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Iniesta y Navarro. Dos formas de decir adiós

Se dice que una leyenda es un relato maravilloso que tiene origen en un hecho histórico. El paso del tiempo y las fuentes orales contribuyen a ensalzar los hechos y a añadir datos que no son ciertos. Con el paso de los años, que bien pueden ser siglos, la leyenda se convierte en relato, y ese relato se entremezcla con la historia. Esta semana, he leído en múltiples artículos que Juan Carlos Navarro ya es leyenda. Lo correcto sería decir que lo será, porque aún están muy recientes todas sus hazañas, pero lo cierto es que ha metido tantas canastas y de formas tan diversas con rachas imposibles y penetraciones anárquicas, que en el imaginario colectivo de su carrera ya hemos mezclado la realidad con la ficción y lo hemos convertido en leyenda.

El adiós de Juan Carlos Navarro ha coincidido con el de Andrés Iniesta, ambos iconos del FC Barcelona, del deporte español y del baloncesto europeo en el caso del primero y del fútbol mundial en el caso del segundo. Son dos deportistas admirados dentro y fuera de nuestras fronteras. Por su juego y por su forma de expresarse y de ver la vida. Es preciso indicar que Iniesta no se ha retirado y sigue dando clases magistrales de fútbol en Japón, pero para los efectos es como si lo estuviera. No está en el foco ni está para alardes.

Manchego uno y catalán el otro, ambos ingresaron en las categorías inferiores del FC Barcelona con 12 años. El primero debutó con la primera plantilla con 18 años y con 22 ya era campeón de Europa. El segundo se estrenó un poco antes, con 17, pero también con 22 era campeón de Europa. Y ambos fueron decisivos para que España ganase su primer Mundial tanto en fútbol como en baloncesto.

Hay muchas similitudes entre Iniesta y Navarro. La primera es cuantificable; el palmarés. Iniesta ha logrado hasta el momento (a expensas de lo que haga en Japón) 32 títulos con el FC Barcelona y 3 con España. Navarro ha colgado las botas con 23 títulos con su club y 3 con España a mayores de 3 medallas olímpicas. La segunda similitud sólo se mide con intangibles, y es la huella que han dejado en el deporte y en la sociedad.

El éxito de estos dos genios radica en que son dos de los nuestros. Dos chicos corrientes que han hecho de lo normal algo extraordinario. Iniesta (1,71) y Navarro (1,93), deportistas vulgares para sus disciplinas que se han hecho grandes al perfeccionar un elemento técnico y convertirlo en arte para así poder competir ante gigantes.

¿Quién no ha intentado nunca lanzar una bomba? Es un tiro que nace de la necesidad. Del pobre ante el rico. Del pequeño ante el grande. Todos hemos hecho ese lanzamiento alguna que otra vez pero sólo Navarro lo convirtió en arte. Nunca estaba quieto. Trote cansino, búsqueda de espacios, cambio de ritmo y canasta cual relámpago. Veía toda la pista y al galope paraba y escogía la mejor opción. Los rivales le agarraban de la camiseta y del pantalón, le aplicaban llaves de lucha libre o le tiraban codazos de carga policial, pero nunca pudieron pararlo porque jamás fueron capaces de cortarle las alas.

¿Quién no ha soñado con zafarse de su defensor con un simple gesto? Cuando no hay velocidad y cuando no hay fuerza todos hemos exprimido el cerebro para hacer realidad un gol o un pase. En eso se basa el control orientado, en ingenio y en horas y horas de entrenamiento, para, con un simple gesto técnico, acabar con la resistencia de uno o dos defensores en un instante. Hay muchos futbolistas que dominan ese arte, pero ninguno ha convertido `la croqueta´ en arte como Iniesta. Cuando Iniesta iba a la carrera parecía cuchillo a través de sus defensores. Cuando se detenía, los rivales se perdían en los laberintos que sus piernas dibujaban. Iniesta trataba al balón con cariño y el balón le obedecía, y la única vez que lo maltrató, el balón besó la red y puso en pie a 45 millones de personas.

Son, fueron y serán dos deportistas de valor incalculable. Son y serán valiosos. Pero lo que antes era un valor activo ahora es un valor pasivo. Y la clave está en cómo tratar un pasivo a través del raciocinio y dejando al margen la sensibilidad.

Se está criticando y mucho la forma en que la directiva del FC Barcelona ha dado carpetazo a la carrera de Navarro. En 2017 el escolta de Sant Feliú renovó su contrato por 10 temporadas a cambio de una considerable rebaja de su sueldo. El acuerdo implicaba que Navarro podía colgar las botas cuando desease y en ese momento pasaría a formar parte de la dirección técnica del club. Con 38 años, y en claro declive, el Barça quería que este fuese el verano en el que Navarro diese un paso atrás, pero el escolta no se dio por aludido. Al final, a escondidas, sin un acto de homenaje y de forma impropia, el Barça ha “invitado” a Navarro a colgar las botas.

Contrasta con la despedida de Andrés Iniesta en el pasado mes de mayo. Homenajes de club y compañeros, ovaciones en cada estadio de Primera División, acto institucional en el Camp Nou, ceremonias en la sede del club y un largo etcétera. Todo perfecto, con su justa mezcla de formalidad y sentimiento.

El último gran baile de Navarro se produjo en 2014. Aquel año lideró la victoria liguera del FC Barcelona ante el Real Madrid en la final de la Liga ACB. A partir de entonces diversas lesiones y el paso de los años hicieron que se convirtiera en muchas ocasiones en un jarrón chino tanto en el club azulgrana como en la selección española. Para Iniesta (cuatro años más joven) el declive no hizo su aparición hasta hace un par de temporadas, pero fue un declive diferente. En el baloncesto, a pesar de ser un deporte de equipo, cada jugador debe mantener un cierto equilibrio individual tanto en ataque como en defensa. En el fútbol, hay jugadores que pueden brillar en una de las dos facetas sabiendo que en aquella en la que flojean serán escoltados por otros compañeros. Durante estas dos últimas temporadas, Iniesta, destrozado y agotado, rara vez ha jugado los 90 minutos de un partido y apenas ha presionado o intimidado la salida del balón del rival, pero siempre ha estado protegido en el centro del campo por alguno de sus compañeros, por lo que su talento ha seguido gobernando partidos.

Iniesta meditó y consideró que no estaba en condiciones de jugar a fútbol de primer nivel y el FC Barcelona vio la luz y le agasajó con todos los honores mientras le abría la puerta de salida. Para los románticos el sueño era que Iniesta se retirara de azulgrana. Para los que son muy románticos (como yo) lo ideal era que jugase un añito más en Barcelona y luego se retirara en el Albacete, aunque fuese en Segunda División. Decidió marcharse a Japón, porque es un país que le atrae tanto a él como a su mujer. Lo pasará pipa. Le van a pagar muy bien por jugar al fútbol sin presión y disfrutando como cuando era un niño.

Navarro creía (y seguramente cree) que podía seguir jugando en el Barça. Hace apenas un par de meses manifestó que se quería retirar con un gran título (Liga o Copa de Europa) y que se veía con fuerzas para seguir. Pero su cuerpo no respondía a lo que decía su mente. El problema para Navarro es que no había alternativa. En el baloncesto la panacea de marcharse a Asia a ganar millones sólo existe para los jugadores de la NBA (en China pocos sabrán quien es Navarro). Además, ni Navarro ni su mujer Vanessa quieren marcharse de Barcelona. Cuando el escolta catalán probó fortuna en la NBA en 2007, solo tardo una temporada en dar marcha atrás y volver a España, y no por falta de interés en seguir con su carrera en Memphis, sino porque tanto él como su familia fueron incapaces de adaptase a la vida en Estados Unidos.

Como leí recientemente en un artículo, Navarro tenía que haberse retirado con un balón en las manos y recibir cariño y ovación a partes iguales, al estilo de la marcha que los Lakers le profesaron a Kobe Bryant. Lo cierto es que ni la cultura ni la competición estadounidense se parecen a la europea, y si bien en la primera es bien recibido perder si ello implica un impulso para volver a ganar, en Europa los títulos son efímeros.

En la NBA, un club puede hincharse a perder partidos mientras su estrella se pasea por las canchas de todo el país y es recibido como un César del baloncesto para aumentar el ego del protagonista y los ingresos de la franquicia. En Europa un club debe ganar, o al menos intentarlo, y eso implica decisiones antipopulares que no dejan hueco para giras nostálgicas.

“Un referente como jugador y como persona. Una auténtica pasada verle jugar al baloncesto todos estos años. ¡Siempre gracias amigo! Andrés Iniesta sobre la retirada de Juan Carlos Navarro.


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