Ryder Cup. Cuando Seve Ballesteros convirtió Gran Bretaña en Europa
No es el golf un deporte de ricos, pero sí que es un deporte de élites. Es un juego sencillo en su concepción y complicado en su ejecución. Es abierto y libre de pensamiento, pero enclaustrado y rígido de concepto. Cada golpe es un reto en un entorno incomparable. El olor del césped recién cortado, el silencio y la simbiosis con la naturaleza es formidable. Por lo general es sosegado y pocas veces apasionado. Y una de esas pocas veces es durante la celebración de la Ryder Cup.
La Ryder Cup se trata de un torneo ‘match play’ en el que ‘grosso modo’ se combinan partidos individuales con encuentros por parejas para sumar un total de 28 partidas, siendo vencedor el equipo que suma un mayor número de victorias parciales. La historia de la Ryder Cup comienza en 1927 y, a excepción del interludio provocado por la II Guerra Mundial, enfrenta a los mejores golfistas de Estados Unidos contra los de Gran Bretaña. La gracia del evento es que se trata de una competición por equipos cuando el golf, al igual que el tenis, es un deporte que rezuma individualismo.
A pesar de que durante el fin de semana de la Ryder las imágenes televisivas nos abruman con excitantes anuncios de BMW, Rolex, Emirates y otras marcas sinónimas de lujo y ostentosidad, la gracia de la Ryder es que se trata de la única competición que no reparte premios. Los jugadores sólo compiten por la gloria. Obviamente la estancia y los viajes corren a cargo de los patrocinadores, pero no existen las primas ni el dinero en metálico. Sólo el goce y la honra. Los 24 golfistas que forman parte del torneo están impecablemente uniformados tras una tradicional visita al sastre y en ningún momento lucen publicidad de la casa de ropa con la que tienen firmado un contrato.
Vendido como una competición entre el regio y elegante golf británico y el potente y cautivador golf americano, lo cierto es que la Ryder perdió poco a poco interés ante el insultante dominio de los yankees. Entre 1947 y 1977, Estados Unidos únicamente dejó que Gran Bretaña consiguiese ganar el trofeo en una ocasión. Entre medias, la vida y el golf cambiaron. 6 días tardaron en llegar a Nueva York los integrantes del equipo británico que se subieron a un transatlántico para disputar la primera edición. 60 años después, en apenas 4 horas, el supersónico Concorde estaba listo para dejar a los europeos en la pista de aterrizaje de un aeropuerto norteamericano.
Tras la enésima victoria de EE.UU en 1977, se empezaron a buscar fórmulas para relanzar el torneo. El hombre que más ansia puso en llevar a cabo ese cambio fue Jack Nicklaus, quizás el mejor jugador de golf de siempre y 5 veces ganador del trofeo. Nicklaus consideraba que el dominio de sus compatriotas estaba devaluando el torneo y sabía quién podía relanzarlo. Estaba cautivado por el juego de un chaval de 20 años, con un descaro y un desparpajo impropio de un deporte serio, reservado y atado a normas de cortesía. Ese chaval no era ni de Ohio ni de Lancaster. Era un español de Cantabria y se llamaba Severiano Ballesteros.
Cualquier golfista, tanto del presente como del pasado, considera que fue Ballesteros quien lanzó un torpedo en la línea de flotación del golf tradicional. Seve trajo la pasión al golf. Los arrebatos, la magia y la insolencia. Lo liberó de su corsé. En palabras del escocés Colin Montgomery, “Ballesteros simboliza al golf europeo”. El circuito estaba lleno de jugadores con carisma, pero Seve le inyectó de espíritu y de simpatía.
En 1979, los españoles Severiano Ballesteros y Antonio Garrido formarán parte del primer equipo europeo que competirá en la Ryder Cup. Perdieron. Y claramente. Hasta 1985 no lograrían su primera victoria, con un Ballesteros en plan imperial. A partir de entonces alemanes, suecos, franceses, daneses o italianos contribuirán a mejorar el palmarés y la competitividad de la Ryder, que desde aquel año presenta un balance mucho más igualado de 11-8 a favor de los europeos. Cuando en 1987 Europa ganó por primera vez la Ryder en suelo estadounidense, Jack Nicklaus, por entonces capitán del equipo norteamericano, sentenciaría: “Yo no tengo en mi equipo a un Severiano Ballesteros”.
Ballesteros aportaba salsa a la Ryder. Tuvo problemas extradeportivos con Paul Azinger, rival norteamericano durante muchos años. Solía hacer comentarios irónicos y despectivos a la prensa que encantaban en Gran Bretaña. Allí adoraban a Seve. Veían indecoroso que un británico fuese lenguaraz y socarrón, por lo que les encantaba que un europeo se lanzase al fango para defender el orgullo británico.
Como en tantas otras ocasiones, la unión deportiva de Europa estaba muy por delante de la unión política. Se trata de una lógica cultural y geográfica presente en multitud de pruebas deportivas. En aquella Ryder de 1979 formaron ambos equipos contendientes antes de empezar a patear las bolas. Tras un breve silencio una banda de música comenzó a interpretar ‘The Star-spangled banner’, o lo que es lo mismo, el himno de Estados Unidos. Luego fue el turno de ‘An die Freude’, que no es otra cosa que la antesala de la 9ª Sinfonía de Beethoven el himno (por entonces oficioso) de la Unión Europea. Lo curioso es que fue la primera vez que los británicos tuvieron que escuchar los acordes de Beethoven y lo hicieron por culpa de dos españoles, que, geográfica y culturalmente estaban en los bordes de Europa y que políticamente aún veían Europa en la lejanía.
“Querer a Seve era inevitable, salvo un fin de semana cada dos años”. Paul Azinger, jugador estadounidense de la Ryder Cup (1989-2002).