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Nadal y el efecto Pigmalión

Cuentan que Pigmalión, rey de Chipre, buscó durante años a una mujer con la que casarse. Obsesionado por la perfección era incapaz de encontrar a la dama elegida, por lo que decidió crear una escultura con la que poder moldear a la mujer perfecta. Una de aquellas estatuas, a la que le puso de nombre Galatea, le pareció tan hermosa que acabó enamorándose de ella. Fue entonces cuando la diosa Afrodita, conmovida por el deseo del rey, dotó de vida a Galatea para que pudiese casarse con Pigmalión.

Los psicólogos dieron en llamar efecto Pigmalión al suceso en el que las expectativas de los demás nos llevan a tener un mejor rendimiento. La teoría fue puesta en práctica hace unos años en un instituto norteamericano. Se seleccionó a un grupo de alumnos al azar y se les comentó a los profesores que habían sacado resultados extraordinarios en unos test de inteligencia. Inmediatamente estos alumnos comenzaron a recibir de forma inconsciente un trato diferenciado, con más atención y paciencia por parte de sus educadores. Al finalizar el año, aquellos chicos ‘normales’ conseguían sacar unas notas elevadas con las que nadie contaba.

Estos mismos psicólogos dieron en llamar efecto Galatea al proceso vivido por el propio alumno. Al explicarles que eran unos alumnos brillantes (sin serlos) y viendo que sobre el agraciado se depositaban altas expectativas, el alumno en cuestión se esforzaba para tratar de corresponderlas logrando unas tasas de éxito académicas más altas a posteriori.

Perdía Rafael Nadal ante Daniil Medvedev. La inteligencia artificial le daba un 4% de opciones de triunfo a un Nadal de 35 años. Open de Australia 2022. 2-6 en el primer set. 6-7 en el segundo. En el tercero era un 2-3 para el ruso y un 0-40 con saque a favor del hijo de las estepas. Y aun así el público seguía expectante. Quizás si estuviese Djokovic delante. Quizás si el rival hubiese sido Federer. Pero no. No era ninguno de ellos. Era difícil. Nunca imposible. Y lo imposible es intrínseco a Nadal. Acostumbrados a lo inhumano, a las remontadas increíbles, todos esperábamos un resultado extraordinario de Nadal. Las expectativas del público provocaron un efecto Pigmalión en un Nadal que acabó llevándose el partido para obtener su 21º Grand Slam por 2-6, 6-7, 6-4, 6-4 y 7-5.

Al vencer en el tercer set, y aun estando dos sets a uno en contra, tanto el público que abarrotaba la pista central australiana como aquellos que veían el partido desde su casa, sabían que el favorito era Nadal. Lo sabía también Medvedev, quien comenzó a cometer errores hasta entonces inexistentes en su juego. Pero, esencialmente, lo sabía el propio Nadal. Rafa sabía las altas expectativas que se cernían sobre su tenis, por lo que se esforzó más allá de sus límites para tratar de corresponderlas. A eso se llama efecto Galatea.

Rafael Nadal ha sido un deportista excepcional catalogado por expertos, aficionados y rivales como uno de los más grandes de siempre y el mejor tenista en tierra batida que ha habido. Pero fundamentalmente ha sido un aglutinador de emociones. Rafael Nadal ha sido y será la antítesis de la cultura de la queja. Ha construido su leyenda sobre una ética de autoexigencia.

La figura de Rafa no se puede entender sin la de su tío Toni. No porque haya moldeado su juego, sino porque ha moldeado su mente. Cuando los padres de Rafa decidieron poner el futuro de su hijo en manos del tío Toni no lo fue porque éste fuese preparador físico, sino porque les prometió educación. Durante años, Toni hacía entrenar a Rafa con pelotas en malas condiciones, en pistas estropeadas y le alargaba los entrenamientos indefinidamente porque le interesaba que fortaleciese su carácter. En cierta ocasión Rafa jugaba un torneo cadete en el que perdía por 0-5 en el primer set. Su tío se acercó a él y se dio cuenta de que tenía la raqueta rota, por lo que tuvo que cambiarla. Acabaría perdiendo el partido por 0-6 y 5-7 aunque, evidentemente, su juego había mejorado. Cuando al finalizar el encuentro Toni preguntó a su sobrino porque no le había dicho que tenía rota la raqueta, Rafa contestó:

“No me había dado cuenta y como siempre estoy acostumbrado a que si pierdo la culpa sea mía no pensé que fuera por culpa de la raqueta”.

Mas deliciosa aun si cabe es la anécdota ocurrida tras ganar Rafa un torneo internacional sub-12. Le quisieron hacer una entrevista y bajó de la habitación del hotel en el que se hospedaba con pantalón corto y chanclas. Su tío le mandó de vuelta a la habitación y le exigió ponerse unas bambas y pantalón largo. Luego, tras la entrevista, viendo que Rafa estaba envalentonado, su tío le recitó el nombre de los últimos veinte ganadores de aquel trofeo infantil.

El joven Rafa apenas conocía a uno de ellos. Y apenas un puñado de aquellos niños habían conseguido llegar al circuito profesional.

Toni y Rafa

De Rafael Nadal Parera se han escrito miles de líneas sobre sus triunfos y otras tantas miles sobre su calidad humana. En las academias de tenis siempre aparece como ejemplo por su actitud, jamás sobre su tenis. Ningún profesor recomienda imitar a Nadal. A inicios de su carrera Nadal jugaba a cuatro o cinco metros de la línea de fondo abusando de fuerza física e imprimiendo un top spin a la bola imposible de replicar. Aquellos esfuerzos hercúleos llevaron a decir que su carrera sería extremadamente corta. André Agassi dijo que a los 25 estaría retirado. No fue así. Nadal ha estado presente en varias generaciones. Fue un rebelde de pelo largo con camiseta sin mangas y ha acabado siendo un dandy de cabeza lampiña entrado en años.

La enseñanza de Nadal viene tanto de sus victorias como de sus derrotas. De sus golpes ganadores, del partido del siglo en Wimbledon 2008 ante Federer o de la interminable semifinal de Roland Garros ante Djokovic en 2013. Mas Rafa también es aquel que se desliza de una rueda de prensa del US Open camino de una silla de ruedas y el mismo que llora tras ganar una medalla de oro y compartir pensión y cama con anónimos deportistas en la Villa Olímpica.

Nadal enseñó que no hay que ser un robot, que se puede ser emocional y nervioso, pero siempre concentrado.

Los tenistas jóvenes no te dicen que quieren jugar como Rafa, sino que quieren ser como él. En un país profundamente fragmentado como es España, cierto filósofo dijo en una ocasión que lo único que tenemos en común los españoles es que cuidamos de nuestros mayores y nos ocupamos de los enfermos. Pocas sociedades contemporáneas lo hacen y, al menos de momento, en la antigua Hispania aún se realiza. A pocos deportistas de élite imaginas pasando tarde de hospital con un abuelo o limpiándole el culo a una anciana madre. A Rafa sí. A Rafa Nadal te lo imaginas.

Nadal

Rafa es 14 veces París. Su esplendor está profundamente conectado al Bois de Boulogne, a la tierra de arcilla de la Philippe Chatrier. Eléctrico, magnético, gladiador incomparable y jugador inolvidable. Sufridor y ganador a partes iguales. Para los tenistas no existen escondites. Los futbolistas cuentan con Japón, Qatar o Estados Unidos. El tenista no. Nadal extendió un cheque contra su cuerpo e igual que brilló en Paris fue en Paris donde lo vimos frágil, débil y quebradizo. Pero que fue mejor; ¿verlo reinar en Roland Garros año tras año o verlo caer de rodillas ante un público entregado que le dirigió una ovación interminable en su último baile? Sólo el simple hecho de poder plantearse esta pregunta demuestra la grandeza del personaje.

Las manecillas del reloj giran incluso para los héroes. Valiente, constante, cercano, humilde, pero por encima de todo ello un extremo competidor. Un sufridor y un icono a base de apretar los dientes. Una figura tan colosal, que a media tarde del mes de junio era capaz de tapar el Sol. Rafa Nadal es el mejor deportista español sin discusión alguna y, aunque no fue tan bello como Federer ni tan perfecto como Djokovic es, sin género de dudas, el tenista que más respingones de asiento ha provocado de un lado al otro del planeta. Al gélido Federer, la aparición de Nadal le dotó de pasión y buen temple. Al compacto Djokovic, sus combates con Nadal le obligaron a ser más versátil y a usar al mismo tiempo la cabeza y la ambición. Para Rafa todo fue fe o resiliencia, esa palabra que en tiempos de secularización ha substituido a la religión. Nadal ha vivido siempre al borde del trastorno obsesivo compulsivo, como Merckx, Ali, Jordan, Phelps o Maradona, pero siempre con una buena cara, un buen gesto y con una sonrisa hacia el respetable.

Hay obras maestras de Nadal. Ante Roddick en la Davis de 2004, Coria en Roma 2005, sus noventa golpes ganadores ante Verdasco en Australia 2009, la final interminable de la misma Australia en 2012 ante Djokovic o la de los lloros de Federer en 2009. Antes de la ya citada de Medvedev en 2022 ya le había levantado un 0-2 en contra al ruso en el US Open de 2010. Fueron 92 títulos en su carrera (22 Grand Slam). Entre rodillas, espalda, pies o muñecas fueron más de treinta lesiones en su carrera. Es el cuajo psicológico le que convirtió en grande a Nadal. Es curioso que una sociedad que ha abandonado la cultura del esfuerzo, donde la abolición al mérito es cotidiana y donde la igualdad está en profundo riesgo, a la altura de 2024 un archimillonario como Rafa Nadal dé un ejemplo de pundonor, épica, sacrificio o empeño. Todo lo que queremos ser, pero no somos.

Y es que no fue ni Djokovic ni Federer. No. Ninguno de ellos fue su máximo rival. Tenía Rafa la mayoría de edad recién conseguida y todavía el casillero de Grand Slam sin estrenar cuando abandonaba en cuartos de final de Estoril por culpa de una fractura de estrés en el pie izquierdo. Müller-Weiss. Ese ha sido su máximo rival. Una enfermedad crónica que deforma el escafoides tarsiano, uno de los huesos situados en la parte media del pie y que es esencial para la movilidad del mismo. Una enfermedad que no tenía cura. Y sigue sin tenerla.

Nadal aprendió a jugar, a ganar y a vivir con dolor. Vendajes, plantillas especiales y cambios en la forma de caminar. Desafió a médicos y también a periodistas. Primero se convirtió en un experto del polvo de ladrillo y luego tuvo que volver a adecuar su tobillo a otras latitudes para poder aspirar a ser el más grande y vencer en pista dura.

E incluso eso no fue lo peor. Hombros, espalda, muñeca, cuádriceps y rodilla. Su peor pesadilla. En 2008, tras ganar un partido épico en la hierba de Wimbledon a Roger Federer, empezó a tener molestias en su rodilla derecha. Tendinitis que se convertiría en rotura del tendón rotuliano y que le mantuvo meses fuera de las canchas. Regresó para ganar Roland Garros al año siguiente, pero iniciando una costumbre que le obligó a seleccionar torneos y a finalizar su temporada en septiembre para ahorrar esfuerzos. La intensidad del mallorquín para golpear cada pelota, para correr cada centímetro de la cancha y para pelear cada punto hasta el final fueron desgastando un cuerpo que al principio parecía indestructible. Sus músculos, sus articulaciones y sus huesos le pidieron decir basta una y otra vez.

Fue entonces que apareció su fortaleza mental, la que le permitió reponerse de cada golpe, reinventarse para adaptarse al tenis de sus nuevos rivales y cuidar y preservar lo mejor posible su físico. Por lo que, si hasta 2014 Rafa Nadal fue campeón gracias a físico, técnica y mentalidad por este orden, a partir de 2016 lo fue por mentalidad, técnica y físico en sentido inverso. Sus brazos ya eran pistones alimentados por la madurez de una cabeza capaz de retomar problemas y contratiempos (desde el divorcio de sus padres, la separación profesional con su tío Toni o las dificultades de su esposa para concebir un hijo).

Así que cuando en 2023 Rafa anuncia que lo único que quiere es pasarlo bien y no lamentarse por haberlo intentado, a nadie debió sorprenderle. Él, y todos, sabíamos que no le daba para más. Ni siquiera en Roland Garros, por mucho que lo deseáramos. Lo inesperado sería que un tipo con una disciplina mental de hierro, con una dedicación espartana y con una capacidad de concentración y superación infinita no lo hubiese intentado. Ha sido un año lleno de frustraciones en los que se ha aferrado por no decir adiós. Al final el adiós ha llegado. Pero ha sido tan precioso el viaje como la agónica conclusión.

No en vano Rafa fue capaz de convertir la agonía en placer.

“Lograr aquello que has soñado te hace feliz, pero, sobre todo, te hace feliz recordar el esfuerzo empleado para lograrlo”. Rafael Nadal.

“Lo que diferencia a Rafa no son los títulos, son sus golpes. Hace golpes que otros no hacen. A veces tengo ganas de saltar la red, pasar al otro lado y chocarle los cinco”. Roger Federer.

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