Archivos

La Copa de Petrovic

En el verano de 1988 un terremoto sacudió los cimientos del baloncesto FIBA. Drazen Petrovic, el jugador europeo más carismático del momento, decidía firmar por el Real Madrid y plantar al FC Barcelona con el que ya se había comprometido verbalmente. Contrariamente a lo que dictaría la lógica, la decisión provocó un cataclismo en la casa blanca. Petrovic era el enemigo público número 1 de los merengues. Más bien era el enemigo público número 1 de medio Continente. Durante un lustro había sometido y humillado al Real Madrid en varias ediciones de la Copa de Europa con escupitajos, manotazos y vaciles varios. Cuando el partido ya estaba ganado gustaba de inventar malabares con el balón en el medio campo mientras hacía muecas al banquillo rival. Un hombre correcto, educado y disciplinado como Corbalán llegó a perder los nervios y declarar que le gustaría arrancarle la cabeza a Petrovic tras la victoria de la Cibona de Zagreb ante el Real Madrid en la final de la Copa de Europa de 1985. No sonaba a creíble. Un desaliñado lituano de 2’21 metros de altura declaró lo mismo meses más tarde cuando perdió ante los croatas la final de 1986. Era un pívot del Zalguiris llamado Arvydas Sabonis y su amenaza más valía tomarla en serio.

Por eso, cuando Petrovic decidió fichar por el Madrid y abandonar a la odiada Cibona hubo desbandada en el vestuario merengue. Del Corral, Iturriaga y Corbalán decidieron marcharse. Otros, caso de Fernando Martín, resolvieron quedarse, pero pasarían un año de perros al lado del genio croata.

Petrovic solo estuvo un año en el Real Madrid. En el verano de 1989 dispuso probar fortuna en la NBA y colocó sobre la mesa los dólares necesarios para jugar en Portland Trail Blazers. Así pues, sólo estuvo un año en España. Pero fue una temporada muy intensa en la que compaginó luces y sombras. En el haber, los 62 puntos logrados en la final de la Recopa ante el Caserta en una borrachera de lanzamientos y juego de pies del escolta de Sibenik. En el debe, la derrota en la final de la Liga ACB (la llamada ‘Liga de Petrovic’) ante el FC Barcelona por un global de 3-2, en una serie en la que Petrovic fue secado en defensa por el dueto azulgrana formado por Nacho Solozábal y Chicho Sibilio.

Pero antes de todo eso tuvo lugar la fase final de la Copa del Rey, el torneo más atractivo del baloncesto español con siete partidos a vida o muerte comprimidos en un largo fin de semana. El formato de 1989 presentaba la novedad de celebrarse en función multisede. Con la llegada de los fondos europeos de cohesión, los distintos gobiernos autonómicos decidieron promocionarse de diferentes formas. Aquel año, la Xunta de Galicia dispuso impulsar el Xacobeo, una festividad religiosa en honor a Santiago Apóstol que desde entonces ha pasado a ser también turística. La Copa (al igual que ocurriría en el también Año Santo de 1993) se paseó por la geografía gallega para promocionar a la vieja Gallaecia por los distintos rincones de la llamada piel de toro.

Los cuartos de final se repartieron entre Santiago, Ourense y Vigo, ésta última urbe con ración doble. Todos los favoritos ganaron con facilidad. El Real Madrid venció al Huesca (88-64), el Joventut al Estudiantes (86-71), el FC Barcelona al Fórum de Valladolid (91-80), y el partido más entretenido fue el que enfrentó al CAI Zaragoza contra el Caja de Ronda de Málaga (115-110). -Nota: Este tipo de viajes al pasado siempre es útil para recordar como el deporte español ha vivido de subvenciones públicas en las que las cajas de ahorro han tenido un papel primordial-.

La primera semifinal enfrentó en la naval y militar ciudad de Ferrol a Real Madrid y Joventut de Badalona. Los catalanes tenían un excelente conjunto de jóvenes apunto de eclosionar liderados por Jordi Villacampa, un excelso y fornido tirador, un cerebral base que respondía al nombre de Rafa Jofresa y una pareja interior constituida por Reggie Johnson y Juanan Morales, un pívot español de más de siete pies, algo infrecuente en el baloncesto hispano. Se contaba con que el encuentro fuese igualado, pero el Real Madrid pasó por encima del Joventut y venció con suma facilidad (99-74).

La segunda semifinal tuvo lugar en la agropecuaria y romana ciudad de Lugo y enfrentó al FC Barcelona y al CAI Zaragoza. Los aragoneses eran los más flojos semifinalistas pero tenían en sus filas a Mel Turpin, una fuerza de la naturaleza que había tenido que renunciar a la NBA por problemas de peso. De hecho, se le conocía como ‘Mel Dinner Bell’ (Mel hora de cenar). El CAI llegó a ir por delante en la primera mitad e incluso consiguió acercase a pocos minutos del final, pero finalmente el Barça ganó con solvencia (88-78).

La final tuvo lugar el 17 de noviembre de 1988 en A Coruña, la ciudad de cristal donde según la leyenda Hércules derrotó a Gerión y edificó sobre su calavera la famosa Torre que contempla la inmensidad del Atlántico. Algo más de 8.000 personas se reunieron en el Palacio de los Deportes de Riazor para presenciar la lucha entre el Real Madrid y el FC Barcelona. El quinteto de los blancos estaba integrado por Drazen Petrovic, Chechu Biriukov, Johhny Rogers, Fernando Martín y el coruñés Fernando Romay. Por parte de los azulgranas saltaron a la pista Nacho Solozábal, Juan Antonio San Epifanio ‘Epi’, Andrés Jiménez, Granville Waiters y Audie Norris. En una época donde los titulares superaban con facilidad los 30 minutos por partido, los suplentes prácticamente no tenían incidencia. Por parte madrileña José Luis Llorente como base sustituto y Pep Cargol como alero defensor tenían minutos, y por parte barcelonesa importaban el base suplente Quim Costa y el escolta tirador Xavi Crespo. El Real Madrid contaba con la baja por lesión de Antonio Martín y el FC Barcelona no podía alinear ni a Chicho Sibilio ni al ala-pívot Steve Trumbo. Las bajas azulgranas eran mucho más sensibles y, de hecho, la ausencia de Trumbo había posibilitado el fichaje de Waiters, uno de tantos temporeros que pueblan el mundo del baloncesto. El entrenador del Real Madrid era Lolo Sainz, leyenda como jugador y como técnico. El entrenador del FC Barcelona era Aíto García Reneses, modesto jugador, pero que con el tiempo pasaría a ser considerado el mejor técnico en la historia del baloncesto hispano.

El partido se televisó por el segundo canal de TVE a las 20:30 horas. Fue uno de los programas más vistos de la década. Estaban el Madrid y el Barça. Estaba Petrovic. Y el baloncesto vivía sus años dorados aquí y allende los mares. Tras el éxito de la selección española en los Juegos Olímpicos de 1984 y hasta el estrepitoso fracaso en los de Barcelona en 1992, el baloncesto compitió y hasta en ciertos momentos llegó a superar al fútbol. Los sábados de finales de la década de 1980 la programación radiofónica giraba en torno al deporte de la canasta con enviados especiales y narraciones de todos los partidos de la ACB.

El partido comenzó con Petrovic anotando los cuatro primeros puntos del choque. Parecía que se iba a repetir la exhibición de la tarde anterior cuando el croata le endosó 34 al Joventut, pero el Barça era un equipo con muchas más tablas. Aito diseñó un partido lento donde Norris y Jiménez llevasen la iniciativa debajo de los aros. Los azulgranas consiguieron un parcial de 0-10 y se pusieron por delante. Norris anotaba con facilidad delante de Fernando Martín y ampliaba la diferencia (10-19) y (21-29), mientras que Solozábal coceaba a Petrovic y hasta le sacaba las uñas dejando un rastro de sangre en el escolta blanco.

Fue entonces cuando Petrovic demostró porque era ese tipo de jugador que forma parte de una estirpe especial. Estaba realizando un discreto partido y el Barça se estaba escapando, pero en un fogonazo anotó un par de triples que acercaban al Madrid a cinco puntos antes de irse al descanso (43-48).

En la reanudación, Petrovic volvió a sacar la artillería para poner un parcial de 7-0 y adelantar al Real Madrid en el marcador. Fue ahí cuando el Barça perdió el partido. Liderado por José Luis Llorente, los blancos pusieron una marcha más y anotando Petrovic desde el exterior y Rogers desde el interior desarbolaron al Barça. Los catalanes notaron en exceso el cansancio y la falta de dos jugadores clave para poco a poco desconectarse del partido (75-66). Luego Petrovic se dedicó a juguetear con el balón como tantas veces en el pasado había hecho y aseguró la victoria a base de tiros libres para un definitivo 85-81.

Al final Petrovic acabó con 27 puntos y Johhny Rogers con 23, mientras que en el Barça Epi se fue hasta los 20 y Audie Norris dominó el juego interior con 15 puntos y 15 rebotes hasta que sus rodillas le dijeron basta.

Era noviembre, y parecía el primero de muchos triunfos para Petrovic. La realidad es que fue el inicio del fin. Sólo iban tres meses de temporada. Hasta entonces Petrovic se había esforzado por integrarse en el vestuario blanco. Había aceptado que Fernando Martín llevase la voz cantante y que el juego basculase entre él y el pívot madrileño. Aquella Copa del Rey rompió con tan frágil proyecto. Petrovic fue amo y señor del choque ante el Joventut y ante el Barça amasó el balón en los momentos decisivos y prefirió confiar en el americano Johnny Rogers en vez de con Martín a la hora de doblar el balón. Rogers era un recién llegado como Petrovic y ambos abandonarían el equipo al finalizar la temporada. Era un genio, pero no había quien fuese capaz de lidiar con semejante ego.

“Drazen Petrovic se convertirá con toda seguridad en una figura (…) Ahora bien, si para ser tan buen jugador hay que ser tan indeseable, prefiero jugar como un mediocre. Y sin tener que sacar la lengua ni poner ese careto.” El entonces madridista Juan Manuel López Iturriaga evaluando a Petrovic cuando aún tenía 22 años y jugaba en la Cibona de Zagreb.


¿Quieres recibir un email cada vez que se publique una entrada nueva?

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.