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A propósito del Brexit. El reinado inglés en el fútbol europeo de los 70 y los 80

Tras la II Guerra Mundial los archienemigos franceses y alemanes se sentaron tras una mesa y contemplaron la hecatombe que habían originado. Tras la masacre afloraron dos bestias pardas que habían contribuido a crear tanto en Oriente como en Occidente, y llegaron a la brillante y simple conclusión de que o bien se ponían a trabajar juntos o bien quedarían los restos de lo que antes había sido la hegemónica Europa. Así fue gestándose la Unión Europea, con la inestimable ayuda del fútbol, quizás el único objeto de deseo que los europeos compartimos desde Lisboa hasta Sebastopol.

Pero los británicos dijeron que no. En principio no. Su país no había sido arrasado por las bombas y se mantenía como líder comercial gracias al poder de su ya por entonces paupérrimo Imperio llamado ahora Commonwealth. Y el fútbol. El fútbol era un invento inglés. Y por supuesto no necesitaban ni la FIFA ni la Copa de Europa ni tonterías varias. No había mejor fútbol que el que se practicaba en las Islas Británicas.

Pero los tiempos habían cambiado. Mientras Francia, Alemania y hasta la raquítica Italia crecían de forma imparable en la posguerra, Gran Bretaña no carburaba, el Imperio se hacía pedazos y Estados Unidos se pasaba por el forro la flema y los modales. Así que al león británico no le quedó más remedio que entrar en la Unión Europea en 1973.

No pudo haber escogido peor momento.

La crisis del petróleo de 1973 puso fin a los años de bonanza de la posguerra. Los países que habían alcanzado la prosperidad aceptaron el desafío y fortalecieron sus lazos más si cabe. Fue una década dura para todos. Para el Reino Unido fue terrible. Fueron años de paro, recortes, desindustrialización y huelgas. Luego vino Margaret Thatcher y enderezó el país dotándolo de orgullo y patriotismo, o populismo, como se dice en estos tiempos. Y Gran Bretaña nunca pasó a ser miembro pleno de la Unión Europea. El brexit siempre estuvo en el aire desde el año 0. Nunca cumplió con Schengen (mantiene restricciones en la libre circulación de personas), no aceptó el euro (mantiene la libra) y es el único país de la UE que rechazó la carta de derechos europeos.

El proyecto europeo siempre ha sido para los ingleses un instrumento, nunca un fin ni un ideal. El escenario donde poder levantar cabeza y reafirmar sus sueños de grandeza. Una vía para poder ejercer una influencia que se desvanece por todo el orbe.

Luego vino el Brexit (o eso parece) por causas que más o menos todos conocemos. Pero estos son los orígenes. Unos orígenes que se remontan a la década de los 70, al mismo momento en el que el Reino Unido decide incorporarse sin demasiada fe a la Unión Europea. Buscaron luz donde había negrura y no lograron iluminar la estancia. Y es que los 70 en Inglaterra fueron lúgubres. Acabado el boom de la minifalda y de los Beatles, perdido el Imperio y aislados del resto de Europa, los británicos vivían instalados en la depresión.

Pero, ¿y el fútbol?

Inglaterra había ganado el Mundial de 1966 en casa. Tenían una buena generación y aprovecharon los beneficios arbitrales de actuar como anfitrión. Aquel grupo cayó en semifinales de la Eurocopa del 68 y feneció definitivamente al perder ante Alemania en cuartos de final del Mundial de México 70. Al fin se había ganado un Mundial, y los ingleses tenían argumentos para mantener viva la llama del aislacionismo y de la supuesta superioridad de su fútbol.

La desdicha llegó poco después. En 1974 y en 1978 Inglaterra no consiguió clasificarse para el Mundial. Practicaba un juego rudimentario basado en lanzar el balón hacia adelante, sus jugadores no eran conocidos internacionalmente y, por si fuera poco, lo habitual era escuchar historias de alcohol y de drogas entre muchos de sus componentes. El Manchester United, el único equipo inglés con sentido internacional, había descendido de categoría. De pronto la Inglaterra de provincias hizo su aparición.

Y la Inglaterra de provincias salvó al siempre colosal orgullo inglés. Fueron los años del Forest y del Aston Villa. Las victorias más sorprendentes que ha forjado la Copa de Europa. Entre 1977 y 1984 (con la excepción de 1983) algún equipo inglés fue campeón de la Copa de Europa de fútbol. Y lo hicieron desde el anonimato. Fueron conjuntos de ciudades provinciales, sin tradición, que representaban lo más profundo de la Inglaterra más profunda. Lugares donde la insularidad era acusada.

Durante el bienio 1979-1980 en Europa reinó el Nottingham Forest, el más fiero exponente de los midlands ingleses. Un equipo sin historia y sin tradición (y también sin dinero, lo que lo distingue de ‘trapalladas’ como el Manchester City) que en el espacio de tres años pasó de la segunda categoría del fútbol inglés a ser bicampeón europeo. Es cierto que tuvo cierta suerte en las eliminatorias, pero machacó a Ajax, Hamburgo o Colonia por el camino, rivales de enjundia en esos tiempos. Lo hizo con un fútbol directo basado en el contraataque y la solidaridad de sus jugadores. Tan sólo la fama del fenomenal portero Peter Shilton ha cruzado las aguas del Canal de la Mancha. Otros como Viv Anderson o Trevor Francis quizás suenen a los estudiosos del fútbol. Los demás son simples obreros sin nombre ni recuerdo al escapar del corazón de la campiña inglesa.

Más sangrante para la Europa futbolera y más satisfactorio para el inglés medio fue la victoria del Aston Villa en 1982. El Villa es el principal equipo de Birmingham, quizás la más inglesa de las ciudades inglesas. Cuna de la Revolución Industrial, se jacta de ser lugar de nacimiento de mil y un inventos y mil y una empresas, entre las que por supuesto están varios deportes como el criquet, el fútbol o el tenis. El Aston Villa había sido un grande en los albores de la competición a finales del siglo XIX, pero cuando en 1981 gana la Liga inglesa sorprende a propios y extraños. Con un fútbol cicatero, elemental y ultradefensivo elimina a Dinamo de Kiev y Anderlecht para ganar al Bayern de Münich en la final. En el caso del equipo de Birmingham no hay nadie, absolutamente nadie, que sea digno de guardar en el recuerdo. Ni tan siquiera su entrenador, ya que Tony Barton había accedido al cargo escasamente dos meses antes de la disputa de la final. El triunfo del Villa elevó el ego ingles hasta el infinito en una demostración de conjunto, lealtad y solidaridad entre compatriotas, que daba por sentado la superioridad frente a los incautos al otro lado del estrecho de Dover.

Por el camino hubo otros equipos recordados en la isla y olvidados fuera de ella. Equipos sin jugadores plausibles de aparecer en la lista del Balón de Oro, incapaces de destacar en un Mundial, indignos de ser recordados en un tomo sobre ases del balón, pero que dejaron su huella en Europa. El Leeds United, subcampeón de la Recopa en 1973 y de la Copa de Europa en 1975 y considerado uno de los equipos de fútbol más duros que se recuerdan. El ‘Dirty Leeds’ (sucios Leeds) hizo apología del destrozo al rival capitaneados por Billy Bremmer, un centrocampista pequeño y aguerrido que coleccionaba tarjetas partido tras partido. También fue subcampeón de la Recopa (1976) el West Ham, el conjunto de la clase obrera londinense con un fútbol y una alineación imposible de recordar. Igualmente perdió la final el Arsenal (1980), mientras que el Everton se proclamó campeón en 1985 con un equipo más ofensivo pero de escaso relieve. Por su parte el Tottenham venció en la Copa de la UEFA (1984) con Steve Archibald como jugador estrella, un delantero de escaso recuerdo en su posterior aventura en el FC Barcelona. Pero quizás el más estrafalario de los campeones fue el Ipswich Town en 1981. Conocidos como los ‘tractor boys’, el equipo del este de Inglaterra era un modestísimo conjunto. Practicaba un fútbol atractivo pero de arraigado carácter británico comandado por el central Terry Butcher, defensa que pasó a la historia por perder la cintura ante Maradona en México 86.

He omitido deliberadamente al gran Liverpool, la excepción que confirma la regla. El único equipo inglés que apostaba abiertamente por un juego de toque, de posesión y en el que el ataque primaba frente a la defensa. El famoso ‘passing game’ hizo grande al Liverpool y lo convirtió junto al Manchester United en el único conjunto inglés ‘europeo’, querido y respetado fuera de Gran Bretaña. Entre 1973 y 1984 se alzaron con 2 Copas de la UEFA y 4 Copas de Europa. Durante una década fue estandarte del fútbol europeo, liderado en un primer momento por Kevin Keegan, un doble ganador del Balón de Oro pequeño y de gran desborde y después por Kenny Dalglish, un escocés igual de diminuto pero con menos desborde y más gol. Pero, a pesar de todo, el triunfo de Liverpool fue una victoria del conjunto. Se recuerda más al equipo que a las estrellas. Primaba la fortaleza y la determinación inglesa frente a los focos y los millones de las vedettes del Continente.

Y es que las vedettes de aquellos equipos ingleses de entre décadas eran los entrenadores. Bill Shankly (Liverpool) Don Revie (Leeds), Bobby Robson (Ipswich Town), Howard Kendall (Everton) o Brian Clough (Nottingham Forest). Ellos representaban el estereotipo del inglés medio. Con sus lógicas diferencias todos personificaban al ‘míster’. Hombres educados, sencillos a la vez que inflexibles, egocéntricos y desconfiados, de lealtad intachable y de extrema eficiencia. Esos equipos eran sus equipos. Y esos equipos representaban a un pueblo. A una comunidad. Representaban a Inglaterra ante el resto de Europa. Como si de la Royal Navy se tratase y cada entrenador fuese un Nelson en miniatura.

Ese cóctel victorioso levantó el orgullo de los ingleses, pero también hizo que mucha gente inadaptada y desilusionada con la vorágine de la globalización se refugiara en el hooliganismo. Encontraron en el fútbol el nuevo faro de los ideales británicos. Cuando los muertos en las gradas traspasaron el Canal de la Mancha y ensangrentaron Heysel en la trágica final europea entre Liverpool y Juventus de 1985, la euforia futbolera se evaporó y un nuevo telón de acero se erigió entre Europa y las Islas Británicas. El fútbol mantuvo a Inglaterra en Europa a caballo entre los 70 y los 80. Heysel contribuyó a volver a separarlas entre los 80 y los 90, justo cuando en la mesa estaba la pluma preparada para firmar el Tratado de Maastricht.

“Todos nuestros problemas han venido de la Europa continental, y todas las soluciones han venido de las naciones anglohablantes a lo largo y ancho del mundo”. Margaret Thatcher, primera ministra del Reino Unido.

“Los ingleses tienen tantos deportes porque cuando otro país lo derrota inventan uno nuevo”. Peter Ustinov, actor nacido en Londres ganador de dos premio Óscar.


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