Tokio 64. Los Juegos Olímpicos de la ciencia ficción (1ª parte)
En la mañana del 2 de septiembre de 1945 varios representantes del Imperio Japonés accedían al USS Missouri, un portaviones anclado en la bahía de Tokio. Allí les esperaba el Comandante Supremo Aliado Douglas McArthur para firmar la rendición incondicional y poner fin a la II Guerra Mundial. El emperador japonés dejaba de ser un dios. Quedaba prohibido ondear la bandera nipona durante el siguiente trienio. Se establecía una constitución diseñada a imagen y semejanza de la estadounidense. Japón tuvo que renunciar a su ejército y fue obligado a formar parte del libre comercio para mercadear con Estados Unidos. 350.000 soldados norteamericanos ocuparían durante una década un país desolado y arrasado, con más de dos millones de muertos a sus espaldas, con decenas de miles de personas sin hogar, con una reducción del 44 % del PIB y con seis millones de refugiados. Moralmente destrozados, los japoneses fueron catalogados, con justicia, como culpables de provocar una guerra en la que acabarían siendo arrasados inhumanamente por dos bombas nucleares.
Menos de 14 años después, exactamente el 26 de mayo de 1959, el Comité Olímpico Internacional (COI) seleccionaba a Tokio por delante de Detroit, Viena y Bruselas como ciudad organizadora de los Juegos Olímpicos de 1964.
¿Cómo narices fue posible?
Toda la disciplina japonesa y el poder de una industria bélica que llevó a un país diminuto y sin recursos naturales a desafiar a Estados Unidos y al Imperio Británico, fue reorganizada para el bien del país. La Guerra de Corea (1950-1953) permitió que Japón volviese a fabricar armas o misiles y, también, a reconstruir bases navales, en este caso, a beneficio de Estados Unidos. A finales de los 50 Japón pasó de depender comercialmente de los norteamericanos a invadirlos con productos mejorados y más económicos. Y había una cosa más. Llegada la década de los 60 más de la mitad de la población de Japón – y también de Alemania, la otra potencia agresora – comprendía de los 15 hasta los 50 años. El llamado milagro japonés hizo que en 1964, cuando los Juegos tuvieron lugar, Japón superase puntualmente a Estados Unidos en PIB mundial y se asentase plácidamente en una segunda plaza que tan sólo Alemania Federal osaba disputar.
Pero días antes de que los Juegos se iniciasen el mundo no tenía ni idea de lo que ocurría en Japón. A excepción de la gente de negocios estadounidense y de algún que otro académico europeo nadie sabía nada acerca de los nipones. Era un pequeño país asiático extraño y con un pasado terrible y belicoso. Muy pocos podían esperar la sorpresa con la que Japón obsequió al mundo.
Los Juegos de la ciencia ficción, como fueron bautizados por un periodista inglés, tuvieron lugar en 1964, pero en ciertas cosas fueron los últimos del siglo XX. Los primeros que anunciaron una nueva era tecnológica. Los primeros que rompieron con el mundo que existía antes de la II Guerra Mundial. Los Juegos que anunciaban una nueva era. Los Juegos que anunciaban el poder de la juventud.
El estadio olímpico no representó ninguna hazaña significativa ya que fue levantado en el Parque Meiji, en el mismo lugar donde tendría que haberlo hecho en 1940. Y es que Japón hubiese organizado los Juegos dos décadas antes si la guerra no lo hubiese evitado. El estadio es más conocido por los futboleros por ser el lugar donde se disputaba la Copa Intercontinental antes de ser derruido. Se trataba de un recinto ovalado con vistas a los rascacielos de la ciudad y con una única tribuna cubierta. Allí, más de 10.000 crisantemos, cientos de fuegos artificiales y cinco aviones, con sus estelas dibujando los aros olímpicos, dieron la bienvenida a los Juegos Olímpicos.
Si el estadio olímpico no representó ninguna hazaña, no sería este el caso del ‘Nippon Budokan’ (Estadio de artes marciales de Japón) una de las construcciones más bellas que nos ha dejado la arquitectura olímpica. Con una forma octogonal y con un techo que recuerda al monte Fuji, cuenta en sus instalaciones con su propia universidad y con una escuela de caligrafía japonesa. Es la casa del judo japonés (ahí se disputará también la competición de 2021 así como la de karate) y es un recinto casi sagrado en el que en todas sus estancias debe ondear una bandera nipona.
Los JJ.OO de Tokio 64 fueron los de la retransmisión en satélite a todo color (allá donde el color llegase). La NASA y el gobierno nipón lanzaron un satélite de comunicaciones al espacio pensado única y exclusivamente para llevar los Juegos a un tercio del planeta (básicamente al tercio que tenía aparato televisivo). Los Juegos tecnológicos aceleraron la ampliación de la línea de metro de la ciudad, así como la construcción de hoteles, parques y un sistema nuevo de alcantarillado. Fueron también los del monorraíl y los de los trenes balas que llevaban a público y atletas con precisión milimétrica a todos los puntos de la ciudad. No se conoció tren que sumase más de cinco segundos de retraso sobre su horario previsto.
Fueron los JJ.OO de las repeticiones a cámara lenta y de los micrófonos a pie de pista, que por vez primera permitieron acercar las sensaciones del deportista a todos y cada uno de los aficionados sin necesidad de la intervención del periodista. Fueron los JJ.OO de la informática, que consintió mostrar el tiempo de los atletas sobreimpresionado en pantallas que entonces eran futuristas. Se pudieron contabilizar las marcas en centésimas de segundo y se logró vincular el reloj de cuarzo a la pistola de salida en las pruebas atléticas de velocidad.
Tokio 1964 también fueron los Juegos del diseño gráfico. Se introdujeron los pictogramas que hoy son un elemento imprescindible para seguir la agenda olímpica de cada jornada. De hecho, Tokio 2020 ha llevado este legado aún más lejos al crear los primeros pictogramas deportivos cinéticos para los Juegos Paralímpicos.
La combinación de modernidad y tradición resultó prodigiosa mezclando grafismos rupturistas con objetos cotidianos como el abanico o las camisetas. La simpleza y la vanguardia de los carteles oficiales recibieron infinidad de premios al combinar el blanco y el rojo presentes en la bandera japonesa con el cielo y el sol. La medalla olímpica diseñada para Japón estaría en vigencia durante casi cuatro décadas debido a su belleza y harmonía.
Una belleza y harmonía que fue otoñal, porque los Juegos se celebraron en otoño. La caravana olímpica se acercó por vez primera a Asia durante una quincena de octubre. Pero nunca otoño fue tan primaveral. Para Japón los Juegos de Tokio 1964 fueron el renacer. Como lo serían para Alemania en el 72 o para España en el 92. Pero Japón no sólo resucitó, sino que sorprendió. La antorcha fue diseñada en el entonces poco usado aluminio. Para elevarla a los altares se seleccionó a un chaval que respondía al nombre de Yoshinori Sakai, conocido como ‘el niño de Hiroshima’ por venir a este mundo el mismo día que la humanidad tocaba fondo y lanzaba la primera bomba atómica de la historia. El silencio del momento fue tan desgarrador que forma parte de la memoria colectiva japonesa.
Tokio mostró un Japón nuevo y moderno y abrió a sus propios ciudadanos al mundo. Unos nativos que apenas un par de décadas antes consideraban a su familia real divina y que formaban (y aún forman) una de las civilizaciones más herméticas y más homogéneas étnicamente del mundo. Se compraron más de dos millones de entradas para los eventos, una cifra bestial en la época. Hubo que realizar cuatro recorridos diferentes con la antorcha olímpica ante la aclamación de las gentes del país del sol naciente hasta su llegada final a los pies del Palacio Imperial, donde fue recibida por el Emperador.
Japón proyectaba confianza, cultura y liderazgo tecnológico. Pero también éxitos deportivos. Japón logró 16 medallas de oro y quedó tercero en el medallero tan sólo por detrás de Estados Unidos y la Unión Soviética. Fueron 12 preseas doradas más que las logradas cuatro años atrás.
En 1964 Tokio fue sede de sus primeros Juegos Olímpicos. Supusieron un punto de inflexión para un país devastado y humillado apenas dos décadas antes. Desde entonces la comunidad internacional ve a Japón como un país pacifista, una potencia industrial global y un exportador de bienes tecnológicos de alta calidad. Para 2021 Japón buscará un nuevo renacimiento, esta vez de orden mundial, que de por zanjado año y medio de tristeza y que olvide para siempre la pesadilla del coronavirus. Casi 60 años después palabras como renacimiento y resiliencia vuelven a ser importantes.
Pero antes de ver y disfrutar de las hazañas de Tokio 2020 (en 2021) esperaremos a la semana que viene para hablar de las hazañas deportivas de Tokio 1964.
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