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Unas apesadumbradas líneas sobre el arbitraje

Desconozco si ha hecho más daño Enríquez Negreira al arbitraje o si la responsabilidad del VAR es mayor que la del interfecto que cobraba a sueldo del FC Barcelona. Y me explico. Para el que quiera mirar desapasionadamente esta historia vayamos al trienio ignominioso del Real Madrid, cuando en época de los Galácticos se acumularon tres años sin títulos, algo nunca visto desde tiempos de la Guerra Civil. El Barça apoyó a Ángel María Villar como presidente de la RFEF mientras que el Real Madrid (Florentino) echó los restos por Gerardo González. El Madrid perdió esa batalla y la consecuencia fueron años de trato arbitral sospechoso al que el periodista Alfredo Relaño bautizaría como Villarato. Coincidió esos malos años con dudas y errores que, una vez conocidos los pagos, confirmaron las acusaciones de conspiración provenientes de Madrid. Luego alcanzaría Ramón Calderón la presidencia merengue y las aguas volverían a su causa. Las jugadas fronterizas seguirían existiendo, los de Barcelona echarán la culpa a los de Madrid, los de Madrid a los de Barcelona y los años duros del procés harán de todo un drama. Pero lo cierto es que la mano de Negreira no hay que verla en los años de excelencia prolongada de Guardiola y Messi (campeones sin ningún género de duda), sino más atrás en el tiempo, cuando Negreira mandaba de verdad y Florentino aun no era un semidios y hubo de dimitir en 2006 al haber “malcriado a sus jugadores”.

Ocurre que lo de Negreira forma parte de la inocencia. El fútbol de siempre. El de la calle. El trampas. El de la mano de Dios. A mi Dépor le quitaron una Liga unos maletines. Un quítame allá esas pajas. Guruceta es el nombre del premio que se otorga al mejor árbitro de la temporada ¡A Guruceta lo condenaron por aceptar un maletín del Anderlecht en un partido de Copa del UEFA! ¡Y es el árbitro más reputado de nuestra historia! (y uno de sus linieres era Enríquez Negreira) El fútbol es imperfecto. El fútbol es un juego rural, jugado a lo largo, hacia el horizonte, basado en unas reglas simples y básicas y en el que un juez (el árbitro) determina aciertos y faltas. El baloncesto, su alter ego capitalino, es un juego urbano, jugado a lo alto, hacia el cielo, basado en unas reglas complejas y donde son necesarios interponer dos o tres jueces que dictaminen sentencia. El básket tiene múltiples parones, mientras que el fútbol fluye. Dado que un partido de fútbol puede terminar sin un tanto, la diversión radica en todo lo que ocurre, lícito e ilícito, durante hora y media de juego. En el básket la polémica es secundaria dado que en cada minuto veremos al menos una canasta.

Árbitros caseros, defensas que pegan patadas o delanteros que simulan penaltis forman parte de la imperfección. El VAR es otra cosa. El VAR lo ha jodido todo.

Uno de los motivos del éxito del fútbol radica en su sencillez. Cuando en 1863 se creó el primer reglamento contaba con 18 artículos. Años más tarde sería reducido a 13 y para 1925 estaban establecidas las 17 reglas básicas. Por el contrario, en las últimas dos décadas el número de reglas ha aumentado en más de un tercio. El número fijo para cada futbolista, el gol de oro, el gol de plata, el tiempo exacto del descuento, las manos voluntarias e involuntarias, el aumento en el número de sustituciones, los tiempos muertos en medio de los partidos…Son todo parches que no han producido avances. Desde que en 1992 se les prohibió a los porteros coger el balón con las manos tras el pase de un compañero, no ha habido ningún cambio en las reglas que haya hecho evolucionar al fútbol.

No sólo evolucionar, sino involucionar. A la deidad tecnológica de la modernidad y el progreso había que buscarle un lugar en el fútbol. Ese invento diabólico es el VAR. Se podrá decir que el VAR es una maravilla que reduce los fallos en los penaltis y en los fueras de juego. La realidad es que sólo lo hace en los errores de bulto y, a cambio, enmaraña más el juego, resta autoridad al árbitro principal y hace más soporífero el partido alargándolo innecesariamente. El VAR está alejando de los estadios tanto a los aficionados veteranos como a la Generación Z, a los que no les gusta un juego que cada vez es más lento y cansino.

En Derecho Civil existe la ‘teoría de la interpretación objetiva de la ley’. Se trata de una interpretación dinámica de la ley orientada al sentido que tienen las propias normas en el momento de ser aplicadas. Se basa en la creencia de que la ley, una vez promulgada y en vigor, adquiere vida propia y va conformando su contenido normativo en función de las circunstancias y necesidades sociales…Hagámoslo más fácil. Si no hubiese interpretación no habría ‘una primera vez` o ‘un primer caso’, ni haría falta contratar a un abogado. Sin interpretación, todos los casos serían idénticos. Con interpretación, existen condicionantes. Es más, si no hubiese interpretación no haría falta ni médicos, ni policías, ni profesores, ni jueces, ni periodistas. Cualquiera podría aprenderse la teoría y ejecutarla. No habría falta nadie especializado para interpretarla.

El problema se da en las jugadas opinables, donde la frontera entre el acierto y el error es muy fina. Donde la subjetividad es parte del arbitraje. Es aquel que estudia el reglamento el que tiene capacidad para adaptar la ley al contexto existente.

El reglamento arbitral está lleno de interpretaciones. Decisiones que no debe resolver la inteligencia artificial. En el fútbol, la infracción por tocar el balón con las manos está entre los tradicionales objetos de disputa. En España un pase interceptado con las manos suele ser tarjeta amarilla, en competición europea es raro que eso suceda. Ambas son decisiones correctas. El reglamento sugiere que es el colegiado el que debe interpretar si existe voluntariedad y si afecta al discurrir del juego. Lo mismo sucede con la, ya muy aceptada por el público, ley de la ventaja, acción totalmente interpretativa por el árbitro. Y así podríamos seguir con varios ejemplos más, como el tiempo añadido (el cuarto árbitro dictamina un tiempo estimativo informativo, pero el árbitro principal puede acortarlo o alargarlo a su antojo, por muchas protestas que haya) o el fuera de juego, donde es el colegiado el que tiene potestad para aplicarlo o no aplicarlo en caso de duda.

¿He dicho sugiere? Tendría que haber dicho sugería. Todo esto es pasado.

Diez ojos no solucionan un problema de interpretación. Y 35 cámaras tampoco lo hacen.

Las XVII reglas

El VAR se pensó para cosas gordas. Cosas gordas era un fuera de juego clamoroso, un penalti escandaloso o una entrada con los tacos terrorífica. Desde que entró en cosas menores se ha liado. Y, peor, no todos los árbitros de esa sala maléfica se entrometen en lo mismo. No todos ven las cosas igual, sobre todo las manos, con las que tanto lío se ha armado y que cada verano cambian de criterio. Antes era simple. Mano que va a balón es infracción. Balón que va a mano es involuntaria. Ahora en cada pretemporada se cambia de criterio. Lo mismo sucede con los pisotones, convertidos en chivo expiatorio de una caza de brujas. En las áreas se empuja y se agarra a placer, pero con los pisotones y las manos a los ejecutores de la sala de las mil pantallas se les hace la boca agua. Hay más árbitros de VAR que de campo: 22. No existe arbitraje, sino un pandemónium que convierte este arbitraje a dúo en algo variable e irritante por caprichoso. Estamos peor. Mucho peor.

Tiempos pasados fueron mejores.

Si. El balón es mejor, los campos son mejores, los aficionados también lo son. ¿Los presidentes? Por descontado. ¿La realización televisiva? Por supuesto. ¿Los jugadores? Más rápidos y más atléticos. ¿Los técnicos? Excelentemente mejor preparados. ¡Hasta la corrupción! Se da por hecho que ningún futbolista profesional cobra en B y a nadie se le pasa por la cabeza que un colegiado acepte sobornos en 2025. El fútbol de hoy es mejor que el de antes, salvo en un asunto. Un asunto crucial.

El reglamento y su interpretación. El VAR.

Cuando se empezaba a discutir sobre si VAR sí o VAR no, algunos sostenían que el rechazo procedía de quienes temían que desaparecieran las polémicas, de las que existiría una dependencia morbosa. Con el VAR todo sería cristalino. Una tesis ingenua, de gente ignorante en fútbol. Pues no. Antes, dictaba la norma, en caso de dudas ante un fuera de juego el árbitro daba por buena la posición. ¿Fulanito tiene la pezuña por delante del defensa? Siga el juego. Error inapreciable. Ahora no. Hay que tirar una línea. Si la pezuña sale del mapa, se cancela la jugada. Bueno, antes hay que ver como sigue la jugada, se marca el gol, se celebra, luego se revisa y más tarde se cancela. ¿En caso de duda? Paramos el juego y el VAR decide. No decide, dicen los defensores del bicho. Pero indica. Si tú ante 60.000 gargantas no lo has visto y un fulano sentado tranquilamente delante del televisor te insinúa tu error, ¿cómo narices no le vas a hacer caso? Ahora hay, en la práctica, dos árbitros, el de campo y el de fuera. Guste o no, cada árbitro es un factor de irritación, y ahora tenemos dos en vez de uno. Dos fuerzas que pretenden colaborar, pero que son diametralmente opuestas.

Los agarrones en el área se permiten ya abiertamente, salvo casos de inmovilización extrema. O a los porteros se les deja perder el tiempo a su libre albedrío, nunca se aplica la norma de los seis segundos y el consiguiente castigo con indirecto. ¿Libre indirecto? ¿Alguien recuerda un libre indirecto en la última década? La visión clásica del juego. Eso no existe. El fútbol es simple y sencillo. De ahí su éxito. Ahora no. Se han inculcado mil y una instrucciones estúpidas a los árbitros y se ha perdido la esencia natural del fútbol. No existe el libre albedrío, ni de jugadores ni de árbitros.

Se les ha privado de la facultad de interpretar la ley. Ya no son árbitros. Son marionetas. Donde antes había instinto y dominio de la filosofía de juego ahora tiramos unas líneas con unos muñecos 3D.

Tirando líneas…

Hace un par de años Sergio Busquets dijo aquello de que jugaban a ciegas; que ya no sabían qué es mano y qué no. Nos han quitado la ilusión. Al menos al que escribe. El VAR llegó para remover cimientos. Retocar reglas y enredar interpretaciones con resultado catastrófico. Cada intervención del VAR es un parón y un reinicio. Aumentan los arrebatos y las piruetas. Las celebraciones de gol están untadas de cloroformo.

El fútbol se ha americanizado. Estados Unidos colonizó el mundo libre durante el siglo XX y sólo el deporte resistió a sus cantos de sirena. Unicamente el baloncesto, deporte norteamericano, tiene presencia universal. Se dice que el fútbol no tiene éxito en Estados Unidos por la escasez de tantos. Ocurre que la razón fundamental es que al estadounidense lo que le gusta es el deporte que, a través de la televisión, le permite ejercer de entrenador. Eso es el VAR. Americanizar el juego. Hacerlo netamente televisivo. Es indiferente que el periodista esté en el campo para narrar el choque. Lo hace desde el plató televisivo. Es indiferente que el árbitro esté mal colocado. Llega con que desde el VAR analicen bien la repetición de la jugada. El frame es el nuevo reglamento. El frame es palabra de Dios.

Antes todo era sencillo. Comprensible para un niño o para el adulto que se acercaba por primera vez al juego. Todo ligaba a una lógica natural basada en la regla matriz; prohibido el uso de las manos. A partir de eso, unas faltas graves, sancionables con libre directo, unas leves, con libre indirecto, el fuera de juego, muy entendible si se capta su esencia, y un principio de lealtad al juego y de obediencia al árbitro. Eso, las medidas del campo, del balón, del tiempo y demás, todo bien sintetizado en XIV Reglas de redacción sencilla y traducibles a mil lenguas. Cristalinas, cortas y naturales.

Como explicaba párrafos atrás, el catecismo fue redactado en 1863 y en 1925 se le dio su estructura actual añadiendo la modificación de la regla del fuera de juego. Se pasó de 14 a 17. Las XVII reglas del fútbol. Y no fue una ocurrencia de una mañana. Fueron seis décadas de materia gris.

La regla XVIII era el sentido común.

Eso ya no existe. Se ha perdido para siempre. Las reglas del inglés Stanley Rous son ahora confusas y continuamente manoseadas por burócratas tecnológicos.

Andar con descubrimientos para mejorar el fútbol cuando ya tiene un siglo y medio requiere la audacia del ignorante. Hasta al siempre ilustre Pierluigi Collina, ahora mandamás del silbato, se le ha ocurrido prohibir los rechaces tras penalti. Si es gol, gol. Si el portero rechaza o el balón va al palo, el juego se para y se saca de puerta. Tremenda chorrada. Como el saque de centro para atrás (revisen al Brasil de los 70 y como nada más sacar de centro iban al ataque), el bote neutral alterno tras disputa y gilipolleces varias.

Fútbol moderno

¿Y qué hacer? No lo sé. La tecnología vino para no marchar. Pero la solución sigue estando en mejorar la formación de los árbitros. Se dice que son unos ladrones, que están comprados. No. No es eso. Son malos. Y son humanos. Tienen sus equipos favoritos (como todos nosotros), les aflige la presión y el ambiente, y les afecta la importancia del encuentro y de los jugadores a los que están dirigiendo. Les falta personalidad. ¡Y aún encima tienen a unos colegas intrigando en una sala brumosa llamada VAR!

¡Pueden estar solos! No necesitan ayudas externas. Lo que les falta es profesionalización.

El arbitraje está regulado por la FIFA y sus distintas federaciones. No existe un mercado libre como ocurre con el de los futbolistas. De este modo, las distintas ligas europeas no pueden contratar a los mejores colegiados. Árbitros como el polaco Szymon Marciniak, el húngaro Victor Kassai, el suizo Massimo Busacca o el eslovaco Damir Skomina, todos ellos galardonados con el título de mejor colegiado del mundo, tuvieron que arbitrar en ligas menores. Lo lógico sería que arbitrasen en España, Inglaterra o Italia, con un sueldo millonario que les permitiese dedicarse en exclusiva al arbitraje y sin la sospecha de favorecer a uno u a otro equipo dada su condición de extranjero. Según el CIS el 46% de los españoles son del Real Madrid y el 35% del FC Barcelona. O lo que es lo mismo; 81 de cada 100 españoles son del Madrid y del Barça. O lo que es lo mismo; 8 de cada 10 árbitros tiene un sesgo subjetivo a favor o en contra del Barça y del Madrid. ¿No sería mejor localizar a los colegiados fuera de nuestras fronteras en busca de la imparcialidad?

Esa sí que sería la verdadera revolución del arbitraje y no llenar el terreno de juego de cámaras y de colegiados. Que el VAR se meta en lo gordo y que deje el resto a la libre interpretación del trencilla. Porque a veces da la sensación de que nos olvidamos que el fútbol está pensado para los que juegan y para los que se acercan al campo a verlo y no para los que se sientan en el sofá con el mando en la mano. Esos, aunque ahora ya no lo parezca, deberían ser los menos importantes.

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