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Templos del fútbol (1ª parte. Introducción)

Ahora que por vez primera se cuestiona a Simeone en virtud de entrenador del Atlético de Madrid, muchos ponen como coartada que los colchoneros no se sienten cómodos en su nuevo estadio. Es evidente que hasta que el equipo gane algún título siempre habrá nostalgia por el Vicente Calderón. Y es normal. Aquel estadio era un símbolo de los madrileños (merengues incluidos) que congeniaba con el entorno de la metrópolis. Con una grada abierta para que transitase la ronda de circunvalación de la ciudad (de hecho una ingeniosa puerta de entrada estaba en los túneles de la M-30) y con otra a riberas del Manzanares, nunca tanto un estadio hizo por un río. Sucio y poco caudaloso, el río era indigno de una capital europea y el Calderón contribuía a darle notoriedad y a mitificarlo.

En absoluto estoy de acuerdo con la demolición de un estadio en beneficio del progreso, un eufemismo que dota de apariencia a una operación económica. Para un coruñés como yo la imagen del estadio de Riazor en la bahía del mismo nombre es tan icónica como la de la Casa del Hombre justo enfrente. Ambos son dos museos y ambos forman parte del cuerpo y de la idiosincrasia de la ciudad. Un estadio debe ser remodelado, rehabilitado, remozado, modernizado y engalanado, pero nunca derribado. Si heredas un piso antiguo en el centro de una ciudad lo que haces es reformarlo. De necios es tirarlo.

Con esa idea he querido hacer una lista con los mejores estadios de fútbol tanto los que hoy siguen en pie como los que ya han desaparecido. He escogido una visión eurocentrista para elaborar esta lista. Es indudable que hay templos deportivos en todos los continentes y dedicados a deportes irrelevantes bajo el prisma europeo como el fútbol americano, el bádminton o el críquet que deberían estar en esta clasificación. Pero dado que fue ‘la vieja Europa’ la que inventó el deporte moderno, y que a pesar de su actual declive su legado está presente en todo el mundo, su peso histórico le otorga preponderancia frente a otros recintos. Este pensamiento occidental permite la introducción de estadios latinoamericanos, el otro lugar del planeta que vive el fútbol con devoción y que tiene una historia digna de ser tomada en consideración.

Ergo hablamos de estadios y no de pabellones. Estos últimos son recintos polideportivos y multiusos que no podemos adscribir concretamente con el hecho deportivo. El fastuoso Madison Square Garden de Nueva York sirve tanto para presenciar partidos de baloncesto como homilías del Papa, conciertos de Beyoncé o mítines de Donald Trump. Un estadio funciona como templo futbolístico aunque esporádicamente sirva para otros eventos. Incluso, progresivamente, se han ido eliminado las pistas de atletismo de todos los recintos para que la identificación con un club y una afición sea aún más profunda.

¿Qué es un estadio? No es sólo un simple marco; es un evento deportivo, histórico y arquitectónico en sí. Es baluarte inexpugnable, símbolo de un club, reflejo de una cultura y protagonista de una ciudad. Son ejemplos de elegancia estética y soluciones técnicas y también de innovaciones tipológicas y tecnológicas. A menudo comparamos los estadios con el Anfiteatro Flavio, conocido por todos como el Coliseo de Roma. Realmente los estadios se asemejan a los prototipos del teatro griego, adaptados a unos desniveles naturales y abiertos al territorio circundante. Del anfiteatro romano adquieren la estructura cerrada y edificada.

La palabra estadio procede del latín ‘stadium’. Hablamos de un terreno plano rodeado por gradas de espectadores que cada vez en mayor medida son cerradas. De hecho, en Sudamérica se les suelen llamar canchas, vocablo que proviene del quechua ‘kancha’ que significa recinto cerrado. El estadio más antiguo del mundo del que se tiene constancia es el estadio de Olimpia (776 a.C) en Grecia. Sabemos que en el mundo griego cada cuatro años se celebraba una competición deportiva para conmemorar la paz, por lo que se concedía una tregua en todas las guerras en disputa.

—Las 7 maravillas—

En el siglo XVI, durante el Renacimiento clásico, se elaboró una lista con los monumentos más representativos de la Antigüedad. Se escogieron siete por ser un número recurrente en la cultura. Sólo una de las siete, la Gran Pirámide de Guiza sobrevive y sobrevivía por aquel entonces. Mucho después, en 2007, la empresa New Open World Corporation financió una elección de las siete maravillas vigentes en la actualidad a través de una votación en la que participaron más de 100 millones de personas. Por cierto, esa lista oficiosa (la UNESCO no le da validez) fue anunciada en una fastuosa ceremonia que tuvo lugar en un coliseo futbolístico, el Estadio da Luz de Lisboa.

Con esa simbología trataré de seleccionar los siete templos futbolísticos de la antigüedad y los siete templos del fútbol de la modernidad. Como toda lista tendrá un matiz subjetivo, pero intentaré darle una serie de parámetros para que prime la objetividad.

Al hacerlo renunciaré a darle preponderancia a estadios de gran significado deportivo pero de menor valor futbolístico. Templos que acogieron competiciones olímpicas o finales europeas como el Olímpico de Berlín están lejos de ser una referencia a pesar de su jerarquía histórica, su capacidad o la preeminencia de la ciudad que acoge esa infraestructura. ‘Templos del fútbol’ es el título del artículo. Y por mucho que me duela Owens y Hitler no forman parte de este elenco.

Del mismo modo quedarán fuera de la lista verdaderas maravillas arquitectónicas pero de exigua importancia deportiva como el increíble Marina Bay de Singapur cuyo terreno de juego está sobre el mar, el estadio de fútbol americano de los Jaguars de Jacksonville donde se puede seguir el encuentro mientras disfrutas de un baño en una piscina o el muchísimo más modesto estadio municipal de Braga cuyos fondos son las increíbles laderas de granito de una montaña.

Tampoco se han tenido en cuenta la magnitud de los estadios como elemento diferenciador. El Primero de Mayo de Pyonyang (150.000 almas), Buktit Jalil (115.000) de Kuala Lumpur o el Criquet Ground (105.000) de Melbourne no tienen cabida en este artículo. De igual manera no es obligatorio que sean estadios cuatro estrellas de la FIFA, aunque la mayoría si lo sean. Esta cualificación, la estrella Michelin del fútbol, es otorgada en función de las dimensiones, capacidad y asientos, iluminación, zonas VIP y medios de comunicación, palcos y megafonía, instalaciones sanitarias y sistema de vigilancia.

Lo que se ha tomado como eje principal de esta clasificación es el peso y tradición de los equipos que lo representan, así como el valor arquitectónico del recinto por sí mismo y en la preponderancia del barrio y de la ciudad donde se ha edificado. No se ha olvidado la majestuosidad de templos de reciente construcción, pero, es incuestionable, que ante caso de duda el valor histórico existente prima sobre el hipotético valor histórico de futuro. El Allianz Arena de Münich estará presente en una clasificación como ésta dentro de medio siglo, pero a día de hoy no tiene peso histórico para formar parte de este elenco.

Para los siete grandes estadios de la antigüedad me permitiré la licencia de hacer algo de trampa. La mayoría no existen en la actualidad pero también los hay que ya que aun no existiendo ya no cumplen la función para la que fueron diseñados. O bien ya no se utilizan habitualmente para disputar competiciones deportivas o bien han destruido o eliminado partes fundamentales de su estructura o de sus asientos. Esta última es la tendencia habitual en los complejos olímpicos del momento, que ven reducida bruscamente su capacidad una vez concluido el evento.

Como último comentario, se observará al concluir ambas listas que faltarán dos estadios esenciales. Esos dos me los guardaré para un artículo final. El escribiente espera que el ávido lector se dé cuenta de cuáles son esos dos recintos una vez concluya de exponer las dos clasificaciones.

“¿Ha entrado usted alguna vez a un estadio vacío? Haga la prueba. Párese en medio de la cancha y escuche. No hay nada menos vacío que un estadio vacío”. Eduardo Galeano


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