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¿Por qué Israel juega en Europa?

La edición de este año del Giro de Italia tiene una particularidad. Su salida tuvo lugar en Israel. Un total de 3 etapas en las que la ‘corsa rosa’ deambuló por las calles de Jerusalén, visitó las playas de Haifa, el cosmopolitismo de Tel Aviv, la ciudad bíblica de Beerseba y la conflictiva Eliat. ¿Por qué el Giro salió de Israel? La respuesta es sencilla; por dinero. Concretamente por 12 millones de dólares. En un momento en el que los conatos de terrorismo islamista son preocupantes en Europa, en Israel, por extraño que parezca, se vive un periodo de cierta calma (con permiso de los cambios de humor de Trump). El gobierno hebreo ha impulsado una campaña turística y ha encontrado en el deporte (o en la música como lleva años haciendo con Eurovisión) una forma de entrar en el mercado europeo.

Los deportistas y equipos del país hebreo son habituales en las competiciones europeas. Sin embargo, Israel dista mucho de ser una potencia deportiva, por lo que invariablemente su presencia pasa desapercibida. Quizás, por su relevancia, el caso más conocido es el del Maccabi Tel Aviv, equipo de baloncesto 6 veces campeón de Europa, el tercero más laureado en la Euroliga tan sólo por detrás del Real Madrid y del CSKA de Moscú.

Si alguien tiene un planisferio a mano (o acceso a Internet) comprobará que geográficamente Israel pertenece a Asia. Limita con Líbano, Jordania y Palestina (país no reconocido por la ONU pero si por organismos deportivos como la FIFA), estados miembros de la Confederación Asiática de Fútbol (AFC). Al sur tiene frontera con Egipto, que juega en la Confederación Africana de Futbol (CAF).

Cuando en 1948 se creó el estado de Israel ya existían competiciones y estamentos deportivos en la zona. Toda esa comarca formaba parte de un protectorado británico, por lo que el gusanillo del fútbol caló pronto entre la población. Así, por ejemplo, la Federación Palestina de Fútbol había sido fundada en 1928, comprendiendo buena parte de lo que hoy es Israel. Cuando el país hebreo adquirió status internacional, dicho organismo fue absorbido y su federación se integró en la Federación Israelí de Fútbol.

El primer gran problema surgió en la fase de clasificación para el Mundial de Suecia de 1958. Israel formaba parte de la AFC pero varios países musulmanes se negaron a jugar contra sus vecinos. Turquía e Indonesia decidieron no presentarse y fueron descalificados. Sin nadie que quisiese jugar ante los israelitas, la FIFA tuvo que inventarse un partido entre Israel y Gales, con victoria de los británicos, para discernir la plaza “asiática” de aquel Mundial.

Con mayores o peores problemas (renuncias, partidos en campo neutral, disturbios entre aficiones…), Israel se mantuvo en la AFC hasta 1972, participando en el Mundial de 1970 (el único hasta la fecha) y ganando una Copa de Asia en 1964. Éste es un título que podría tener el calificativo de descafeinado ya que únicamente compitieron otras 3 selecciones (India, Corea del Sur y Taiwán). Todos los países asiáticos que procesaban religión musulmana se negaron a participar.

El punto de inflexión se produjo en el verano de 1972. Durante los Juegos Olímpicos de Münich, un comando terrorista palestino secuestró y mató a 11 atletas israelís y la guerra que al año siguiente enfrentó a Israel con una coalición de países árabes, provocó que los hebreos fuesen expulsados de la AFC en 1973 por 17 votos a favor, 13 en contra y 6 abstenciones. A partir de entonces a Israel se le buscó acomodó en el mundo. Tarea que se antojaba complicada.

No sería hasta 1992 cuando fue aceptada definitivamente en Europa por la UEFA. Antes llegó a adscribirse a la CAF e incluso batalló en varios torneos de Oceanía disputando eliminatorias mundialistas ante países tan alejados de su esfera de influencia como Fiji o Nueva Caledonia.

La solución europea venía operando desde tiempo atrás gracias al baloncesto, mejor dicho, gracias a Raimundo Saporta. Brazo derecho de Bernabéu, fue el impulsor de la Copa de Europa de baloncesto en 1957. Saporta había nacido en Tesalónica en el seno de una familia y una comunidad sefardí, descendientes de los judíos que siglos atrás fueron expulsados de España. La ventaja que tenía el baloncesto es que por entonces aún no existían las confederaciones continentales, por lo que ya había experiencia con la participación de países no europeos en torneos del Viejo Continente.

Cuando se crea el Eurobasket en 1935 se considera como “europeo” cualquier país que tenga salida al Mar Mediterráneo. Esto provoca anomalías tales como que Egipto tenga un título de campeón europeo conseguido en 1949. Hasta que a finales de los 50 se crean delegaciones continentales el sistema se mantiene inamovible.

Gracias a esta ley no escrita y a sus dotes de persuasión, Saporta conseguirá que el Maccabi Tel Aviv participe en aquella primera edición de la Copa de Europa. Y lo hará con notable relevancia, ya que el baloncesto era capital en el orgullo del joven país hebreo. Antes de que los jugadores de raza negra dominaran el deporte de la canasta, el baloncesto puede ser considerado una disciplina de judíos. En Estados Unidos, los europeos del este abrazaron al hockey sobre hielo, los irlandeses y los italianos el beisbol, y todos, procedentes de uno u otro lugar del planeta, el fútbol americano o americanizado. Los judíos de la Costa Este se enamoraron del baloncesto. Fueron los pioneros y fueron los que introdujeron el deporte en Israel y los que llevaron a los primeros norteamericanos de nivel a jugar en Europa.

Aunque en otros deportes quizás no se entienda, la historia del baloncesto europeo está ligada al Estado de Israel. A judíos como Tal Brody, Miki Berkowich, Doron Jamchi o Moti Aroesti y a nortemericanos como Anthony Parker, Kevin Magee o Derrick Sharp.


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