Limoges
Bozidar Maljkovic era reacio a irse a Francia. Tras tocar el cielo con la Jugosplastika Split había fichado por el FC Barcelona de donde se había ido por la puerta de atrás. Su idea era pasar un año sabático en Estados Unidos perfeccionando su inglés y viendo técnicas de entrenamiento. Pero por el camino se topó con el ofrecimiento del CSP Limoges. Era un grande en Francia, sin embargo, eso en baloncesto era poca cosa. Limoges era, además, una ciudad provinciana. De apenas 140.000 habitantes, enclaustrada en el interior de Francia, sin vida más allá de la porcelana, Limoges no es que fuera demasiado atractiva. Para un joven Limoges era sinónimo de aburrimiento. Ocurre que allí había dinero. Los propietarios habían hecho una fuerte apuesta por el baloncesto y tiraron de avión privado para convencer a Bozidar Maljkovic de las bondades del proyecto.
Maljkovic aterrizó en enero de 1992 en Limoges, por lo que tuvo seis meses para empaparse de la ciudad, del baloncesto francés y de confeccionar altas y bajas. Solicitó el fichaje de Michael Young, un alero de dos metros que venía de hincharse a meter puntos en Italia. Luego pidió el fichaje del veterano base esloveno Jure Zdovc, quien fue fácil de conseguir dado que deseaba alejarse lo más posible de una Yugoslavia consumida en una cruenta guerra civil. El resto de la plantilla era producto nacional francés. Físico y comprometido. Doce guerreros que obedecían a Maljkovic y se tiraban al suelo si era necesario. El pívot titular era Jim Bilba, quien apenas llegaba a los dos metros de puntillas.
El factor extra era la tranquilidad de Limoges. No había nada que hacer. La ciudad, desconocida para toda Europa, estaba volcada con su club y su coqueto pabellón de apenas 5.000 espectadores. Los jugadores combatían el aburrimiento con largos entrenamientos, la mayoría de ellos por voluntad propia. No es época de Play Station y en Limoges llueve día si día también. En Limoges no hay nadie a las siete de la tarde de un sábado. Es una ciudad maravillosa para jubilarte.
El Limoges había ganado la liga francesa como tantas otras veces y veía como un suceso hercúleo la consecución de la Euroliga. Por eso habían fichado a Maljkovic. Pero no se esperaba mucho. El Limoges perdió sus primeros dos partidos de Euroliga y saltaron todas las alarmas. Maljkovic se dio cuenta de que contaba con dos aleros que eran excelentes cargando el rebote ofensivo. Se trataba de Michael Young y de Richard Dacoury. Tuvo una reunión con el equipo y les hizo ver una nueva forma de jugar al baloncesto.
Se estima que de cada diez posesiones se conseguirá anotar en cinco de ellas. Teniendo en cuenta la plantilla de jugadores atléticos y capaces al rebote, Maljkovic estimó que de los cinco errores previstos sus chicos serían capaces de hacerse con el rebote ofensivo de dos de esos tiros fallados. Son 7 tiros anotados de 10 intentos. Con esos números nadie te gana un partido.
Nacía el basket control.
Tras una década plagada de imaginario ofensivo encabezada por los Lakers en la NBA y por el baloncesto yugoslavo en Europa, el basket entraba en nueva fase donde el físico cobraba una importancia nunca antes vista. En Estados Unidos los Detroit Pistons pusieron el pistoletazo de salida a un baloncesto donde el reloj de posesión se agotaba al máximo y donde la búsqueda del error del rival era más importante que el acierto propio. La tendencia estaba ahí. Pero lo que iba a hacer el Limoges en la temporada 1992/93 marcaría un antes y un después.
Todo el quinteto del Limoges era extremadamente físico. Zdovc quedaba siempre el primero en las pruebas de resistencia en la selección de Yugoslavia. En el Limoges siempre finalizaba el cuarto o el quinto. Todos eran especialistas en el pick and roll, defendían a muerte y corrían y reboteaban cómo si les fuese la vida en ello. Y lo aceptaban. Lo aceptaban porque ansiaban ganar. Y Maljkovic sabía cómo ganar.

Tras pasar segundos de grupo (7-5) al Limoges le tocó enfrentarse a Olympiakos en cuartos de final. El primer partido en Atenas y los dos siguientes, en caso necesario, en Francia. Favoritos eran los helenos a pesar de no contar con ventaja de campo. En el primer choque gana Olympiakos con solvencia gracias a los 27 puntos de Zarko Paspalj. En la vuelta tocó asfixia a la francesa. 59-53 para el Limoges en un duelo durísimo en el que Young anotó 20 puntos con un paupérrimo 5/16 en tiros de campo. En el tercer partido Zdovc anotó un tiro ganador a falta de tres segundos y Paspalj falló el que hubiese sido la canasta de la victoria ateniense a falta de 0’8 segundos para el final. 60-58 fue el resultado final. El Olympiakos había metido 76 puntos por encuentro en la Euroliga y aquí había sumado dos partidos seguidos sin llegar siquiera a 60.
El Limoges se había clasificado para la Final Four y las críticas arreciaron. Tocaba semifinales contra el Real Madrid. Se criticaba ese baloncesto. La distancia entre atacante y defensor se acortó. La agresividad era brutal. Los jugadores del Limoges entraban al estómago del atacante con balón. La prioridad era desgastar al equipo rival y que fallase sus tiros, luego, apoyado por el físico de sus jugadores, intentar anotar una canasta que les diese ventaja y ponerle cloroformo al partido. Posesiones ofensivas en las que se avanzaba a campo contrario andando y no se lanzaba a canasta hasta que quedasen un par de segundos para el final de la posesión.
El Madrid de Sabonis sufrió lo indecible. Apenas anotó 52 puntos y firmó un triste 2/12 en triples. Sabonis acabó desquiciado por la docena de golpes bajos que recibió de M’Bahia y Bilba, pívots que median veinte centímetros menos que el lituano pero que eran un incordio para su cadera y sus tobillos. El Madrid fue incapaz de anotar un mísero punto en los últimos cuatro minutos y el Limoges venció por 62-52 con 20 puntos de Young y 14 de Dacoury.
El Real Madrid había promediado 83 puntos por encuentro en esa Euroliga. Se quedó en 52 en la semifinal de la Final Four.
La final fue contra la Benetton Treviso. Allí jugaba el mejor jugador de Europa. Se trataba del croata Toni Kukoc, quien al acabar esa temporada pondría rumbo a los Chicago Bulls de Michael Jordan. Y defender a Kukoc no era fácil. Nada fácil. El Limoges volvió al basket control, pero Kukoc doblaba el balón a compañeros liberados. A once minutos del final los italianos vencían por 34-43, pero el cansancio comenzó a hacer mella en la Benetton. Cuando quedan sesenta segundos para el fin el marcador es 55-55. Con 59-57 un Kukoc cansadísimo perdió el balón cuando intentaba levantarse para anotar un triple y en la jugada consecuente Zdovc anotaba dos tiros libres que ponían un 59-55 insalvable.
El Limoges era campeón de Europa. Pese a la derrota, Toni Kukoc fue elegido mejor jugador de la final, hecho sin precedentes. El triunfo del Limoges era el triunfo del colectivo. La Benetton anotó 55 puntos en la final. Había promediado 80 tantos en esa Euroliga.
Si consideramos los mejores momentos del deporte francés, y exceptuando las victoria futbolera en el Mundial de 1998 y 2018, el triunfo de Limoges está en el pódium de los mejores momentos galos junto al triunfo del Olympique de Marsella en fútbol y de Yannick Noah en Roland Garros de 1983. Que las victorias del Limoges y del Marsella ocurrieron en ese mismo año 1993 hacen de esa temporada inolvidable en el país del hexágono.
Al Limoges se le acusó de haber traicionado al juego, de llevar la defensa al límite, de apostar por los ataques largos y de destrozar el ritmo a base de faltas. Es cierto. Como también es cierto que Maljkovic había entrenado a Toni Kukoc cuando dirigía a la Jugoplastika y lo había hecho basándose en un primoroso baloncesto ofensivo.
Un equipo con escasos recursos ofensivos y limitado mercado económico había ganado la Copa de Europa. El Limoges dejó un legado de racanería, pero también de lucha, entrega e intensidad nunca antes visto. Dio esperanza a la victoria del pequeño ante el grande. Con la planificación adecuada y un fuerte desarrollo táctico y físico se podría lograr lo imposible.

Tuvieron que pasar seis años para que un equipo volviese a anotar 80 puntos en una final de la Euroliga. La aberración máxima tendría lugar en 1998 cuando Virtus Bolonia se proclamase vencedor al derrotar 58-44 al AEK Atenas. Ese mismo año los Chicago Bulls ganaban el segundo partido de las finales de la NBA dejando a los Utah Jazz en apenas 54 puntos en 48 minutos de juego. Se puede aventurar sin temor a equivocarse que tal registro negativo nunca será superado.
Afortunadamente para el aficionado aquellos tiempos pasaron. Ocurre que eso no es motivo para restarle mérito alguno al milagroso triunfo de un pequeño club del interior de Francia. Al CSP Limoges.
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