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Los demonios de Ocaña (2ª parte)

Compró por entonces Luis Ocaña un pastor alemán. La vida le sonreía. Tenía casa propia. A la finca le había puesto de nombre Orcieres-Merlette en honor a aquella calurosa tarde de julio de 1971. Tenía un hogar, una familia y, ahora también, un perro como mascota. No lo dudó. Le puso de nombre Merckx. Lo tenía clarísimo. Le gritaba a todas horas. ¡Ven a mis pies! ¡Merckx soy tu dueño! ¡Merckx túmbate! Hoy diríamos que Ocaña tenía un TOC. Estaba obsesionado. Estaba trastornado. Estaba encantado. Podía mandar en Merckx y Merckx le obedecía.

Para 1973 Eddy Merckx decide no correr el Tour. Quiere ganar la Vuelta a España. Es la única de las tres grandes que no tiene, más que nada, porque nunca la ha corrido. Por entonces Giro y Vuelta se solapaban en primavera y el prestigio de la ronda italiana era infinitamente superior a la de la carrera hispana. Merckx decide correr (y ganar, porque Merckx no corre para ser segundo) la Vuelta y el Giro. Entre la finalización de una y el inicio de la otra hay tan sólo cinco días de diferencia. Una locura.

Para asegurarse la presencia de ‘El Caníbal’, la organización de la Vuelta decide hacer un recorrido amable y así Merckx se anime a acudir. La idea es que regule sus fuerzas y pueda asaltar el Giro en plenitud de facultades. Se introducen muchos sprints bonificables, donde la punta de velocidad de Merckx y el buen hacer del equipo Molteni le facilitaran las cosas. Ganará la Vuelta con 3’46’’ sobre Ocaña, siendo mucho más conservador que de costumbre. Fue la única vez en la historia de la Vuelta en la que ha habido tres ganadores del Tour en el pódium (Merckx, Ocaña y Thevénet).

Ocaña lanzó sapos y culebras por la boca. Si su exhibición en Orcieres-Merlette y su posterior caída en Menté le habían colocado en el santoral de los españoles, de repente tras esa Vuelta volverá a ser considerado francés. Ocaña. Español en Francia y francés en España. Despotrica contra la organización por apoyar con el trazado a Merckx y a los aficionados por animar al belga. “La carrera está preparada para Merckx. Sin cuestas y con bonificaciones. Solo falta que le pongan segundos a la puerta del hotel”. Eddy contesta. “Los sprints están para todos, sólo tiene que aprovecharlos”. En el pódium de San Sebastián (si, San Sebastián, entonces no se acababa en Madrid) la cara avinagrada de Ocaña es de las que quedan en el recuerdo. Años atrás en una Paris-Niza, Merckx pasa silbando al lado de Ocaña. “Silba, silba, que un día silbaré yo”, dicen que dijo por lo bajo el de Cuenca.

El caso es que, tras ganar la Vuelta, Eddy Merckx gana el Giro del 73 en otra hercúlea exhibición y, aunque recibe muchas presiones externas, decide tomarse el mes de julio como descanso. No correrá el Tour.

Es la oportunidad de Luis Ocaña.

En la primera etapa un perro se cruza delante del pelotón. Y Luis Ocaña se cae. Pero esta vez no. Esta vez no. Se viste de amarillo en la séptima etapa camino de los Alpes. No soltará la sagrada prensa. Su mujer lo acompaña día tras día preparándole tisanas para sus recurrentes problemas respiratorios. Pero es otro Ocaña. Sin Merckx, corre más relajado. Su pedaleo resulta hermoso, bello. Su victoria es exuberante. Gana seis etapas y deja a Bernard Thevénet, segundo clasificado, a más de quince minutos. Ocaña arrasa. Ocaña gana a lo Merckx.

Les Orres, Tour 1973: El gran choque de Ocaña y Fuente - Ciclo21
Fuente (i), Thevénet (c) y Ocaña (d)

En aquel Tour, en su Tour, ese del que ahora se cumple medio siglo, sólo se dio un capricho. Moutiers-Les Orres. 237 kilómetros. Telégraphe, Galibier, Izoard y Les Orres. Se van José Manuel Fuente ‘Tarangu’ y Ocaña. Si el conquense era terco, el asturiano era, si cabe, aún más tozudo. Ocaña le propone un acuerdo. La etapa para ti, la general para mí y si tu equipo me echa una mano en el llano yo os dejo ganar todas las etapas que queráis. El Tarangu dice que no. Al loco ni agua. Porque Fuente llamaba loco a Ocaña. El novelista Marcos Pereda dejó escrito que eso era tan irracional como que Miliki llamase payaso a Fofó. El caso es que los dos locos no se ponen de acuerdo. Quedan 150 para meta. Fuente ataca veintiuna veces. ¡21 veces! En todas respondió Ocaña. A la vigesimosegunda el niño del hambre, el niño de mirada taciturna, puso en marcha la burra. Luis Ocaña se fue sólo. Fuente llegó a un minuto, Thevénet a siete, Zoetemelk, sexto en la etapa, a más de 20 minutos. Es un exterminio. Ocaña acaba tan cansado que llega al hotel y se queda dormido con el maillot amarillo con el que es investido en el pódium.

Pero Ocaña no es feliz. Ocaña no está eufórico. Puede que haya ganado el Tour de 1973, pero su Tour era el de 1971. Meses después de su victoria, en julio del 73, tiene lugar el Campeonato del Mundo de Ciclismo en Barcelona. Ocaña es bronce. Irradia felicidad. Mas que en el Tour. Se gana la plaza en el pódium por delante de Merckx al que supera en el sprint y quien finaliza cuarto. El oro es para Gimondi. El italiano aprovechó mucho mejor sus oportunidades y su currículo brilla más que el español. No es así en el corazón de los aficionados. “Siempre salgo a ganar, no estoy satisfecho”, dice a la prensa. Pero sus palabras no acompañan a sus gestos. Es una derrota dulce.

La temporada acaba y toca correr un critérium en Bélgica. En el avión, camino de Bruselas, Merckx y Ocaña comparten asientos. Hablan. Hacen las paces. Nunca fueron íntimos, pero si enterraron el hacha de guerra. Al llegar a tierra se van de copas. Al día siguiente había carrera. Ganó Merckx, quien si no. Pero por la noche no. Por la noche ganó Ocaña. “Siempre me ganó en la carretera, pero nunca me ganó tomando copas”, diría una vez retirado Ocaña sobre Merckx. Y es que Luis Ocaña tuvo una inmensa suerte y una enorme desgracia. Eddy Merckx. Merckx le privó de la gloria, pero sin Merckx jamás hubiese exprimido su talento.

Aquellas peleas de Merckx y Ocaña: sobre Orduña, Torrelavega y la Vuelta de  1973
Ocaña ataca a Merckx. Vuelta 73

Llegamos así a 1974. El año de la verdad. Ocaña contra Merckx. Los dos últimos ganadores del Tour frente a frente. Pero no fue así. Ocaña corre la Vuelta con sus eternos problemas respiratorios. Tose. Hace frío. Va a peor. Debe abandonar. Pero no abandona. Queda cuarto. Y queda tocado. No corre ninguna carrera hasta que reaparece a escasas semanas del Tour. Y entonces se cae. Ocaña siempre se cae. No correrá el Tour. Merckx gana el quinto. Se puso líder el primer día y le metió una minutada a Raymond Poulidor, segundo en la general a sus 38 años.

Y ese fue el fin. El Bic prescindió de Ocaña cansado de pagarle a un corredor que siempre estaba enfermo o lesionado. Ocaña vuelve a España y firma por el modesto SuperSer. Le dio para hacer otro pódium en la Vuelta y fin de la historia. Abandonó en el Tour del 75 y en el 76 quedó decimocuarto. Ese año brilló por última vez. En una etapa de los Pirineos decide tirar de orgullo y hacerle decenas de kilómetros a Lucien Van Impe mientras el belga va camino de ganar el Tour. ¿Por qué? Porque así le hacía la puñeta al otro aspirante, a Joop Zoetemelk, aquel neerlandés chuparuedas que se había caído encima de Ocaña en aquella cerrada curva de izquierdas bajando el Col de Menté.

Genio y figura.

El ocaso de Ocaña es aceleradísimo. Con 32 años está retirado. Está jubilado y tiene toda la vida por delante. Compra unos terrenos en Caupanne. Son 60 hectáreas. Instala una piscina en la finca y levanta los azulejos con sus propias manos acabando con un corte atroz que lo lleva a urgencias. Le dicen que contrate a unos profesionales y se niega en redondo. ¿Qué pensaría su padre? Dicen los que lo conocen que es más feliz que un niño con zapatos nuevos. Es el triunfo de su vida. Tiene casa y tierras. Ha conseguido lo que siempre había soñado. Lo que nunca había logrado su padre. Pero todo es un paripé. Luis no es feliz. Luis nunca es feliz.

Decide dedicarse al armagnac. Todos le dicen que está loco. Que el tiempo del cognac y del armagnac ha pasado. Que son bebidas que no interesan a los jóvenes. No hace caso. Se mantiene rebelde. Como siempre había sido y como siempre será. Llama a Merckx. Le pide ayuda para importar armagnac gracias a su nombre en Bélgica. Eddy acepta. Pero ni Eddy puede levantar un imposible.

Un temporal arrasa con las viñas. Durante tres años no se podrá cultivar. Y no tiene seguro. Luis no había asegurado las viñas. ¿Luis Ocaña con un seguro? No, gracias. Debe volver. Lo hace como director deportivo. Fracaso absoluto. Lo hace como comentarista radiofónico. Clarividente, pero demasiado sincero. Despotrica sin ton ni son. Se gana enemigos en cada esquina. Habla de Franco y asegura que el futuro de Francia es Le Pen.

Y luego está Merckx. La sombra de Merckx. “Nunca te perdonaré que no corrieras el Tour del 73”, le suelta cada vez que coincide con él. “Le doy más valor a lo que hice en el 71 que a la victoria del 73”, dice, melancólico, micrófono en mano. Merckx. Merckx. Siempre Merckx.

Tristón, mustio y abatido, Luis se consume por dentro. Tiene un accidente de coche. Tiene que ser hospitalizado. No pasa de susto, pero durante el susto le hacen una transfusión de sangre. Problema. Hepatitis C. Ocaña se hunde. Su mujer no lo reconoce. Es incapaz de animarlo. Los ataques de ansiedad son constantes.

Una mañana uno de esos ataques zozobra su existencia. Su mujer tiene miedo. Viene su médico de cabecera y también un par de agentes. Porque es un intento de suicidio. Y si es suicidio tiene que acudir la gendarmería. Lo tranquilizan. Su mujer pide internarlo. El médico le dice que no ha sido nada.

Dos días después, la mañana del 19 de mayo de 1994, a Luis Ocaña le da otro ataque de ansiedad. “Yo no pienso pasar mis últimos días sufriendo como mi padre”, cuentan que le dijo a su mujer. Su padre y Merckx. Merckx y su padre. Los demonios de su vida. Su mujer consigue tranquilizarla. Su mujer aprovecha para llamar al médico, pero Luis ha cortado el cable del teléfono. No hay móvil. Estamos en 1994. Pero hay una línea fija inalámbrica. Josiane, que así se llamaba la esposa de Luis, convence a su marido para que se retire a descansar a su despacho. Mientras, corre en búsqueda del inalámbrico. Llama al médico, pero llega tarde. Todo ha sido una artimaña de Luis. Como aquella vez que atacó a Merckx cuando pinchó una rueda. Ocaña lo tenía todo preparado. Aprovechó la ausencia de su mujer para descerrajarse un tiro en la sien.

Luis Ocaña, el español de Mont de Marsan, se suicidaba en el despacho de su casa antes de llegar al medio siglo de vida.

Luis Ocaña fue español en Francia y francés en España. Fue un incomprendido. Un ciclista incontenible y una persona insatisfecha. Ocaña era un orgullo desmedido incapaz de aceptar sumisión alguna. Nunca quiso que lo reconocieran como vencedor, sino como luchador. Esa obsesión fue su grandeza, pero también su condena.

CapoVelo.com - Luis Ocaña
Puro ciclismo

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