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La marcha de los campeones

Wimbledon 1980. John McEnroe vs Björn Borg. El supermocoso contra el hombre de hielo. El aspirante contra el gran campeón. El volátil contra el reflexivo. El mejor resto y contraataque contra el saque y volea perfecto. El partido fue épico, glorioso. Adjetivos usados con cierta profusión, con tanta profusión que pierden su propio valor. En este caso no. Expertos, jugadores y aficionados lo catalogaron como la mejor final del siglo XX. Hasta que Nadal y Federer contrastaron estilos en la hierba londinense allá por 2008 no se volvió a ver nada igual. Pero volvamos a 1980. McEnroe pierde por un set a dos ante Borg. Lo tiene perdido. No obstante, se levanta. Gana el cuarto set por 18-16 en el tiebreak. Lo tiene en su mano. Pero se le escurre entre los dedos y pierde el quinto y definitivo. (6-1; 5-7; 3-6; 18-16 (tiebreak), 6-8).

John McEnroe lo había dado todo. Y todo no era suficiente. En el quinto set Borg había cambiado el ritmo. Había dado una marcha más. Años después McEnroe denominó la diferencia entre la élite y el olimpo “la marcha de los campeones”. Y esa marcha era algo que John todavía no tenía.

John se había hecho tenista por Borg. Era su ídolo. Su modelo a seguir. Lo cierto es que apenas se llevaban un puñado de años. Concretamente el sueco le sacaba un trienio al estadounidense. Ambos crecieron en los 70, década en la que el tenis dio el salto al profesionalismo y con ello al prestigio, la fama y el dinero. Es el tenis un deporte individualista y, por ende, profundamente estadounidense. Y John McEnroe quería ser uno de esos triunfadores.

Hijo de abogado con carrera militar, intensamente respetuoso y buen estudiante, el niño McEnroe pronto se convirtió en rebelde adolescente. Era una estrella del rock en potencia. Su padre se había graduado como abogado como número dos de su promoción y no se cansaba de repetir a su hijo que él no podía ser número dos en nada a lo que quisiese dedicarse. Su objetivo tenía que ser siempre el número uno. Cuando John se hizo profesional su padre pasó a llevarle sus asuntos empresariales. No lo hacía gratis y, de hecho, le cobraba a su hijo las horas extras. Con esos mimbres, disciplina y ética de trabajo por un lado y presión y falta de cariño por el otro, el cóctel resultante resultó fascinante.

En un mundo en expansión, arrogante y necesitado de estrellas, aparece un neoyorkino de 18 años que se planta en cuartos de final de Wimbledon con pocos músculos y gran variedad de golpes perfectamente sincronizados. Su carácter volcánico le lleva a insultar al árbitro, a romper raquetas y a acordarse de la madre de su rival o de cualquier elemento del público que osase mirarle mal.

Es 1977. En semifinales se enfrenta ante Jimmy Connors, compatriota y entonces mejor jugador del mundo. Perderá McEnroe. No es su momento. Pero la anécdota tendrá lugar antes del inicio. Los modales del niño disciplinado surgen cuando McEnroe se aproxime a la gigantesca figura de Connors. “Encantado de conocerle, señor Connors”, le dice. Obtendrá el silencio como respuesta.

A partir de entonces la guerra será el pan de cada día.

John McEnroe o gusta o no gusta. No hay término medio. Gana su primer grande en casa. Es 1979. Open USA. Lo celebra con una noche de rock, drogas y sexo por Nueva York. John encanta al público neoyorkino. Amortigua la pelota con ingenio y presiona constantemente a su rival para buscar su error. No para quieto e, incluso cuando está quieto, no para de hacer aspavientos con su raqueta.

No para ni dentro ni fuera de la pista. Maniático, pero con mil rutinas. Un bicho raro. Una vez llamó gordo a un tipo que comía gustosamente un perrito caliente durante un partido. Otra vez hizo un comentario sobre el sugerente escote de una mujer que, según afirmó, le impedía concentrarse en el partido. Todo ello podía tener su pizca de gracia en el desenfadado Nueva York, pero era absolutamente reprobable en la tradicional Londres. “Wimbledon es una anciana con una taza de té bebiendo”, diría en cierta ocasión.

John McEnroe - Wimbledon 1981 | Tennis legends, Tennis, John mcenroe
John McEnroe

Si. McEnroe era persona non grata en Wimbledon. Todo el mundo celebró su derrota ante Borg en 1980. Björn era el niño mimado. Elegante, educado, serio, respetuoso y guapo. Guapísimo. Su éxito con las chicas era más envidiado por McEnroe que sus triunfos con la raqueta. Sueco y monárquico. Lo tenía todo para ser adorado en Londres. Y lo curioso es que Borg había sido un niño travieso y movido. Mal estudiante. A base de golpes y castigos pasó a ser un adolescente reservado en la pista capaz de controlar sus propias emociones. Afrontó justo el proceso inverso que había vivido John. Borg era la antítesis de McEnroe.

Volvamos a Wimbledon 1980. Semifinales. McEnroe vs Connors. Éste último logra un punto de saque directo. McEnroe protesta y dice que la bola ha salido fuera. Hace el amago de irse de la pista. Pero no lo hace. Ha madurado. Gana los dos siguientes sets y se clasifica para la final. Y piensa que va a ganar. Pero no lo hace. Pierde en esos cinco famosos sets. En el partido del siglo. Y reflexiona. ¿Qué tiene Borg que no tiene él?

La marcha de los campeones.

John McEnroe decide buscar la grandeza. Ser el número uno. Entrena como nunca. Se centra. Deja las drogas y el alcohol. Deja la fiesta. Su padre le diseña un campus de entrenamiento pseudomilitar.

Meses después llega el Open USA 1980. John se coloca con ventaja de dos sets. Pero Borg empata. Vuelven los miedos. Pero todo cambia. McEnroe gana el quinto y con ello el título (7-6; 6-1; 6-7; 5-7; 6-4). Es la primera vez desde 1974 que Björn Borg pierde un partido a cinco sets.

La confirmación tiene lugar al año siguiente. Wimbledon 1981. Por el camino un famosísimo cabreo de tres pares de pelotas por una bola que según él había entrado (ver vídeo al final). Pierde el primer set ante Borg, pero luego tira de templanza para levantar varias bolas complicadas y hacerse rey de Londres (4-6; 7-6; 7-6; 6-4) McEnroe gana…y explota. Vuelve a ser él mismo. Arrogante, vulgar y totalmente falto de empatía. Es su esencia. Necesitaba ganar para mandar a todo el mundo a la mierda. Declina ir al baile de los campeones. Renuncia a los actos oficiales organizados en Wimbledon.

Las siguientes semanas vuelve a las andadas. La marihuana y la cocaína a la orden del día. Decide tomarse un descanso y marcharse una semana de gira musical con Bruce Springsteen. Con el tiempo dirá que, al igual que Maradona, podría haber ganado mucho más de no haberse drogado. No son los estupefacientes los que aumentaron su rendimiento. Al contrario. Cuestionará siempre a los que duden de él.

Sin saberlo el duelo estaba llegando a su fin. Open USA 1981. Gana John. Borg se va de la pista durante la entrega de trofeos. Como Federer ante Nadal, Borg está destrozado. Ha encontrado a su némesis. Y Borg revienta. Anuncia su retirada con 26 años de edad. Busca paz y alivio. También desenfreno tras tantos años reprimido. Se introducirá en un túnel oscuro con los sospechosos habituales (alcohol y drogas), pero en unos años volverá al redil y será feliz. Mucho más feliz que cuando jugaba al tenis.

“Me sentía vacío. Es más fácil llegar a la cima que mantenerse. Ganaba, pero no me importaba. Lo único que deseaba es que Borg anunciara su vuelta. Era lo único que me hacía feliz”; entonaría años después John McEnroe.

Sin Borg, McEnroe pierde el rumbo. Combina derrotas bochornosas con actuaciones portentosas. Es irregular. Muy irregular. Y su carácter se avinagra mucho más. Necesita ayuda psicológica. 1982 y 1983 son para olvidar. En 1984 resucita. Vuelve a dejar la noche durante unos meses. Un clic asoma en su cabeza. Es la marcha de los campeones. No compite en Australia porque no está preparado, pero se propone ganar los otros tres grandes en 1984. Su tenis es excelso. El mejor de su carrera. Es el número 1 del mundo tanto en individuales como en dobles. Arrasa en Wimbledon y en el US Open, pero pierde la final de Roland Garros. Cae ante Ivan Lendl, el nuevo chico malo del tenis. Gana los dos primeros sets y luego llega la debacle (6-3; 6-2; 4-6; 5-7; 5-7). Lendl es un bicho de tierra y McEnroe sabe que no volverá a tener otra oportunidad igual. Nunca ganará en Paris.

Falto de motivación, McEnroe se apaga. Acabará haciéndose amigo de Borg. Hablaran de la presión de las pistas y de sus complicadas infancias. McEnroe fue excepcional, pero solo llegó al olimpo en determinados momentos. La marcha de los campeones fue efímera en su trayectoria. Orgulloso como pocos, McEnroe no se retiró. Las siguientes ocho temporadas deambuló por el circuito convirtiéndose en una caricatura histriónica de sí mismo. Intentando recuperar una marcha que ya estaba perdida.

“Algún día lo entenderás”. Las cuatro palabras que Borg le dijo a McEnroe cuando éste último le pidió explicaciones por su abrupto retiro.

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