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Obradovic y el Partizan de Fuenlabrada

Una agradable mañana de mayo de 1991 Zelimir ‘Zeljko’ Obradovic recibió una llamada telefónica. Al otro lado del aparato estaba Dragan Kikanovic, leyenda y director deportivo del Partizan de Belgrado. Éste le sobresaltó ofreciéndole el cargo de entrenador para la siguiente temporada. Por entonces Obradovic era el base titular del Partizan. Contaba con 31 años de edad, estaba en plenitud física, era un especialista defensivo de primer nivel y el verano anterior había formado parte de la plantilla yugoslava que había ganado el Mundial de 1990. Por el camino había pasado cerca de un año en prisión por homicidio involuntario al atropellar a una mujer con su coche. La única condición que le impuso Kikanovic era la de colgar las botas y dedicarse en exclusiva a la faceta de entrenador. Eso implicaba que Obradovic tendría que renunciar a acudir con su selección al Europeo de ese verano (donde Yugoslavia era la virtual ganadora) y dedicar los meses estivales a preparar tácticas y métodos de entrenamientos.

Obradovic aceptó, y hoy, a las puertas de disputar como el Fenerbahçe su 18ª Final Four de la Euroliga y optar a su décimo título, es el técnico más laureado del Continente. En el momento de escribir estas líneas Obradovic posee 9 títulos de Euroliga. Si Obradovic fuese un club sería el segundo más triunfante de Europa tan sólo por detrás del Real Madrid. Ha ganado títulos con todos los equipos a los que ha entrenado e incluso le ha dado tiempo a conquistar un Mundial como técnico en un breve interludio que se tomó para dirigir a la ya desmembrada selección de Yugoslavia. Obradovic es un zorro con mil trucos. Patentó los entrenamientos con grabaciones de chillidos y gritos a todo volumen para que sus jugadores se adaptasen al ruido ensordecedor de las canchas de basket más temibles de Europa.

Pero antes de toda esta retahíla de títulos hubo una primera vez. Su primera vez. Con sólo 31 años, con una guerra en perspectiva y dirigiendo al equipo de sus amores, el Partizan de Belgrado. O lo que es lo mismo, el Partizan de Fuenlabrada.

Tras un verano ajetreado Obradovic se puso a los mandos del Partizan. El equipo serbio se había clasificado para la Euroliga de la temporada 1991/92, pero tras el estallido de la Guerra de los Balcanes su participación en la competición estaba en entredicho. En junio de 1991 Eslovenia y Croacia declaraban unilateralmente su independencia y se iniciaba una guerra que ‘grosso modo’ iba a enfrentar a Serbia y a Croacia por la hegemonía de lo que durante siete décadas había sido Yugoslavia. Vista la escalada de violencia, en septiembre la FIBA decidió que los partidos de los equipos yugoslavos de Euroliga se tendrían que disputar en otros países debido al “clima de inseguridad reinante”. En el plazo de una semana, Partizan de Belgrado (Serbia), Cibona de Zagreb (Croacia) y KK Split (Croacia y vigente campeón) tendrían que comunicar a la FIBA donde iban a jugar como locales con la amenaza de expulsión de la competición sobre sus cabezas.

La casualidad hizo que el mismo día del comunicado en una ciudad dormitorio al sur de Madrid se inaugurase un pabellón con el nombre de Fernando Martín, la joven estrella del basket español que unos años atrás había fallecido en un accidente de tráfico. Un pívot serbio llamado Milenko Savovic que jugaba en España acudió a ver aquel partido inaugural. Allí coincidió con un representante de Dorna, una empresa de gestión y representación deportiva que había financiado la construcción del pabellón y que acababa de adquirir los derechos del Mundial de Motociclismo. Hablaron sobre la posibilidad de que el Partizan jugase sus partidos en España. Al acabar la charla Savovic cogió el teléfono y llamó a Obradovic, amigo de la adolescencia, y le dijo que aquel pabellón era perfecto para disputar la Euroliga.

Había nacido el Partizan de Fuenlabrada.

Era la época de esplendor del baloncesto yugoslavo y solo la guerra pudo desgajar a una generación que era descollante. Dorna se encargó de trasladar a aquellos genios de la canasta de la ruina de la guerra del fin de semana al oasis de felicidad hispano entre semana. Durante aquella temporada europea de 1991/92 los vecinos de Fuenlabrada pudieron disfrutar con el Partizan de Belgrado, los habitantes de A Coruña con el KK Split, mientras que los gaditanos de Puerto Real vibraron con la Cibona de Zagreb.

La comunión entre la grada del Fernando Martín y el Partizan fue instantánea. Para Fuenlabrada era un acontecimiento sideral y para los chicos era una forma de evadirse de los horrores de la guerra. “La cancha se convirtió en nuestra salvación”, declaró Sasha Djordjevic, base de aquel equipo. “Nadie de nosotros sintió nostalgia de Belgrado”, contaba Danilovic, la otra estrella yugoslava.

Cuando tocaba partido europeo la expedición del Partizan cogía un vuelo en Belgrado y se desplazaba a Madrid. Desde allí un corto viaje en autobús hasta Fuenlabrada. Obradovic tenía miedo a que en los partidos no hubiese gente que los apoyase por lo que trazó un plan que contó con el beneplácito de las autoridades de la ciudad. Antes de cada partido concurrían a colegios e institutos donde la plantilla acudía a firmar autógrafos y regalar gorras o camisetas.

El pabellón era coqueto pero ni siquiera estaba homologado por la FIBA. Durante la primera semana de entrenamiento del Partizan en Fuenlabrada se dieron cuenta de que las canastas no cumplían con los requisitos mínimos. Eran de quita y pon. Por las noches la plantilla asistía a un bingo para pasar el rato, pero con la aguda intención de aprender los números en castellano. Esperaban que salieran las bolas del bombo con el objetivo de conocer la pronunciación en su país de acogida de los números que llevaban tras sus espaldas.

Así, sin darse cuenta, en el primer partido de la Euroliga había 4.000 fuenlabreños en el Pabellón Fernando Martín vitoreando a un equipo de Belgrado, una ciudad distante en unos 2.500 kilómetros.

El primer partido se disputó el 7 de noviembre ante el Racing de Malinas, la cenicienta del grupo. Se ganó con suma facilidad y la gente se marchó encantada a sus casas. Muchos consideran que el equipo de Fuenlabrada que hoy es un habitual de la Liga ACB nació aquella noche de comunión con aquel equipo de baloncestistas yugoslavos.

El Partizan no era favorito para ganar la Euroliga. La competición estaba formada por dos grupos de ocho equipos de los que los cuatro primeros se clasificaban para cuartos de final. El Partizan compartía cuadro con el Joventut y el Estudiantes. Los conjuntos españoles se clasificaron con facilidad mientras que el Partizan lo hizo en la cuarta y última posición con un balance de 9-5.

Fueron siete partidos en tierras madrileñas y ganaron todos salvo el que disputaron ante el Estudiantes. En el duelo ante el ‘Estu’ la afición se decantó por el equipo colegial, pero el choque más especial fue ante el Joventut. El Partizan ganó por 76-75 gracias a un tiro libre en el último segundo. Ese día el pabellón Fernando Martín fue una caldera hirviendo de apoyo al Partizan de Fuenlabrada con abucheos continuos a los jugadores del Joventut. Al día siguiente la prensa española se echó encima y criticó el apoyo a un equipo extranjero. El Joventut era por entonces el equipo de moda en España y Badalona sede del torneo olímpico de baloncesto del verano siguiente que iba a contar con la rutilante presencia de las estrellas de la NBA.

Todos los jugadores del Partizan eran serbios excepto el ala-pívot croata Ivo Nakic. Decidió quedarse en el equipo a pesar de las presiones y de las continuas amenazas que sufrió su familia. Se encontraba en territorio enemigo. Sólo pudo jugar la Euroliga porque le fue vetada su presencia en los partidos ligueros para evitar altercados. Otros, como Danilovic, que era serbiobosnio, trataron de evacuar a su familia de la zona de conflicto con escaso éxito.

En la eliminatoria de cuartos de final el Partizan se iba a enfrentar a los archifavoritos de la Virtus Bolonia. Se daba la curiosidad de que el base titular de los italianos era Juri Zdovc, el hombre que sustituyó a Obradovic en el Europeo de año anterior cuando decidió colgar las zapatillas. Era al mejor de tres partidos. El primero se iba a disputar en Fuenlabrada pero la FIBA hizo una excepción y permitió que se jugase en un Belgrado ya azotado por las bombas. El Partizan quiso tener un detalle con la ciudad que le había acogido e invitó a una nutrida delegación madrileña a Serbia. La fiesta fue completa porque el Partizan ganó el partido. Cayeron en el segundo disputado en Bolonia, pero dieron la campanada y vencieron en el tercero y último también disputado en tierras italianas. El Partizan se había clasificado para la Final Four.

Nuevamente el Partizan partía como cenicienta. En aquel fin de semana de baloncesto estaba sólo ante el peligro. Por motivos obvios en las gradas del Abdi Ipekci de Estambul había una ridícula presencia de aficionados serbios. En la semifinal se iban a enfrentar al Olimpia Milano, un equipo hecho a golpe de talonario liderado por Darryl Dawkins un ex número 1 del draft de la NBA. Ganó el Partizan (82-75) con un estelar Sasha Danilovic con 22 puntos y 10 rebotes. Fue la puesta de largo de un chaval de 22 años que estaba llamado a ser el gran escolta europeo de la década.

La final enfrentó al Partizan de Belgrado contra el Joventut de Badalona. Dos novatos frente a frente. Ninguno sabía lo que era coronarse como campeón de Europa, pero los catalanes partían con un cuerpo de ventaja. La final fue igualadísima y se decidió en los instantes finales. A falta de nueve segundos Tomás Jofresa encara a su derecha y finta a la izquierda. Penetra e intenta una bandeja que a falta de fuerza se queda en un lanzamiento corto que entra llorando. 68-70 en el marcador a favor del Joventut. Koprivica saca de fondo con rapidez y pone el balón en las manos de Djordjevic. El Joventut decide no hacer falta y defender el posible triple del Partizan. Djordjevic corre la línea lateral próxima a los banquillos con rivales y compañeros con pie y medio dentro del campo. Bota con la derecha mientras se protege con la izquierda. A falta de tres segundos se cuadra, salta cual conejo y lanza en escorzo con los dos pies juntos y los brazos perfectamente alineados en uno de los lanzamientos más icónicos de la historia del baloncesto europeo. 71-70. El Partizan de Belgrado. El Partizan de Fuenlabrada acababa de proclamarse campeón de la Euroliga.

“Aquel tiro nos cambió la vida a todos. La emoción que sentí con aquel título no la he vuelto a sentir en mi vida”. Zeljko Obradovic.


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