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El penalti de Djukic

14 de mayo de 1994. Coruña. Noche fría, aunque parece que no lloverá. Se superan por poco los 10 grados centígrados. En torno a las 22.15 horas de la noche. Minuto 43 de la segunda parte. Minuto 88 de partido. Fran se dispone a ejecutar un lanzamiento de esquina a la derecha del palo defendido por González, guardameta del Valencia. El balón vuela hasta el centro del área y es despejado por un zaguero valencianista fuera de los límites del terreno de juego. Fran corre presto a poner el balón en liza de nuevo. Es un saque de banda a unos 30 metros de la portería rival. El Dépor ataca hacia el fondo de pabellón, justo enfrente de donde se sitúan los seguidores más radicales del club blanquiazul. Justo en la parte delantera de la explanada que va a llevar a la playa de Riazor, el mismo arenal que da nombre al bello estadio insertado en el corazón de la capital herculina desde 1944.

Al principio fue Lendoiro. Empresario desde niño, eterno aspirante a suceder a Fraga, acabó salvando al RC Deportivo de la desaparición en 1988 y lo convirtió en su cortijo particular y en el equipo más querido de España. Fran, José Ramón y Arsenio ya estaban. Los tres daban la nota ‘enxebre’ al invento. El primero de ellos, ‘O neno’, se convertiría en el mejor futbolista zurdo de España en los 90 a pesar de las cabezonadas de Javier Clemente. Luego vendría Djukic en un golpe de suerte durante un viaje a Belgrado. Más tarde arribaron las gangas. Jugadores rechazados que llegan al Dépor a coste cero. López Rekarte (Barcelona), Nando y Voro (Valencia) o Aldana (Real Madrid). Pero el plato gordo se cocinó en Brasil. En el verano de 1992 Lendoiro se lió la manta a la cabeza y se fue en búsqueda de Mauro Silva y de Bebeto. El primero era un mediocentro que, si bien era internacional, jugaba en un equipo desconocido y era incapaz de tirar a puerta aun estando delante de la portería rival. El segundo formaba con Romario la dupla atacante de Brasil y estaba a punto de firmar por el Borussia Dortmund. Lendoiro pagó, y pagó bien (de aquellos polvos vienen estos lodos), pero lo que decantó la balanza fue la mujer de Bebeto. Una semana de abril Lendoiro se la llevó a Coruña y le enseñó la fantástica ensenada de Riazor. Bebeto y su familia vieron en Coruña un pequeño Río de Janeiro. La suerte para Lendoiro es que las meigas se llevaron la lluvia durante unos días y aquel abril hizo un tiempo esplendoroso en esa esquina de Galicia.

Fran saca de banda y se apoya en López Rekarte que le devuelve el esférico al primer toque sin siquiera dejarla caer al suelo. Fran controla con la derecha y juguetea con la izquierda mientras intenta avanzar hasta el área rival. Hombro con hombro es encimado por un defensa ché que parece jugarse la vida en el envite, cuando lo único que ha puesto en liza es el honor, si eso existe. En una fracción de segundo Fran encuentra un pasillo libre y envía un balón mortal a las tripas del área para la carrera de Mauro Silva. El brasileño controla a trompicones y avanza hasta la línea de fondo buscando un centro imposible con el que sus notables cualidades defensivas no están familiarizadas. Un valencianista le niega esa posibilidad y decide volver a retrasar el esférico que llega a pies de Alfredo. El pequeño centrocampista tiene unas décimas de segundo para colocar el balón en posición, poner un mal centro a la olla y rezar para que alguien lo cace.

En la temporada 1992/93 nació el SuperDépor. Concretamente nació tras una victoria en Riazor ante el Real Madrid por 3-2 tras ir perdiendo por 0-2 en el descanso. Aquella temporada el equipo coruñés acabaría tercero y se convertiría en el segundo equipo de todos los españoles. El tobillo mágico de Bebeto se proclamó máximo goleador y las seguras manos de Liaño el portero menos goleado. Pocos esperaban que el milagro se repitiese en la siguiente temporada, pero, tras una victoria en la duodécima jornada ante el FC Barcelona, el RC Deportivo se colocó en el liderato. Y ya no lo soltó más.

El centro de Alfredo no es lo suficiente fuerte ni lo suficiente débil y desciende lánguidamente hasta el punto de penalti, donde, por increíble que parezca, no hay nadie. Por allí asoma Bebeto preparado para armar la pierna pero al levantar la cabeza advierte que tiene una muralla de defensores entre él y la portería. Con un sutil gesto con el exterior del pie desplaza el balón a Nando que avanza hacia el área como caballo desbocado directo a disparar a gol con todas sus fuerzas. Nando intenta controlar, pero se le va demasiado largo, y, en ese momento, justo cuando entra dentro del área, aparece la pierna del valencianista Serer. López Nieto señala el punto de penalti. Iban 43 minutos y 27 segundos de la segunda mitad. 88 minutos y 27 segundos del último partido de la Liga. Del último de los 38 partidos disputados por el RC Deportivo en la Liga. El último de los 3.420 minutos de una temporada.

En una Liga con dos puntos por victoria el Dépor se aferraba a la media inglesa; ganaba en casa y empataba fuera. Tenía una sólida ventaja pero el Barça apretaba fuerte. De los últimos 14 partidos los azulgranas ganaron 12 y empataron 2. Por el camino Johan Cruyff aprovechaba las ruedas de prensa para meter presión a los gallegos. Y surtía efecto. A falta de seis jornadas la ventaja era de seis puntos. En la jornada 35 el RC Deportivo empató ante el descendido Lleida y el Barça vapuleó al Celta en Vigo (0-4). Tres jornadas y dos puntos de distancia. Luego el Dépor tampoco pudo pasar del empate en otro presumible fácil encuentro ante el Rayo (0-0) mientras que el Barça nuevamente sacudía a su rival (4-0 al Sporting). Faltaban dos jornadas y había igualdad de puntos, una igualdad que favorecía al RC Deportivo, pero la sensación en el ambiente es que la Liga se escurría entre los dedos.

Riazor salta de alegría tras la señalización del penalti. En Coruña se tiran fuegos y hay quienes ya se empiezan a dar los primeros baños en la fuente de Cuatro Caminos. En el campo, Bebeto se santigua y se arrodilla mientras brotan unas lágrimas por su rostro. Sus compañeros son más cautos, pero las cámaras de televisión captan unas cuantas sonrisas. En el palco, las tres gabardinas y los tres orondos estómagos de Manuel Fraga, Francisco Vázquez y Augusto César Lendoiro se regocijan por un éxito que piensan tomar como propio. En Barcelona, con el partido ya decidido, las caras de incredulidad de los radioyentes van desde Nuñez y sus acólitos del palco hasta el más humilde socio ataviado con bufanda azulgrana. Mientras, pocos observan como Miroslav Djukic se mantiene en solitario y pensativo un poco más allá del punto de penalti.

A pesar del cansancio mental del equipo las cuentas aún cuadraban. Quedaban dos jornadas y el Barça tenía que visitar el Bernabéu. Con Cruyff de entrenador el Barça nunca había ganado al Madrid en su casa, pero escogió el mejor momento para romper el maleficio. Con un tanto de Guillermo Amor (0-1) los catalanes se ponían provisionalmente como líderes. Era sábado. Al día siguiente el Dépor jugaba en Las Gaunas ante el Logroñés. 8.000 coruñeses poblaban las gradas del vetusto estadio con capacidad para 15.000 almas. Se fletaron autobuses para festejar un título contando con la victoria del Real Madrid, pero al final salieron igualmente contentos porque los goles de Manjarín y Donato dieron la primera victoria fuera de casa (0-2) en dos meses. Quedaba una jornada y el Dépor dependía de sí mismo. Jugaba en casa ante el Valencia que estaba perdido en mitad de la tabla. El Barça se enfrentaba en el Camp Nou al Sevilla que se jugaba acceder a la Copa de la UEFA. Al Dépor le valía igualar el resultado del Barça para ser campeón. Si ganaba sería matemáticamente campeón pasase lo que pasase en la Ciudad Condal. Dependía de sí mismo.

Arsenio Iglesias camina pensativo a lo largo y ancho de la pista de atletismo que rodea el banquillo local. El técnico coruñés lleva todo el año pregonando la paciencia y enfriando una euforia que considera desmedida. En sus entrañas sabe que hay muchas opciones de fallar el penalti. El especialista en los lanzamientos era Donato, pero a mediados de la segunda parte había sido substituido por Alfredo con la intención de dotar de más mordiente ofensiva al equipo. La lógica dictaminaba que Bebeto fuese el lanzador. Pero el astro brasileño, libélula en el área, también lo era de carácter. Había fallado un par de penas máximas durante la temporada y ya había pedido a Arsenio no tirar más penaltis. Luego se diría que se escondió, pero realmente nunca fue una opción real para tirarlo. Nunca quiso hacerlo y nunca tuvo la orden de hacerlo. Otro tema es si debería haberlo hecho. En el ejército un coronel no puede delegar en un sargento. Por mucho que quiera hacerlo. Así pues el encargado era Djukic. El serbio solía aguantar hasta el final los penaltis y tiraba indistintamente a izquierda o a derecha sin ajustar al palo. Había anotado uno unas jornadas antes en el Calderón, pero en la memoria también estaba uno que había fallado ante Buyo y que le había dado la victoria al Real Madrid en un choque en el Bernabéu.

La semana fue eufórica en Coruña. Los niños fuimos el día antes del partido con la cara pintada de azul al colegio. Había banderas blanquiazules por toda la ciudad. Todo era blanquiazul. Las hormigoneras, las cariñosas pescaderas de la plaza de abastos, las simpatiquísimas chicas del Corte Inglés, el ayuntamiento, La Voz de Galicia o Estrella Galicia. Todo tenía un lazo azul. Había banderolas que festejaban el título de Liga. Como diría Mourinho una década más tarde en otro sueño, esta vez europeo, “os veo un poco creciditos”. Y era verdad. El Dépor estaba sin gasolina y paralizado por la responsabilidad. La primera parte fue horrenda, pero las noticias desde Barcelona eran positivas. El Sevilla ganaba 1-2. La gente festejaba el título y en el campo el equipo se echaba atrás y amarraba el empate. El problema es que al poco de iniciarse la segunda mitad, Koeman, Guardiola, Stoichkov, Romario y compañía sacaron la apisonadora y dieron la vuelta al partido. El Barça ganaba 5-2 y se puso presto a la espera. Quedaban 20 minutos y el Dépor trataba de dar un paso adelante pero se veía incapaz. Bebeto tuvo una cerca de boca de gol pero poco más. El partido agonizaba y sobre la segura victoria se ceñía una negra sombra.

Hacía falta un milagro.

El cronómetro ya se acercaba al final del tiempo reglamentario cuando Djukic se acercó con tranquilidad al punto de penalti. Fueron doce pasos para atrás hasta situarse encima de la línea que marca el inicio del área grande. Hizo un rápido gesto con un par de dedos para eliminar unos cuantos molestos mocos de la nariz y luego puso las manos en jarra. Toda su expresión corporal indicaba nervios y tensión. Cuando 25 años después uno observa las imágenes sabe que Djukic tenía que fallar ese penalti. Las piernas rígidas, los hombros tensionados y una búsqueda incesante de las manos a cualquier punto de la cara. Djukic coge aire, tanto aire como si fuese a perder la respiración por un instante. Luego lo suelta en una explosión impetuosa sin mirar atrás. En la portería, González arquea las piernas y coloca las manos entre ellas preparado para saltar a un lado o al otro. Está concentradísimo. Sorprendentemente concentrado. Deseando ser la bruja que rompe el cuento de hadas. Luego se sabrá que cobró 14 millones de pesetas (unos 85.000 euros de la época) vía Barcelona por parar el penalti. Pero era su trabajo. No se los pagaron por dejárselo meter. Se los pagaron por pararlo. Fuese ético o no, él hizo lo que tenía que hacer. López Nieto pita, Djukic coge carrerilla y lanza un disparo amarra tegui, flojo, a la derecha de González, que adivina la trayectoria y para con suma facilidad. Ya antes de lanzar Djukic sabe que ha fallado. Ya antes de lanzar tapa la cara con sus manos y clama a las alturas por su error. González proyecta su brazo al cielo y levanta el puño en señal de triunfo, lo que le generará el odio eterno de los coruñeses y de media España. En el gesto no hubo ética alguna, sólo odio pesetero.

Un lamento corre por Riazor. Los jugadores del Dépor bajan los brazos y ni siquiera intentan la heroica en los segundos restantes. Varios valencianistas se tiran al suelo y celebran el fallo (a razón de 7 millones de pesetas por cabeza, unos 42.000 euros de la época). En el palco, la pena y el quebranto de Lendoiro es inversamente proporcional a la alegría y el regodeo de Núñez. Cuando López Nieto pita el final, Djukic es de los primeros que se desploma en el campo. Un aficionado se tira a su lado y le da ánimos. Los demás enfilan el túnel de vestuarios en shock. No hay lágrimas. Aún no. Todavía están en shock. La gente salta al campo y acompaña a sus ídolos mientras le susurran al oído que no ha pasado nada. Que ha sido un sueño. Que el penalti ha sido gol. Que son campeones. Pronto el manto de Riazor estará cubierto por miles y miles de coruñeses. Pronto la fuente de Cuatro Caminos será lugar de celebraciones. De agrias celebraciones. De sonrisas comidas por las lágrimas. Será el lugar donde se venere el éxito del SuperDépor, un club humilde, que a pesar de la derrota acababa de hacer historia.

Al año siguiente se rompería el maleficio en una agónica final copera ante el Valencia. Un acto de justicia poética. Luego vendría el tan deseado título liguero para despedir el siglo XX. Pero la espina del penalti de Djukic permanecerá inalterable al paso del tiempo. Nunca antes se había decidido una gran liga de fútbol con un penalti en el último minuto del último partido de la última jornada de la temporada. Y nunca jamás se volverá a repetir.

“Mucho que decir y poco que contar (…) Estaba escrito así. El equipo ha corrido, no ha jugado bien. Tuvo muchos atrancos, quizás estuvo demasiado nervioso. Nos ha faltado marcar un gol. Llevamos el peso del partido pero no con buen tono. ¡Qué le vamos a hacer! ¡No pudo ser! (…) los chicos se han dejado la piel, han sido cabeza todo el año, los han desestabilizado, los han puesto nerviosos, han hecho lo que han podido y lo han hecho bien. Ha sido una pena. Es triste y es duro. Porque esto es una vez en la vida y no pudo ser (…) No puedo contestar a preguntas porque no sé qué decirles (…) He pasado muy mal día, pero ahora estoy muy entero. Alguno de los jugadores lo están pasando muy mal. Siento una gran tristeza por esas gentes de la calle que veía todos los días, esa gente mayor y esos niños y que yo pensaba que podíamos desilusionarnos, porque podía pasar esto. No es la primera vez que pasa y ha pasado. Fuimos a fallar un penalti cuando no había tiempo ni para respirar. Que Dios reparta suerte”. Arsenio Iglesias en la rueda de prensa posterior al partido. No hubo preguntas. Los periodistas callaron al unísono y aplaudieron al técnico herculino.


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2 commentarios

  1. Marcos

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    El penalti fué gol!… Si no es por esto no vemos 6 títulos a día de hoy, ahora vamos a título por final, ya estamos preparados para perder cualquier cosa, y eso en una final es mucha ventaja 😛

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