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Explicando a Pelé (1ª parte)

Se ha escrito tanto, se está escribiendo y se escribirá tanto sobre Pelé que poco o nada podré aportar. De hecho, yo ya he escrito sobre ‘O Rei’. Sobre su legendario partido ante el Benfica de Eusebio, sobre sus hipotéticos siete balones de oro, sobre el eterno debate acerca de quién es el mejor de todos los tiempos, en relación a aquel icónico equipo de Brasil en 1970 y hasta sobre su película con Stallone. Y se puede hablar de muchas más cosas. Del Mundial que ganó con 17 años, de sus no goles, de su aventura estadounidense o hasta de sus zapatillas Puma. De lo que ya he escrito tendréis referencia al final de este artículo. De lo que se puede escribir no sabemos lo que nos deparará el futuro. Pero de todo lo que se ha publicado a lo largo de esta semana me quedo con un video. El video que demuestra que Pelé lo inventó todo. Antes de que todos los demás lo hicieran, Pelé ya lo había hecho.

Pelé era ‘O Rei’. El apodo se lo puso ‘France Football’ tras ganar el Mundial de 1958 con 17 años. Un garoto que empezó como suplente y anotó seis goles en cuatro partidos. Pero ya llevaba el ‘10’. Ojo. Ese año metió 66 goles en 46 partidos oficiales. Todo el mundo sabía lo que allí se cocía. Uno de los goles que anotó en Suecia fue antológico, con sombrero incluido. Lo curioso de Pelé es que sus goles más recordados son aquellos de los que no tenemos constancia. Cuentan que en 1959 hizo el más bello de sus más de 1.200 chicharros. Hizo hasta tres sombreros seguidos, el último de ellos al portero rival, antes de colocar la pelota en la red. No hay imágenes. Solo testigos. Como el que anotó ante Fluminense en el que cogió el balón en el área propia y regateó hasta a siete rivales a lo largo de 80 metros para anotar el tanto. Ese es ‘el gol de placa’, porque, a la falta de imágenes, una placa atestigua la proeza acontecida una tarde de 1961 en Maracaná.

Tenía entonces Pelé 21 años y estaba en el apogeo de su carrera. Entre 1957 y 1961 metió 355 goles. Era el futuro. Delicado y voraz. Frugal y hambriento. Tenía el talento y también la determinación. Era mágico. Luchaba por la pelota con la misma ansía con la que luchaba por el pan cuando era niño. Porque Pelé pasó hambre. Mucha hambre. Poseedor de toda clase de trucos, su fútbol no era espumoso sino concreto. Lo daba todo en cada partido y era valiente al contacto. Recibía, pero también daba. Alto, fuerte, era rata como Messi y león como Cristiano. Rehuía de marcar de penalti para aumentar sus estadísticas. “Es un gol de cobardes”, decía. Y era magnífico de cabeza, algo, que, en su opinión, ponía fin al eterno debate: “El único gol que marcó Maradona de cabeza fue con la mano”.

Pelé ganó el debate porque brillaba tanto dentro como fuera del campo. Era un encanto de persona, la alegría personificada. Jamás decía que no a un periodista, a un aficionado o a una foto. Y siempre, siempre, saludaba a todos y cada uno de los presentes en una estancia. Desde el gran ejecutivo hasta al que pasaba la mopa. Era un ídolo, un icono, y le encantaba. Pero nunca con soberbia, siempre con elegancia. “¿El mejor jugador del mundo? Para ser el mejor jugador del mundo habría que rendir bien en todas las posiciones, y eso es imposible”, decía. En cierta ocasión, en 1979, Pelé coincidió con Maradona. Entonces el ‘Pelusa’ era un adolescente prodigioso que tenía al brasileño como ídolo. Luego vendrían los desencuentros. El caso es que un retirado Pelé compartió unas horas con él y de paso le dio unos cuantos consejos. Maradona se grabó a fuego aquello de que negociase bien sus contratos porque la vida del futbolista era corta. A lo que no hizo mucho caso fue al otro gran consejo de ‘O Rei’: “Acepta los aplausos, pero no vivas de ellos. Nunca hagas caso cuando te digan que eres el mejor. El día que te sientas el mejor, dejarás de serlo para siempre”.

Murió Edson, pero Pelé es eterno. Lo es por sus no goles. Por aquellas tardes de México en 1970. Hastiado de tantas patadas, apenas tiene 26 años, pero ya es un jubilado. En el 66 le dieron tanto que Eusebio tuvo que regañar a sus propios compañeros de selección para que parasen. Fue cuando Portugal venció a Brasil. Los 60 se habían iniciado con el ‘jogo bonito’ y acabaron con el cénit del catenaccio. Nunca antes y nunca después como en los 60 se pegó tanto y con tanta impunidad. Antes porque el fútbol era caballeroso y después porque la televisión imposibilitó tales atropellos. Pelé no es el que era. Entre 1966 y 1969 es un ex futbolista. 11 goles en 29 partidos el año del Mundial. La FIFA decide cambiar el reglamento. Introduce las tarjetas. Por vez primera se protege al artista. Pelé vuelve en 1970. Con 29 años. Nadie cree en él. Nadie. Lo que hace es divino. Deja al menos una perla en cada partido. El goleador se convierte en hacedor. Sus no goles en México son obras de arte eternas. Tanto como un cuadro de Rubens o un poema de García Lorca. Porque Pelé lo que hizo es dotar al fútbol de belleza. Siempre jugó y compitió. Siempre por ese orden.

Pelé era un ‘10’. Al igual que Di Stéfano o Messi siempre rehusó de la etiqueta de delantero. Por muchos goles que anotase, Pelé era un facilitador del juego. Uno de esos seres que pululan por el campo como el león por la selva. Adormilado, pero despierto. Capaz de reinar, dentro y fuera del área, con balón y sin balón. “Cuando duermo nunca sueño en meter goles, siempre estoy corrigiendo a mis compañeros y pasándoles el balón en buena posición”, dijo en una ocasión. Siempre se debatirá quien es el mejor. Nunca quien porta la corona.

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‘O Rei’

Pelé es ‘O Rei’ por unanimidad. Porque fue el primer futbolista universal. El origen. El primero que cautivó a aficionados de todo el mundo. Pelé surgió en un mundo donde la palabra claudicó por vez primera ante la imagen. Los 60 marcan la divisoria entre el fútbol antiguo y el moderno. Entre el antes y el después. No es extraño que tres de los cinco más grandes coincidieran en el espacio de una década. Cuando Cruyff debutaba, Di Stéfano se apagaba y Pelé reinaba. Entonces la imagen llevó el fútbol a los cinco continentes. Y fue en México, en 1970, cuando el color impregnó de emoción y discurso a la imagen. Y allí estaba Pelé. Para tomar posesión de todas sus tierras a lo largo y ancho del planeta.

En ocho años se han ido los cuatro fantásticos. Queda Messi, aun en activo. Luego, un escalón por debajo, están Puskás, Ronaldo, Zidane o Cristiano. Pero los cuatro bichos que dominaron el fútbol desde mediados del siglo XX, desde que el fútbol es global, ya se encuentran en el olimpo. Entonces, en el siglo pasado, Pelé era ‘O Rei’. Mas hoy hay escepticismo. Dicen que Pelé no jugó en Europa, que solo ganó dos Copas Libertadores con el Santos y que, si bien venció en tres Mundiales, en el segundo de ellos apenas jugó por culpa de una lesión. Que Brasil saliese campeona en Chile 1962 sin el concurso de Pelé es la muestra palpable de que su importancia está magnificada.

Pero lo que más chirria a los críticos son los amistosos. Por entonces no existía la liga brasileña. La inmensidad del país era tal que era imposible gestionar una competición semanal. El Santos de Pelé competía en el Paulistâo. Y era el Santos de Pelé, porque el Santos no era nada. Con Pelé lo fue todo. Pero no era suficiente. El Santos sabía que tenía a la gallina de los huevos de oro y durante más de una década programó cientos de partidos amistosos por todo el mundo para sacar la mayor rentabilidad a su estrella.

Hay quien dice que son esos partidos los que restan credibilidad al mito. Yo no estoy de acuerdo. A Pelé no se le entiende ni por los títulos, ni por sus goles. A Pelé se le entiende por la belleza de los mismos y por su inventiva sobre el césped. Pero, sobre todo, la mejor forma de explicar que fue y que es Pelé es a través de esos amistosos que movían millones de personas hastiadas por contemplar lo que un ángel podría hacer con una pelota.

Continuará…

“El futbolista más grande que ha habido es Di Stéfano. Me niego a calificar a Pelé como jugador. Estaba por encima de eso”. Ferenc Puskás.

“Pelé fue el único jugador que sobrepasó los límites de la lógica”. Johan Cruyff.

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Pelé

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