Auge y caída de Nikolai Starostin (un retrato del stalinismo) 1ª parte
El fútbol no alcanzó tierras rusas hasta inicios del siglo XX y lo hizo a cuentagotas. Era una moda foránea que se estableció únicamente en las ciudades, esencialmente en Moscú. Se crearon diversos equipos de barrio que iban y venían y se jugaban torneos locales en estadios improvisados y sin apoyo federativo. Prueba del bajo nivel ruso es que en los Juegos Olímpicos de 1912 Rusia fue derrotada por un esclarecedor 16-0 ante Alemania. Bajo ese iniciático panorama emergió la figura de Nikolai Starostin (1902-1996) el mayor de cuatro hermanos apasionados por el fútbol y el hombre que iba a liderar el auge y crecimiento del balompié soviético.
Esta es la historia de los hermanos Starostin. De Nikolai, Andrei, Aleksandr y Piotr. Es una historia de la URSS. De gulags y de revolución. Una historia de Stalin y de Beria. De miedo y de represión. De stalinismo y de desestalinización. Pero es sobre todo una historia de supervivencia a través del fútbol.
Cuando la Revolución Rusa triunfa en 1917 los clubes de fútbol –al igual que el resto de sociedades privadas- o pasan a control estatal o bien son liquidados. En el ámbito que nos ocupa, y dado que el deporte está considerado amateur, los equipos polideportivos pasan a depender del Estado. Así, surgen por toda la Unión Soviética los CSKA (equipo del ejército), Dinamo (policía y asuntos secretos), Lokomotiv (ferrocarril y sistemas eléctricos), Zenit (acero e industria pesada) o Torpedo (industria de la automoción). Todos los futbolistas cobraban bajo cuerda con un contrato de trabajo ficticio de la empresa estatal correspondiente. Por causas obvias el CSKA y el Dinamo eran los clubes más potentes y los que gozaban de mayores ventajas públicas.
Nikolai Starostin tenía otros planes. Era el capitán y estrella del Krasnaja Presnya, un club de barrio considerado entonces el mejor equipo de Moscú. Al disolverse el club, y con el apoyo de sus hermanos menores, propuso al Comisariado del Pueblo para Asuntos Internos la creación de un nuevo equipo que no dependiese del Estado. Para su sorpresa la petición fue aceptada, pero con unas condiciones draconianas. Podía crear un nuevo club, pero tendría que hacerlo sin dinero. No podía invertir ni un rublo en esa nueva escuadra.
Starostin consiguió lo imposible. Congregó a más de 2.000 vecinos que en sus horas libres le ayudaron a levantar un estadio de fútbol para más de 10.000 espectadores en un descampado del barrio. Lidero diversos actos benéficos, bailes y partidos de exhibición para conseguir fondos que hábilmente donó a un conglomerado de alimentación, una de las pocas empresas semiprivadas que quedaban en la ciudad, y que serviría de coartada para dar un ‘trabajo’ a sus futbolistas. Y así, en 1922, nacía el Spartak de Moscú. El nombre no fue escogido al azar. Se denominó Spartak en honor al esclavo romano Espartaco, quien lideró una sublevación de gladiadores y esclavos ante la República romana y que ha pasado a la posteridad como símbolo de la lucha por la libertad. El Spartak era un club de fútbol singular dentro de la URSS y el único que hoy, casi tres décadas después del fin del comunismo, tiene miles de seguidores más allá de la frontera rusa.
Aunque hasta tan tardía fecha como 1936 no se disputaría la primera liga soviética, el Spartak era ‘de facto’ el mejor equipo ruso. Consiguió derrotar al Racing de Paris y a la selección de Euskadi en sendos amistosos, hazañas de renombre por aquel entonces para el incipiente fútbol del país. En la URSS no tenían rival y Nikolai Starostin pronto pasó a ser una figura reconocida y venerada en todo el país.
Tal era la fama de Starostin y del Spartak que en julio de 1936 el Komsomol (la organización juvenil del Partido Comunista) decidió celebrar un partido de fútbol en la Plaza Roja de Moscú. El objetivo era dar a conocer el nuevo deporte al líder supremo, Iosif Stalin. Se fabricó una enorme alfombra de fieltro de más de 10.000 metros cuadrados sobre el empedrado de la plaza que tuvo que ser tejida en horario nocturno para no entorpecer el trajín del día a día. El responsable de los actos era Nikolai Starostin, presidente, entrenador y aún capitán a sus 34 años del Spartak de Moscú. El acto central de los festejos era un choque de exhibición entre el primer y el segundo equipo del Spartak bajo la atenta mirada de Stalin y del resto de miembros del Politburó desde la tribuna presidencial, cuidadosamente situada junto al mausoleo de Lenin. Se trataba de un encuentro de media hora de duración que más bien era una representación teatral en la que habría goles de todo tipo para satisfacción de papá Stalin “el mejor amigo de los deportistas”. Si antes de esa media hora Stalin daba síntomas de aburrimiento, un camarada desde el palco agitaría parcamente un pañuelo para que Starostin se diese cuenta y parase el partido. Al parecer Stalin disfrutó de su primera experiencia futbolística y, no sólo aceptó de buen grado la media hora, sino que exigió jugar un cuarto de hora más para regocijo de Nikolai Starostin y de todos los presentes.
Todos salvo uno.
Lavrenti Beria, por entonces secretario del Partido Comunista en Georgia, había jugado al fútbol contra Starostin cuando era un adolescente y había sido humillado partido tras partido. Beria era un apasionado del fútbol pero pronto descubrió que no tenía nivel suficiente para competir y orientó sus esfuerzos en escalar en el terreno de la política. Ya entonces era considerado una sanguijuela, pero su fama de hombre implacable crecería hasta el infinito cuando un par de años más tarde, en 1938, pasaría a ser el director del Comisionado del Pueblo para Asuntos Internos, o lo que es lo mismo, del NKVD –hoy KGB-, el órgano represivo más temido de la Unión Soviética.
Cuando en 1936 se celebra la primera liga soviética el Spartak se convierte en el vencedor. Al año siguiente, ya con Nikolai Starostin ejerciendo únicamente de entrenador, el campeón será el Dinamo, pero el Spartak (con los tres hermanos menores de Nikolai en la plantilla) logra vencer nuevamente en 1938 y 1939. Es algo que Beria no puede tolerar. Al acceder al cargo de director del NKVD, Beria pasó automáticamente a ser presidente del Dinamo de Moscú (el equipo de la policía y los asuntos secretos). En teoría era una formalidad. Su antecesor no tenía el más mínimo interés en el cargo, pero Beria, como apasionado del balompié que era, se propuso que su Dinamo fuese el club más poderoso de la Unión Soviética.
Beria estaba presente en cada uno de los encuentros del Dinamo. Según se cuenta amenazaba a sus jugadores con fusilamientos y continuas visitas a los calabozos de la ‘Lubianka’, el nombre popular del gigantesco edificio de ladrillos amarillos sede de la NKVD. El Dinamo ganó la liga de 1937 bajo sospechas, pero tanto en 1938 como en 1939 no pudo hacer nada ante la superioridad del Spartak, campeón tanto del torneo liguero como del copero. Aun así Beria lo intentó de todas las formas posibles. Incluso haciendo uso de otros ‘Dinamos’, conjuntos que estaban en su área de influencia.
En las semifinales de Copa de 1939 el Spartak de Moscú derrotó por 1-0 al Dinamo de Tiblisi. Estos últimos denunciaron que en el gol del Spartak el balón no había traspasado totalmente la línea de gol. A pesar de que el Spartak derrotó en la final al Leningrado días después, Beria mandó repetir la semifinal tres semanas más tarde. Nuevamente se enfrentaron Spartak y Dinamo y nuevamente ganaron los primeros por 3-1. Como ya comentamos, aunque Beria sólo era presidente del Dinamo de Moscú también era ‘de facto’ presidente de todos los ‘Dinamos’. Estuvo presente en el choque, y, tras el tercer gol del Spartak, se marchó airadamente del palco y ordenó el fusilamiento de los periodistas que publicasen la reseña del partido. La lógica dictaba que también habría que repetir la final pero Beria se dio por derrotado y se decidió dar por buena la ya jugada. Así pues el Spartak se proclamó rocambolesco campeón tras disputar una semifinal tras haber ganado una final.
A pesar de todo el poder de Beria y del NKVD éste se veía incapaz de contrarrestar el fervor popular de Nikolai Starostin y de su Spartak de Moscú. Pero a las 03:15 horas del 22 de junio de 1941 cerca de 5 millones de soldados alemanes y más de 8.000 carros blindados y aviones cruzaron la frontera soviética dando lugar al inicio de la guerra entre la Alemania de Hitler y la URSS de Stalin. Un holocausto que cambiaría por completo la vida de millones de personas, entre la cuales estaban tanto Nikolai Starostin como Lavrenti Beria.