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Vitaly Scherbo

Era guapo. Muy guapo. Con una sonrisa que rompía cualquier corazón. Parecía de todo menos soviético. Pero era el arquetipo del nuevo hombre soviético. Soberbio y bravucón. Distante, altruista, saludable y culto. Un stajanovista en el cuerpo de un Apolo.

Vitaly Scherbo (Vitali Shcherbo) era bielorruso. Nacido en Minsk, encarna la típica figura de niño hiperactivo al que los padres le buscan una ocupación para que los deje tranquilos. Scherbo encontró esa válvula de escape en la gimnasia. Con 15 años ya estaba en Moscú en la selección soviética de gimnasia. Tenía 16 cuando se disputaron los JJOO de Seúl. Con cualquier otra nación habría sido olímpico, con el alto nivel de la gimnasia soviética tuvo que esperar 4 años más. Su momento tendría lugar en Barcelona 92. Pero ya no existía la Unión Soviética.

Se plantó en Barcelona defendiendo la bandera del Equipo Unificado, una amalgama de repúblicas, entre las que se encontraba su Bielorrusia natal, en la que fue una idea del COI para acoger a todos aquellos atletas que con la ruptura de la URSS se encontraban sin patria deportiva. Scherbo compitió vestido de negro, y, sin que nadie lo esperase, se convirtió en la estrella de los JJOO. Ni siquiera era el favorito en su propio equipo, distinción que defendía Grigory Misutin.

Ganó 6 medallas de oro en 5 días. Tan sólo los nadadores Mark Spitz y Michael Phelps lograron más medallas áureas en unos mismos Juegos Olímpicos. Venció en paralelas, salto, anillas, caballo con arco y en las competiciones por equipos y en el individual. Por supuesto ningún otro gimnasta ha completado una actuación similar.

Todo era felicidad para Scherbo. Era joven. Era apuesto. Era elegante. Era una estrella. El año de Barcelona se había casado con Irina, su novia desde la adolescencia. En 1993, mientras seguía ganando en Europeos y Mundiales, tuvo a Kristina, su única hija. La vida le sonreía y la recién creada República de Bielorrusia lo escogía como cara visible de la nueva nación, participando en múltiples actos públicos.

A pesar de ello no todo era tan idílico. La convulsa realidad social de la Europa postcomunista afectó a la familia Scherbo. En un país convulso y en construcción recibió amenazas de muerte a cambio de altas sumas de dinero. En otra ocasión varios ladrones entraron en su casa. No le robaron las medallas olímpicas. Ya se lo temía, y estaban guardadas en casa de su madre.

Scherbo se planteó emigrar a Estados Unidos. El punto de inflexión se dio cuando la policía echó al traste un intento de secuestrar a su hija. Eligió como destino una pequeña ciudad cerca de Philadelphia. Allí prosiguió con su carrera con la ilusión de defender la bandera bielorrusa en los JJOO de Atlanta de 1996, a donde acudiría como indiscutible favorito.

Sin embargo, el 13 de diciembre de 1995 su esposa Irina sufría un gravísimo accidente de automóvil. Su BMW impactó contra un poste telefónico partiendo el coche en dos. Estuvo casi 2 horas atrapada en el asiento del conductor hasta que los bomberos lograron excarcelarla. Cuando Scherbo llega al hospital se encuentra a su mujer en coma y los médicos le anuncian que tiene un 99% de posibilidades de fallecer.

Destrozado, Scherbo abandona los entrenamientos a escasos 8 meses del inicio de los JJOO. Al principio acude diariamente al hospital y se afana por cuidar a su hija y ocultarle la gravedad de la enfermedad de su madre. Va al hospital y lava a su mujer, la acaricia, le corta el pelo. Pero es todo fachada. Cuando llega a casa se derrumba. Se ve incapaz. Al cabo de una semana, su rutina es pasarse las noches bebiendo. Su entrenador lo encuentra día sí y día también borracho a primera hora de la mañana.

Pero un día, al igual que se había quedado dormida, Irina despertó.

Faltaban tres meses para ir a Atlanta. Vitaly no quería. No estaba en forma y no quería hacer el ridículo. Irina le insistía. Que fuera, que lo hiciese por ella. Que ya vería como todo iría bien. Y además hacía falta el dinero en casa. Scherbo era un atleta de éxito, pero los costes de la operación y de la estancia en el hospital eran muy altos. Al final Vitaly dio el brazo a torcer, pero no tenía muchas ganas de entrenar. Acude a su primera competición de esa primavera. Es en Paris y tiene una actuación lamentable. Hasta se daña el hombro al estar pasado de peso. “La peor competición de mi vida. Incluso cuando era niño lo hacía mejor”, declara.

Mientras tanto Irina encadena operación con operación. El coma es cosa del pasado, pero la recuperación es larga. Costillas, pelvis y bazo. Eterno viaje por el quirófano.

Scherbo vuelve de Paris y habla con su mujer. Le vuelve a preguntar. Ella le mira a los ojos y le dice que es el mejor gimnasta del mundo y le explica que lo es no por su talento, sino porque es el más fuerte mentalmente. Ella sigue con la rehabilitación. Él le vuelve a preguntar. Le dice que si de verdad quiere que vaya a los JJOO debe ir a Minsk, abandonarla y recluirse de todo y de todos. Ella le dice que sí. Scherbo llama a su entrenador y se marcha a Bielorrusia donde va a entrenar como un poseso. Llega a tiempo para ganar una competición en Puerto Rico. Al final Scherbo irá a Atlanta. Como una incógnita. Pero irá.

Era Vitaly Scherbo. El ganador de 6 medallas de oro en Barcelona. Pero no estaba en forma. Por lo menos no estaba en plena forma. Incluso el seleccionador bielorruso dudaba de él. El nombre imponía, los aficionados le daban vencedor. Los entendidos no le daban ninguna posibilidad. Había gimnastas más jóvenes, pero sobretodo más preparados.

Ganó 4 medallas de bronce, en la competición individual, salto, barras paralelas y barra fija. La ovación fue de órdago. La que más aplaudía era Irina, que con dificultades se había desplazado al pabellón olímpico.

Aun así Scherbo no estaba contento. Era un ganador y no le gustaba la autocomplacencia. No quiso atender a los medios. No estaba de humor. No había atisbos de la sonrisa que había enamorado a los barceloneses. Sólo atendió a la llamada de su mujer. Y cuentan que una vez que habló con ella, comprendió que aquellos 4 bronces tenían mucha más valía que los 6 oros de Barcelona.


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