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Los límites del ser humano

Los deportes individuales tienen un hándicap frente a los colectivos. Estos últimos representan un sentimiento de identidad unitario a los que jamás podrá llegar un único deportista por sí mismo. Ergo, el llanero solitario otorga un plus al aficionado; no sólo compite contra otros, también lo hace contra el tiempo. La gracia del atletismo o de la natación no sólo está en ganar. La emoción, la leyenda y la atención del público radican en batir récords, acabar con lo nunca visto. Luchar contra la historia. Luchar contra el tiempo.

Hace unos años los científicos del Instituto de Investigación Biomédica del Deporte en Francia aseveraron que en dos décadas, allá por 2030 o quizás 2040, la raza humana alcanzará el límite de sus capacidades fisiológicas. No se podrá correr más rápido, saltar más alto ni ser más fuerte. Se analizaron más de 3000 récords mundiales de atletismo, natación, ciclismo y patinaje y testificaron que entre 1896 (año de los primeros Juegos Olímpicos) y 1968 se superaron frecuentemente y con notable margen las diferentes marcas deportivas. Desde entonces esa diferencia se produce de forma más lánguida y paulatina. Consideraron que a comienzo del siglo XX el ser humano funcionaba con el 75% de sus capacidades fisiológicas frente al 99% de la actualidad. Con estos datos científicos aseveraron que en 2027 sólo se mejoraran las marcas mundiales en un 0,05%. Desarrollaron para ello una curva matemática llamada asíntota que llegará al 100% de rendimiento humano en un cuarto de siglo.

Bajo este prisma se supone que en 2050 tendremos que medir los récords del mundo de maratón en centésimas, los de levantamiento de pesas en gramos y para los 100 metros lisos tendremos que decirle al Iphone 50 que nos calcule los nanosegundos de rigor.

¿Se nace o se hace? A grandes rasgos somos todos iguales, pero unos resaltamos más que otros en función de las barreras genéticas. Ahí se nace. Luego existen diferentes barreras alimenticias, de hábitat, sociales y de entrenamiento. Ahí se hace. La superélite necesita nacer y hacerse, fundamentalmente en los deportes contranatura. En las disciplinas de equipo (fútbol) o cara a cara (tenis) es más importante el hacerse que el nacer. En aquellas contra la naturaleza (atletismo) es más importante el nacer que el hacerse.

Tras casi 150 años de historia del deporte moderno, la evolución y profesionalización de los entrenamientos y de los utensilios de apoyo para la competición ha ido borrando e igualando las barreras del hacerse. Cualquier nadador o ciclista aficionado puede igualarse en alimentación o en régimen de entrenamiento con un deportista de élite. Sólo cuestiones económicas pueden impedírselo, pero el hiperprofesionalizado e hiperpublicitario mundo deportivo es quizás el único ámbito de la vida que puede convertir a un pobre en millonario. Todo ello ha eliminado barreras y facilitando que aquellos dotados genéticamente maximicen su potencial y logren la máxima eficacia en una disciplina.

Según el citado estudio francés, se argumenta que mientras se mantengan las actuales reglas y no se permitan que las drogas aumenten la capacidad de los deportistas y los cuerpos no sean modificados con órganos y músculos artificiales, no veremos más récords del mundo. Pero como siempre el ser humano se guarda la capacidad de sorprendernos y de llevarle la contraria a la ciencia. No estaba previsto un Usain Bolt y apareció. Y otro nuevo aparecerá. Porque el ser humano no es sólo cerebro, también es alma.

Mike Powell saltó 8,95 en 1991 batiendo la legendaria marca de Bob Beamon de 8,90. Inalcanzable. Dicen. Se batirá. Claro que se batirá. Se pasará de los 9 metros. Los velocistas practicaban la longitud en tiempos pasados. La falta de interés del público y su menor repercusión económica han dañado a las disciplinas de saltos y de lanzamientos. Ahora mismo no interesan. Pero volverá su momento. Y un patrocinador sabrá aprovecharlo y exprimir los genes de un atleta que salte más de 9 metros.

Pero hay otros factores diferenciales. Muchos otros que los científicos franceses no valoraron. Ya se sabe que los profesionales del raciocinio se olvidan frecuentemente del poder del corazón.

La cabeza. El deseo. La voluntad. El arresto. La fe. La ambición. La presión. En definitiva, la psicología. Poder con lo que se te viene encima. Tener avaricia por conseguir lo inalcanzable. Y el rival. Sin un rival no puedes exprimir tus virtudes. Sin rival no hay presión ni ambición. Todo gran campeón necesita su némesis, alguien que le lleve al límite.

Y el tercer factor es la suerte. Ante la dictadura de la tecnología nos olvidamos de que el deporte es un juego de azar. Y todo componente de azar se puede preparar y prevenir pero nunca eliminar. Una caída, una lesión, o una enfermedad pueden trastocar años de preparación. Y `un buen día´ puede convertirte en leyenda.

En un simposio celebrado en 1982 la holandesa Wil van Breukelen, entrenadora de natación, afirmó que “las chicas con las uñas pintadas no ganan nunca”. Entendía que ese aspecto revelaba un interés ajeno al deporte que les convertía en débiles. Evidentemente es una tontería. Pero es el aspecto psicológico de la aseveración lo que hay que analizar. Si la chica en cuestión piensa que si pinta las uñas no va a ganar, no va a ganar. Si el deportista está convencido de que si come una barra energética va a ganar, va a ganar. Si está convencido de que si come un pastel de crema va a ganar, va a ganar. La ciencia seguirá avanzando, los entrenamientos mejorando, los genes serán seleccionados y los caballos continuarán ganando y los asnos perdiendo. Pero una cosa debe quedar clara. Si el asno tiene fe posiblemente no le llegue para ganar, pero un pura sangre – por muy pura sangre que sea- si no tiene fe tampoco ganará.


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