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Kobe (2ª parte): Respeto

El respeto que Kobe Bryant llevaba años demandando tiene fecha de inicio. 22 de enero de 2006. La fórmula yo contra el mundo no había funcionado. El Kobe definitivo, el que emergió después del asunto de Colorado, era el dueño de los Lakers. Era su equipo. El equipo de Kobe. Pero los Lakers no carburaban. Así que decidió que si no podía destacar colectivamente lo haría de forma individual. En la temporada 2005-06 la bestia se iría hasta los 35’4 puntos por partido y aquella tarde de enero alcanzaría los 81 puntos, dejando la sensación de que habría superado los 100 si le hubiese dado la gana. Ese fue el partido. Pero hubo muchos más. Desatado, aquella campaña sumó 27 partidos con más de 40 puntos y hasta 6 superando los 50.

Aun así tuvo que esperar hasta el 2008 para lograr un merecido MVP de la temporada y ganarse el respeto definitivo del mundo del baloncesto. Aquel año sería el de la unión con Pau Gasol, una coalición gestada el verano anterior cuando coincidió con el pívot catalán en Barcelona. Fue entonces cuando Bryant tanteó su traspaso a los Bulls de su venerado Jordan harto de la incompetencia de los Lakers. Fue entonces cuando pidió el traspaso en una entrevista y horas más tarde rectificaba y juraba amor eterno a los Lakers. Fue entonces cuando por primera vez en su vida fue pitado por el público angelino, a lo que el angelito contestó con 45 puntos. Finalmente se quedó en Los Ángeles y en febrero de 2008 Gasol recalaba en los Lakers para ser pieza esencial en la nueva época dorada del club. En su primer partido en California Pau Gasol sumó un triple-doble de 24 puntos, 12 rebotes y 12 asistencias, ante un Bryant que inteligentemente se quedó en un segundo plano anotando 8 puntos, su puntuación más baja en mucho tiempo.

Tras la travesía por el desierto Kobe comprendió que si quería ser Batman necesitaba a un Robin. Habría dos anillos más en 2009 y 2010, éste último en una épica serie ante los Celtics. En el séptimo y definitivo partido de la final Kobe Bryant se fue hasta los 23 puntos y 15 rebotes y Pau Gasol sumó 19+18. Kobe jugó series de playoffs estratosféricas. Antes, en 2008 fundió a los Nuggets con fases de juego incontrolables y selladas con un partido de 49 puntos, 10 asistencias y un 66% en tiros de campo. En 2009 sumó en la final ante Orlando Magic 32’4 puntos, 5’6 rebotes y 7’4 asistencias por noche.

El Kobe Bryant de la primera etapa había sido definido por Phil Jackson, su entrenador – y, cómo no, el ex entrenador de Jordan – como “una piedra en el riñón porque no hay manera de que pase”. El Kobe Bryant de los anillos de 2009 y 2010 comprendió la importancia de no acaparar el balón más de lo necesario y de implicar a los demás compañeros en el juego si quería ser un líder que alcanzase la grandeza en virtud de sus triunfos colectivos. Para llegar al éxtasis Bryant había tenido que tirar de psicología. “Si me ves peleando con un oso, reza por el oso”, comentó en una ocasión. Tras perder la final de 2008, precisamente ante los Celtics, Bryant dejó colgada la medalla de oro que Estados Unidos había logrado ante España en la final olímpica de Pekín en la taquilla de Gasol, para así recordarle al catalán que ser segundo no valía para nada.

Como Jordan, el Bryant de la segunda etapa, el del número 24, se alejó del aire y potenció la tierra. Se hizo obsesivo y desterró la palabra imposible de su diccionario. Afinó el pase, se convirtió en un perro de presa en defensa, aprendió a devorar al rival en el poste y se acostumbró a gobernar el tempo de los partidos. Como Jordan, se convirtió en un experto en recibir de espaldas y buscar el contacto. Hizo del ‘fade away’ su seña de identidad, un demoledor tiro a 5 o 6 metros que los Warriors de Curry han hecho desaparecer de la faz de la tierra. Pero si Jordan realizaba el ‘fade away’ de manera académica con la espalda recta y con una suspensión angelical, Bryant lo hacía tras un ligero encorvamiento y una sensación de sufrimiento que lo hacía más imperfecto, pero al mismo tiempo más humano.

Después del odio y de la envidia vino la redención. Después de la explosión vino el respeto. En unos Lakers en decadencia y con un Bryant enfilando los 35 años el escolta angelino se rompió el talón de Aquiles. Se apostaba por su retirada, pero tras casi un año en blanco volvió y el respeto se convirtió en admiración. Con cerca de 37 años e infinidad de golpes y lesiones entre pecho y espalda promedió más de 22 puntos por partido, mismos números que firmó con 21 años cuando logró su primer título de la NBA.

El día que se retiró, Shaquille O’Neal, su mayor aliado y a la vez su mayor enemigo en un vestuario, le pidió que anotase al menos 50 puntos en un directo televisivo. Kobe sonrió y le dijo que eso era imposible. Llevaba meses dando vueltas de honor y agradeciendo cumplidos por todas las canchas de Estados Unidos, pero el depósito de gasolina estaba en la reserva.

Al final no fueron 50, fueron 60 puntos. La mayor anotación de un jugador en la temporada 2015-2016. El rival fueron los Utah Jazz. El mismo equipo contra el que en su primera visita a los playoffs en 1997 llegó a lanzar cuatro tiros sin tocar aro uniendo la palabra descarado con la de chupón a su carnet de identidad.

Antes de reclamar su lugar en la eternidad a Kobe le dio tiempo a ganar un Óscar hollywoodiense con un precioso documental que él mismo escribió y que acertó en llamar ‘Querido baloncesto’. Se había embarcado también en la literatura infantil y había cautivado a un genio como Paulo Coelho para escribir junto a él un libro sobre baloncesto para niños.

Todo no es más que el resultado del amor por el juego. “Cuando alguien te desafía es que se preocupa por ti. Cuando alguien te ignora es que no le importas”, acertó a decir. Kobe Bryant forma parte de la terna de los mejores de todos los tiempos y hasta el mismo Magic Johnson ha llegado a decir que es el “mejor jugador de la historia de los Lakers”. Y eso es mucho decir si además de Magic la camiseta de púrpura y oro la han vestido bestias como Baylor, Chamberlain, West, Abdul-Jabbar u O’Neal.

Kobe pasó de egoísta a chupón, de chupón a mal compañero, de mal compañero a sobrevalorado y de sobrevalorado a mal líder. Al final no es más que la búsqueda de la crítica a tipos que hacen cosas extraordinarias de forma tan sencilla que nos acaban pareciendo rutina. Casi solapados en el tiempo, Bryant quedó por detrás de Jordan en todos los medidores numéricos y fue incapaz de igualar su carisma y su aurea de imbatibilidad. Kobe ganó una tonelada de partidos con volúmenes de tiro imprudentes, pero también perdió muchos más de los que perdió Jordan. “Mi puesto es shooting guard (escolta). Lleva en su nombre la palabra shoot (tirar), así que no voy a dejar de hacerlo”, contestaba enfadado en una ocasión.

Pero la gran victoria de Kobe, el respeto que se ha llevado a la eternidad, es el ser Kobe. Hasta el encumbramiento de Lebron James, Kobe fue la imagen de la NBA durante el siglo XXI. Ha sabido dejar un legado que bebe del respeto y de la admiración hacia Michael Jordan, pero que tiene sello propio. El sello de Kobe Bryant. El sello de la ‘mamba negra’.

Quizás el discípulo no superó al maestro, pero ha conseguido ser el maestro de muchos otros discípulos.

“Hay jugadores que son especiales por su deseo inquebrantable de ganarte. Kobe puede tener días malos, puede a veces obcecarse por ser egoísta (…) pero ese deseo que tiene de derrotarte es tan poderoso (…) En los últimos cuartos igualados se siente capaz de todo, no tiene miedo a nada. Ni a las mejores defensas colectivas o individuales, ni a dobles o triples marcajes… ¿Veis los tiros que mete? ¡Por favor! ¿Qué se supone que se puede hacer contra eso? Nada, sólo decir ‘bueno, lo ha vuelto a hacer’. Es un ganador, porque hay una diferencia entre jugadores con talento y jugadores ganadores”. George Karl, entrenador de Denver Nuggets tras caer ante los Lakers en los playoffs de 2012 con 43 puntos de Kobe Bryant.


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