Amstel Gold Race. Guía de viaje
Son 17 millones los habitantes de los Países Bajos y son 23 los millones de bicicletas que pululan por sus calles y caminos. Son 1’3 bicicletas por habitante, por los 0’8 de Dinamarca y los, más que respetables pero inferiores, 0’6 de Japón. Ámsterdam es el paraíso de los ciclistas. Cuentan con aparcamientos de varias alturas para hacer dormitar a la burra. En las carreteras la preferencia es para la bicicleta. La cultura ciclista ya era existente antes de la II Guerra Mundial, aunque su cristalización se dio tras la crisis del petróleo de 1973 que trajo consigo un fuerte impulso público para el fomento del ciclismo.
Países Bajos, que geográficamente supera por poco el nivel del mar y cuyo punto más alto rebasa con dificultad los 300 metros, es un país loco por el ciclismo. Pero no contaba con una carrera de renombre. No es un país de gran extensión como Francia, Italia o España, los tres tenores del ciclismo, pero tampoco cuenta con la literatura y la épica de Bélgica, su mal avenida vecina. Hasta Suiza presumía de pruebas más respetadas en la historia del ciclismo.
En 1966 hubo ganas de cambiar con eso para siempre.
La Amstel Gold Race no tiene la dureza de la Lieja-Bastogne-Lieja, ni la mística del Tour de Flandes, ni es desgarradora como la Paris-Roubaix. No. La Amstel Gold Race es la menos esplendorosa del triodo de clásicas de las Ardenas, y, sin embargo, es al mismo tiempo la más bella. La Amstel Gold Race es la mayor carrera ciclista de Europa. Cerca de 20.000 cicloturistas compiten el día anterior por las mismas calzadas que serán invadidas por los profesionales al día siguiente. Son cerca de 260 kilómetros, 17 muros y 3.500 metros de desnivel asaltados por deportistas de todos los rincones del continente. Y con ese mismo entusiasmo, y con cerveza en mano, todos ellos se unirán a transeúntes, vecinos y nativos para, a golpe de cuneta, rendir pleitesía a los esforzados de la ruta. No existe prueba de un día con un ambiente tan perfecto como el de la Amstel, donde todo ocurre en una circunferencia de 40 kilómetros de diámetro. No existen los atascos, profesionales y aficionados conviven codo con codo y fiesta y pedaleo permanecen unidos e indivisibles para siempre.
Fue Herman Kroft el que ideó la carrera. Kroft era el director del equipo ciclista Amstel, la cerveza que toma su nombre del río que discurre por la bella Ámsterdam. Hoy propiedad de Heineken, en su día Amstel fue la primera cerveza en usar la lata con envase o la primera que utilizó una botella sin abridor. El caso es que Kroft tenía entre ceja y ceja la creación de una carrera ciclista de corte internacional en los Países Bajos. Convenció a Amstel de la idea y la marca cervecera abandonó el patrocinio de un equipo ciclista para dar su nombre a una prueba de un día con salida en Maastricht. Era 1966.
Porque es entre Maastricht y Valkenburg donde se disputa la Amstel Gold Race. Un paseo por Limburgo, la región más meridional de los Países Bajos, una lengua de tierra encajonada entre Bélgica al oeste y Alemania al este. Se trata de un cumulo de curvas y continúas subidas y bajadas donde es ejercicio complicado encontrar una recta camino del horizonte. La Amstel es la primera del tríptico de las Ardenas. La antesala de la Flecha Valona y de la fiesta final de la Lieja-Bastogne-Lieja.
La carrera nace en Maastricht, centro de Europa, ciudad que forma un hinterland propio junto a Lieja y Aquisgrán. Tres países distintos a treinta kilómetros de distancia. Así Maastricht no es neerlandesa. Es la ciudad menos nórdica de los Países Bajos. La buena cocina y la moda salpican las esquinas de sus calles de realengo. Es Maastricht ciudad fundada por los romanos y cuenta con el puente y la iglesia más antigua del país. La Basílica de San Servando es venerada por la cristiandad por estar allí sepultado el hombre que convirtió a los germanos. Es Maastricht también Mastrique, la ciudad saqueada e incendiada por Alejandro de Farnesio, cuando aquellas tierras nombraban a Dios para sostener guerras en las que primaba el dinero. Y es Maastricht la ciudad donde una bala de mosquete desgarró la garganta del conde D’Artagnan, teniente de mosqueteros de Luis XIV y que luego fue mitificado por Alejandro Dumas, aquel hijo de una costurera negra que consiguió tener a la élite francesa a sus pies.
Maastricht coge su nombre del río Maas, Mosa en castellano. El trazado cabalga hacia el norte siempre bordeando el Mosa, la arteria comercial más importante de la Edad Media. Por el camino está Meersen, donde los hijos de Carlomagno dividieron el reino de su padre en tres partes creando formalmente Francia y Alemania. En el medio de los dos colosos quedó el heredero más débil y su legado ha sumido a Europa en guerras y disputas hasta que en 1992 se firmó el Tratado de Maastricht que unió a los europeos a fuerza de billetes. Es en el Mosa, en Maastricht o en Eisloo, donde está la frontera del Sacro Imperio Romano Germánico y donde los alemanes lloran en su himno la perdida de Alsacia y Lorena tras la Paz de Westfalia de 1648.
Siempre bordeando el Mosa, y tras cruzar el puerto interior de Stein, se da por finalizado el desafío a Bélgica y se llega a Sittard, donde se gira bruscamente hacia el sureste. A partir de ahí toca disfrutar de Limburgo. Los cien primeros kilómetros son tramos de fácil pedaleo. Tiempo de fotos por la campiña neerlandesa siempre y cuando el agua no haga acto de presencia. Bellas colinas, sorprendentes aldeas, granjas de entramado de madera, ermitas campestres y castillos medievales. Paisaje verde, salpicado de arroyos y milenarios depósitos de carbón. No olvidemos que estamos en uno de los lugares donde se inició la Revolución Industrial.
Poco a poco el camino se vuelve más complejo. Siempre sin grandes desniveles, pero nunca con descanso. En Simpelveld se encuentra la iglesia de San Remigio, obra culmen del catolicismo de perfecta piedra blanca. Justo después está Nijswiller, cuyo castillo era lugar de descanso para los católicos antes de adentrarse en tierras protestantes. Estamos llegando al centro de Europa y, aunque no cruzaremos la frontera alemana, sobre nuestras cabezas siempre se proyectará la sombra de Aquisgrán, desde cuya catedral la tumba de Carlomagno vigila nuestras pedaladas.
El trazado está acicalado por diferentes cotas que varían edición tras edición, aunque muchas de ellas son de obligado cumplimiento. Está Cauberg (1.200 metros al 6%), Kruisberg (700 metros al 7%) o Bemelerberg (1.000 metros al 4,4%) está ultima, más llevadera, a un paso de la línea de meta en las últimas ediciones. Tradicionalmente la carrera se decidía tras el ascenso a Cauberg y llegada a destino, aunque en los últimos años la línea de meta espera tras descenso de la misma. Sin embargo, la rampa más dura de la Amstel Gold Race es Keutenberg donde se llega al 22% de desnivel.
Pero no adelantemos acontecimientos. Con unos 170 kilómetros sobre las piernas llegaremos al lugar donde se unen la frontera de Bélgica, Países Bajos y Alemania. Vaalserberg es una colina de 321 metros de altitud que domina los tres países. ‘Drielandenpunt’ en neerlandés. A partir de entonces comienza la traca final.
Luego la carrera puede adentrarse hacia el sur o dirigirse directamente hacia el oeste buscando Valkenburg. Según el año la idea de la organización es diferente. Lo que nunca cambia es el paisaje. Castillos, granjas de vacas frisonas y casas de madera. Bucólico, Limburgo ofrece reposo, descanso y buena cocina a escasas dos horas para los habitantes de las ajetreadas Ámsterdam, Rotterdam o Eindhoven. Limburgo se conoce en los Países Bajos por ser la meca de la buena vida. Cervezas artesanas, espárragos, estofado de carne de caballo y el ‘Limburgse vlaai’, una tarta rellena de manzana, cerezas o albaricoque.
A 20 kilómetros, ya enfilada la recta final de la prueba, aparece Eys, conocida como la Toscana de Limburgo, y en cuya colina (1.100 metros al 8%) los ciclistas lanzan sus ataques cada mes de abril mientras que al llegar el verano los lugareños intentan hacer lo mismo con un saco de 100 kilos de arena sobre los hombros. Así es desde 1956 y el ganador es el rey de las fiestas del pueblo. Los falsos llanos post Keutenberg (22%, la colina más empinada de los Países Bajos) permiten llegar a Valkenburg antes de afrontar la llegada a Cauberg. Por entonces no existe bar en la zona cuyos aledaños no estén repleto de aficionados colmados de cerveza.
Valkenburg es una pequeña ciudad de vacaciones. Lugar de descanso desde que en el siglo XIX apareció en su vida el tren, cuenta con cuevas prehistóricas, hoteles neoclásicos, teatros al aire libre y catacumbas como las romanas. Molinos de agua, casas señoriales o modernos parques de atracciones la convierten en ideal para el verano, aunque su día grande es en primavera. Es en Valkenburg donde se decide la Amstel Gold Race y son las ruinas de su castillo las que dan la bienvenida al ganador de la carrera de la cerveza.
Pero antes de afrontar el kilómetro y medio a toda velocidad por las calles de Valkenburg tras 260 kilómetros de esfuerzo, los ciclistas deben desafiar la subida al cementerio de la ciudad, situado en el alto ya referido de Cauberg (1.200 metros al 6 %). Es en Cauberg donde en los últimos años los ciclistas dan el golpe de efecto, aunque Jan Raas solía hacerlo mucho antes. Raas se convirtió en uno de los clasicómanos más laureados y temidos del pelotón mundial a caballo entre los 70 y los 80 venciendo consecutivamente en tres ediciones de la Amstel Gold Race, que ya entonces se conocía como Amstel Gold Raas. Fueron cinco entorchados en total a lo que añadió una victoria en el Mundial de 1982 con final en su, para él conocidísimo, Valkenburg.
Fue sin embargo Eddy Merckx, cómo no, el que le dio renombre a la prueba. Hasta entonces la Amstel Gold Race no tenía sitio fijo en el calendario y cambiaba continuamente su lugar de salida y llegada. Los organizadores prometieron una cifra desorbitada al Caníbal si vencía en la Amstel. Era 1973. Lo hizo con tres minutos de ventaja sobre el segundo y repitió triunfo en 1975. Aquello puso en el mapa a una carrera que tras Jan Raas tiene al belga Philippe Gilbert (4) como el ciclista más laureado. A día de hoy ningún español ha salido triunfante de la Amstel Gold Race, incluido Alejandro Valverde, quien ganó cinco veces la Flecha Valona y cuatro veces en Lieja, pero fue incapaz de vitorear en tierras neerlandesas.
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