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¿Por qué en la NBA se juegan playoffs?

Cuando la primavera muere y el verano acecha los playoffs de la NBA alcanzan su esplendor. Los playoffs son una figura deportiva intrínseca a la mentalidad norteamericana y, aunque para nosotros está asociada al baloncesto, los encontramos en cualquier otro acontecimiento deportivo con sello estadounidense. Sea fútbol americano, béisbol o hockey, las eliminatorias para decidir al campeón otorgan drama a un espectáculo ya de por si agonístico.

La existencia de los playoffs se remonta al inicio del deporte. La vasta extensión de Estados Unidos y Canadá hizo obligatorio dividir por territorios a los distintos equipos profesionales de ambos países. Las divisiones comarcales no permitían establecer un campeón nacional y se antojaba imposible instaurar una liga que cubriese semana tras semana los más de 4.000 kilómetros de distancia entre la Costa Este y la Costa Oeste de Norteamérica.

La solución consistió en dividir Estados Unidos por divisiones geográficas. Cada división en la NBA (hoy son seis) contaría con unas franquicias (hoy son cinco) que se enfrentarían entre ellas para lograr un primer puesto que les permitiese disputar unos playoffs por el título contra otros campeones de división. Al hacer esto se reducen los costes de los viajes y se gana en intensidad y dramatismo.

Choca esto con la mentalidad del Viejo Continente. El deporte europeo se basa en tres tipos de resultados: victoria local, empate y victoria visitante. De igual modo, cuando existe un torneo de eliminatoria directa se establece un sorteo. Dicho sorteo funcionaba como una lotería donde el azar hacía su aparición. Solo en tiempos modernos e, influido por la tendencia estadounidense, se establecieron los condicionantes y los cabezas de serie. En el Nuevo Continente toda liga sirve como un proceso de selección natural en el que los mejores se clasifican para un torneo final eliminatorio donde los cabezas de serie se eligen por el porcentaje de victorias.

En la opinión del que escribe esta diferencia radica en el concepto de justicia. Para un europeo el resultado de una liga regular demuestra quien ha sido el mejor a lo largo de un recorrido, quien ha sido el más fuerte a lo largo de una temporada. Esto implica que los mejores ganarán, pero, por un sentido de justicia y caridad, deben existir otros torneos donde el débil tenga su oportunidad. En las eliminatorias (copas) el azar sirve como balanza de la justicia que demuestra que, aparentemente, todos somos iguales. Es como el pan de los pobres que mantiene la ilusión de la felicidad.

Para un estadounidense no existe sentido de la justicia que pueda hacer creer que los últimos clasificados de una liga merezcan tener alguna opción de victoria. Sin embargo, crean ligas que irremediablemente cuentan con ‘playoffs’ por el título para demostrar que la justicia es igual para todos. Los mejores siempre parten con ventaja, pero deben demostrarlo, tanto a la larga como en las distancias cortas. Aquí el que manda juega con las cartas marcadas, pero siempre tiene que jugar. La justicia es igual para todos. La incertidumbre del resultado, y he aquí el quid de la cuestión, es mayor en el deporte norteamericano, aunque la sensación para el aficionado es que es mayor en el deporte europeo.

Al principio las series de playoffs estaban reservadas a cuatro equipos. El meollo del deporte norteamericano se concentraba en las 13 colonias originales y se extendía más allá de los Apalaches hasta los Grandes Lagos. Por el medio la nada, pero a lo lejos, muy a lo lejos, quedaba el interesantísimo mercado de California. La pujanza de ciudades como San Francisco y Los Ángeles y la expansión de los vuelos comerciales obligaron a crear la Conferencia Este y la Conferencia Oeste y dividir el pastel en dos mitades.

De este modo, los equipos de una misma división juegan cuatro veces entre ellos, entre tres o cuatro veces contra otras divisiones de una misma conferencia y dos veces al año contra los de otra conferencia para completar un total de 82 partidos de liga regular de la NBA. Por poner un ejemplo, los Boston Celtics juegan cuatro veces por temporada contra los New York Knicks (350 km de distancia), tres o cuatro contra los Chicago Bulls (1.500 km de distancia) y dos veces frente a Los Ángeles Lakers (4.800 km de distancia). Dado que los Celtics optan a enfrentarse a Knicks o Bulls en playoffs, el número de desafíos puede llegar hasta la decena en una temporada. Mientras, Celtics y Lakers sólo podrían ampliar sus duelos en una hipotética final de la NBA. Este sistema fomenta las rivalidades regionales y hace mucho más interesantes y especiales los duelos contra equipos de otras latitudes.

Si bien la división geográfica ha variado con el paso del tiempo, lo que nunca lo ha hecho es el número de partidos para decidir el campeón. Son más de 75 temporadas desde del nacimiento de la NBA y son los mismos años del alumbramiento del ‘game seven’, las dos palabras más hermosas del deporte norteamericano. Si bien las primeras rondas llegaron a jugarse al mejor de tres o de cinco encuentros, el choque decisivo por el título siempre se ha decidido al mejor de siete partidos.

Desde 2003 las cuatro rondas (primera ronda, semifinales de conferencia, finales de conferencia y finales de la NBA) se juegan al mejor de siete, por lo que cada año tenemos hasta 15 opciones diferentes de llegar a un séptimo partido. Todas las franquicias de la NBA han jugado un ‘game seven’ y los Celtics, como no, tienen el récord de triunfos en el instante decisivo. Michael Jordan sólo jugó tres ‘game seven’ y ninguno de ellos en las finales de la NBA. Lebron James se llevó el título en 2016 tras remontar un 1-3 por vez primera en la historia tras un agónico séptimo partido. Y Bill Russell jugó diez y ganó los diez, incluyendo el séptimo partido de la final de 1957 que los Celtics ganaron a los Hawks tras dos prórrogas, hecho inaudito hasta la fecha.

Remembering Bill Russell's 1954 record-setting performance at Mackay  Stadium | Nevada Sports Net
Russell, el señor de los anillos

Las rondas de playoffs al mejor de siete encuentros se juegan en formato 2-2-1-1-1 siendo los dos primeros partidos en casa del mejor clasificado y el último, si fuese necesario, también. Entre 1984 y 2013 el formato de las finales NBA cambió a 2-3-2 emulando el usado en la NHL (hockey sobre hielo), para luego recuperar el tradicional. Se dice que ganar el tercero es clave y que el que se pone 3-2 a favor en el quinto es virtual campeón. La estadística también confirma que un 2-0 o un 3-1 es definitivo, aunque el deporte vive de la épica. Y la épica nace al quebrar lo cotidiano.

Nunca un equipo ha remontado un 0-3 en contra. Existen un par de casos en la NHL, pero ninguno en la NBA. Tan solo existen tres casos de un 0-3 que se convirtió en un 3-3 para acabar muriendo en el séptimo decisivo. Una serie entre Jazz y Nuggets en 1994, otra entre Mavericks y Blazers en 2003 y la final de la NBA de 1951 cuando los Knicks remontaron a los Rochester Royals (hoy Sacramento Kings) para claudicar en un doliente ‘game seven’.

Aquella de 1951 fue la primera final de la NBA decidida en un ‘game seven’. Hasta la fecha, 19 campeones se han decidido en el definitivo ‘win or go home’. Icónica fue la victoria de los Knicks con un Willis Reed a lo Cid Campeador en 1970, la victoria de Bird contra Magic en 1984 o el último Lakers-Celtics en 2010. Pero nada igual como la ya comentada remontada de los Cavaliers de Lebron en 2016 ante Golden State Warriors que aquel año había logrado el récord de victorias en temporada regular (73-9).

Aunque a Europa le costó en un principio, los playoffs pronto se convirtieron en norma en el baloncesto FIBA. No sólo en el baloncesto, sino también para el béisbol o el hockey sobre hielo, éste último con abundantes seguidores en Europa del Este. Para los deportes creados en la vieja Europa los playoffs no son una opción. Alguna liga de fútbol menor como la belga los usa sin demasiado éxito y en las ligas mayores ni se plantea. Hubo un intento a mediados de los 80 en España que acabó con la paciencia de hasta los más calmados y que posee materia para un largo artículo.

Sin embargo, el problema de las distancias no es ajeno a Europa. Las primeras competiciones deportivas (pongamos por caso el fútbol) se disputaban en torneo de copa ante la imposibilidad de cubrir grandes distancias semanales para implantar una liga. Inglaterra, pequeña e industrializada, pronto lo solucionó gracias al ferrocarril, pero países como España o Italia tardarían décadas en remediarlo. Incluso la avanzada Alemania tuvo que esperar a los años 60 para implantar una liga nacional tras la barbarie de la II Guerra Mundial y las diferentes disputas regionales de los länders.

A diferencia de los playoffs donde el vencedor lo es tras ganar un número determinado de partidos (hay ligas de baloncesto como la turca que juegan al mejor de siete pero lo normal en Europa es jugar al mejor de cinco y en algunos casos al mejor de tres), la solución europea fue implantar el sistema de ‘knockout’. El formato copero de ida y vuelta garantiza beneficios de taquilla en cada estadio y minimiza al máximo los gastos de desplazamiento. En competiciones europeas se sigue utilizando el mismo formato ya bien andado el siglo XXI.

El problema es que si bien en un sistema de playoffs la victoria o la derrota de un equipo es igual de válida sea en el último segundo o se consume una paliza de proporciones bíblicas, en el ‘knockout’ una amplia victoria en el partido de ida deja en la intrascendencia el de vuelta. Para ello se inventó la final en campo neutral, en una suerte de ‘game seven’ decisivo. Y aquí fue Estados Unidos quien copió a Europa creando para el fútbol americano, su deporte estrella, la Super Bowl, un binomio que, como el ‘game seven’, está lleno de encanto, presión, ardor, épica y héroes que nacen e historias que mueren.

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