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Evasión o victoria (2ª parte)

La idea de hacer ‘Evasión o victoria’ fue de John Huston. Si no hubiese sido por Huston la Paramount nunca hubiese dado ni un centavo para rodar una película futbolera. John Huston era por entonces un hombre camino del ocaso, uno de los pocos directores vivos que quedaban de la primera era dorada de Hollywood. Huston era el director de ‘El tesoro de Sierra Madre’, de ‘La reina de África’ o de ‘El halcón maltés’ y antes de morir aún le daría tiempo a dirigir ‘El honor de los Prizzi’. Huston también había ejercido de documentalista en la II Guerra Mundial plasmando para la eternidad algunas de las mejores imágenes que se han tomado del conflicto bélico.

Así que la pregunta es obvia. ¿Cómo un director como Huston se iba a embarcar en semejante proyecto?

Y es que a pesar de tener ascendencia europea, a Huston no se le conocía interés alguno por el fútbol. Lo que si tenía Huston era una profunda amistad con Pelé. ‘O Rei’, tan extraordinario futbolista como empresario, había abandonado años atrás el Santos FC para firmar por el New York Cosmos. La idea era pasar una jubilación tranquila para, según sus palabras, “elevar el potencial del fútbol de Estados Unidos”. La realidad era mucho más prosaica. Lo que iba a hacer Pelé en Nueva York era elevar en muchos millones de dólares su cuenta corriente.

El fútbol en Estados Unidos funcionó como una gaseosa y, tras una rápida expansión, en menos de una década caería en la bancarrota. Mas mientras el éxito fue la tónica, Huston conoció a Pelé y advirtió el filón que el fútbol representaba. Pensó que una película futbolera protagonizada por ‘O Rei’ sería un taquillazo y así consiguió venderle el proyecto a Paramount Pictures.

A Pelé, como no podía ser de otra forma, además de darle el papel de estrella del equipo le encargaron que organizase las secuencias de fútbol. Vamos, que fuese el coreógrafo del partido. Todos se pusieron a las órdenes de Pelé, incluido el doble de Michael Caine, que debía de tener dos pies izquierdos, porque tuvo que ser doblado en las escenas llamémoslas de riesgo. Pelé se guardó para sí la icónica escena del gol de chilena, una inoportuna lesión que no le impide ser el mejor del partido y unos cuantos regates de más en el centro del campo.

Pero era ‘O Rei’. Tampoco era cuestión de discutirle nada. Y más cuando la famosa chilena, rodada con una cámara panorámica, la finiquitó en dos tomas idénticas rodadas en distintos ángulos.

Como para llevarle la contraria.

Para los futboleros lo más doloroso de la película era Stallone. Para empezar no era europeo, era estadounidense. Ya lo dice él mismo al poco de iniciarse la película, no tiene ni idea de que es el fútbol. Pero es que sin Stallone no hubiese habido película. Por entonces Sylvester Stallone era una estrella emergente del cine. Había triunfado con ‘Rocky’, no sólo como actor sino como guionista, y aún no había rodado su primer Rambo, por lo que aún no había sido encasillado como machaca ochentero. La Paramount fue clara con Huston. Puede salir Pelé y pueden salir futbolistas famosos, pero sin Stallone no hay película.

El problema para Huston es que si el personaje de Stallone (Robert Hatch) reconocía no saber lo que era un balón de fútbol, el propio Stallone se negaba a admitirlo. Al poco de iniciarse el rodaje apostó 1.000 dólares de la época a Pelé a que conseguía pararle cinco penaltis de diez intentos.

Por supuesto no paró ni uno.

Consiguió tocar el balón una vez.

Y se rompió un dedo.

Stallone exigió todas las comodidades habidas y por haber (que no eran excesivas, pues la película se rodó en la Hungría comunista) y ni siquiera se juntaba con Michael Caine o Von Sydow por considerarlos actores de segunda fila, cuando realmente eran mucho mejores que él. Aprovechaba los descansos en el rodaje para fletar un vuelo privado y viajar a Londres o París. Mientras, Michael Caine rápidamente congenió con los futbolistas, y famosos se hicieron sus anocheceres a base de whisky junto a Booby Moore o Mike Sumerbee.

Los futbolistas. Quizás antes de continuar sería bueno explicar a los menos profanos en la materia quienes eran los futbolistas. Y es que no eran poca cosa (para más detalles ver la ficha técnica del partido en la primera parte del artículo).

Había ex futbolistas. Gente que rondaba los cuarenta y que a lo sumo llevaban dos o tres años retirados. Estaba Pelé, del que considero que no hace falta añadir nada, porque en tal caso no tiene sentido que una persona se acerque a la lectura de este blog. Estaba Bobby Moore, capitán de la selección inglesa campeona del Mundial de 1966 y considerado uno de los mejores centrales de la historia. También el inglés Mike Sumerbee, un centrocampista con una sólida carrera en Inglaterra, de una notable exquisitez técnica, pero más amigo de la mala vida que del balón. Paul Van Himst fue hasta la aparición de la generación de Hazard la gran leyenda del fútbol belga, cuatro veces ganador de la Bota de Oro e insignia del Anderlecht, por entonces un grande del fútbol europeo. Por último estaba Co Prins, un delantero holandés atípico que formó parte de las primeras andanzas del Ajax de Cruyff, pero que decidió cambiar la gloria por el dinero y hacer carrera en Estados Unidos.

Entre los futbolistas en activo estaban Osvaldo Ardiles (campeón del mundo con Argentina en 1978 y estrella del Tottenham), Kazimierz Deyna (uno de los mejores centrocampistas del mundo en la década de los 70 y líder de Polonia en el Mundial de 1974), el noruego Hallvar Thoresen (máximo goleador extranjero en la historia de la liga holandesa y capitán del PSV Eindhoven) y el danés Soren Lindsted (tres veces máximo goleador de su país).

Como se puede observar, y exceptuando a Bobby Moore, hubo una querencia por los jugadores de ataque.

¿Y qué pasa con los alemanes? La escuadra nazi estuvo formada por jugadores húngaros semi profesionales, con la excepción del número 4, el defensa central Baumann, interpretado por Werner Roth. Éste había nacido en Yugoslavia, pero había emigrado de niño a Estados Unidos donde se convirtió en el futbolista más importante de su país en la década de los 70.

Ok. Tenemos a los nazis formados por chicos húngaros a los que se le añadió un futbolista estadounidense. Y tenemos a los Aliados capitaneados por Pelé. Pero si añadimos a la pléyade de estrellas del balón a Michael Caine y a Sylvester Stallone sumamos un total de 11 futbolistas. No obstante, en toda película que se precie hay que añadir una pizca de tensión y unos cuantos giros dramáticos. Y eso en el fútbol son unas lesiones, un arbitraje fraudulento y un par de cambios.

Hacían falta unos cuantos suplentes.

Así que aprovechando un viaje a Inglaterra, uno de los productores de la película se acercó al este del país para acudir a un entrenamiento del Ipswich Town, un modesto conjunto de la Premier dirigido por Bobby Robson. Tras departir con el técnico se pidió voluntarios para salir en una película de Hollywood. Contaban con el visto bueno del club, porque tan sólo tendrían que rodar unas escenas durante un par de días. Así entonces, John Wark (un mediapunta escocés con una sólida carrera en Inglaterra y que acababa de ser elegido futbolista del año en la Premier) y Russell Osman (fornido central con 11 internacionalidades con Inglaterra) se unieron al equipo de los Aliados, mientras que Robin Turner y el portero Laurie Sivell hicieron lo propio con el de los nazis.

Los Aliados estaban formados por futbolistas de distintos países, todas ellas naciones en guerra con los nazis. Tras la caballeresca disputa entre Colby (que representa a un militar que en su juventud había sido futbolista del West Ham) y Karl von Steiner (“Los países deberían resolver sus diferencias en un campo de fútbol” –llegará a decir-), da comienzo la preparación para el partido y la consabida fuga. Una vez solventado el problema de conseguir que los presos alcancen una buena condición física (“como oficial y como caballero está obligado a darme una posibilidad de ganar” –le suelta Colby a von Steiner-), el inglés debe conseguir incorporar al deslenguado Hatch al equipo y convencer a los oficiales británicos que consideran un deshonor jugar un partido frente a los nazis.

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Stallone, Caine, Pelé y Huston

Hatch es igual de coñazo en la ficción como Stallone en la realidad. Se empeña en entrar en el equipo para poder fugarse a pesar de no tener ni idea de jugar. Al final descubren que tiene gran habilidad como portero, por lo que le dan un puesto como guardameta suplente. Pero Hatch no entiende de honor e intenta fugarse antes del partido. Acabará en una celda, por lo que habrá que simular la lesión del portero titular para que von Steiner acepte liberarlo y pueda jugar el partido.

Por el camino veremos sesiones de entrenamiento un tanto histriónicas y hasta un poco de pizarra, que Luis (Pelé) solventará haciendo un dibujito en el que él recibe el balón y se encarga por sí mismo de llevarlo desde el centro del campo hasta la portería rival. Pero la apoteosis se da cuando reciben las equipaciones. Preciosa camiseta blanca con una inmaculada franja vertical con los colores azul, blanco y rojo de la libertad, de la Revolución Francesa. La zamarra de ‘Evasión o victoria’ es una habitual en los listados de las camisetas más hermosas en la historia del fútbol. Pero ni siquiera los nazis le iban a la zaga, vestidos de negro y mangas blancas con medias rojas, en clara similitud al patrón en la elástica del Arsenal, uno de los mejores conjuntos del mundo antes del inicio de la II Guerra Mundial.

Camiseta de Evasión o Victoria Pelé | Retrofootball®
Oh Lá Lá!

Como en la primera parte de este artículo ya se hizo ‘spoiler’, se haya o visto no la película ya se sabe cómo termina. Tras firmar un 4-1 desalentador en el descanso, los Aliados deciden no escapar y salvar su honor como futbolistas aún a costa de sus vidas y a pesar de Hatch, al que Luis tendrá que implorar casi de rodillas que continúe jugando, que más importante que la libertad es acabar aquel partido. Al final acabaran remontando para empatar (4-4), lo cual no será ápice alguno para que consigan escapar y recobrar su libertad al más puro estilo Hollywood.

Durante la media hora de metraje de partido hay lugar para todo. Desde un Stallone preguntando donde se tiene que poner para atajar un córner, un ramillete de entradas violentas de los alemanes que cuentan con el visto bueno del árbitro, un Brady (Bobby Moore) marcando un gol de cabeza como si de un delantero centro se tratase, un estadio con 50.000 almas cantando la Marsellesa mientras los MP40 les apuntan a la cabeza, y hasta a Stallone parando un penalti en versión ‘Rocky’. Pero por supuesto lo mejor es Pelé. Desde su icónico gol de chilena, hasta sus regates con caños incluidos y con el brazo encogido, fruto de una violenta tarascada en el primer tiempo.

La película es la única que ha conseguido describir con cierta similitud las vivencias y la belleza de un partido de fútbol. Y por eso le perdonamos los fallos, las horteradas y hasta las ñoñerías. Como cuando vemos al oficial von Sydow emocionado en el palco, cuando observamos que el público de Colombes viste con vaqueros acampanados y camisas de cuello elefantino como si de ‘Fiebre del sábado noche’ se tratase o como cuando observamos esos entrenamientos, digamos de tercera o cuarta regional, al son de la fanfarria de la música de Bill Conti.

Al final no hubo ni evasión ni hubo victoria. Huston, un director al que le encantaban hacer películas llenas de perdedores, decidió que no habría nada. Tras el empate de Pelé hubo que darle la gloria final a Stallone, y ahí quedó el partido. 4-4. Ni vencedores ni vencidos. Pero era lo de menos. ‘Evasión o victoria’ emociona. Como en la paradoja del gato de Schrödinger, damos por hecho que logran escapar aunque no llegamos a verlo. Caine, Stallone, Pelé y compañía fueron capaces de hacernos vibrar a partes iguales como espectadores de cine y como aficionados al fútbol. Esa fue su gran victoria.


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