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El atletismo se asoma al abismo

El pasado 6 de octubre el etíope Lesisa Desisa entraba triunfal en el estadio Khalifa de Doha y se proclamaba campeón del mundo de maratón. Apenas 5.000 espectadores presenciaron su victoria y menos aún la entrega de medallas. Dicho triunfo le reportó a Desisa, además de la honra y la gloria, una ganancia de 50.000 dólares. Una semana más tarde el keniata Eliud Kipchoge, quien había renunciado a competir en el Mundial, corría en un circuito diseñado ex proceso para su lucimiento en Viena ante 30.000 enfervorizados transeúntes batiendo el récord mundial de maratón. Millones de personas siguieron a través de la televisión y de las redes sociales la hazaña de Kipchoge. Muchas de esas personas lo hicieron sentados en el sofá de sus casas de Doha, cuando una semana antes ninguno de ellos pudo haber visto la victoria de Desisa ya que ninguna televisión qatarí emitió en directo el Mundial de atletismo que su propio país organizaba. Patrocinado por Ineos y por Nike, Kipchoge recibió 1.000.000 de dólares por bajar de las dos horas en el maratón. ¿Qué está pasando? ¿Por qué el atletismo se asoma al abismo?   

El atletismo está en un proceso irremediable de autodestrucción. Como entretenimiento y consumo para los jóvenes está en estado de putrefacción. Escondido de la parrilla televisiva por el desinterés de los millennials. El abandono del atletismo viene de lejos. Desde que a finales de los 80 los héroes de los niños acabaron con los ojos rojos, las manos esposadas y rodeados de periodistas que en vez de preguntar por marcas hacían un doctorado en farmacología. Lo curioso es que mientras el atletismo profesional se hunde el amateur crece sin descanso. Gente de todas las edades corre entre adoquines y senderos y las zapatillas y las sudaderas han sustituido a los zapatos y a la chaqueta como prenda de uso cotidiano.

El atletismo está anquilosado en el pasado. Disciplinas como el lanzamiento de martillo, el decatlón o incluso los 10.000 metros no entran dentro de los gustos de los jóvenes urbanitas. Acostumbrados a la imagen desde el nacimiento y a conseguir todo de forma instantánea, disciplinas como el surf, el básquet 3×3 o el skate combinan la sencillez, la adrenalina, el dinamismo y el movimiento con soberana sencillez.

Los jerarcas del atletismo no han sido capaces de cambiar esta tendencia. Parecía que Sir Sebastian Coe lo iba a lograr, pero una vez retirado Usain Bolt nada ha cambiado. Varios miembros de la IAAF están acusados de corrupción, han perdido la preponderancia en la gestión de los ingresos televisivos en los Juegos Olímpicos y no han sabido tratar ni con respeto ni con coherencia el caso Semenya. Desde su estreno en 1983, los campeonatos mundiales de atletismo han sido degradados en prestigio y en popularidad hasta llegar a su punto más bajo en los recientes celebrados en Qatar. Mal ubicado en el calendario y en un estadio vacío de espectadores, el Mundial de Doha evidencia el declive del más puro de los deportes.

Toda la tecnología y los petrodólares del fastuoso estadio Khalifa no impidieron la desgracia fuera del tartán. En la maratón femenina la mitad de las participantes abandonó bajó una humedad insoportable y con temperaturas superiores a los 30 grados a la 01:00 de la mañana. En el estadio las buenas marcas pasaron inadvertidas. Casi no había espectadores. El gobierno qatarí pagó de su bolsillo las entradas de los inmigrantes africanos que ayudan a levantar los imponentes rascacielos del país. En la final de los 100 metros, la prueba más espectacular y esperada del atletismo, había poco más de 8.000 espectadores en las gradas. La finalista en salto de longitud Ana Peleteiro describió que el silencio y la sensación de calor le recordaban a cuando uno estaba solo en casa cocinando y abre de forma repentina el horno.

Fue un campeonato al aire libre que enjuiciaba a la pista cubierta. El ambiente artificial del estadio, climatizado a 23 grados y en el que no hubo lugar ni para una mísera brisa, ha sido bueno para las marcas dentro del estadio. Si la humedad y el viento están controlados es obvio que las marcas tienen que ser excelentes. Por eso Sebastian Coe sostuvo con orgullo que no recordaba ningún campeonato con tanta calidad en tantas disciplinas. Pero Coe se encarga de obviar lo obvio. Todo fue artificial. Fue un mundial de incógnito.

Siendo el medioambiente la causa de lucha de gran parte de la juventud universal, el Mundial de atletismo de este año se celebró en Qatar, un pequeño país de poco más de 2 millones de habitantes pero que es el quinto mayor emisor de dióxido de carbono del mundo. El estadio Khalifa costó 81 millones de euros y sabe Dios el coste energético y de emisiones de mantener durante 10 días un estadio abierto al sol a 22 grados cuando en el ambiente se superan los 40.

Nuestros hijos van a vivir en un mundo dominado por Asia. El mapa eurocéntrico se ha quedado viejo y en el nuevo mapa mundial Asia está en el centro. El dinero, y con el dinero el futuro, está en Asia. Esto no sólo ocurre en el atletismo. España ha ganado el Mundial de baloncesto en China, con cientos de sillas vacías en las gradas y con chinos vestidos de rojo animando sin ton ni son a jugadores que ni conocen ni quieren conocer. El Mundial de natación se celebró en Corea del Sur, dentro de dos años se celebrará en Japón, en 2023 en Qatar y en 2025 viajará a Rusia, el menos europeo de los países europeos. En Rusia se celebró el de fútbol de 2018 y a Qatar nos iremos en 2022. Para que los países con tradición puedan aspirar a organizar un evento deben unir fuerzas, promover candidaturas conjuntas, como pretenden Argentina, Uruguay, Paraguay y Chile para el 2030. Deportes muy enraizados en la psique como el tenis o el ciclismo han abierto sus fronteras a Asia donde los premios económicos soliviantan el prestigio. Desde Atenas 2004 los Juegos Olímpicos sólo han ido a megalópolis y tan sólo los de invierno, mucho más modestos, aún pueden ser reclamados por urbes manejables.

Pero justo el fin de semana después de que el Mundial se clausurara en la más absoluta clandestinidad mediática, las televisiones de medio mundo abrían sus informativos con la hazaña de Eliud Kipchoge. Sus 1:59:40 lo convirtieron en el primer ser humano que baja de las 2 horas en un maratón. Es una proeza sideral. Significa romper con lo establecido. Significa correr durante 2 horas a 21 km/h.

La gesta de Kipchoge no es oficial. Una furgoneta marcaba el ritmo ayudándose de una luz verde y cinco atletas en forma de v se encargaron de formar una cuña que evitaba la aparición de una molesta brisa en la pisada. Las liebres de Kipchoge entraron y salieron continuamente para mantener un ritmo brutal cual martillo pilón. Llevaba unas zapatillas Nike con un muelle en la suela que permiten un ligero brinco que aumenta la velocidad realizando un menor gasto energético. Le acompañaron también cuatro asistentes en bicicleta provistos de ordenadores que se encargaron de darle agua y suministrarle cumplida información de su hazaña.

¿Y a alguien le importa que no sea un récord oficial? A nadie. A NADIE le importa que el récord nunca vaya a ser oficial y que haya violado las reglas básicas del atletismo internacional. Kipchoge ha pisado la Luna y ha vuelto para contarlo. A nadie le importa porque las estrellas del atletismo han querido estar con él. Lagat, Barega, Centrowitz o los hermanos Ingebrigtsen, los nuevos niños estrella del atletismo mundial, han querido ser liebres de Kipchoge a pesar de saber que el récord es de mentira.

El reglamento de la IAAF es muy claro y establece en su artículo 143 que “unas zapatillas no deben estar construidas de tal modo que proporcionen a un atleta una ventaja o una ayuda injusta.” Pero el debate es mucho más complejo. La tecnología está reñida con la pasión. Siempre ha habido avances en zapatillas y en camisetas. Hemos pasado de la ceniza al tartán y del bambú a la fibra de carbono. El debate está en si correr es algo natural o si es un desfile militar.

Hace una década se batían día sí y día también récords del mundo de natación con los famosos bañadores de poliuretano. Hubo que retirar el plástico para no matar a la natación. Hoy la natación se ha reconciliado consigo misma. Como en la natación, en el atletismo hay partidarios y detractores en la barra libre de tecnología o de dopaje. Los primeros apuestan por el libre mercado, los segundos consideran que no todos tienen la misma capacidad económica por lo que se debe regular o prohibir los avances.

El problema del atletismo es la ausencia clara de regulación. El atletismo debe encontrar el equilibrio entre tecnología y tradición, pero siempre recordando que el factor humano debe seguir siendo la clave si no se quiere convertir al atletismo en la Fórmula 1. Y lo más importante, debe conseguir que los millennials que van al gimnasio, hacen senderismo y se preocupan por su cuerpo y por el medioambiente, sientan la misma fascinación por aquellos que hacen lo mismo que ellos pero de forma profesional.


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