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Un paseo entre las montañas italianas

Quizás es la gastronomía. Igual es el clima y la diversidad de paisajes. Puede que sea el romanticismo y la sonoridad del idioma. Posiblemente sea la mística del Imperio Romano o la belleza del Renacimiento. Tal vez es el estilo de vida desenfadado y el trabajar para vivir y no el vivir para trabajar. A lo mejor es su fidelidad a la familia y a la amistad o simplemente es que está cerca de todo y lejos de nada. El caso es que nos gusta Italia. ¿A quién no?

Cada rincón de Italia tiene algo que contar y arte para apabullar. Caminar por un pueblo o una ciudad italiana es recorrer en primera persona los designios de la historia. Y sin embargo, cuando se hace hincapié en las bondades del país de la bota siempre se omite una verdad de Perogrullo; Italia es un país de montañas.

Sol y playa. Eso es para muchos Italia. Son poco más de 300.000 kilómetros cuadrados rodeados de cinco mares. El mar Mediterráneo baña todo el país (exceptuando el norte), incluyendo la isla de Cerdeña, pero localmente toma nombres diversos. El mar de Liguria (de San Remo a La Spezia) es de costas altas y rocosas, el mar Tirreno (de La Spezia a la costa de Palermo) no presenta cabos ni golfos en demasía, el mar Jónico (de la costa de Palermo a Otranto) es promiscua en playas largas y llanas y el mar Adriático (de Otranto al golfo de Venecia) es un golfo gigante, estrecho, tranquilo y sin peligrosidad para el navegante.

Italia

Las montañas eran vistas en la Antigüedad como objeto de miedos, intrigas, bestias salvajes y hondas penumbras. Eran obstáculos que separaban pueblos, llamaban a los peligros y dificultaban la agricultura o la ganadería. Grandes y extremas, pobladas por deidades, monstruos y seres sobrenaturales, eran un imposible para el homo sapiens. Con la expansión de las religiones monoteístas, las montañas comenzaron a verse como una forma de unión a Dios. Allí seguían viviendo brujas o demonios, se hacían milagros y se fabricaban mitos, pero también se intentaba llegar a lo más alto posible para comunicarse con Dios. Edificar un lugar de meditación y oración en lo alto de una montaña era la forma más factible de comunicarse con el Altísimo.

Fue con la Ilustración cuando el ser humano cambia su concepción por las alturas. El microscopio, a lo cerca, y el telescopio, a lo lejos, revolucionaron nuestra perspectiva. Con el telescopio también nace la geología. Donde antes la montaña era inmutable ahora se desgasta. La montaña también se pliega y se rompe. Nace entonces la fascinación por la naturaleza. El interés por indagar y descubrir. Lo hará en una época donde el ser humano pasará a ser un animal de ciudad. La tecnología y el urbanismo forja un hombre que convierte en una obsesión dominar la naturaleza y conquistar las montañas. Lo forjará a través de ingenieros, aventureros y deportistas.

Hoy vemos en las montañas libertad, desconexión y un reencuentro con nuestros orígenes. Nuestro yo urbano desprecia a aquel que se gana la vida en el campo, pero anhela la libertad de una vida paradisiaca al pie de las montañas y lejos de los gigantes de hormigón y acero que nos aprisionan a diario. Hoy consumimos montañas de fin de semana, o montañas de verano. No obstante, el anhelo de llegar a lo más alto, de conseguir lo imposible, de acercarnos al infinito, sigue igual de vivo que estaba hace miles de años.

Es Italia un país que no se entiende sin el mar. Mas tampoco se entiende sin las montañas. Exceptuando la llanura del Po, que se puede considerar un terreno tendido, el resto de la geografía italiana es un terreno accidentado de naturaleza escarpada formado por picos de gran altitud incluso en sus territorios insulares.

Al norte Italia está enclaustrada por los formidables Alpes con sus múltiples denominaciones (Marítimos, Ötzales, Dolomíticos, Cárnicos, Julianos…). Con ellos se cierra Italia y hace sus fronteras con Francia, Suiza, Austria y Eslovenia y enclaustra la llanura padana al sur. Después están los infravalorados Apeninos que cruzan la espina dorsal de la península de norte a sur. Y luego tanto Sicilia como Cerdeña plagados de montes y volcanes dormidos.

Trento y Los Dolomitas

Como es bien sabido no existe mayor evento de exaltación de patriotismo, naturalismo y explosión viajera que el ciclismo. La mejor forma de conocer un país es a través de una vuelta ciclista, y son las montañas la salsa y el picante de cada una de las múltiples historias que las laderas escarpadas dejan en el recuerdo colectivo de la comunidad. El trabajo se multiplica hacia el norte, pero toda Italia está plagada de subidas propicias para el sufrimiento y la agonía.

Vamos, pues, de lleno con el ciclismo. Si obviamos el sur del país, menos propicio por simple cuestión orográfica, y viajamos definitivamente a la frontera norte, el compromiso se multiplica exponencialmente. Los Alpes han visto casi tanta historia ciclista como jaleo político, ardor bélico e inestabilidad territorial. Los relatos son interminables en los tres sectores alpinos (piamonteses, lombardos y vénetos), aunque hay subdivisiones mucho más precisas si se quiere. El Giro de Italia se explica alrededor de esta temible cordillera.

En el Trentino están el rey y la reina de las montañas italianas. El Gavia y el Stelvio. El Paso Gavia (19 km al 7,3%) fue concebido en el siglo XVIII como un camino para mercaderes venecianos que desde la ciudad de la laguna hacían parada en Bormio, para luego marchar en dirección a tierras del Imperio Austrohúngaro. El Gavia, a sus 2.600 metros de altitud, no era más que un paso peatonal de carros y cabras hasta que en la década de 1960 se convirtió en una estrecha carretera propicia para las hazañas ciclistas. Son varias las veces en las que la nieve ha impedido ascender el Gavia, dado que en mayo el invierno sigue presente por esas latitudes. En 1988 la gran mayoría de los ciclistas, congelados a causa de una fortísima ventisca, tuvieron que bajar en los coches de sus equipos con la calefacción a máximo gas.

A unos 60 kilómetros del Gavia está el paso del Stelvio (22 km al 7,1%). Digo bien paso y no alto, ya que al igual que el Gavia el Stelvio es un altísimo paso de montaña (2.700 metros de altitud) creado por los hados de la ingeniería. Fueron los austriacos, tras derrocar a Napoleón, los que en el siglo XIX construyeron un paso que uniese la región de Lombardía con el Tirol. Fausto Coppi bautizó para el ciclismo una subida de 48 curvas serpenteantes con unas de las mejores vistas que la humanidad puede contemplar.

Stelvio

Más al este hay otras tres montañas mágicas. El Pordoi (9,4 km al 6,8%), La Marmolada (14 km al 7,9%) y las Tres Cimas de Lavaredo (23 km al 5,1%) en la región del Véneto. Lavaredo es el pico más conocido de los Dolomitas, los tres picos si somos más específicos, ya que la subida está coronada por tres picos rocosos (a 3.000 metros de altura) que conformaron frontera entre Austria e Italia hasta 1919, cuando la zona fue recuperada por los italianos como botín de guerra tras la I Guerra Mundial. Las fortificaciones y los cementerios compiten en fama con las hazañas de Eddy Merckx, que se dio a conocer al mundo en Lavaredo una tarde de 1968. Por último, y ya cerca de Eslovenia, está el Zoncolan (10 km al 12,1%), mientras que 500 kilómetros al oeste, en la frontera suiza, destaca el Mortirolo (12,5 km al 10%) o en la frontera francesa el Agnello (31 km al 5,60 %) una bestia a 2.800 metros de altura cuyo clima lo hace casi siempre impracticable para el ciclismo, pero que forma parte de la historia europea por ser el lugar por donde se cree que Aníbal y sus elefantes cruzaron para desafiar a Roma en el siglo III a.C.

De todos ellos el más mítico para el Giro de Italia es el citado Mortirolo, en los Alpes lombardos. Una vía de cabras estrecha y de pendiente desproporcionada con un perfil brusco y angosto donde Miguel Induráin comenzó a perder el Giro de 1994 tras desfondarse subiendo sus rampas para luego reventar remontando el Valico de Santa Cristina ante Eugeni Berzin.

Esas terribles montañas desahogan sus lágrimas en los fastuosos lagos que hacen del recorrido que va de Verona a Varese uno de los más hermosos del planeta. Desde que en 1948 fue proclamada por el Papa Pio XII como Patrona del Ciclismo todo ciclista debe ascender y visitar el santuario de Madonna del Ghisallo (9,4 km al 6%) y luego poner a prueba sus piernas en el corto, pero brutalmente empinado, Muro di Sormano (1,7 km al 17%) siempre a los pies de los citados lagos.

Tras ese continuo discurrir de montañas por el norte de Italia el valle del Po hace su aparición. Regado de agua, ideal para cultivar, industrial y próspero, marca la división entre dos Italias totalmente diferentes. A partir de ahí, el país se convierte en un continuo de playas y de mar dividido en dos vertientes por los Apeninos, una cordillera que parte por la mitad a Italia. Al oeste el mar Tirreno vive a espaldas del Mar Adriático enclavado al este. Ambos plagados de ríos cortos, colinas dentadas y picos imponentes. Eso es lo que nos espera. Y en el centro de todo ello, los Abruzzos. El techo de esta larga cordillera.

El Blockhaus (30 km al 6,5%), paralelo a Roma, pero próximo al Adriático, impone con sólo nombrarlo. El nombre es germánico y significa casa de piedra, dado que en lo alto de la cima (2.145 metros) se localiza un fuerte de piedra que mandó construir un comandante austriaco durante las guerras de unificación del siglo XIX. Desde su alto se ve con facilidad el mar y desde allí Eddy Merckx sufrió una de sus pocas derrotas ante el asturiano José Manuel Fuente.

Mas al norte está el Gran Sasso, una burrada de 45 kilómetros al 3,9%, quizás no muy duros, pero si extenuantes. En 1999 un Marco Pantani avasallador sepultaría a todos sus rivales. El Gran Sasso (gran piedra) es una preciosa subida de lagos y piedras blancas, la más alta de todos los Apeninos y el lugar a donde los Aliados llevaron preso a Mussolini durante la II Guerra Mundial antes de que un comando de las SS liderado por Otto Skorzeny lo liberase y lo transportase junto a Adolf Hitler. Está zona es conocida como el pequeño Tíbet y está poblada de idílicos valles y múltiples hoteles. El Gran Sasso es venerado por los amantes de los deportes de invierno del sur de Italia.

Gran Sasso

Y eso que en el sur hay montañas. Volcanes dormidos que esperan agazapados a que los ciclistas coronen su cima. Cerca de Nápoles está la subida a Ercolano (13 km al 7,4%), mas conocida por todos como el monte Vesubio. Cerca de tres millones de personas desafían a la muerte asentándose a sus laderas con la esperanza de no ser una nueva Pompeya. Pero no hay que viajar a la época romana para revivir una desgracia. En 1944 el Vesubio hizo capitular a la villa de San Sebastiano (2.000 habitantes) y de paso a 88 bombarderos norteamericanos que dormitaban a la espera de ser lanzados contra la Alemania nazi.

Ya fuera de la bota italiana, cruzando el estrecho de Messina, nos encontramos con Sicilia. Allí mueren los Apeninos para nacer los Sículos, que convierten a la isla en montañosa y árida. Nos aguarda el Etna (14 km al 7,2%) el otro gran volcán italiano. Su pico, al que es imposible acceder, está a 3.300 metros de altitud, a escasos kilómetros del mar. El Etna es gigante. Cubre un área de cien kilómetros y según la tradición es la boca del mismísimo infierno. A diferencia del Vesubio el Etna ha sido más magnánimo con el homo sapiens, aunque sus erupciones son mucho más frecuentes que las de su homologo napolitano.

“Si no escalas la montaña, jamás podrás contemplar el paisaje”. Pablo Neruda.

“Los hombres se acercan para admirar las alturas de las montañas, las poderosas olas del mar, la amplia extensión de los ríos, el circuito del océano y la revolución de las estrellas. Lo hacen, pero nunca lo consideran”. Petrarca.

Otras historias sobre el Giro de Italia

El secreto de Gino Bartali (el Schindler de la bicicleta)

La maglia nera (Luigi Malabrocca y su lucha por ser el último)

El divorcio de Fausto Coppi (el mito sobre la bicicleta y fuera de ella a través de dos artículos)

El nacimiento del Caníbal (cuando Eddy Merckx se dio a conocer en dos capítulos)

Induráin contra la Santa Alianza (cuando los italianos intentaron que Induráin no ganase el Giro)

Pantani (la vida sin paracaídas de Il Pirata a través de dos artículos)


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