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Apuntes sobre el maratón

Existen diversas barreras fisiológicas que los deportistas de élite han roto para así desmontar los tratados de la medicina y de la biología médica. Se ha bajado de los 4 minutos en la milla, de los 10 segundos en los 100 metros lisos y parece que más pronto que tarde también se ultrajarán las 2 horas en la prueba del maratón. Aprovechando la buena climatología y la planísima orografía de la ciudad de Berlín, el keniano Eliud Kipchoge batió el pasado 16 de septiembre de 2018 el récord del mundo de maratón (42 kilómetros y 195 metros), estableciéndolo en 2h 1m 39s, siendo el primer ser humano que baja de las 2h 2m.

La disciplina del maratón es la prueba más simbólica del atletismo. La carrera de la resistencia. Bebe de la leyenda de Filípides, quien en el año 490 a.C. recorrió los aproximadamente 42 kilómetros entre Maratón y Atenas para comunicar a los atenienses que la coalición de ciudades-Estado griegas habían derrotado al ejército persa. Una vez acabado el encargo se dice que Filípides cayó al suelo víctima de un paro cardíaco.

La hazaña es lustrosa, pero es ficción. Aunque lo interesante es que, haciendo válido el dicho, la realidad supera a la ficción. Y con creces.

Según el historiador Herodoto, los vigías de Atenas observaron en un amanecer como la armada persa se dirigía a desembarcar en el puerto de Maratón. Los atenienses encargaron a un joven llamado Filípides que se desplazara a la ciudad aliada de Esparta para pedir refuerzos. En total eran algo más de 200 kilómetros. Parece ser que Filípides pernoctó a mitad de camino, y efectivamente, al llegar a Esparta y dar el mensaje se desplomó en el suelo y falleció en el acto.

Así pues, si a alguien le parece poco un maratón siempre puede emular a Filípides y disputar un sparthalón, la salvajada de carrera entre Atenas y Esparta que se celebra anualmente el último fin de semana de septiembre y que es 6 veces más larga que un maratón.

Cuando en 1896 se disputaron en Atenas los primeros Juegos Olímpicos modernos, el maratón iba a ser la prueba estrella. Se fijó en 42 kilómetros la distancia, en parte por la errónea leyenda de Filípides y en parte porque ya se consideraba de por sí una distancia sobrehumana. Era un trayecto que no formaba parte del concepto moderno del atletismo y que no era practicado en ningún instituto o universidad tanto europea como estadounidense. Sin embargo, Pierre de Coubertin, presidente del Comité Olímpico Internacional, decidió crear esa prueba como homenaje a los orígenes helenos del olimpismo.

Para orgullo del joven nacionalismo griego, el primer vencedor olímpico de maratón fue Spiridon Louis, un vendedor de agua de 24 años que como preparación estuvo un par de días antes del evento sin comer ni beber. Como regalo por su triunfo recibió un carro y un caballo con los que poder ejercer su costoso trabajo por las calles de Atenas sin cargar con pesados barriles de madera llenos del preciado líquido. En Grecia, la expresión ´égine Louis´ (haz como Louis) es sinónimo de hacer algo con mucha celeridad.

Doce años después los Juegos Olímpicos tuvieron lugar en Londres. Se dice que fue la edición que salvó al olimpismo. Por primera vez se construyó un estadio olímpico, se concentró el calendario en dos semanas (salvo un par de deportes) y lo más importante, para el tema que nos ocupa, se estableció la distancia definitiva del maratón, 42 kilómetros y 195 metros.

En plena época imperial, la metrópolis de Londres convirtió el maratón en un homenaje a la realeza británica. La prueba saldría del castillo de Windsor para finalizar en el estadio olímpico, justo delante de la tribuna real, presidida por el rey Jorge V. El problema es que aunque el rey iba a estar en el estadio, el resto de la familia real se quedaría en el castillo. Era un día lluvioso y no se contemplaba que la reina y el Príncipe de Gales bajasen al jardín a mezclarse con la plebe, por lo que hubo que pintar la línea de salida justo debajo del balcón de la puerta Este del castillo. Ese ligero cambio implicó la añadidura de 195 metros a los 42 kilómetros de la prueba, quedando para la posteridad el establecimiento de tan curiosa distancia y dotando de más literatura a la leyenda del maratón.

En aquella edición de 1908 salió victorioso el estadounidense John Hayes, si bien el vencedor moral de la prueba fue el italiano Dorando Pietri. Totalmente deshidratado, Pietri entró en el estadio olímpico en un destacado primer lugar pero desorientado y a un tris del derrumbe. Empezó a dar la vuelta final en sentido contrario, por lo que los jueces tuvieron que ayudarle a girar 180 grados ante los vítores de una multitud compungida. Pietri llegó a caerse al suelo hasta en cinco ocasiones antes de cruzar la línea de llegada, y en todas ellas tanto jueces como aficionados (entre ellos el escritor Arthur Conan Doyle) se ocuparon de levantarlo y redirigirlo hacia la meta. Más mal que bien llegó el primero, pero minutos después fue justamente descalificado por haber recibido ayuda externa. Hayes se llevó el oro olímpico, aunque Pietri se convirtió en una celebridad en la época y hasta recibió un trofeo de plata de manos de la reina Alejandra.

Lo cierto es que el ser humano está programado para recorrer grandes distancias. Según biólogos y antropólogos todo se debe a que, a diferencia de otros mamíferos, tenemos capacidad para disipar el sudor mientras corremos. De ahí que el ser humano pudiese sobrevivir pacientemente en la sabana africana corriendo detrás de sus presas e incluso a la espera de que estas falleciesen a causa de un golpe de calor. Esta misma teoría evolutiva explica porque hemos desarrollado nuestra capacidad de aguante y en contra no hemos hecho lo mismo con la explosividad muscular tan típica de otros mamíferos depredadores.

Está estimado que para correr un maratón en menos de 2 horas hay que mantener una media de 21 km/h, similar, por ejemplo, a la de un ciclista subiendo un puerto con una pendiente media del 10% y con el hándicap de llevar el peso de un utensilio de 7 kilos de peso. En algo más de un siglo se ha rebajado en casi 1 hora el tiempo de Spiridon Louis de 1896.

No sabemos si el hombre que pasará a la historia será Kipchoge o algún otro, pero, se puede asegurar que procederá de África, y rizando el rizo, hasta podríamos ajustar y decir que surgirá de África Oriental. Un estilo de vida donde no existe el transporte a motor y donde la múltiple actividad física realizada desde niño se expone a más de 2.000 metros de altura, concede a keniatas, ugandeses o etíopes una considerable ventaja. Si a esto añadimos que por una cuestión social correr es la única forma de salir de un modo de vida primitivo, tenemos el caldo de cultivo para presenciar un nuevo hito en la evolución de la especie humana.


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