Las lágrimas de Martina Navratilova
A finales de los 70 había dos fuerzas extraordinarias en el circuito femenino. Una era Chris Evert. Tenista brillante por su juego de pies desde el fondo de la pista con un potente golpeo en carrera que le permitió ser la reina de la tierra batida. La otra era Martina Navratilova. Jugadora de ataque con un revés a una mano infalible que le permitió dominar el circuito durante una década. Cuando Navratilova restaba al fondo contaba con un revés liftado precioso y si subía a la red utilizaba el revés cortado para cambiar el ritmo de juego. Eran tan antagonistas en el juego como en su vida. Evert era guapísima. Sonrisa perenne, cuerpo perfecto, rubia de bote. Casada con otro tenista de cuerpo escultural. La novia de América. Navratilova no era mal parecida, pero no se ayudaba. De largas piernas, pero de rictus serio, desaliñada y corte de pelo desfavorecedor. Navratilova era checoslovaca. Del otro lado del Telón de Acero.
Sus grandes batallas tendrían lugar entrados los años 80. Antes de eso ya se habían visto las caras en incontables ocasiones. Fueron hasta cuatro finales de Grand Slam con un balance de tres victorias para Martina y una para Chris (al final de sus carreras serán 14 finales con diez triunfos para Navratilova y cuatro para Evert). El tema es que cuando Chris ganaba eran todo elogios y aplausos y cuando perdía también recibía la misma recompensa. Navratilova era la mala de la película. Pero no por mala, sino por fría. Aún por encima el guaperas de marido del novio de Evert le puso los cuernos y el público, que ya adoraba a la novia de América, pasó a amarla.
El caso es que, tras unos excelentes resultados en los años anteriores, la temporada de 1980 fue mala para Martina. No se le ve disfrutar en la pista y su actitud se torna agria en las ruedas de prensa. Se filtra que su mal juego y su mal humor se deben a las presiones del régimen comunista checo que le impiden conseguir la nacionalidad estadounidense. Martina había nacido como Subertova en 1956. Tres años después sus padres se divorciaron y en 1962 su madre se volvió a casar. Martina adoptó el apellido Navratilova del que sería su padrastro, quien también se convirtió en su primer entrenador de tenis. Miroslav, como se llamaba el interfecto, era un gran entrenador y también un acérrimo comunista. Cuando en 1975 Martina viaje por vez primera a Estados Unidos para disputar un torneo decidirá coger un avión sin billete de vuelta. Decide solicitar asilo político y dejar atrás a su madre y al resto de su familia.
Martina llevaba entonces cinco años pinchando en hueso. Debería ser más fácil conseguir la nacionalidad y más para una deportista reconocida como ella, pero desde Checoslovaquia no se lo iban a facilitar. Así que su carácter agrio y sus malos resultados parecían tener causa concreta.
Pero había algo más.
Algo más trascendental.
Martina iba camino de los 25 y no se le conocía pareja alguna. Ni oficial ni extraoficial. Era un ciborg diseñado por los soviets que únicamente se dedicaba al tenis. Hasta que estalló la bomba.
Y menuda bomba.
A inicios de 1981 Martina consiguió finalmente la nacionalidad estadounidense. Para celebrarlo le concedió una entrevista al New York Daily News donde confesó que era lesbiana y que tenía una relación con una mujer. Sin embargo, Martina acordó con el periodista no publicar el artículo hasta que hablase con su pareja y hasta que acabase la gira europea. Entonces, Martina estaba enfrascada en la disputa de Roland Garros y Wimbledon y su idea era que la entrevista saliese a la luz en agosto, antes de la disputa del Open USA.
Fuese por el motivo que fuese el periodista no respetó los tiempos y el mundo descubrió que Martina Navratilova era lesbiana mientras se celebraba el torneo de Wimbledon de 1981.
Fue un shock.
Recordemos que la homosexualidad estuvo penada en Gran Bretaña hasta 1967. Apenas catorce años atrás.
En España se despenalizó en 1978. Tres años antes.
En Estados Unidos hubo que esperar a una ley federal aprobada en 2003.
Faltaban casi veinte años.
En su autobiografía Martina confiesa que de joven sentía atracción por ambos sexos pero que fue al cumplir los 18 años cuando mantuvo su primera relación íntima con una mujer descubriendo que su orientación sexual era lésbica. Confesaría también que había decidido mantenerlo en secreto, ya que pensaba que de saberse eso le habría imposibilitado obtener la nacionalidad estadounidense. De ahí que decidiese salir del armario una vez conseguido el pasaporte.
Inmediatamente hubo reacciones desde Checoslovaquia. Sus padres se sintieron perturbados al descubrir la orientación sexual de su hija. Su padre (padrastro) lo calificó de enfermedad y sostuvo que hubiese preferido que Martina hubiese sido prostituta. Visiblemente afectada, Martina respondió a esas palabras comentando que en Checoslovaquia a los gais se les enviaba a manicomios y a las lesbianas ni se les daba esa posibilidad, porque ninguna lesbiana sería capaz de confesar públicamente sus sentimientos. Se descubría también que la huida de Martina de Checoslovaquia se debía más a temas personales que a políticos.
Así, una tocada Martina se clasifica para las semifinales de Wimbledon. En la final ya espera Chris Evert, quien ha apabullado a todas sus rivales en las rondas previas. Ironías de la vida, Martina se enfrenta en semifinales ante la checa Hana Mandalikova. Pierde el primer set por 5-7 y gana el segundo por 6-4. Comienza el tercero y definitivo y Martina pierde su servicio. Desde ese momento su juego se torna en errático con fallos groseros en cada resto. Su rostro compungido nunca antes había sido mostrado. Otro error le da la victoria a Mandalikova por 1-6.
Es entonces cuando Martina Navratilova se echa a llorar. Lo nunca visto.
Todos los presentes en el All England Club de Wimbledon su pusieron a aplaudir mientras vitoreaban a Martina. Nadie hacia el menor caso a la vencedora. La protagonista era aquella hermética chica. Había asumido el papel de mala ante Chris Evert a pesar de sus numerosos triunfos y ahora una derrota la convertía en querida y amada por el público. Los vítores poco tenían que ver con el tenis. Eran aplausos de aceptación, de respeto, incluso de cariño. Martina nunca había sentido algo así en su vida. Le estaban animando como persona, no como tenista. Nunca se había sentido tan querida.
Semanas más tarde Martina llegó a la final del Open de Estados Unidos. Perdería contra la local Tracy Austin y las escenas de Londres se repitieron en Nueva York. El público ni prestó atención a las dobles faltas de saque que cometió Navratilova durante el choque. No estaban animando a Martina la tenista, ni a la perdedora, ni a la checa, ni a la desertora. Animaban a la persona, a la valiente, a aquella que había decidido abandonar sus miedos y abrirse al mundo. Otra vez hubo lloros y, nuevamente, los aplausos y los vítores a la perdedora superaron con creces a los de la vencedora cuando tuvo lugar la entrega de trofeos.
En los siguientes seis años, de 1982 a 1987, Martina Navratilova ganó un total de 14 Grand Slams de 20 posibles. Sumó 6/6 en Wimbledon, 4/6 en el Open USA y 2/6 y 2/6 en el Open de Australia y en Roland Garros. Se convirtió en la favorita del público tanto dentro como fuera de la pista. Tanto en Estados Unidos como en su Checoslovaquia natal, a donde volvió por vez primera en 1990 tras la caída del comunismo y el restablecimiento de la democracia. Lo hizo como heroína deportiva e icono lésbico.
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