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La verdadera historia de Rocky

Hace unos cuantos años un grupo de universitarios de Silicon Valley reunieron los datos de todos los combates de Mohammed Ali y de Rocky Marciano y los introdujeron en una potente base de datos. La tecnología se puso en marcha y determinó que el vencedor de un hipotético combate entre los dos mejores boxeadores de pesos pesados de todos los tiempos sería Marciano con una victoria por KO en el decimotercer asalto. Incluso se realizó un docudrama sobre una pelea ficticia que hizo la delicia de unos aficionados a un deporte que, a pesar de su actual decadencia, aún se cuentan por millones.

Antes, mucho antes, de que Sylvester Stallone filmara la película deportiva más famosa de todos los tiempos, hubo un boxeador llamado Rocky Marciano que inspiró al Balboa de la ficción. Aún hoy es el único campeón del mundo que no conoce la derrota con un balance de 49-0, logrando 43 de esas victorias por K.O.

Rocco Marchegiano nació en 1923. Era hijo de padres italianos, como tantos otros de la zona de Massachussets, uno de los primeros lugares estadounidenses adonde llegaba la marabunta emigrante europea de finales del siglo XIX. Su padre trabajaba en una fábrica de zapatos, mientras su madre hacía cabriolas en casa para poder dar de comer a sus hijos.

Cuentan que tenía escasa coordinación física cuando era pequeño. Le encantaba el béisbol, pero era incapaz de destacar con el bate. Comenzó a boxear de forma amateur en su época de militar durante la II Guerra Mundial y sorprendentemente constató que no podía ser tumbado por ningún rival. Con 1’80 de altura golpeaba con la izquierda y se defendía con la derecha, pero tenía escasa técnica. Despectivamente le llamaban `el agazapado´ porque siempre estaba a la defensiva. De hecho, en muchos de los combates acababa con la cara destrozada a pesar de conseguir la victoria. Se limitaba a encajar golpes y cuando el rival estaba agotado soltaba unos cuantos latigazos con la zurda que resonaban como un trueno en el ring y le daban la victoria….como el Rocky de la gran pantalla.

No tenía técnica ni estilo, pero si una descomunal pegada. Según todos los expertos, la mejor pegada en relación a la ecuación altura-peso. Soportaba sin estridencias los golpes del adversario. Dicen que era un luchador inquebrantable, y, al igual que su tocayo del cine, tenía una fe inalterable en la victoria y una falta de interés en conservar un rostro atractivo.

Al licenciarse en el ejército, Rocco comenzó a boxear de forma profesional. Tenía 23 años, una edad tardía para iniciarse en un deporte. Charley Goldman, un entrenador de Nueva York, comenzó a moldearlo y le puso el mote de Rocky (Roca) por su durabilidad y por la potencia de sus golpes de izquierda. Lo de Marciano era por darle un gancho comercial. Sus rivales decían que sus guantes tenían que tener algún tipo de fibra de acero escondida para que fuese capaz de golpear tan fuerte.

Consiguió vencer en sus primeros 16 combates por K.O. El siguiente paso era un duelo ante el italoamericano Roland LaStarza que sumaba 37 peleas invictas como profesional. El duelo se iba a disputar en el Madison Square Garden, la capilla Sixtina del boxeo norteamericano. Con 15.000 espectadores en las gradas, Marciano se alzó con el triunfo y pasó a estar entre la terna de candidatos a campeón de los pesos pesados.

Era 1951. Primeramente tuvo que derrotar al veterano Joe Louis tras dejarlo K.O en el noveno asalto. Para Louis fue su último combate, porque tras la paliza decidió dejar el boxeo. Al acabar el duelo, el bonachón de Marciano corrió a pedirle perdón al mito Louis, su ídolo de juventud, con unas cuantas lágrimas en el rostro. Ya había cambio generacional.

Un año después venció a Joe Walcott convirtiéndose en campeón de los pesos pesados. Después de 13 asaltos recibiendo ostias por doquier, se rehízo y golpeó a su rival en el último asalto con un derechazo. La imagen es muy parecida al combate cinematográfico entre Rocky Balboa y Apollo Creed. La foto del golpe de Marciano destrozándole la mandíbula a Walcott ha pasado a la historia como una de las imágenes más icónicas del deporte. Esa instantánea es replicada en varios planos de la película de Stallone.

Marciano defendió el título en seis ocasiones, hasta que en abril de 1956 anunció su retirada con el impoluto récord antes citado. Lo hizo aburrido ante la falta de rivales y sobretodo atendiendo a las súplicas de su mujer que le insistía una y otra vez que colgase los guantes (al igual que ocurre en la película). Montó una agencia de detectives.

El 31 de agosto de 1969, en un viaje en avioneta junto a un par de amigos, una combinación de imprudencia y mala climatología cortaba la vida de Rocky Marciano a la pronta edad de 46 años. Se iba un hombre sencillo. Un hombre humilde, un trabajador del boxeo. Sin ideales y sin patrocinios. Un deportista sin cerebro, para lo bueno y para lo malo. Bruto y adorable al mismo tiempo. Su único mérito, y su gran mérito, es que era duro como una roca y transparente como el agua. Su muerte puso fin a la era nostálgica del boxeo.

Su vida, fuera y dentro del ring, cautivo a un joven que quería hacer carrera en Hollywood. Su vida cautivó a un neoyorkino hijo de padre italiano llamado Sylvester Stallone. El resto ya es de sobra conocido. El sueño americano en plena ebullición.

“A finales de los 60 se vivía un mundo deportivo totalmente diferente. El impacto de la televisión era innegable. El boxeo ya no era el deporte predominante. Los atletas estaban más politizados, más despiertos socialmente, más sensibles racialmente, y eran más controvertidos que antes. El mundo se había vuelto más complejo (…) la muerte de Marciano era un indicativo de que el viejo orden mundial se estaba desmoronando (…) Rocky era un hombre de los 50 que no entendía el pelo largo, el amor libre, la falta de patriotismo, la falta de respeto a la autoridad y el sentido de la rebeldía.” Russell Sullivan, The Washington Post.


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