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El nazi bueno (2ª parte)

Bert (en realidad se llamaba Bernhard Carl) firma por el City en el verano de 1949. La prensa inglesa está encolerizada y la gente de Manchester se echa a la calle reclamando que Bert Trautmann vuelva a Alemania. Se estima que unas 20.000 personas (50.000 según algunas fuentes) salen a protestar colapsando Maine Road, la calle que daba nombre al antiguo estadio del City, con gritos de ¡nazi! dedicados a Trautmann y de ¡criminales de guerra! a los miembros de la junta directiva. Los titulares de prensa del día siguiente no le iban a la zaga: “A los nazis hay que enviarlos a casa”, “El portero del Manchester City no quiere recordar nuestro dolor”, o mi favorito: “Buy kraut goalkepper with Iron Cross”, que se podría traducir por “Comprado portero bajo palos con una Cruz de Hierro”.

¿Por qué el City decide fichar a Trautmann? ¿Por razones humanitarias? Obviamente no. El Manchester City ficha a Trautmann porque era un buen portero. Un muy buen portero. Solo necesita un puñado de partidos para acallar a los hinchas del City. Lo que en un primer momento eran gritos de ¡nazi! cada vez que realizaba una parada pronto se convierten en rotundos aplausos.

A la aceptación del cancerbero alemán contribuyen notablemente dos figuras. El primero es Alexander Altmann, rabino de Manchester. Decide escribir mano a mano con Trautmann una carta abierta que publicará la prensa local. En ella, el paracaidista de Bremen pedirá perdón y argumentará que hizo “todo lo que le ordenaron como soldado”. Altmann aprovecha para dirigirse a la populosa comunidad judía del Gran Manchester con las siguientes palabras: “Bert es un joven decente. No seáis estúpidos. No podemos castigar a un alemán en concreto por aquello que haya hecho un país. Dejemos que demuestre si es un buen portero y luego ya veremos”.

Pero más notables aún fueron las escuetas pero concretas palabras de Eric Westwood. Capitán del Manchester City y veterano del desembarco de Normandía, sólo necesito un par de partidos para comprobar que Trautmann ya no era un nazi. Ni siquiera era un soldado. Tampoco era un prisionero de guerra. Ya ni siquiera era alemán. Tan sólo era un futbolista. “No existen las guerras en este vestuario”, soltó Westwood ante la prensa. Ya no hubo más discusiones. Nadie más en Maine Road volvió a llamar nazi a Trautmann.

No ocurría así en terreno visitante. Después de 15 años en el City a Trautmann aún seguían llamándole nazi a lo largo y ancho de Inglaterra. Pero cuanto más hostil era el recibimiento, mejor era la actuación del meta alemán. En un partido en Londres contra el Fulham los pitos y los insultos de comienzo del encuentro se convirtieron en aplausos tras una exhibición de bravura y de valía personal. Bob Wilson, portero del Arsenal en la década de los 60 y los 70, contaba como de pequeño su ídolo era Bert Trautmann. Tanto su padre como sus dos hermanos mayores habían muerto en la guerra y en casa le recriminaban taxativamente que no podía admirar a un nazi. Pero su fascinación ante Trautmann era tal que no lo podía remediar. Wilson cuenta que la valentía del alemán, al borde de la temeridad, su templanza, su espectacularidad y su eterna compostura ante los continuos insultos recibidos, eran para él pura seducción.

En su primer partido con el equipo de reservas del City acudieron casi 27.000 personas. Trautmann comentaría años más tarde que había escogido Manchester porque le explicaron que cuanto más al norte de Inglaterra residiera mejor le aceptaría la gente. La realidad es que era el payaso del circo y el mono del zoo. Con el City vivirá dos descensos a segunda división pero la gloria a mediados de los 50. En esos años junto a Trautmann aparecerá el centrocampista Roy Paul y el delantero Don Revie, más tarde afamado entrenador y seleccionador inglés.

Con todos ellos a bordo el Manchester City se clasifica para la final de la FA Cup de 1955 ante el Newcastle. Es la primera vez que un alemán juega la final copera de Wembley y por supuesto es también la primera vez que lo hace delante de la reina Isabel II. ‘Pecata minuta’ en 2019 pero cacareada agitación en 1955. El City pierde por 1-3, pero se vuelve a clasificar para la final de 1956, en este caso ante el Birmingham City.

Y es en aquella final disputada el 5 de mayo de 1956 cuando Bert Trautmann se ganará para siempre el corazón de todos los seguidores del City y el respeto y la admiración de todos los aficionados ingleses.

A falta de 20 minutos para el final del partido el Manchester City ganaba por un claro 3-1. Entonces, un centro al área del Birmingham se queda corto. A por el balón se lanzará a tumba abierta Trautmann y a la carrera el delantero rival Peter Murphy. Los dos jugadores llegan al mismo tiempo y la rodilla de Murphy impacta en la base del cráneo del portero. Durante unos agónicos minutos Trautmann es asistido por el personal médico. Está inconsciente, aunque rápidamente se despierta. Las imágenes muestran cómo se levanta tambaleándose y con el cuello torcido hacia su izquierda. En 1956 no existían los cambios, por lo que si Trautmann se retira lesionado un jugador de campo tendría que colocarse bajo palos y el City afrontar los minutos finales del partido en inferioridad numérica.

No está en condiciones médicas para jugar. Pero Trautmann va a seguir jugando.

Trautmann nunca supo que ocurrió en esos últimos 20 minutos. Jamás recordó nada. Sólo resuena una neblina y unos cuantos sonidos en lo más profundo de su memoria. El caso es que consciente o inconscientemente realiza cuatro paradas espectaculares y un par de salidas suicidas que salvan al City y que permiten a los de Manchester alzarse con el título copero.

Por la noche, antes de la cena de gala para celebrar la victoria, Trautmann acude a un hospital de Londres donde le dicen que tiene un simple calambre y que en un par de días estará recuperado.

Al día siguiente una multitud de ‘citizens’ corea su nombre frente al ayuntamiento de Manchester. Él sonríe desde el palco con la cabeza torcida hacía un lado. Ese mismo año es designado mejor jugador de la liga, la primera vez que un portero recibe la mención y, por supuesto, la primera vez que un alemán recibe tal distinción. Días después un amigo le obliga a ir al hospital y se revelará su locura. La primera vértebra lumbar se había roto y su tercera vértebra estaba montada sobre la segunda debido al impacto recibido en el cuello el día de la final. Según le explica un médico ese golpe de azar evitó la rotura del cuello y su muerte en aquel mismo instante.

Durante las siguientes tres semanas estará totalmente inmovilizado sobre una plancha de madera. Tardará otros siete meses en volver a jugar al fútbol y durante la convalecencia sufrirá la pérdida de su segundo hijo (el primero reconocido) víctima de un atropello a los cinco años de edad. Esa pérdida hará que su matrimonio se termine años más tarde y que, sin hijo y sin esposa, Bert Trautmann decida conocer a su hija ilegítima fruto de aquella relación navideña en el campo de prisioneros de 1946.

En la vida de Trautmann no existen las medias tintas.

Bert Trautmann se retiró en 1964 tras 545 partidos oficiales con el Manchester City. Luego se convirtió en entrenador de las categorías inferiores de la selección alemana y más tarde de la inglesa. También dirigió a selecciones tan dispares como Birmania, Tanzania o Pakistán, hasta que a mediados de los 80 descubre el sol de la costa de Castellón y decide instalarse en el pueblo pesquero de Almenara hasta su muerte en 2013.

En 1964 su partido de homenaje reunió en el mismo equipo al City y al United en un combinado de Manchester que se enfrentó a la selección inglesa. Y medio siglo después, ya con 91 años a sus espaldas, la Reina Isabel II lo distinguió como Oficial del Imperio Británico en una ceremonia celebrada en Berlín. Años antes, el City había inaugurado una estatua en la memoria de un hombre que vivió dos vidas. Un hombre que pasó de enemigo a amigo. Un nazi bueno.

Bert Trautmann: “Me considero más inglés que alemán. Mi educación comenzó después de la guerra. Hasta ese momento yo no había tenido capacidad para decidir. Ellos me aceptaron. Mi verdadera educación comenzó a los 22 años en Inglaterra cuando aprendí sobre humanidad, tolerancia y perdón. Me preguntaban si había matado gente. Los muertos no se ven. En la guerra sólo ves sombras en el horizonte, figuras que corren. Y tú te defiendes, porque si no lo haces te disparan y te matan”.


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