El Tour de Trump
A ver. Lo de las bicicletas es una cosa de wokes, ecologistas y comunistas-sandías, ya saben, peludos verdes por fuera y rojos por dentro. En América, en el país más poderoso del mundo, se va en coche. Y en coche grande. Por supuesto. Así que lo del ciclismo y el Tour de Francia y todas esas chorradas, pues va a ser que no. El caso es que sólo en la populosa y soleada California gusta aquello de las bicicletas. Por aquello de darse un paseo cerca de la playa y tal. Para 1984 la ciudad de Los Ángeles acogerá los Juegos Olímpicos por segunda vez en su historia. Si existe lugar ligado al deporte en Estados Unidos es el antiguo pueblo lleno de polvo fundado por misioneros españoles.
Desde los orígenes de los Juegos Olímpicos, allá por 1896, nunca jamás un ciclista estadounidense hubo ganado medalla olímpica ninguna. Ni oro, ni plata, ni bronce. Y eso para el país más poderoso del planeta era una afrenta. Así pues, en 1981, tres años antes de los Juegos Olímpicos de Los Ángeles, se crea un equipo ciclista bajo el patrocinio de 7-eleven, un conocido hipermercado. Su ciclista más destacado es Eric Heiden. ¿Quién es Heiden? Una leyenda. Patinador olímpico que en los Juegos de Invierno de 1980 logra cinco medallas de oro con cinco récords olímpicos. Tras ser considerado el patinador más completo de la historia le da por cambiarse al ciclismo. Se convertirá en campeón estadounidense en 1985 y en 1986 correrá con el 7-eleven el Tour de Francia. aunque deberá abandonar a falta de tres etapas para el final. Ese año se retirará de toda práctica deportiva profesional y terminará sus estudios de medicina para ejercer de cirujano ortopédico y más tarde acceder al cargo de los servicios médicos de los Sacramento Kings de la NBA. Todo un personaje.
Volvamos al asunto. El mejor ciclista de Estados Unidos es un antiguo campeón de patinaje, lo que da una idea del nivel de la iniciativa. Pero el caso es que se producirá el milagro y un integrante del equipo, de nombre Alexi Grewal, conseguirá vencer en la prueba en ruta y colgarse la medalla de oro. Al año siguiente el 7-eleven será un equipo profesional y participará en carreras por toda Europa. En 1986 se convertirá en el primer equipo estadounidense en disputar el Tour de Francia.
La estructura del 7-eleven permanecerá viva cuando el hipermercado abandone el ciclismo y en 1990 el equipo pase a estar financiado por Motorola. Luego se convertirá en US Postal y más adelante en Discovery Channel. Con esa base y esa estructura se formará y triunfará Lance Armstrong, siete veces ganador del Tour de Francia, al que luego le retiraron todos sus triunfos al haber confesado que se había dopado en todas y cada una de sus participaciones.
Pero esa es otra historia ya contada.
Volvamos a 1985.
Es el año en el que el 7-eleven disputa por vez primera el Giro de Italia. Sin que nadie lo espere ganan una etapa y lo hacen con un tal Andrew Hampsten. Al año siguiente compiten en el Tour y el tal Hampsten firmará una muy notable cuarta posición. Ese año gana el Tour el también estadounidense Greg Lemond, quien presumirá de ser el primer norteamericano en vencer en la mayor prueba ciclista por etapas. Lemond se había criado deportivamente en Europa, pero seguía siendo un extraño. La aparición del 7-eleven y sus éxitos hicieron que el deporte de las dos ruedas a pedales se convirtiese en éxito al otro lado del Atlántico. Ese año, 1986, el Tour de Francia se televisó en directo por vez primera en Estados Unidos a cargo de la NBC.
Y fue la NBC la que tuvo la idea. ¿Por qué no llevar el Tour de Francia a Estados Unidos?
La idea era aprovechar el tirón de Greg Lemond, sin embargo, quiso el destino que en una partida de caza su cuñado le endosase unos perdigonazos en la boca del estómago. Lemond se pasó año y medio en blanco y no volvió a la competición hasta finales de 1988. Ese año Andrew Hampsten gana el Giro de Italia con el equipo Motorola. Es el momento indicado para ponerse en marcha.
La NBC necesita una empresa que apueste por el ciclismo. Se busca y se encuentra. La idea nació del periodista de la NBC John Tesh, quien le presentó el proyecto de organizar una gran carrera en Estados Unidos al empresario de baloncesto Billy Packer. Éste último movió la idea entre sus contactos del empresariado de Nueva York.
Y lo encontró.
Es un empresario neoyorkino hijo de escocesa y nieto de alemanes. No le gusta el ciclismo, pero sí que conoce de que va ese deporte y es consciente de la oportunidad de negocio. Acaba de rebasar la cuarentena y cuenta con una trayectoria empresarial sólida tras heredar la empresa familiar que agenciaba su padre. Es especialista en construir, renovar y gestionar torres de oficinas, hoteles, casinos y campos de golf. Es un millonario. Es un yuppie. Un empresario de éxito. La viva imagen del capitalismo.
Su nombre es Donald John Trump.
A inicios de 1989 Trump tiene su primer gran revés empresarial. El año anterior había adquirido una serie de casinos en una decisión que se tornó en fatal. Para poder acometer su pago emitió bonos basura y pronto sus contables le advirtieron que tendría que afrontar una suspensión de pagos. Ante la amenaza de caer en la bancarrota, Donald Trump decidió apostar por el deporte. Y como empresario de éxito, vio en el ciclismo una oportunidad sin explotar. Una vía de ingresos infinita que en Estados Unidos aún era desconocida.
Así que, melena en viento y corbata roja bajo el traje, a Donald Trump se le encarga financiar y diseñar una carrera ciclista que rivalizase con el mismísimo Tour de Francia. Sería una carrera épica, a lo grande, donde obligatoriamente tendrían que estar Lemond y Hampsten y donde esperaba contar con la presencia de alguna que otra estrella extranjera.
Trump invirtió diez millones de dólares en el asunto, cifra considerable en la época, y montó una promoción del evento que entonces fue vista como estrafalaria en Europa. Todo un espectáculo con fuegos de artificio, animadoras y buena comida al estilo Las Vegas. Se disputaría entre el 5 y el 14 de mayo (10 etapas y 1347 kilómetros) de 1989 en plenas fechas de la Vuelta a España y justo antes del inicio del Giro de Italia. Como reclamo para sacar a las vedettes de Europa y llevarlas a Estados Unidos habría una recompensa económica de 250.000 dólares en premios y 50.000 para el ganador, cifra sólo entonces superada por el vencedor en los Campos Elíseos de París.
La primera etapa salió de Albany (Nueva York) y la última fue en Atlantic City (Nueva Jersey) donde Trump contaba con varios casinos. La idea era atravesar las trece colonias originales de Estados Unidos, lugares donde se concentraba la mayoría de población con ascendentes europeos, los únicos con cierta cultura ciclista. Era ese el objetivo primigenio. A medio plazo se contaba con recorrer Norteamérica de una punta a otra. Las banderas, pancartas y demás patrocinios eran minoría frente a los carteles ‘Trump’ con los que se jalonaba todo el recorrido. Los corredores dormían siempre en hoteles de cuatro o cinco estrellas, algo inimaginable en el Viejo Continente. Entre los equipos había primeras espadas caso de Lotto, PDM o Panasonic y también modestos como el Saunas Diana, equipo patrocinado por la mayor cadena de burdeles de Países Bajos.
¿Por qué Tour de Trump? Sobre ello hay dos versiones contrapuestas. La primera es que fueron John Tesh y Billy Parker los que sugirieron a Trump que la prueba llevase su apellido porque eso le daría más publicidad. Se cuenta que Trump se niega y que considera que aquello será llevado en su contra por la prensa, que lo tildará de ególatra y narcisista. Al final, ante la insistencia de los dos colegas, Donald Trump acabará cediendo.
La segunda versión es la preferida por todos. Más que nada, porque conociendo al personaje, es la más creíble. La conversación, entre Billy Parker y Donald Trump sucedió de la siguiente manera, según contaron después varios periodistas.
Parker: La llamaremos Tour de Jersey y luego, al expandirnos, será Tour de Estados Unidos.
Trump: ¿Tour de Jersey? ¿Queremos que acabe siendo la mejor carrera del mundo?
Parker: Sí.
Trump: Entonces no puede llamarse de otra forma que Trump. Podríamos llamarla de otra forma, pero tendríamos menos éxito.
Juzguen ustedes mismos.
Donald Trump proclamó que el maillot amarillo de su carrera no tardaría en ser más importante que el del Tour de Francia. La prensa de la época, que entonces tenía a Trump en el pedestal del éxito capitalista, no dudaba en afirmar con admiración que si al que le gusta el ciclismo se compra una bicicleta, Trump directamente se compra una carrera.
La organización fue un caos. En una de las etapas se olvidaron de cortar el tráfico, por lo que los ciclistas se encontraron con infinidad de vehículos a su paso. Aun con todo, la carrera fue un éxito y el noruego Dag-Otto Lauritzen (ganador de etapa en el Tour y en la Vuelta) se llevó el triunfo y los 50.000 dólares de la época. Por cierto, Trump presentó una querella a una modesta prueba ciclista de Colorado llamada Tour de Rump. Era una prueba humilde, prácticamente una reunión de amigos, pero Trump exigió un cambio de nombre por lo que él consideraba plagio. Su demanda fue desestimada.
Una anécdota mucho más deliciosa tuvo lugar en la etapa contrarreloj. Greg Lemond fue doblado por un desconocido ciclista que llevaba un manillar de triatleta. Lemond quedó impresionado por las prestaciones de ese ciclista y comenzó a interesarse y a hacer preguntas. Apenas dos meses más tarde Greg Lemond le arrebataría el Tour de Francia a Laurent Fignon por únicamente ocho segundos al vencerle en la contrarreloj final de Paris montando un aerodinámico manillar de triatleta en su bicicleta contrarreloj.
Algo nunca antes visto…en Europa.
Al año siguiente el Tour de Trump finalizaría en Boston y, aunque el glamour seguía presente, el dinero comenzaba a escasear. Donald Trump ya estaba oficialmente en crisis y el presupuesto de la carrera se vio altamente reducido. El mexicano Raúl Alcalá ganó esta edición y Trump le entregó un cheque de 15.000 dólares, cifra ostensiblemente menor que la del año anterior, pero lo compensó agraciando al vencedor con un coche y una motocicleta. Todo era pura fachada. No tardaron muchos meses antes de que Trump se declarase oficialmente en bancarrota y se largase antes de que el barco se hundiera.
Fue entonces cuando salió al paso la multinacional química DuPont que se haría cargo del evento desde 1991 renombrándola Tour de DuPont. La carrera funcionaria explotando el éxito de Lemond y la aparición de jóvenes figuras como Lance Armstrong. Hasta 1996 los dos ya citados ganadores del Tour, así como el neerlandés Erik Breukink (subcampeón del Giro y tercero en el Tour) y el ruso Vlatcheslav Ekimov (dos oros olímpicos) vitorearon en el Tour de Dupont. Hasta ahí duró la fiesta. En ese año 1996 John DuPont, el dueño de la empresa, disparaba y mataba a un hombre tras un ataque psicótico. Fin de la partida.
Lance Armstrong, por cierto, además de sus dos triunfos suma diez victorias parciales de etapa, récord de la prueba. Estas victorias en el Tour DuPont son de las pocas que figuran en el palmarés de Armstrong después de que se le anulasen todos sus resultados desde el año 1999, incluidos sus siete Tour de Francia, tras su confesión pública de dopaje.
Los tiempos de Lemond, Hampsten y Armstrong pasaron para nunca volver. Hoy en día el ciclismo estadounidense ya no organiza ninguna gran carrera. Se canceló en 2019 el Tour de California y anteriormente ya habían sido cerrados el Tour de Colorado o la Clásica de Philadelphia. Quien ha vuelto, y hasta en dos ocasiones, es Donald John Trump, cuadragésimo quinto y cuadragésimo séptimo presidente de los Estados Unidos.
“Cuando sea presidente pararé el programa de Irán para fabricar armas nucleares, y no lo haré usando a un hombre como John Kerry. Además de negociar mal, se arriesga a montar en bici con 72 años, se cae y se rompe una pierna. Prometo que yo nunca iré en bici ni pondré en peligro a mi país”. Donald Trump en un mitin antes de las elecciones de 2016 refiriéndose a John Kerry, vicepresidente de Estados Unidos con Barack Obama.
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