El largo camino a casa de Isidro Lángara (1ª parte)
Celebraba México sus 125 años de Independencia, al igual que ahora celebra su Bicentenario, cuando ingentes masas de aficionados despedían a Isidro Lángara en el puerto de Veracruz. Estamos en 1946 y aún faltaban un par de años para que se inaugurasen los vuelos entre Ciudad de México y Madrid. Tras casi una década de exilio, Isidro Lángara volvía a España. Cercano a los 35 años, Lángara dejaba atrás una ristra de goles que lo convirtieron en uno de los mejores delanteros de todos los tiempos y, con diferencia, en el mejor futbolista que ha militado en la liga mexicana. Si Ricardo Zamora fue la primera gran estrella del fútbol en España, Isidro Lángara fue la primera estrella autóctona de corte internacional.
Isidro Lángara Galarraga anotó 525 goles en 403 partidos oficiales. Fue el primer jugador en ser máximo goleador en tres ligas diferentes (española, mexicana y argentina). Es con 1,42 goles por partido el futbolista con mayor promedio goleador de la selección española, con 1,16 el de mayor promedio goleador de la Liga y también es el único que ha anotado tres hat-tricks en tres partidos consecutivos de la competición española.
Ni Di Stéfano ni Cruyff. Ni Messi ni Cristiano.
Alto, bien parecido, con cara de niño, labios de mujer y orejas de elfo, Isidro Lángara nació en Pasajes, hoy Pasaia, a la entrada de San Sebastián. Flexible y atlético, Lángara disparaba tan fuerte que rompía redes y, dice la leyenda, reventaba largueros. Tenía 18 años y jugaba en el Tolosa, entonces en Tercera División, cuando un ojeador del Atlético de Madrid fue a echarle el guante. El directivo cumplió y firmó por 20.000 pesetas al delantero centro tolosano. Pero no fue Lángara el elegido. Aquel día Isidro jugó de extremo izquierdo y el Atlético se llevó gato por liebre.
Lángara compaginaba el fútbol con su trabajo en una fábrica algodonera y quiso el destino que semanas después el hijo del dueño de la fábrica marchase a Asturias por un asunto de negocios. Uno de sus clientes era el presidente del Real Oviedo y era cuestión de tiempo que el nombre de Lángara saliese a colación. Fue así como el Tolosa se llevó 7.000 pesetas (42 euros) y Lángara un contrato de 500 mensuales (3 euros de la época) y un bono por el fichaje que de inmediato entregó a su abnegada y viuda madre que, por supuesto, no contaba con que Isidro se ganase la vida con el fútbol.
Es 1930. El Real Oviedo está en Segunda. Narran las crónicas que Lángara era un desastre, es incapaz de dar dos pases bien dados. Si recibe el balón, o abre a la banda para que le envíen un centro o remata sin pensárselo. Pero es una bestia. Una bestia sin control. Los porteros ovetenses que comparten entrenos con Lángara dicen que nunca antes les había dolido tanto las manos al parar un balón. En su primer partido marcó dos goles. Y en el segundo también. Y así día tras día. Las crónicas cuentan todas lo mismo. Lángara pasó inadvertido hasta que…gol de falta, gol desde fuera del área, gol tras centro, gol tras saque de esquina, gol de penalti. Lángara era Gerd Müller, Hugo Sánchez y Van Nistelrooy. No hacía nada. Salvo lo más importante.
Para 1932 el Real Oviedo, que gracias a la República ahora era simplemente Oviedo, seguía en Segunda, pero eso no fue impedimento para que Lángara fuese convocado por la selección española. Fue un amistoso contra Yugoslavia. Por supuesto marcó. Con el hombro, en un barullo en un área embarrada por culpa de la lluvia. En 1933 ya estaba con los carballones en Primera. El primer año acabó ‘Pichichi’ con 27 goles en 18 partidos. Repitió galardón las dos temporadas siguientes. Fueron los años de la ‘delantera eléctrica’ formada por Casuco, Gallart, Lángara, Herrerita y Emilín, que llevarían al Oviedo a la tercera posición liguera en 1935 y 1936. Lo nunca visto.
Antes, en 1934, Isidro Lángara viajó a Italia con la intención de proclamarse campeón del mundo. Lo haría como delantero centro titular y estrella de una selección española formidable. El estatus de intocable se lo había ganado en la fase de clasificación anotando cinco de los nueve tantos que España le endosó a Portugal en Chamartín. En Lisboa, la victoria rojigualda fue más ajustada (1-2), pero ambos tantos fueron anotados por el mismo martillo pilón de siempre.
España le dio un meneo a Brasil en octavos (3-1) del Mundial con dos zarpazos de Lángara. Algún periodista extranjero acertó en apodarle ‘Tanque’. Años más tarde será ‘Vasco’. Pero aún estamos en 1934. En cuartos toca Italia. En Florencia. Los anfitriones con el brazo derecho en alto. Vencer o morir, les había dicho el ‘Duce’. La batalla acabó en empate. Y digo batalla porque hasta siete españoles acabaron lesionados y no pudieron jugar el partido de desempate programado para el día siguiente. Lángara fue uno de ellos. Sin Lángara en la delantera y sin Zamora en la portería, Italia venció a España (1-0) otra vez con polémica arbitral (se le anularon los dos goles válidos a España) y se clasificó para semifinales. Baert y Marcet, colegiados de ambos encuentros, nunca más volvieron a dirigir un partido internacional.
Y aun así y con todo, Lángara formó parte del once ideal de aquel Mundial junto a Zamora y Quincoces. Isidro Lángara, aquel chico de Pasajes, ya era una estrella internacional. Al año siguiente España viajó hasta Colonia para disputar un partido amistoso contra Alemania. En una época en la que los partidos internacionales eran poco más que tres o cuatro al año, un encuentro era amistoso, pero nunca amigable. Las imágenes que nos han llegado son las de un estadio enfervorecido con 80.000 banderolas nazis en el aire, alemanes con mentón al cielo y brazo en alto y unos españoles quietos, con cabeza gacha y brazos pegados al cuerpo. Noble imagen que contrastará con la de los futbolistas ingleses que, tres años más tarde, jugarán un amistoso en tierras teutonas brazo en alto para regocijo y orgullo de Adolf Hitler.
El caso es que España venció por 1-2 con un par de goles de, quien, si no, Isidro Lángara, pero el camarógrafo alemán no quiso dejarnos ese recuerdo para la posteridad. Los goles españoles fueron omitidos de la historia.
Hay quien quiso ver en esta victoria tintes políticos. Y los hubo, por supuesto. Pero Lángara estaba a otras cosas. Derrotó con sus goles a la Alemania nazi y estuvo a punto de tirar al traste con los sueños mundialistas de la Italia fascista. Pero lo de nazi y lo de fascista, como lo de la España republicana, eran adjetivos pasajeros. Las selecciones de fútbol son estructurales. Los regímenes políticos son coyunturales.
Pero las pasiones no entienden de razón y, tras salir victorioso ante los alemanes, Isidro Lángara fue considerado un héroe izquierdista. Lo curioso es que apenas un año antes lo habían tildado de fascista.
En octubre de 1934 se decretó una huelga insurreccional en buena parte de España, con gran éxito en la naval Ferrol, en toda Cataluña y, especialmente, en la cuenca minera asturiana. Aquella huelga acabaría convirtiéndose en un golpe de Estado encubierto promovido por la UGT, la CNT y los independentistas catalanes que obligará a la República a hacer uso del ejército para mantener el orden constitucional vigente. En Asturias el encargado de sofocar la rebelión será el general Franco, quien lo hará con mano de hierro y dejando tras de sí cerca de 2.000 muertos. Entre sus soldados cuenta con un joven al que la revuelta le ha cogido prestando el servicio militar.
Se trata de Isidro Lángara.
Lángara aparecerá días después entrevistado en el diario ‘AS’ con uniforme militar y contando el día a día de un futbolista que acude diariamente al cuartel para cumplir con sus obligaciones con la Patria. Lángara no pegó ni un tiro en Asturias. Estaba allí, cumplió con lo que le mandaron y no se metió en ningún lio. Pero aquella entrevista estuvo a punto de costarle la vida.
Cuando el 18 de julio de 1936 gran parte del ejército se rebele y ejecute un golpe de Estado contra la República, Isidro Lángara se encontraba disfrutando de sus vacaciones en Andoain, un pueblecito al sur de Guipúzcoa. En el País Vasco el golpe no tendrá éxito y se mantendrá la legalidad republicana. Pronto se corre la voz de que unos milicianos se dirigen a casa de Lángara para apresarlo, acusado de haber combatido contra los mineros en la Revolución de 1934. No se libra de la detención, pero sí de la ejecución, gracias al aval de dos chicos asturianos que afirmaron que Lángara era un soldado de reemplazo que tan sólo cumplía órdenes.
Pero el peligro seguía acechándole. De inmediato fue movilizado por el ejército republicano, pero con la ayuda de Eduardo Iturralde (árbitro y abuelo del también colegiado Iturralde González) fingió su arresto y ejecución. Le dieron por fusilado junto a otras 200 personas por fascista, mientras escapaba a Irún para cruzar a pie la frontera hasta Hendaya y de ahí coger un tren rumbo a París.
Aquel 18 de julio de 1936, cuando el general Francisco Franco tome un vuelo desde Las Palmas a Tetuán, la vida de 25 millones de españoles cambiará para siempre. También para Isidro Lángara, un delantero de fama mundial de tan sólo 24 años que tardará más de una década en volver a casa.
Pero esa será otra historia.
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