Jean Boiteux (oro a cambio de boda)
Era primavera. Burdeos. Aquitania. Francia. El día amaneció despejado. Tras desayunar el matrimonio se dispersó. No hizo falta ni preguntar. Eran muchos años. Más de medio siglo de convivencia. Monique empezaría con sus quehaceres domésticos antes de preparar el almuerzo. Para Jean tocaba ir al jardín. Le había dicho a su mujer que tenía que podar un par de árboles que adornaban la modesta parcela que rodeaba la casa. Uno de ellos tenía una rama que atentaba con adentrarse en terreno del vecino.
La escalera falló. Jean cayó y allí pereció. Contaba con 76 años de vida. Cuando Monique llegó a su auxilio era demasiado tarde. Lloró a lágrima viva. Habían sido 57 largos y felices años de matrimonio. Un matrimonio que se gestó una gloriosa tarde del verano de 1952.
Un matrimonio que se gestó gracias a una medalla de oro.
Jean había nacido en 1933 en un pueblo marinero cercano a Marsella. Su padre obedecía al nombre de Gastón y su madre al de Bibienne. El padre había sido nadador y la madre no sólo había sido nadadora, sino que había llegado a representar a Francia en los Juegos Olímpicos de 1924 y en los de 1928. Y aún había más. Un tío de Jean también había llegado a ser olímpico. No es pues extraño que en la granja familiar perteneciente a la familia Boiteux se instalase en una de las naves una piscina improvisada donde los cuatro hijos de la familia (Jean incluido) practicasen natación de forma cotidiana.
De los cuatro retoños fue Jean el que manifestó excelentes aptitudes para la práctica profesional. Representaba el arquetipo de nadador moderno con anchas espaldas, cintura de avispa y pies grandes. Con 14 años se unió a su primer club de natación y a los 16 se convirtió en campeón nacional de 400 metros. El cielo era su techo, pero entonces tuvo un accidente de esquí lo que le obligó en los meses subsiguientes a nadar únicamente usando la parte superior del cuerpo. La ironía es que tal esfuerzo hizo que aumentase considerablemente su masa muscular y así, en 1951, con apenas 18 años, batía el récord europeo de 200 y 400 metros y ganaba la medalla de oro en 400 y 1.500 metros en los Juegos del Mediterráneo.
Al año siguiente tocaban Juegos Olímpicos de Helsinki.
Pero entonces apareció Monique.
Monique era preciosa. Sus piernas eran interminables y su sonrisa hacía palidecer a la luz del sol. Monique era de Argel, por entonces colonia francesa, y combinaba la palidez gabacha con la luminosidad africana. Así lo sentía Jean quien quedó perdidamente enamorado. La vida no era sólo entrenar, también era pasear con Monique, tomar un helado con Monique, ir a ver una película con Monique o darle unos cuantos besos furtivos a Monique a la espera de que la Santa Madre Iglesia diese la autorización para conocer cada uno de los recovecos de su fastuoso cuerpo.
Y eso era algo que Gastón no iba a permitir.
El padre de Jean comprobaba que su hijo podría conseguir el sueño familiar en Helsinki. Una medalla olímpica. Y no estaba dispuesto a que su hijo tirase por la borda tantos años de entrenamiento. Estamos en 1952. La autorización paterna para una boda no se torna en indispensable, pero si en muy necesaria.
Así que Gastón es tajante.
O hay medalla de oro o no hay boda.

Antes de jugarse el amor de Monique en menos de cinco minutos, Jean formo parte del cuarteto francés en el relevo 4×200. Salió en la última posta cuando el equipo francés iba en la cuarta posición y logró adelantar al sueco Johansson en los últimos metros para que Francia lograrse la medalla de bronce.
Días después tocaba la final de los 400 metros libres. 30 de julio. El favorito indiscutible es el recordman estadounidense nacido en Hawai Ford Konno. Como segundo espada está el sueco Östrand. Durante la primera mitad de carrera los dos citados marchan en cabeza con Boiteux en un segundo plano. Sin embargo, en el quinto largo de piscina Boiteux pone una marcha más y se sitúa en cabeza. Konno intenta seguirlo en vano mientras Östrand pierde comba con rapidez.
Jean Boiteux logra la victoria estableciendo un nuevo récord olímpico. Consigue el triunfo con 19 años siendo el primer francés en lograr el oro en natación en la historia del olimpismo, hazaña que no volverá a repetirse hasta los Juegos de Pekín más de medio siglo después.
Apenas tocó el muro cuando su padre Gastón, con camisa, corbata y boina, saltó al agua para felicitar con alegría a su hijo, produciendo una imagen icónica que fue capturada por los fotógrafos y circuló por todo el planeta. La imagen pasó a ser portada en periódicos de medio mundo y Coca-Cola pagó por los derechos de la misma para hacer un anuncio televisivo con ella. Lo cierto es que no fue del todo improvisada, dado que Gastón había apostado diez dólares con un fotógrafo a que se tiraba a la piscina vestido si su hijo ganaba la medalla de oro. Fuese como fuese, el momento ha pasado a la historia colectiva del olimpismo.
Al día siguiente Boiteux disputó las series del 1.500 y ni siquiera consiguió clasificarse para la final. Daba igual. Confesaría que no le importaba en demasía. Había ido con un objetivo claro. Un objetivo que iba a mucho más allá de una medalla de oro.

Jean Boiteux se retiraría como nadador en 1961, casi una década después de su éxito dorado en Helsinki. Logró medallas de oro en los Juegos Mediterráneos, pero jamás logró vencer en un campeonato europeo. En los Juegos Olímpicos volvería a repetir experiencia en 1956, no obstante, apenas pudo alcanzar un sexto puesto. Con 19 años había logrado la cima. Había logrado ser campeón olímpico. Jamás pudo igualar ese éxito.
Normal. Jamás volvió a tener motivación igual.
Dos semanas más tarde Jean y Monique pasaban por la vicaría. Decidieron instalarse en Argel hasta que el estallido de la Guerra de Argelia hizo que dejasen la antigua colonia francesa para establecerse en Burdeos donde, una vez retirado, Jean se convirtió en el presidente del club de natación de la ciudad atlántica hasta su fallecimiento. Antes había sido nombrado oficial de la Legión de Honor. En 1990, con 57 años, firmó en un torneo de natación en Burdeos 1’11’’ en los 100 metros libres.
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