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Brasil del 70 (50 aniversario) 2ª parte

No hay discusión. El Brasil del 70 realizó la mejor fase final que nunca se ha hecho en un Mundial de fútbol. Fue un fogonazo sin continuidad. ¡Pero qué fogonazo! Hay quien dice que el fútbol que España realizó en el Mundial de Sudáfrica de 2010 se le asemejó. Pues no. España tocó y enamoró, pero no concretó. Brasil fue un terremoto. Tocó, enamoró y concretó. España jugó a lo ancho, Brasil a lo ancho y a lo largo. El Brasil del 70 lo ganó todo y nunca se dudó de su victoria. Vapuleó a todos. 6 de 6. 19 goles a favor y 6 en contra. Y todo esto venciendo a tres campeones del mundo (Inglaterra, Uruguay e Italia) incluyendo entre ellos al que entonces era el vigente vencedor. España ganó 6 de 7. 9 goles a favor y 2 en contra y tan sólo derrotó a Alemania entre los triunfadores mundiales. Pero lo más relevante es que aunque España tiñó el campo de flores nunca transmitió la suficiencia que mostró Brasil.

Brasil sedujo, convenció y conmovió con la pureza de un argumento sencillo. Una dicotomía basada en el toque de balón y en la combinación ofensiva. La simplicidad del juego, el jugar e improvisar, se convirtieron en creación y belleza. El equipo de los cinco dieces. De los cinco mediapuntas. Jairzinho, Pelé, Tostao, Gerson y Rivelino. Todos ellos sostenidos por Clodoaldo, un imberbe de 20 años que ejercía de patrón de barco. Y es que por delante de Clodoaldo sólo había magia. Quizás semejante despropósito ofensivo no hubiera ganado una Liga, pero en un campeonato corto formaban una colección de ases indestructible.

Primer partido. 3 de junio. Estadio Jalisco de Guadalajara. Una bomba que superaba siempre los 30 grados de temperatura con una humedad procedente del Pacífico que cortaba la respiración. El primer partido del grupo era una repetición de la final de 1962. Brasil-Checoslovaquia. Los europeos habían declarado no tenerle miedo a la ‘canarinha’ abduciendo que Pelé estaba en la cuesta abajo de su carrera. Y lo cierto es que al poco de comenzar Brasil tocó y tocó hasta que le llegó el balón a Pelé que, a puerta vacía, envío el balón al segundo anfiteatro. Luego Petras le rompió la cintura a Brito y puso el 0-1 en el marcador a los diez minutos.

Fue un espejismo. Los acabados eran los checoslovacos. A partir de entonces Brasil fue un terremoto. Minutos más tarde Pelé cae en la media luna del área. Todo el mundo espera el lanzamiento de Pelé, pero es Rivelino el que dispara un misil con la zurda que se cuela en la base del poste izquierdo de la meta defendida por Ivo Viktor.

Con el 1-1 llegó una muestra de fragancia de ‘O Rei’. Pelé se había percatado de que Viktor tenía tendencia a salir del área, algo inusual en los porteros de entonces. Así que antes de pisar la línea del centro del campo, a unos 60 metros de distancia, Pelé quiso comprobar cuanto de miope tenía. Imprimió al balón la fuerza necesaria, pero el esférico se marchó lamiendo el palo derecho del portero. Fue prodigioso. Nunca antes se había visto algo semejante en un partido de tal envergadura. Y si antes alguien lo hubo hecho no tenía la televisión para darle pábulo. Fue el primer no-gol de Pelé en ese Mundial. Todo un shock. “Desgraciadamente el balón rozó el palo, pero el grito de aprobación del público lo compensó”, señaló Pelé al acabar el choque.

La segunda parte fue un baño de juego brasileño que se saldaría con otros tres goles, uno de Pelé y dos de Jairzinho, el segundo de ellos tras un fenomenal disparo cruzado tras salvar las tarascadas de tres defensores.

Rivelino (11) formaba la media izquierda junto a Gerson. Era el hombre de la visión de juego, los regates y sobre todo el libre directo. Zurdo. Ser zurdo es al fútbol como nacer con una barra de pan en la punta de la bota. Dicen que tras un partido, mientras los jugadores se relajaban en la piscina de su hotel de Guadalajara, apareció Pelé. Tostao, Gerson y Rivelino se miraron entre sí como diciendo a ver cómo podían picar a ‘O Rei’. De repente Rivelino gritó: “Oye, ¿a ti te gustaría haber nacido zurdo, no?”, mientras los demás se meaban de la risa. Y es que Pelé era dios, pero Pelé era diestro. Rivelino tenía una siniestra asombrosa que convertía mandarinas en obuses. Su forma de golpear era tan ingeniosa que en plena Guerra Fría fue bautizada como ‘patada atómica’. De Rivelino se recordarán sus faltas, su bigote y su elástica, un regate hecho con piernas de chicle y botas de gelatina. Ronaldinho, antes de Ronaldinho.

Segundo partido. 7 de junio. Estadio Jalisco de Guadalajara. Otra tarde tórrida. Se jugaba al mediodía, tarde-noche en Europa. Cosas de los derechos televisivos. Brasil-Inglaterra. Los dos gallos del grupo luchando por el primer puesto. Inglaterra era el vigente campeón mundial.

La prensa inglesa no escatimó elogios: “Debía estar prohibido jugar un fútbol tan bello”, clamaron los periódicos ingleses por los recitales de toque, movilidad y las incorporaciones sorpresivas de Carlos Alberto y Everaldo en los laterales. “No se escribe P-E-L-É, se escribe D-I-O-S”, clamó otro rotativo. Ese partido fue la prueba más fehaciente de que Brasil era todo coordinación, estética y hambre de victoria. Inglaterra, la gran Inglaterra de Moore y Charlton, puso el autobús. No fue un partido de fútbol, fue un frontón. Una humillación de clase y juego que se vio acolchada porque la ‘canarinha’ sólo consiguió anotar un gol.

Pero menudo gol. Tostao se atrae a tres ingleses, caño a Bobby Moore incluido, centra al punto de penalti y Pelé, con un control sublime y un giro de tobillo, tira a otros tres ingleses al suelo, hasta que aparece un Jairzinho que, acostumbrado a escabullirse en los arrabales de Río, no lo iba a tener complicado para sacar el cuchillo ante aquellos victorianos.

Antes, en la primera parte, vimos otro momento icónico del Mundial. Jairzinho centró desde la derecha y Pelé se elevó a los cielos para realizar un perfecto remate picado de cabeza. Entonces, de la nada, apareció Banks, que con un escorzo felino desvió el balón por encima del larguero. Aquella es considerada la parada de la historia, porque si ya de por sí era complicada, lo que es incomprensible es como Banks consiguió despejarla por encima del larguero cuando la lógica dictaba que el balón quedase muerto dentro del área.

Tostao (9) era técnicamente perfecto. Zurdo, como no. Lo tenía todo. Regate, visión de juego, coraje, personalidad, imaginación y disparo. Era un estilista. Tenía permiso para comprar la careta de Pelé en una fiesta de disfraces. Pero no le dio tiempo. Meses antes de iniciarse el Mundial, con apenas 22 años, Tostao recibió un balonazo en un ojo que le causó un desprendimiento de retina. Tuvo que ir a operarse a Estados Unidos y al Mundial llegó medio ciego. No necesitaba más que un ojo para sentar cátedra, pero tras cinco intervenciones quirúrgicas tuvo que quitarse la careta de Pelé con solo 26 años. Tostao fue, pero pudo haber sido.

Tercer partido. 10 de junio. Estadio Jalisco de Guadalajara. Más calor. Brasil está clasificada. Toca jugar un trámite ante Rumanía. Es el partido más flojo del Mundial. La ‘canarinha’ sale con exceso de confianza y se rompen con facilidad sus pocas costuras defensivas. Gana 3-2 en un partido sin historia. El choque da para ver como Pelé anota un gol de falta calcando la posición y el disparo de Rivelino ante Checoslovaquia. Aquí mando yo, parece que exclama. También sirve para que Jairzinho anote un doblete. Es su cuarto gol en el Mundial. Acabará con siete, siendo el primer y único jugador que ha anotado en todos y cada uno de los partidos de un Mundial desde la inauguración hasta la final.

Jairzinho (7) era el más terrenal de los cinco. Tuvo que sustituir a Garrincha tanto en el Botafogo como con Brasil, y eso hace terrenal a cualquiera. Era un huracán que se comía la banda a bocados y que tenía un disparo demencial que convertía a los porteros en mantequilla. Solía pegarse a la línea de cal y tras una finta disparar un fastuoso tiro cruzado a pierna cambiada. En México alcanzó el clímax de su carrera porque de los ‘cinco dieces’ era el único que estaba a gusto con la posición asignada.

Cuartos de final. 14 de junio. Estadio Jalisco de Guadalajara. Del calor ya no hablamos más. Brasil-Perú. El mejor partido de todo el Mundial. Ataque y más ataque. Pelé contra Cubillas. Dos equipos que no sabían defender. Fue un festival de juego, paredes y regates por parte de ambos equipos. Hubo 49 tiros a puerta entre los dos conjuntos. El entrenador del mejor Perú de la historia (Chumpitaz, Sotil, Cubillas) era Didí, una leyenda del fútbol brasileño que había ganado el Mundial de 1958 compartiendo delantera con un jovencísimo Pelé.

Cuando uno contempla un resumen del choque (4-2) ve que los goles de Rivelino, Tostao (2) y Jairzinho son preciosos (así como los de Perú, con la inestimable ayuda de Félix), pero más lo son las jugadas que los preceden y las que no acaban en gol. Al poco de empezar hay una clásica jugada de Pelé que mata el balón con el pecho al borde del área tras un pase perfecto de Gerson, usa la rodilla como guante para tumbar a un defensor, y, sin bajar de revoluciones, remata a la base del poste. No es gol. Pero de repente aparece Pelé para pasar por encima de un defensor e intentar revivir la jugada con un taconazo. ¡Qué más da que no fuese gol! “Si un marciano preguntase qué es el fútbol, un vídeo del partido Brasil-Perú del Mundial de México de 1970 lo convencería de que se trata de una elevada expresión artística”, diría el escritor escocés Alastair Reid.

Gerson (8) era otro genio, y como genio que era, también era zurdo. Aportaba la pausa, la cautela, pero fundamentalmente el carácter. De los cinco dieces Gerson era el que tenía el carácter más agrio, el que reñía y vociferaba cuando el golpeo no era el adecuado. Le llamaban papagayo porque no paraba de graznar y protestar ejerciendo de profesor tanto fuera como sobre el tapete. Era el delineante del grupo. El que con escuadra y cartabón colocaba suavemente el balón a los pies de su dueño. Atacado por las lesiones se perdió un par de partidos, pero reapareció ante Perú y ya lo jugó todo hasta la final.

17 de junio. Semifinales. Estadio Jalisco de Guadalajara. Brasil-Uruguay. Era la primera vez que ambos conjuntos se enfrentaban en un Mundial desde el ‘Maracanazo’. Había tensión. Muchísima tensión. La junta militar exhortó a los futbolistas para ganar. Los periodistas estaban muy encima, y el sentir de la afición y de los jugadores denotaba miedo. Uruguay era competitividad pura. Ya en el sorteo de campos los uruguayos se pusieron a gritar la palabra Maracaná para sembrar el terror en la ‘canarinha’. Brasil comenzó el partido de forma irreconocible, dando malos pases y sin imponerse en el juego. Y Uruguay domina físicamente, con dureza y patadas, y también en el marcador.

En el minuto 19 Brasil comete un error en la entrega y en un rápido contraataque Uruguay se adelanta. Por primera vez se ve a los brasileños discutiendo entre ellos. Los nervios afloran mientras las patadas se suceden permitidas por el árbitro español Ortiz de Mendibíl (el de los tebeos de Zipi y Zape). Pero en el descuento del primer tiempo Clodoaldo sube al ataque, algo que nunca hacía, y tras una pared con Tostao anota el empate. 1-1. Gol psicológico.

A partir de ahí cambia el partido. Brasil vuelve a ser Brasil en la segunda parte. Controla el juego, imprime velocidad y actúa con inteligencia. Primero Pelé ataca cual gacela dejando con hambre a varios leones, hasta que suelta el balón para que Jairzinho anote. Y luego en el 89 se adentra dentro del área, para el tiempo y decide que sea Rivelino el que ajusticie a Uruguay. 3-1 y a la final.

Y en el descuento la apoteosis. El otro no-gol. Con Uruguay volcado al ataque Tostao lanza un contraataque. Pelé va a recibir el balón ante la salida de Mazurkiewicz, pero en vez de tocar el esférico decide dejarlo pasar como si fuese el hombre invisible. Pelé lleva el circo al fútbol y decide rodear a Mazurkiewicz en vez de encararlo. Vuelve hacia atrás para rematar su obra, pero otra vez la diosa fortuna considera que la imperfección es más bella que la perfección. Es el arte sin gol. “A lo mejor Pelé falló el gol porque yo le forcé a escorarse”, replicaba un dolido Mazurkiewicz al finalizar la semifinal. Hasta tres impactos dejó Pelé para la posteridad en México 70, pero ninguno acabó en gol.

Pelé (10) era la poesía. Era el fútbol hecho hombre. Contaba con diversas velocidades. En la primera era capaz de romper las defensas cual cuchillo. En la segunda tenía la capacidad de parar el tiempo e hipnotizar a los rivales con giros inclasificables de su tobillo. Dicen que una vez le preguntaron a Menotti como se podía marcar a Pelé, y el técnico argentino contestó; “con una tiza”. Pelé dejó para el recuerdo algunas de las jugadas más inverosímiles que se han visto en un campo de fútbol y la sensación de que su juego pervivirá en la inmortalidad. El hombre de los 1.000 goles es más recordado por sus no-goles que por los que convirtió. En aquel Mundial los hizo de falta, de cabeza, con la derecha y con la izquierda, pero inconformista, siempre dijo que los hubiese cambiado todos por hacer anotado una chilena en un Mundial.

21 de junio. Final. Estadio Azteca. México Distrito Federal. El coloso de Santa Úrsula. 110.000 almas. Hace calor, pero menos. Brasil-Italia. Dos selecciones luchando por ser el primer país con tres títulos del Mundial. La noche anterior tocó rezar. Pelé fue también el impulsor de una tradición que aún hoy en día mantiene la ‘canarinha’. Ferviente católico, Pelé promovió que todos los días tras la cena se realizara una oración de forma conjunta. Nunca se hacía un rogo sobre el fútbol. Siempre era por un familiar enfermo, un amigo o los más necesitados. No era obligatorio, pero creyentes o no, acabaron todos formando parte del ritual.

Italia llegó a la final tras una extenuante semifinal ante Alemania. Fachetti, Riva, Mazzola y compañía llegaban al último partido fieles a su estilo, de menos a más y con una fe defensiva granítica. A los transalpinos les encomendaron seguir a ‘los cinco dieces’ hasta a los vestuarios si fuese necesario. Catenaccio a muerte. Comenzaron fuertes y tuvieron dos buenas ocasiones en el primer cuarto de hora, hasta que un mal centro de Rivelino es convertido en gol de cabeza por Pelé. Burgnich, que era el hombre que estaba con ‘O Rei’ en esa jugada, lo explicó así: “Saltamos juntos, pero cuando yo estaba en la tierra, él seguía en el aire. Yo había pensado para darme ánimo: Pelé es de carne y hueso, como yo. Estaba equivocado”. Pelé cayó del cielo para batir a Albertosi y poner el 1-0. Poco después Clodoaldo hace una frivolidad en el centro del campo, pierde el esférico y Boninsegna empata el partido. Quedaba toda la segunda mitad, pero a Italia se le había acabado la gasolina.

Los 45 minutos finales fueron una exhibición ‘canarinha’. “Italia se enfrentó a monstruos de otro planeta. Auténticos tiranos del fútbol que juegan a ritmo de samba”, escribió ‘La Stampa’. Las marcas se aflojaron y el primero que quedó libre fue Gerson. De los cinco genios era el menos temido por los transalpinos, por lo que Gerson jugó la segunda parte a placer dando pases milimetrados a diestra y siniestra. Con un precioso tiro desde fuera del área puso el 2-1 en la final. Luego, ya con Brasil jugando a placer, vendría el 3-1 por parte de Jairzinho.

Y quedaba el fin de fiesta del 4-1. Un gol que era puro ‘jogo bonito’. Una hermosa jugada colectiva que se inició en defensa y en la que sólo faltó que el balón fuese acariciado por un jugador de banquillo. Tras tocar y tocar el balón, el cuero le llegó a Pelé que paró el tiempo y deslizó el esférico a su derecha. La imagen queda en pausa. Uno, dos, tres. A los tres segundos aparece una estampida por el carril derecho que tras un derechazo descomunal ponía el 4-1 definitivo. Era el gol de Carlos Alberto, un gol legendario que culminaba una actuación legendaria.

El Brasil del 70 jugó un fútbol digno de las ganas de fiesta de su gente para lisonjear el primer Mundial en color de la historia. Un periodista carioca entró al vestuario brasileño de rodillas y pidió perdón a toda la plantilla a lágrima viva por sus críticas a los futbolistas antes del Mundial. “Cuando llegó el Mundial nos encontramos todos números diez. Entonces tuvimos que adaptarnos para poder jugar juntos. Y todo salió a la perfección. Conformamos la mejor delantera de la historia del fútbol brasileño y creo que del mundo,” declaró Jairzinho.

Los ‘cinco dieces’ del Brasil del 70 perforaron las redes rivales. Jairzinho fue el máximo goleador del Mundial con 7 tantos, Pelé metió cuatro, Rivelino conquistó tres, Tostao hizo dos goles y Gerson anotó uno. Todos brillaron, pero el astro más resplandeciente del firmamento fue Pelé. Camino de cumplir los 30 años dio su último recital y se consolidó como el mejor jugador de todos los tiempos para la mayor parte de los expertos y el único con tres títulos mundiales en su palmarés.

 “Con aquel equipo hubiésemos ganado tres Mundiales más seguidos. No había jugadores como Pelé, Tostao, Jairzinho, Rivelino o yo. No los ha habido y no los va a volver a haber nunca”. Gerson.


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