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Black Power: Anatomía de una fotografía

Antes de hablar de Tommie Smith y da la fotografía deportiva más icónica en la historia de los Juegos Olímpicos, hay que retroceder a 1865. Ese año la esclavitud es abolida en Estados Unidos tras una cruenta guerra civil. Podría parecer que una vez cerrada la caja de pandora llegaba la igualdad. Pues no. Justo ese mismo año los supremacistas blancos del sureste del país fundaban el Ku Klux Klan, una organización que intentaba, con frecuencia de forma violenta, mantener la subyugación de los negros. El poder blanco y los continuos enfrentamientos entre unos y otros hicieron que en 1876 se promulgasen las leyes de Jim Crow, que propugnaban la segregación racial en todas las instituciones públicas y daban pábulo legal el derecho de admisión en las privadas.

Había nacido el iguales sí, pero siempre separados.

Por supuesto esto se aplicaba a los deportes, con ligas de blancos en el beisbol (MLB), el fútbol americano (NFL), el hockey (NHL) o el baloncesto (NBA) y sus sucedáneas para gente de color. No sería hasta 1947 cuando un negro haga historia, no solo por ser el primero, sino por convertirse en un actor fundamental de una de las grandes ligas. Jackie Robinson, primera base de los Brooklyn Dodgers, fue el primer afroamericano en participar en la MLB y apenas dos años después de su debut fue elegido el mejor jugador de la competición (MVP).

Pero el deporte siempre ha ido un paso por delante de la realidad social. Robinson era un islote en un océano adverso. Poco o nada había cambiado desde la aprobación de las leyes de Jim Crown. Aun a finales de los 40 un ciudadano blanco del sur de Estados Unidos podía asesinar a sangre fría a un afroamericano sabiendo que si alegaba defensa propia jamás sería acusado.

Todo cambiaría cuando en 1955 Rosa Parks tomase un autobús para regresar a su casa tras una larga jornada laboral. Se sentó en la parte del medio del vehículo. La de delante era para los blancos, la de detrás para los negros, y en la del medio se podía sentar un negro siempre y cuando no hubiese un blanco que lo solicitase. Parks se acomodó y un chico blanco le pidió que se levantase para poder ocupar él el asiento. Parks, cansada, se negó a hacerlo, por lo que el chófer tuvo que llamar a la policía y Rosa Parks fue arrestada. Un joven pastor llamado Martin Luther King organizó una protesta en su apoyo y solicitó a la población negra que iniciasen un boicot a los autobuses públicos. Un año más tarde el estado de Alabama, de donde era Parks, abolió la ley de segregación entre blancos y negros en los autobuses.

Fue el inicio de una revolución. Comenzarían unos años de manifestaciones, disturbios y algún que otro fallecido, que concluirían felizmente en 1964 con la promulgación de la Ley de Derechos Civiles que prohibía la segregación y la discriminación racial. La ley establecía la desaparición de la discriminación en los centros públicos y privados, así como hizo ilegal la segregación de razas a la hora de contratar empleados. Eso decía la norma, pero sus efectos prácticos fueron lentos, y, aun bien entrado el siglo XXI, parecen lejos de acometerse por completo.

De ahí que cuando en abril de 1968 Martin Luther King sea asesinado por un supremacista blanco, parte del movimiento negro decida abandonar los postulados de igualdad de razas y de negociación pacífica (Luther King) y abrazar los de la lucha de clases y la superioridad negra (Malcolm X).

Ese es el Estados Unidos que le tocará vivir a Tommie Smith y a John Carlos.

Tommie Smith era uno de los once hermanos que crecieron en el seno de una familia algodonera del interior de Texas. Sus padres decidieron buscarse un futuro más halagüeño en la populosa California. De entre todos los hermanos, Tommie tenía unas piernas largas y fibrosas con las que consiguió una beca deportiva en atletismo para la Universidad Estatal de San José.

Eran tiempos de revueltas sociales, no sólo por los derechos de los negros, sino también por el de las mujeres, por el reconocimiento de las libertades sexuales o de la negación del patriotismo estatal. A finales de los 60, por vez primera en la historia de la humanidad, los jóvenes se revelan ante su destino y la madurez pasa de ser un valor a un demérito. Es en California donde esa contestación social, concretamente la de los negros, tiene mayor eco. Destaca sobremanera un profesor de sociología llamado Harry Edwards quien impulsó el Proyecto Olímpico para los Derechos Humanos (OPHR en sus siglas en inglés) en 1967.

El OPHR sostenía que a través de los deportistas negros de élite se podía concienciar a la humanidad acerca de la segregación racial de los Estados Unidos, del apartheid en Sudáfrica y sobre el racismo en cualquier deporte. El OPHR solicitaba a todos los atletas negros estadounidenses que no participasen en los Juegos Olímpicos de México de 1968 como protesta por las injusticias raciales. Para participar exigían que a Sudáfrica se le prohibiese participar en los JJ.OO, que Avery Brundage renunciara como presidente del COI (Brundage era un reconocido racista) y que a Muhammed Ali se le devolviese el título de campeón de los pesos pesados (se le había retirado al negarse a acudir a la Guerra de Vietnam).

El OPHR pasó a ser conocido coloquialmente como el movimiento del poder negro, el ‘Black Power’.

A la hora de la verdad pocas ‘vedettes’ optaron por renunciar a un sueño olímpico tras cuatro largos años de duro entrenamiento. La renuncia más pomposa fue la del baloncestista Lew Alcindor (más adelante Kareem Abdul-Jabbar). Otros como Tommie Smith y el también velocista John Carlos, optaron por una solución mucho más impactante.

Tommie Smith y John Carlos, ambos de raza negra, iban a competir en la final de los 200 metros lisos. Carlos era el favorito, ya que había sido el primer atleta en la historia en bajar de los 20 segundos en la prueba, pero el día de la carrera la victoria de Smith fue incontestable. Tras un cambio de ritmo brutal, Tommie Smith lograba la medalla de oro con un tiempo de 19’83’’ que era nuevo récord mundial. En segundo lugar quedaba el australiano Peter Norman y la medalla de bronce era para John Carlos. Pasarían once años hasta que el italiano Pietro Mennea rebaje el récord de Tommie Smith.

Mientras esperaban para subir al pódium para la entrega de medallas, John Carlos se acercó a Smith. Sigilosamente le entrega un guante mientras le susurra que el momento ha llegado. Aún habría algo más. En la solapa de la chaqueta del chándal de los Estados Unidos ambos atletas habían colocado una chapa del movimiento ‘Black Power’. Justo antes de ponérsela, John Carlos decidió ofrecer una insignia a Norman que aceptó a lucirla en su propia sudadera. No era esta una decisión sencilla, pues Norman, aunque blanco, representaba a un país que por entonces tenía silenciada a su población aborigen.

Los atletas salieron a la pista sin que todo esto fuera advertido por el ojo del común de los mortales y se subieron al pódium para escuchar el himno de los Estados Unidos. Cuando los acordes iniciales sonaron, Smith y Carlos bajaron sus cabezas, cerraron los párpados y ascendieron los brazos al cielo. Tommie Smith levantó el derecho y John Carlos el izquierdo, cerrando la mano y exhibiendo sus puños enfundados en un guante negro. Y no solo eso. Hoy ha quedado en el olvido, pero el impacto de los puños no tuvo entonces comparación con el de los pies. Y es que Smith y Carlos decidieron descalzarse y enseñar unos calcetines negros como símbolo de la pobreza de la población afroamericana.

Black Power. Peter Norman, el héroe olvidado de México 1968 ...
De izquierda a derecha. Norman, Smith y Carlos

La imagen, la fotografía que ha quedado para la posteridad, conserva muchos más detalles. Smith llevaba un pañuelo negro alrededor de su cuello que según dijo representaba el orgullo del ‘Black Power’. Carlos tenía la chaqueta de su chándal desabrochada como muestra de solidaridad con la clase obrera de Estados Unidos y acarreaba también un collar, según explicaría, en homenaje a las personas negras linchadas o asesinadas y para las que nadie nunca ha tenido una oración. Años más tarde también se sabría que John Carlos se había dejado su par de guantes en la villa olímpica y fue Norman quien les sugirió que compartiesen los de Smith y que cada cual llevase uno en cada mano.

Tommie Smith llegaría a confesar años más tarde que en ese momento esperaba que alguien le pegara un tiro en la cabeza. Y no era para menos. El violento silencio que conquistó el estadio es difícil de olvidar, pero aún más los abucheos cuando la música dejó de sonar. Eran otros tiempos. Brundage y los miembros del COI estallaron de indignación. Los tres atletas fueron expulsados de la villa olímpica y el COI decidió hacerles la vida imposible y acabar con sus carreras deportivas. Lejos de ser héroes, tanto el Gobierno de Estados Unidos como el de Australia decidieron ningunearlos y participaron del complot del COI para hacerlos pasto del olvido.

Aunque acabaron desterrados, hubo también defensores de Smith y de John Carlos, aunque sus voces quedaron apagadas. Si bien la carta olímpica prohibía y prohíbe los gestos políticos de todo tipo, muchos recordaron que el COI había permitido el saludo nazi durante los Juegos Olímpicos de Berlín de 1936. Brundage, que en su día había visto con buenos ojos el nacionalsocialismo, se defendió argumentando que el saludo de los nazis era el saludo nacional alemán de entonces y que había sido aceptado por la Sociedad de Naciones. Sin embargo, el saludo de los atletas Tommie Smith y John Carlos no era oficial ni en Estados Unidos ni en ningún otro país, por lo que era absolutamente inaceptable.

Tommie Smith, medalla de oro y récord del mundo, se pasó los siguientes años de su vida subsistiendo en un lavado de coches. Quizás se preguntaba si hubiese sido más sensato renunciar a ir a los JJ.OO como había hecho Abdul-Jabbar y continuar con su carrera deportiva.  Su vida se había convertido en un infierno. Aquel gesto había dignificado a los negros, pero a él le había destrozado la vida. Durante décadas Tommie Smith fue solo una fotografía en el recuerdo. Llegaría hasta vender sus zapatillas y su medalla de oro para poder pagar el alquiler de su casa.

La vida de John Carlos no fue mucho más sencilla a pesar de que consiguió un trabajo como preparador físico en un instituto. También proscrito, a la tragedia del olvido y de la ausencia de oportunidades, hubo de añadir el suicidio de su mujer. Había sido ella la que había tenido la idea de los guantes y quien decidió comprarlos. Para Norman la vida no fue tan difícil. Fue repudiado como atleta, pero pudo llevar una vida cómoda en el ámbito civil. Sus desvelos por lo sucedido se convertirían en continuos problemas de depresión y adicción al alcohol.

No sería hasta inicios del siglo XXI cuando la memoria de Smith y Carlos fuese reparada. Sería en el entierro de Norman, ocurrido en Australia ya en 2006. Durante el sepelio aquellos dos atletas negros estadounidenses portaron el féretro mientras sonaba la banda sonora de ‘Chariots of fire’.

“Si gano, soy americano, no afroamericano. Pero si hago algo malo, entonces se dice que soy un negro. Somos negros y estamos orgullosos de serlo. La América negra entenderá lo que hicimos esta noche”. Tommie Smith.

Peter Norman, Juan Carlos, Tommie Smith 1968 Fotografía de stock ...
Black Power

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