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El nacimiento del Angliru. Vuelta a España 1999

El Angliru no era más que un camino de montaña usado desde tiempos inmemoriales para conducir al ganado a tierras altas. Allá, en las cumbres asturianas, el pasto es abundante y pervive húmedo y denso a las inclemencias del tiempo. El Angliru está situado en la sierra del Aramo, un cordal concerniente a la parte central de la Cordillera Cantábrica asturiana, a poco más de 30 kilómetros de Oviedo. Así, sin más, no tiene nada de especial. Pero desde 1999 la Vuelta a España lo convertiría en su cima fetiche.

Desde el inicio de los tiempos el ser humano ha luchado por doblegar a la naturaleza. Egipcios y griegos usaron la arquitectura para domesticarla y buscaron los cielos para contemplarla. Fueron los romanos los que convirtieron las columnas, los arcos y los puentes en una forma de acercarnos a las cumbres, de convertirnos en dioses. Y los dioses siempre han estado en las cimas de las montañas.

El Angliru nació como respuesta a una ausencia de cumbres de tronío en la Vuelta a España. En Francia el Tour cuenta con las fabulosas cordilleras de los Pirineos y de los Alpes, y lo que es aún más importante, con legiones de fanáticos que se agolpan día sí y día también en las cunetas de los colosos de la naturaleza para animar o increpar a los ciclistas. En Italia, el Giro bebe de los Alpes, pero cuenta con los aún más terroríficos Dolomitas y sus cumbres bañadas de nieve cuando a mediados de mayo los ciclistas afrontan picos que superan con creces los 2.000 metros de altitud. El Tour tiene en el Tourmalet y en el Alpe d’Huez sus cimas fetiches. La primera tendida y monótona cuenta con el beneplácito de la historia. La segunda revirada y colorida cuenta con el amor de los ciclistas. El Giro tiene el Mortirolo. La montaña sin igual. La que combina con perfección dureza y longitud. La más temida y respetada por ciclistas de todas partes del orbe.

La Vuelta no tenía nada de eso. En los Pirineos, los franceses se quedaron con la cara más agreste y los españoles con la lozanía. Las cumbres hispanas de los Pirineos no poseen los desniveles salvajes del Tourmalet o del Aubisque, pero sobretodo no tienen el mismo colorido. Alejados de los núcleos de población y sin la tradición excursionista francesa, la Vuelta a España adolece de afición cuando la carrera pasa por los Pirineos. Más al sur, en la sierra madrileña o incluso en las cumbres andaluzas, o bien encontramos subidas amables para un profesional o bien subidas explosivas pero demasiado cortas como para causar fatiga. Es en el cantábrico donde debemos mirar si queremos encontrar a fanáticos del ciclismo. Vetado el paso de la Vuelta a España por el País Vasco en los años del plomo, es en Asturias donde se concentraba la afición ciclista. En 1983 la Vuelta diseño la subida a los Lagos de Enol. La cumbre tenía desnivel y afición y sobretodo bebía de las entrañas del aficionado televisivo, porque tras cruzar Cangas de Onís y justo a pie de puerto estaba la Basílica de Covadonga, lugar sagrado en la aventura de la idea de España.

Aun así los Lagos de Covadonga no se podían comparar con los mastodontes de Tour y Giro. El coloso asturiano únicamente se eleva 1.135 metros sobre el nivel del mar tras 14 kilómetros de ascensión al 6,8 % de desnivel. El Tourmalet es más alto y más prolongado (2.110 metros, 23 kilómetros al 6,4%), el Alpe D’Huez es más exigente y más alto (1.803 metros, 13 kilómetros al 8,1 %) y el Mortirolo aún lo es mucho más (1.851 metros, 12’4 kilómetros al 10,5%). El Tour siempre ha presumido de tener las etapas más duras y las ascensiones más largas. El Giro las pendientes más pronunciadas.

Hacía falta algo nuevo. Y mucho más desde que en 1995 la Vuelta abandonase la primavera para establecerse en el mes de septiembre ante fuertes críticas de público y prensa especializada.

Busca que te busca, Miguel Prieto, un asturiano que ejercía de director de comunicación de la ONCE, puso en conocimiento de Unipublic, la empresa organizadora de la Vuelta a España, de la existencia de una subida de pendientes inimaginables en el corazón de la montaña asturiana, pero tan cerca de Oviedo que sería posible llevar hasta allí a la caravana ciclista. Los técnicos de la Vuelta comprobaron que con una buena capa de alquitrán era posible establecer allí arriba un fin de fiesta, y con el compromiso del Principado de Asturias de asfaltar aquel camino de cabras la Vuelta de 1999 decidía viajar hasta el Angliru.

Dado que la Cordillera Cantábrica no se prodiga ni en altitud ni en la longitud de los puertos había que encontrar una cima que fuese tan dura como el Mortirolo y que fuese al menos tan larga de recorrido como los Lagos de Covadonga. A simple vista el Angliru (1.570 metros, 12’6 kilómetros al 10,1 %) no parece tan terrorífico, pero son los detalles los que marcan la diferencia. El Tourmalet no supera nunca el 13% de pendiente, mientras que el Mortirolo llega a un terrorífico 18%. El Angliru supera el 23% en varios tramos y durante algo más de un kilómetro mantiene una constante del 17,5%.

Los últimos 6 kilómetros son los más duros. Salvo los 400 metros de la meta que conforman una pequeña bajada, es en los 5’4 kilómetros finales donde la pendiente no baja del 13% de desnivel. El punto más duro de la ascensión es ‘la cueña les cabres’ una concatenación de curvas que abraza el 23,5% de desnivel.

—VUELTA A ESPAÑA 1999—

El estreno del Angliru en 1999 coincidió en el tiempo con el cambio en la Vuelta a España del maillot amarillo por el maillot oro. Por entonces la organización buscaba nuevas formas de diferenciación frente al Tour de Francia y se les ocurrió cambiar el amarillo por un ocre que asimilaron como oro. En 2010 a rebufo del triunfo de la selección española en el Mundial de fútbol les dio por mudar el oro por el rojo.

La leyenda del Angliru comenzó mucho antes de aquel mes de septiembre de 1999. Antes de que la Vuelta a España pasara por Asturias las cámaras de televisión y los redactores de prensa se hincharon a hacer reportajes de la subida. Famosos de todo tipo salieron por televisión acometiendo la ascensión. Desde el todavía semidesconocido piloto de carreras Fernando Alonso hasta un camarero que se atrevió a ascender el coloso con una mano en el manillar y con la otra sujetando una bandeja con bebidas. Otros como Pedro Delgado, bicampeón de la Vuelta, declararían que era “el puerto más duro que he subido en mi vida”. Por aquel entonces, mientras el Tour buscaba la moderación para combatir los escándalos de dopaje, la Vuelta a España apostó por la montaña para aumentar el espectáculo y hacer olvidar al espectador las alharacas de la EPO.

La etapa fue programada para el domingo 12 de septiembre y tras salir de León y antes de llegar al Angliru se debía ascender los puertos de la Cobertoría y del Cordal. Para aumentar la epopeya, el 12 de septiembre fue un domingo plomizo y lluvioso como corresponde a las altas tierras asturianas donde la humedad y la frondosa vegetación hace de las bajadas tan peligrosas como las subidas. Como escribió la escritora Lucy Fallon, el interior de Asturias está formado “por pistas angostas y angustiosamente empinadas, bajo la mirada de hermosas y atléticas vacas que se mantienen en pie sobre pastos prácticamente verticales”.

La etapa fue trepidante. Leonardo Piepoli se fue al suelo hasta tres veces bajando la Cobertoria y Fernando Excartín tuvo que abandonar tras caer y chocar contra un guarda raíl. Abraham Olano, por entonces maillot oro, también se fue al suelo en el descenso pero consiguió ponerse en pie y comenzar la ascensión final al Angliru con el resto de favoritos. A inicio de la subida atacó el ruso Pavel Tonkov, que abrió rápidamente hueco y parecía que conseguiría la victoria. A 6 kilómetros de la cima, cuando las rampas pasaban del 18 %, se marcharon solos Roberto Heras y José María ‘Chava’ Jiménez, las dos jóvenes promesas del ciclismo español. En el grupo de favoritos Olano conseguía unos segundos de ventaja sobre el alemán Jan Ullrich.

El ritmo constante de Tonkov se frenó en seco al llegar al último kilómetro y sobrepasar las rampas más duras del 23%. La espesa niebla impedía ver nada a los telespectadores y cuando las cámaras de meta lograron captar la imagen de los ciclistas consiguieron ver al ‘Chava’ Jiménez, que en un esfuerzo sobrehumano lograba alzarse con la victoria para ser el primer ciclista en inscribir su nombre como vencedor en el Alto del Angliru.

La etapa del Angliru fue un soberano éxito. Miles de aficionados siguieron bajo la lluvia la etapa in situ y las audiencias televisivas fueron las mejores del año. El fenómeno traspasó fronteras y en Italia la etapa del Angliru fue más seguida que cualquiera de las del Giro de aquel año. Las imágenes de los aficionados empujando a los ciclistas más rezagados en las rampas más duras quedaron en la retina de todo aficionado al ciclismo.

Olano fue el vencedor moral de la etapa ya que consiguió aventajar en un minuto más a Ullrich y asegurarse el liderato. Gran contrarrelojista pero con problemas en la alta montaña, pocos apostaban por el guipuzcoano, que contaba con la reticencia de público y crítica. En el Angliru dio un paso al frente, pero horas después se sabría que la caída que había sufrido bajando la Cobertoría le había producido una fractura en una costilla. Olano acabaría abandonando días más tarde y Jan Ullrich terminaría ganando la Vuelta a España de 1999 por delante de Igor González de Galdeano y de Roberto Heras. El ‘Chava’ Jiménez, el héroe del Angliru, acabaría en el quinto lugar de la clasificación general.


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