La Liga del asterisco
Pues al final hay Liga. A la hora de escribir este artículo apenas faltarán seis días para que se inicie el primer partido de una de las once jornadas que se van a comprimir en apenas 40 días. Será la Liga del asterisco, porque, sea el que sea el campeón, siempre habrá un borrón en el historial. Al menos en el palmarés no habrá un vacío, suceso inaudito y mayoritario en buena parte de las competiciones deportivas, y que nos retrotraen a tiempos de guerra, miseria y hambre en los que el ser humano tenía que hacer lo indecible sólo para poder comer, dormir y vestirse.
La Liga del asterisco será la Liga de la nueva normalidad. Un fútbol distinto. Un fútbol para ciegos, donde el sonido recobra diversos matices. Los gritos de rabia, el golpeo de balón o el crujir de los postes. También las indicaciones de los técnicos. Se trata de un fútbol envuelto en papel de burbuja, frágil, pero agradable al tacto. Extraño, propio a estos tiempos extraños. Con los suplentes fuera del banco, expectantes en las trincheras, cubriéndose la cara con la mascarilla a la espera de que el capitán del batallón los mande al frente a lidiar en la guerra bacteriológica. La ausencia de los saludos chocando las manos o de los abrazos al celebrar un gol serán jueces de un fútbol con sabor a cloroformo.
Así es porque así tiene que ser. Después de todo simplemente es fútbol, lo más importante de lo menos importante. Y aun siendo extraño e insólito, seguirá habiendo pasión, disparos implacables, carreras meteóricas, goles imposibles, tensión en las áreas y pases milimétricos.
La Bundesliga nos ha dado varias pistas de cómo va a ser esta Liga tan distinta. El factor campo dejará de tener importancia. En Alemania sólo hubo tres victorias locales en las tres primeras jornadas tras el coronavirus. 3 triunfos caseros en 27 partidos. No existe ni el local ni el visitante. No existe el duodécimo hombre, ni el miedo escénico, ni los pitos ni los abucheos.
Tampoco los gritos racistas.
El fútbol fue el primer deporte que entendió que tener aficionados fieles era un filón deportivo y económico. Desde una posición salvaje a una acomodada, el número de seguidores ha ido creciendo de forma ininterrumpida durante siglo y medio. El factor campo hace décadas que dejó de ser trascendental, pero el templo aún conserva buena parte de su mística y de su importancia. En la Liga de la temporada pasada, FC Barcelona (59%) y Real Madrid (55%) sacaron más puntos al calor de su afición que en campo ajeno, y eso a pesar de que las dos transatlánticos del fútbol español hace mucho tiempo que vitorean con la misma eficacia en cualquier ruedo.
No era así cuando la Liga se puso en marcha en 1929. Había campos más anchos y otros más estrechos y había notable diferencia entre jugar entre el barro y las charcas del norte y los campos pelados y el polvo del sur. Aún en tan tardía fecha como 1960 los equipos de casa ganaban cerca del 70% de los partidos. Pero no sólo era el estado del césped. Por entonces los aficionados estaban encima de los límites del campo, saltaban a menudo al terreno de juego cuando había una jugada conflictiva y la masa se presentaba de pie y amenazante asustando a rivales y a colegiados. Y peor aún. Había que viajar. Hoy los traslados de ciudad en ciudad se han atenuado. A mediados del siglo pasado ir de Coruña a Barcelona o de Oviedo a Granada era una odisea de un par de días de suplicio, entre brinques de autocar, ausencia de entrenamiento y noches en vela en vagones de tren.
Ante la deserción del factor campo, es la hora de los campeones del mundo de los entrenamientos. Jugadores que hasta ahora nunca habían existido. Es el momento de genios desconocidos que no soportan la presión. La hora de jóvenes canteranos o imberbes fichajes que no acusaron gritos ni miradas de acoso.
En esta Liga del asterisco es de esperar que el sheriff gane y el forajido pierda. Los intangibles, la garra o la pillería desaparecen. En la Liga del asterisco la calidad marcará más que nunca las diferencias. Que un campo sea vertical y que haya poca distancia entre las gradas y el césped es irrelevante. Desaparecen los partidos importantes en los que cuando el cansancio llega toque el correr por vergüenza torera. No. No habrá excitación, solo silencio. La fuerza inspiradora que hace inmune al cansancio se sustituirá por la frustración.
La calidad brotará sin cortapisas. Amanecerá el futbolista vanidoso, el que no necesita valeriana para jugar sin estrés. Será difícil tomar conciencia de lo que se está jugando. Desaparecerán de la escena los futbolistas que apenas entrenan pero que salen al ruedo como toros, con la adrenalina hasta los topes al escuchar el rugido del público. Habrá más goles, más boquetes en el centro del campo fruto del cansancio y más errores defensivos al bajar la intensidad y la concentración. Será más divertido para los que hagamos ‘sillón-ball’.
Pero la ausencia de público no solo afectará a los jugadores. La nueva normalidad inquietará sobremanera a los árbitros. En la Bundesliga se ha comprobado que el número de infracciones se ha reducido notablemente. La ausencia de exaltación y la rebaja de revoluciones perturban por igual a los rugidos del público como a la intensidad de los futbolistas. El árbitro no saltará asustado por los truenos y aullidos del respetable. Y poco o nada podremos decir los periodistas sobre si tal o cual decisión ha estado influenciada por el ambiente.
En el momento de ponerme a escribir aún se estaba debatiendo si incorporar a los estadios aficionados virtuales o de si permitir el acceso a la carne y al hueso aunque con aforo limitado. Lo que si se ha aprobado es un plan de cánticos enlatados con una sesión ‘remember’ con los ánimos e ínfulas más entonados en cada estadio. Además de rellenar el silencio, el plan de gradas enlatadas permitirá remediar la ansiedad de los clubes ante la posibilidad de que el aficionado conozca los secretos de entrenadores y jugadores. Fue a mediados del siglo pasado cuando los productores televisivos idearon un conjunto de risas enlatadas para insertar en las series y así hacer más llevadera la soledad de quien ve la televisión en la penumbra de la noche o del invierno.
En definitiva, la Liga del asterisco será una Liga con menos disputas, menos ritmo, más creatividad, más estrategia y con una fuerte dosis de fortaleza mental. Será también un fútbol con cinco cambios. Para los que vimos un fútbol con límite de extranjeros, porteros amasando el balón para perder tiempo y rectángulos de juego de los que podrían salir unos cuantos kilos de patatas, se nos antojan demasiados. Pero para los que en vez de escudriñar el espejo para tapar las primeras canas se plantan delante del cristal recordando tiempos mejores, será el acabose. Pero es lo que hay en unos tiempos de miedo y precaución. Mucha precaución. Habrá que confiar que lo de los cinco cambios sea una de esas cosas de la nueva normalidad que dejen de existir cuando vuelva la normalidad.
¿Y por qué el fútbol sí y los demás no? La Liga mueve tal cantidad ingente de dinero, que la prosperidad del fútbol permite que de sus beneficios se detraigan cantidades significativas para el resto de federaciones. Pero es una respuesta políticamente incorrecta. La Liga tuvo que pagar un impuesto casi revolucionario al Consejo Superior de Deportes (CSD) y a la Federación Española de Fútbol (RFEF) para ponerse en marcha.
Pero la controversia es evidente. Un país como España envía a los Juegos Olímpicos unos 300 atletas y a eso habría que añadir unos 5.000 deportistas de élite nacional o internacional. No son muchos, y parecen aún menos, si tenemos en cuenta que entre Primera y Segunda División del fútbol hay alrededor de 1.000 futbolistas. O lo que es lo mismo. 1.000 tests diarios. Solo se ha salvado el baloncesto, con fuerte enraizamiento social en ciudades pequeñas, muchas de ellas sin fútbol de élite, y por el efecto arrastre de Real Madrid y FC Barcelona con sendos equipos en la ACB. Y por eso vuelve la Liga y la ACB y no así el voleibol, el hockey, el balonmano, o la Liga femenina, ésta última con fuerte crecimiento y patrocinio en el último lustro, pero sin arraigo social capaz de mover los cimientos de una comunidad.
Estos números refuerzan los clichés anti fútbol, los cuales tienen su verdad, pero muchos no son más que eso, clichés. Da la impresión de que el fútbol lo mueve todo, y a su rebufo esa suerte de hermano tonto y feo, el baloncesto. Pero urge intentar comprender la importancia de la Liga como fenómeno económico y social, como escape psicológico y como retorno a la normalidad.
Como ya tengo expresado en otras ocasiones, el fútbol fue (y a pesar de Gran Bretaña) una pata trascendental para la reconstrucción de Europa tras la II Guerra Mundial. Una Europa donde no había euro, ni becas Erasmus, ni vuelos de bajo coste ni permeabilidad de fronteras. Una Europa constreñida en la que había monarquías y repúblicas, democracias y dictaduras, capitalistas y comunistas y también católicos, protestantes, ortodoxos y musulmanes.
Digo esto para defender los efectos terapeutas del fútbol. Ahora que hay barra libre de test y de mascarillas (ya saben, antes no, ahora sí, antes de usar y tirar ahora reutilizables porque contaminan) la indignación se ha atenuado, pero hace tan sólo unas semanas era un clamor popular porque los dichosos futbolistas tenían acceso diario a los tests. Era inquietante, desde luego, pero también lo era que las grandes empresas españolas (Inditex, Seat, BBVA o Mercadona) los tuviesen, o que laboratorios privados hiciesen su agosto a cuenta del pánico general, pero, por ellos, nadie se rasga las vestiduras.
Sólo trasciende si hablamos de fútbol. Primero porque fue el primer deporte que se profesionalizó, generando la inquina de las otras disciplinas. Después, porque fue capaz de generar ingentes sumas de dinero. Y eso generó envidia. La envidia de ver como con algo tan primigenio y al alcance de cualquier persona unos pocos se hacen de oro. Y en segundo lugar, porque en la España cainita en la que vivimos aún perduran los rescoldos del Franquismo que eliminó de nuestro subconsciente la simbiosis entre deporte y cultura y convirtió al fútbol en el tonto útil de la dictadura.
Los anti fútbol ponen como ejemplo la racionalidad de Macron que ya hace semanas decidió cancelar la competición. Pero en Francia el fútbol es algo menor. En Europa hay cinco grandes Ligas de fútbol, en la que la quinta, y sin discusión, es la francesa. Las otras han bajado o subido posiciones en función de los designios del dinero y los acertijos de la historia, pero de los cinco grandes países es en Francia donde el fútbol es un pato cojo. Por eso Macron se bajó pronto del carro y dijo que en el país galo ya no habría más patadas a la pelota.
El fútbol en Francia es provinciano, banal, cosa de ciudades pequeñas o industriales. El fútbol pasa de largo por Paris por mucho que se empeñe el jeque, que heredó una idea nunca acertada de Canal + allá a inicios de los 90. Y no en todas las pequeñas urbes de provincias triunfa el fútbol, porque en muchas de ellas está arrinconado por el rugby. En Francia el deporte nacional es el ciclismo. El Tour es glamour, orgullo y la mejor guía turística existente. Es una cuestión de Estado, y por eso Macron se apresuró pronto en asegurarlo. El Tour se tiene que celebrar por lo civil o por lo criminal.
Al fútbol en Francia le ha sucedido lo mismo que al baloncesto a nivel europeo; que no es relevante. Si bien la ACB se retoma en España, no ha sucedido lo mismo con la Euroliga. Un sin sentido para algunos. Una lógica geopolítica aplastante para muchos. Ni en Inglaterra, ni en Alemania ni en Francia, el baloncesto es esencial. En Italia hace unos cuantos lustros que está sumido en un fuerte retroceso, por lo que de los cinco grandes países occidentales tan sólo en España es ‘prima dona’. En el momento en el que Rusia (CSKA Moscú) expresó su temor por volver a la competición, los fanáticos, pero pequeños, países del Báltico y del Mediterráneo que luchaban por el retorno de la Euroliga, tuvieron que claudicar.
Así pues celebremos la vuelta del fútbol. Como dijo Winston Churchill tras la batalla de El Alamein, la primera en la que los británicos salieron victoriosos tras cerca de tres años de contienda, esto no es el fin, ni siquiera es el principio del fin, pero sí es el fin del principio.