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Cuando Geesink humilló al judo japonés

Cuando Tokio organizó en 1964 los Juegos Olímpicos, el mundo fue consciente de primera mano de lo que se dio en llamar ‘el milagro japonés’. Arrasado tras la II Guerra Mundial y ocupado por el ejército estadounidense, el gobierno nipón transformó su industria pesada de guerra en industria tecnológica y utilizó mano de obra barata que escapaba de países comunistas del entorno como China o Corea en su propio beneficio. En época de los JJ.OO, Japón crecía anualmente más de un 5% y estaba a punto de superar a todas las potencias europeas. (Querido lector, sí has leído mis dos últimos artículos ya estarás al tanto de ello).

Japón se preparaba para una fiesta. Y la fiesta iba a tener de todo. Como gesto de aprecio a la ciudad anfitriona, el COI permite añadir al programa olímpico un deporte con fuerte arraigo en la comunidad. Algunos no pasan de esa edición (por ejemplo el hockey a patines en Barcelona 92) y otros debutan para no marcharse (taekwondo en Seúl 88). Éste último caso fue el del judo, que apareció por primera vez en Tokio y que ahora es un clásico olímpico.

El judo, cuyo significado se puede traducir como ‘camino de la flexibilidad’, fue creado por un maestro japonés a finales del siglo XIX. ‘Grosso modo’ consiste en la traslación de técnicas medievales de combate cuerpo a cuerpo al ejercicio deportivo. Para los nipones es una disciplina cuasi sagrada. Es una muestra de respeto y de equilibrio entre mente y cuerpo. Es una filosofía de vida y una representación de los valores educativos del pueblo japonés.

El gobierno japonés diseñó un fastuoso pabellón para 15.000 espectadores conocido como ‘Nippon Budokan’. No hubo otras disciplinas que mancillasen el lugar. Se bosquejó únicamente para las competiciones de judo y sólo se ha permitido que otros deportes de contacto como el karate tengan cabida en sus instalaciones. Incluso, con el transcurrir de las décadas, se ha utilizado para conciertos, eso sí, con la protesta de los tradicionalistas y hasta con amenaza de bombas incluidas.

Nippon Budokan (日本武道館) | 3D Warehouse
Nippon Budokan

Pero volvamos a 1964. A la competición de judo. Había cuatro categorías diferentes; 68 kilos, 80 kilos, más de 80 y la categoría abierta, la reina de la competición, sin limitaciones. Por entonces sólo había competición masculina, así que eran cuatro las medallas de oro en juego. Japón contaba con ellas. Con todas ellas. Consiguió las tres primeras y faltaba la traca final. La categoría reina. El encargado de defender el orgullo nacional y subir al alto del pódium era Akio Kaminaga.

Akio Kaminaga Imagens e fotografias de stock - Getty Images
Akio Kaminaga

Kaminaga nació en la costera ciudad de Sendai tres años antes del inicio de la II Guerra Mundial. Privado de infancia, no comenzaría hasta la adolescencia tardía a practicar judo. Con celeridad se convirtió en un gran atleta y ganó tres campeonatos nacionales, algo que nunca antes se había hecho. Era el elegido para ganar la primera medalla áurea olímpica en la historia del judo.

Pero, como las cosas no suelen salir como están programadas, Kaminaga sufrió una lesión en el ligamento de su rodilla derecha poco antes de comenzar los JJ.OO. Kaminaga no estaba dispuesto a renunciar a los Juegos y ocultó sus molestias tanto como le fue posible. Su talento le permitió alcanzar la final olímpica yendo de menos a más. En semifinales venció a su oponente en apenas cuatro segundos, una victoria tan rápida que se grabaría en el libro de los récords durante tres décadas.

Parecía pan comido. Pero minutos antes, en la otra semifinal, el otro clasificado había vencido a su contrincante con un ippon en la nada desdeñable cifra de 12 segundos. El rival de Kaminaga sería Anton Geesink.

El neerlandés Anton Geesink era un veterano judoka que por aquel entonces acumulaba 21 medallas de oro en campeonatos europeos. Sobre el papel un rival formidable. Para la afición y los medios nipones un don nadie. Europa era al judo como el agua al aceite. ¿Cómo iba a perder un japonés una medalla de oro en judo?

En realidad Geesink había ganado el primer campeonato del mundo de la disciplina celebrado un par de años antes, pero los japoneses no se lo tomaron en serio. Al igual que hicieron los ingleses con el fútbol durante décadas, los nipones despreciaban los torneos mundiales. Se consideraban garantes de la pureza del judo y no veían interés en participar en torneos con otros países.

Los JJ.OO iban a servir para demostrar la hegemonía de Japón. Aquel 23 de octubre de 1964 se suspendió la actividad en el Parlamento, se paralizó la jornada en las fábricas y aquellos que no tenían aparato de televisión se agolparon en los escaparates de los comercios para ver el espectáculo.

Geesink era un armario empotrado de 111 kilos, frente a los 107 de Kaminaga. Además el tulipán le sacaba un palmo de cabeza al crisantemo. Geesink era una bestia en el suelo. Grande, musculado pero ágil, si te cazaba era implacable. Kaminaga era un relámpago, un dolor de muelas continuo con una técnica exquisita. El combate duró algo más de nueve minutos, hasta que Geesink inmovilizó con una llave a Kaminaga durante más de 30 segundos. Según las reglas si después de medio minuto el judoka no se da zafado de su rival se le da el combate por perdido.

Hubo un silencio sepulcral. Geesink reaccionó con prontitud y desde el suelo indicó a su equipo, extendiendo su mano derecha, que no saltaran al tatami para celebrar la victoria. El público se dio cuenta del detalle de respeto y los más de 15.000 espectadores se pusieron de pie para aplaudir al neerlandés. Fue una ovación emotiva, de profundo reconocimiento, pero irremediablemente breve. Y es que inmediatamente el público se sentó y las lágrimas hicieron su aparición en el pabellón. Los llantos y la pena invadieron el ‘Nippon Budokan’.

Kaminaga.
Respeto

Apesadumbrados por la vergüenza, Kaminaga y los suyos se retiraron a los vestuarios a llorar la derrota. Los cronistas olímpicos que presenciaron el histórico momento comentaron que nunca se ha celebrado ni se celebrará una ceremonia de entrega de medallas tan triste, y, a la vez, tan respetuosa.

Geesink se convirtió en un ídolo en Japón a la altura de las estrellas futbolísticas de hoy en día. Por su parte Kaminaga fue expulsado del equipo nacional y fue repudiado por sus compatriotas. Durante un tiempo se rumoreó que se había hecho el harakiri por vergüenza al haber fallado al emperador y al pueblo japonés. El cuchicheo desapareció unos años más tarde cuando fue rehabilitado por el Gobierno y fue designado el entrenador del equipo olímpico japonés para los Juegos Olímpicos de 1972.

No obstante sí que hubo un suicidio relacionado con esta historia. Por aquel entonces sólo podía ir a los JJ.OO un atleta de cada país en función de cada categoría. Kaminaga fue el elegido para la categoría abierta por delante de Isao Inokuma, un judoka que estaba en mejor forma, pero que pesaba unos 25 kilos menos que su compatriota. La frustración de Inokuma fue tal que se preparó concienzudamente para derrotar a Geesink en el mundial del año siguiente. Dicho enfrentamiento no llegó nunca a producirse, porque el neerlandés, conquistado el oro olímpico, estaba satisfecho con su carrera y anunció su retirada.

Dicen que Inomura siguió entrenándose año tras año con la esperanza de poder combatir algún día contra Geesink y devolver el honor a su emperador. Su tortura derivó en locura, hasta que en 2001 se hizo el harakiri y se quitó la vida.

Archivo:Akio Kaminaga, Anton Geesink, Ted Boronovskis, Klaus Glahn 1964.jpg  - Wikipedia, la enciclopedia libre
Geesink recibiendo el oro

“¿Qué siento al ver a toda esa gente llorando? Soy muy feliz. El judo ha salido de Japón y se va a extender por todo el mundo”. Anton Geesink.

Otros héroes olímpicos

El relámpago humano (Usain Bolt y sus récords sobrehumanos)

El ama de casa voladora (la heroína del atletismo mundial)

Frank Shorter (el hombre que hizo que el mundo corriese)

Vitaly Scherbo (alcohol, extorsión, secuestros, enfermedad y gloria olímpica)

La princesa de los pies descalzos (Guerra Fría, racismo y envidias en Los Ángeles 84)

Un camino iluminado por un gran relámpago (vida y obra de Jim Thorpe)

Black Power (John Carlos y Tommie Smith alzando el puño en México 68)

El rey de la milla (como El Guerrouj se citó con Alá para lograr el oro olímpico)

Tokio 64 (los JJ.OO de Geesink y Kaminaga en dos artículos)


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