Lo peor viene después.

Viene después porque la guerra va mal. Va mal para los nazis, claro. La empresa deja las botas militares y comienza a fabricar panzerfaust, un lanzagranadas antitanque de fácil uso y que pronto se convirtirá en el arma portátil más icónica de la guerra.

Pasa algo más. Rudolf es movilizado y enviado al frente. Adi no. Adi se mantiene dirigiendo la fábrica.

Rudolf sobrevive a la guerra, pero jamás volverá a confiar en su hermano. Indaga, pregunta, observa e intuye lo que ha pasado. Adi ha negociado. El callado, el vergonzoso, es más listo de lo que parece. Y es imprescindible. Diseña los panzerfaust y vende su alma a los nazis a cambio de seguir con su vida civil y mantenerse como director de la fábrica. Y vende a su hermano. Rudolf, el relaciones públicas, el cual es fácilmente sustituible.

Total, que la guerra acaba y la fábrica está destruida. La fábrica, o mejor dicho lo que queda de ella, es requisada por los norteamericanos, dado que Baviera está en manos estadounidenses. Alemania es repartida en cuatro mitades por los vencedores con la feliz idea de colocar un bozal en el perro alemán para no dejarlo morder nunca más. Mas resultó que el lobo alemán daba menos miedo que el oso soviético y los estadounidenses decidieron rearmar (económicamente) a Alemania para convertirla en locomotora capitalista de Europa en su lucha contra el comunismo.

Y como resulta que los americanos eran y son unos fanáticos del deporte concedieron a los hermanos Dassler créditos a coste ínfimo para levantar una empresa que les fue devuelta y que, nuevamente, se dedicaría a fabricar zapatillas deportivas.

Y así es como en 1949 nacía una nueva empresa con nombre nuevo. Nacía Adidas.

Adi (izq) y Rudolf (dch) Dassler

El nombre de la marca de las tres rayas horizontales proviene del juego de palabras entre Adi (nombre del creador) y Das (del apellido Dassler). Porque sí, los dos hermanos eran los dueños de la empresa antes de la II Guerra Mundial, pero los americanos sólo se dignaron a hablar con el bueno de Adi. Rudolf ya no era nadie. Donde antes había una empresa de iguales, ahora había dos hermanos claramente diferenciados.

Y no sólo eso. Como cualquier pareja de hermanos que nace de una misma semilla, germinada y crecida, cada brote siguió su camino. Adi se casó y tuvo hijos, hijos a los que pensaba dejarles una empresa. Rudolf hizo lo propio. Cada cual miraba por sus intereses.

En esa estamos cuando llegó el Mundial de fútbol de 1954. A Alemania, por su pasado nazi, se le había prohibido competir en cualquier evento deportivo de corte internacional. El Mundial de Suiza de 1954 iba a significar la primera oportunidad de la Alemania democrática de brillar en la escena internacional. Sorpresivamente los teutones llegaron a la final donde se enfrentarían a la archifavorita Hungría de Hidegkuti, Kocsis y Puskás que llevaba dos años sin perder un partido y que en la fase de grupos había vapuleado a los teutones por 8-3.

El milagro de Berna, que daría para un artículo por sí mismo, acabó con victoria alemana por 3-2 tras remontar un 0-2 en contra. El choque se decidió gracias a las botas con tacos extraíbles. Así, tras comprobar que el césped del estadio Wankdorf de Berna se iba encharcando con el paso del tiempo, los alemanes jugaron la segunda parte con tacos más largos, más apropiados para ese tipo de terreno resbaladizo y embarrado. El portero húngaro resbaló en el momento del 3-2 final y Alemania ganó el Mundial.

Aquellas botas de tacos convirtieron a Adi Dassler y a Adidas en fenómeno global y catapultó de inmediato a Adidas en la marca deportiva por excelencia.

Por entonces Rudolf ya había abandonado el barco. Se preparaba para una dulce venganza.

Esa será otra historia. El viernes que viene…

Adidas

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