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El clásico de Año Nuevo

Cuando ya peinas canas y dejas de comer churros aderezados con chocolate e impregnados de un tufo inaguantable de alcohol con un traje de baratija lleno de manchas, no hay nada más tradicional que enchufar el televisor y ver uno de esos deportes de los que no tienes ni idea; los saltos de esquí.

Un inciso. Es lo que nuestros padres o abuelos hicieron desde 1962 hasta 2012. Desde entonces, hay que pagar una cuota mensual y verlos en la televisión de pago. Otra tradición al carajo.

Seguimos.

Es curioso porque no hay nada más navideño que la nieve. Y si bien es cierto que en el Valle de Arán, en la gótica Burgos o en las profundidades de Teruel es posible que pases las navidades rodeado de un manto blanco, lo normal en estos confines del mundo es que el Año Nuevo sea un día frío, lluvioso o incluso agradable, y lo único blanco que veas es de la pared de tu baño.

Pues eso. Nos ponemos la bata, almorzamos como si no hubiese un mañana a las puertas de engullir aún más calorías al mediodía y nos disponemos a ver a unos tipos que bajan colina abajo sujetados por dos tablas de madera y saltando espectacularmente al vacío. Luego, el narrador dice que estamos en Garmisch, y soltamos un característico deje de admiración por esas cosas que vienen del primer mundo y que aquí nos cuesta entender.

Alcanzan cerca de los 100 kilómetros por hora en un espacio de 150 metros. Es espectacular, a la vez que arriesgado, pero es una tradición que se mama desde la infancia. En Europa, en esa masa montañosa que se inicia en el Macizo Central francés y finaliza en los Montes Cárpatos, los niños no sólo pegan patadas a una pelota; también juntan estacas de madera, las unen con la ayuda de sus padres y se dedican a subir a la parte más alta de su pueblo y lanzarse cuesta abajo una y otra vez.

Eso hace que lo que para nosotros sea cosa de unos locos, congregue a más de 5 millones de espectadores en la televisión alemana, a más de 100.000 personas que pagan su entrada para ver los saltos in situ en Garmisch o para que el líder mundial de saltos se embolse más de 250.000 euros en premios, cantidades que, por ejemplo, son el doble que un salario estándar en la Liga ACB.

Pero esto no consiste en saltar el 1 de enero e irte para tu casa. Es bastante más complicado.

El ‘vierschanzentournee’ (torneo de los cuatro trampolines) comienza el 29 de diciembre y finaliza el 6 de enero. Como se propio nombre indica, se trata de cuatro saltos distintos que se celebran en Oberstdort, Garmisch, Innsbruck y Bischfshofen, las dos primeras alemanas y las últimas austriacas, y todas ellas villas alpinas maravillosas para disfrutar de la naturaleza o relajarse en sus aguas termales. Dicho torneo comenzó a disputarse en 1952 y el finés Janne Ahonen con cinco victorias generales es el esquiador más laureado. Por países, Finlandia (16), Austria (16) y Alemania (16) rivalizan por la primacía.

Pero no acaba aquí la cosa. El torneo de los cuatro trampolines forma parte desde 1979 de la Copa del Mundo de Saltos de Esquí. Se celebra anualmente en el hemisferio norte entre noviembre del año saliente y marzo del año entrante. Cada prueba suma puntos para una clasificación general que determina al campeón mundial, sistema idéntico, por ejemplo, al motociclismo, modalidad mucho más cercana al aficionado en España.

Consta de un total de 18 pruebas y aunque se han disputado en pistas de esquí de Estados Unidos, Canadá, Japón o Corea del Sur, la primacía europea de este deporte es colosal. En el calendario de este año, los países que acogerán torneos valederos para el mundial serán Polonia (2), Finlandia (2), Rusia (2), Alemania (4), Suiza (1), Austria (3) y Noruega (4). En este último país se disputa el torneo de Holmenkollbaken, el único en importancia y prestigio capaz de rivalizar con los cuatro trampolines. Solo este ha permanecido inalterable en el calendario. Se trata de una descomunal colina a las afueras de Oslo que tiene el honor de ser el decano de las pistas de esquí del mundo ya que fue construida en 1889.

Pero dejando a un margen a la joya noruega, no hay nada más célebre como ganar en Garmisch el día 1 de enero. La meca del esquí es cuna de saltadores desde 1921 y es la única que ha mantenido inalterable su lugar de salto sin añadir ningún tipo de modificación a su recorrido. Garmisch es el Wimbledon del esquí y vencer en los cuatro trampolines es una hazaña similar a conseguir un Grand Slam. Hasta la fecha únicamente el alemán Sven Hannavald en 2002 logró la cuádruple victoria.

— Hitler siempre está presente —

Y un pequeño apunte final. Toda buena historia en la que aparezca Alemania tiene que tener un regusto nazi. Algo de salsa.

Cuando pongamos la tele observaremos como se habla de Garmisch. Realmente habría que referirse a Garmisch-Partenkirchen. Hasta 1940 había una estúpida norma que obligaba al país que acogía los Juegos Olímpicos de Verano celebrar también los de Invierno. Y digo estúpida porque en 1928 Ámsterdam tuvo que ceder tal honor a la suiza Saint Moritz porque, que yo sepa, en Holanda hay canales pero de montañas nevadas poco saben. En la actualidad se escalonan ambos eventos, y, por ejemplo, en un par de meses se celebrarán los invernales en Corea del Sur (los veraniegos tuvieron lugar en Brasil en 2016).

Volviendo a 1936, nos referimos a la famosa Olimpiada de Berlín, a Jesse Owens y a la huida (que no fue tal, algún día lo explicaré) de Hitler del palco. Pero unos meses antes también había que celebrar los invernales. Y había un problema.

Münich podía ser el lugar central, el eje olímpico. Pero Münich está a unos 90 kilómetros de los Alpes. Las pruebas se tenían que celebrar al pie de la cordillera. Ahí aparece Garmisch. Con unos 18.000 habitantes se encontraba Garmisch (en terreno alemán) y con otros 10.000 estaba Partenkirchen (en terreno austríaco). Ambas eran villas demasiado pequeñas, pero juntas podían celebrar una Olimpiada (hay que recordar que estamos en 1936). Los nazis lo tienen claro. Se obliga a la unión de las dos localidades que pasan a formar parte de la frontera alemana. El gobierno austriaco débil, y que tenía los días contados, deja hacer y se consuma la unión ante la incredulidad de los vecinos de Partenkirchen.

El propio Hitler fue quien dio por inaugurados unos Juegos Olímpicos en los que por primera vez se encendió un pebetero. Este hecho es identificado siempre con Berlín, pero unos meses antes hubo un ensayo general en Garmisch con un increíble espectáculo de fuegos artificiales a mayor gloria de la fortaleza internacional del III Reich.

Eso sí, la fiesta no fue completa porque la nación que lideró el medallero fue Noruega, doblando en número de preseas a los alemanes.


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