Felipe Reyes; el último pivot europeo
En 1995 el Real Madrid de baloncesto alcanzó la gloria europea por octava vez en su historia. Lo hizo en una final defensiva ante el talonario del Olympiakos y con un equipo plano en el que cada jugador cumplía una función determinada pero en la que la calidad no era uno de sus fuertes. La rotación estaba formada por ocho hombres. Antúnez, Santos y Lasa en línea exterior controlaban y defendían a las estrellas rivales. Cargol y un veteranísimo Biriukov aportaban tiro exterior y por dentro Antonio Martín daba cera mientras Arlauckas martilleaba el aro rival. Aquel equipo giraba en torno a una estrella; Arvydas Sabonis. El gran pívot europeo.
Sabonis fue el último gran pívot que disputó lo mejor de su carrera en Europa. Desembarcó en la NBA con 31 años, cuando ya había ganado todo y físicamente estaba en la cuesta abajo. Desde entonces ningún otro pívot ha sacrificado su aventura norteamericana por dejar su huella en la Euroliga.
Tras la caída del Muro de Berlín y con la globalización de la NBA, el éxodo de jugadores europeos al campeonato norteamericano ha ido creciendo año a año. Desde Estados Unidos no hay reticencias por captar talento extranjero, y desde Europa la quimera se ha convertido en sueño y jugar (lo de ganar pasa a ser secundario) en la NBA es el objetivo del adolescente talentoso.
En el baloncesto la altura es parte intrínseca del juego. Las posibilidades de éxito son mayores cuanto más cerca del aro esté tu cabeza. De esta forma todavía en Europa podemos contar con talentos exteriores que o bien no han sido tentados por la NBA o bien prefieren hacer carrera en Europa, lo que denominaríamos en el siempre sabio refranero popular ser cabeza de ratón y no cabeza de león. Sin embargo, la altura es un bien preciado, por lo que aquellos que superan los dos metros y unas condiciones técnicas y tácticas relevantes no tienen otro camino que el de cruzar el Atlántico.
Desde Sabonis todos los grandes pívots europeos han pasado con mayor o menor fortuna por la NBA. Los hay que se han convertido en leyendas como Pau Gasol (con diferencia el mejor desde el lituano, aún sin ser un cinco puro), otros han combinado buenas carreras en Europa y en Estados Unidos (Rebraca o Kristic), otros aún tienen mucho que hacer en América (Pekovic, Vucevic o Saric) y otros ni siquiera han llegado a jugar en la élite europea (Porzingis).
Pivotes europeos de referencia en lo que va de siglo XXI y que no hicieran ni el mero intento de competir en la NBA hay dos, y ambos son croatas; Nikola Vujcic y Ante Tomic.
Vujcic era un cinco de 2,11 de grandísima calidad y movilidad con un excelente tiro a media distancia y con facilidad para el rebote ofensivo. Algo lento y con problemas físicos cotidianos no llegó a acometer la aventura estadounidense pero fue con diferencia el mejor pívot de la Euroliga en la primera década de este siglo. Ante Tomic, con 2,18, no ha llegado ni por asomo a ser la referencia en Europa que llego a ser su compatriota, pero quizás es el hombre alto de mayor calidad que queda en esta parte del planeta.
Lo que diferencia a Felipe Reyes de ambos es que hablamos de un baloncestista bajo. De un pívot bajo. De poco más de dos metros. Un fajador. Uno de esos que aúnan dureza, orgullo y cojones. Ya se sabe que los bemoles enamoran al aficionado. Bajo las lorzas se esconde la capacidad atlética y tras la muñeca que sujeta la cerveza esta la técnica individual. Pero tenerlos bien puestos no requiere entrenamiento.
Hasta la revolución del tiro y de los cinco jugadores móviles (small ball) puesta en marcha por los Warriors e imitada a ambos lados del charco, un equipo de baloncesto ganador necesitaba un base cerebral, un alero anotador y necesariamente un pívot decisivo en ataque y en defensa. Durante 20 años por el Real Madrid han pasado blufs como Hamilton, Sekulic, Sinanovic, Zidek, Moiso o Burke, jóvenes promesas que quedaron en nada como Velickovic, Begic, Lampe o Kambala, buenos jugadores que no tuvieron nivel suficiente para el Madrid como Hervelle, Papadopoulos, Lavrinovic o Mijailov y otros que por unas cosas o por otras rindieron más fuera de la casa blanca que en el Palacio de los Deportes como Tomic, Alston o Fotsis.
Felipe Reyes es el denominador común año tras año. Un pívot duro, no excesivamente alto, sin gran condición física, sin rango de tiro exterior, sin capacidad de salto. Pero con clase, luchador, valioso, profundo, con gran capacidad de colocación para el rebote y con vasto nivel defensivo. Un interior clásico. Un pívot. En la propia acepción.
Quizás el rebote es su argumento de mayor peso. Sabe manipular su cuerpo y es astuto para conquistar la posición. Es un maestro de los rebotes de ataque. Ante la falta de muelles y de salto vertical, Felipe manifiesta excelentes movimientos al poste y unos convincentes lanzamientos de gancho y a tabla bajo aro.
Del jugador rústico pero efectivo de sus inicios en Estudiantes ha evolucionado en un cinco con movilidad, fundamentos e inteligencia para desplegar sus propios tiros. De hecho su progreso en el tiro libre y en el lanzamiento exterior ha sido notorio, acorde con el tipo de baloncesto que se juega en la actualidad. Y su durabilidad es digna de elogio. Fue escogido mejor jugador de la ACB y mejor pívot de la Euroliga con 35 años a sus espaldas. Y la temporada pasada, con 37 a sus cuestas, anotó 23 puntos y capturó 14 rebotes en un partido ante el Fuenlabrada. Y con poco más de 20 minutos de juego.
Obviamente Felipe no es Sabonis. Esa es otra liga. Ni siquiera es Vujcic. Y por supuesto no es Gasol. Incluso otros que no hemos nombrado como Lorbek o Smodis quizás tengan mayor calidad y capacidad ofensiva que Felipe Reyes. Pero lo que se le puede dar al menor de los hermanos Reyes, y sin discusión, es el título honorífico de mejor fajador y reboteador europeo de los últimos 20 años. El título de mejor pívot europeo a la antigua usanza.