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Boris Becker

1985. Boris le pega tan fuerte a la bola que siempre parece que va a salir por fuera de la pista. Tiene 17 años. Su saque es pura potencia. Su volea es perfecta. Un potro salvaje que parece a punto de despeñarse. Rubio. Guapo. Con cara de no haber roto nunca un plato. El futuro es suyo. Se le otorga el apodo de ‘Boom boom Boris’, dado que sólo necesita dos derechazos para noquear a su oponente.

1978. Leimen. Alemania Occidental. Boris es campeón nacional. Cuenta con once años. Lo hace todo a lo grande. Con las victorias se muestra eufórico hasta rozar la demencia. Con las derrotas se llena de rabia y se vuelve impredecible. Para Boris no hay término medio. O el todo o la nada.

1985. Wimbledon. John McEnroe, el gran favorito, queda eliminado en cuartos de final. A la final llega el sudafricano Kevin Curren, cabeza de serie número 8. Su rival es un chico de 17 años y 7 meses que responde al nombre de Boris Becker. Toda Alemania se pega a la televisión. Boris es una fuerza imparable al subir a la red. Su celebración cerrando los puños y dando pasitos con los pies hacia adelante causa sensación. Visceral, en su tenis no hay respeto alguno por su cuerpo. Se tira al suelo por la bola como muñeco de trapo. Pide aplausos al público por doquier. Es tribunero hasta la saciedad. Y gana. Es histórico. El jugador más joven en vencer en Wimbledon. El primer alemán que gana en la casa del tenis británico. Becker es un héroe nacional y es recibido como tal a su vuelta a Alemania. En las siguientes semanas recibirá más de 50.000 cartas de admiradoras con peticiones entre románticas y de sexo explícito. No es tiempo de redes sociales.

2005. Boris Becker reside en Miami. Conoce allí a Lilly. Boris es halagador, carismático, guapo y tiene mucho dinero. Muchísimo dinero.

1986. Boris es captado por Ion Tiriac, un exjugador ahora convertido en agente. Tiriac decide hacer millonario a Becker y de paso hacerse millonario él mismo. Boris se instala en Londres y vende exclusivas sobre su vida cada dos por tres. El alemán Bild se harta de sacar fotos de Boris y sus amigas. Todo forma parte de un acuerdo. No son robadas. Son pactadas. Él mismo perdió la oportunidad de hacer una vida normal. Por ahora le va bien. Gana Wimbledon por segundo año consecutivo. Becker es sinónimo de éxito. También es una superestrella sin valores.

Boris Becker

1987. Se muda de nuevo. Ahora vive en Montecarlo. La idea es no pagar impuestos. Pero la mina de oro gripa al entrar en una pista de tenis. Cae a las primeras de cambio en Australia. Su entrenador, aquel que lo conoce desde niño, decide renunciar ante los aires de divo de su antaño protegido.

2008. Zúrich. Boris lleva unos meses saliendo con una chica de la nobleza alemana mucho más joven que él. Llama por teléfono a Bild y anuncia que se va a casar. Lilly, su novia desde hace tres años, se entera por la prensa. Se entera de que Boris va a contraer matrimonio…con otra.

1989. Boris vuelve. Gana su tercer Wimbledon ante Stefan Edberg y logra el triunfo en el US Open. En el mes de enero de 1990 vence en el Open de Australia y obtiene el número 1 mundial. Recibirá honores ante los fotógrafos acompañado de su nueva conquista.

1992. Open de Australia. Boris aparece con su nueva novia. Se llama Bárbara. Es negra. Y es la buena. Un año después contraen matrimonio. El noviazgo marca un hito en tierras teutonas. Es la primera pareja interracial de renombre que se recuerda en Alemania. Su boda es televisada. Boris se convierte en papá y su rendimiento cae en picado. Parece otro y deja de un lado el tenis.

1996. Boris es la sexta raqueta en el ránking mundial. Es el número uno en el ránking de los mejores pagados. 125 millones de dólares en nueve años. Tiene propiedades en Londres, Múnich, Miami y Montecarlo. Todas son casas de lujo. El fisco alemán le reclama. Nunca ha pagado impuestos. Comenzará un largo juicio y Boris renegará de los alemanes. Envidia me tienen, dice. Cae de los 100 primeros del mundo y en 1998 se retira. Apenas cuenta con 29 años.

1999. Boris va a ser padre por segunda vez y decide volver a las pistas acuciado por sus problemas fiscales. Entrena como nunca. Pero su vuelta es terrible. Cae en primera ronda de Wimbledon por tres sets a cero ante Patrick Rafter. Lo deja definitivamente. Está destrozado. Se siente viejo e inútil. Esa noche deja a su mujer embarazada en casa y se va a cenar y a bailar a un local de lujo en el barrio de Mayfair londinense. Acabará acostándose con una empleada del restaurante.

2000. Annus horribilis. El Bild publica fotos de un recién nacido que es idéntico a Boris. Es su hijo ilegítimo. Nacido de aquella noche en Mayfair. Boris otorga una entrevista donde cuenta la surrealista historia de que aquella mujer le había drogado para luego hacerle una felación y quitarle el esperma con la intención de inseminarse. Sin embargo, eso no fue lo peor. La condena del fisco alemán es firme y Boris no puede enfrentarse a ello. Por un lado, toca pagarle al Estado alemán y por otro pagarle un multimillonario divorcio a su hasta entonces esposa.

2003. Boris está en Nueva York. Había sido condenado a dos años de cárcel de los que se libró. Hubo de pagar más de dos millones al fisco.

2008. Boris comunica a Bild que no se casa. Apenas ha pasado un mes desde que anunció que pasaría por la vicaría en segunda ocasión. Vuelve con Lilly y al poco ambos aparecen en un programa de máxima audiencia de la televisión alemana para anunciar su compromiso. En 2009 son matrimonio. Es el segundo de ‘boom boom’. Y otra vez es televisado. La boda es televisada. Para Becker la fama es una droga. Sino conseguía ser famoso por algo que hacía bien, lo iba a seguir siendo por hacer el ridículo. Aparece en shows televisivos bailando, cocinando, cantando o, simplemente, riéndose de sí mismo. Invierte en negocios de diferente calado y todos caen en desgracia. Pone dinero en la construcción de pozos petrolíferos en Nigeria que no van para arriba y en torres en Dubái que no se levantan.

2017. Arbuthof Bank, el banco que había financiado con intereses escandalosos la lujosa vida de Boris, reclama a su cliente 4.000.000 de dólares. Becker redobla sus exclusivas, sus ridículos y sus apariciones en fiestas privadas. Está perdido.

2013. Djokovic confía en Becker para ser su entrenador. Boris encarga su biografía. Le va bien. Compra una finca en Mallorca y encomienda una casa cuyo coste asciende a 15 millones de dólares. No les paga a los trabajadores y acumula una deuda de medio millón de euros con el constructor. Es demandado y recibe una visita de la justicia española. Le ordenan subastar la propiedad. El día del peritaje mete dos caballos purasangres en el dormitorio principal para que el perito no los encuentre. Necesita dinero rápido y lo consigue con un particular que le da 1.200.000 dólares al 25%. El particular se cubre las espaldas con una entidad bancaria llamada Arbuthof Bank.

2018. A Becker le piden el divorcio. El segundo. Otra vez una infidelidad. Y otra vez se publica en Bild. Y sigue sin ser el principal problema. El fisco está al acecho. Ahora la cárcel sí que es una realidad. De la primera se salvó por no tener antecedentes. Ahora no tiene salvavidas. Le paga a un alto funcionario de la República Centroafricana un pastizal para conseguir el cargo de agregado de deportes y así lograr la inmunidad diplomática. Es una estafa. Es todo falso. Está acabado. Le quitan sus propiedades en Estados Unidos y en Inglaterra y tras un largo litigio es condenado a tres años de cárcel en 2022.

2022. En diciembre, tras ocho meses en una prisión londinense, Becker sale de la cárcel por buen comportamiento y bajo la premisa de no volver a pisar nunca más el Reino Unido. Un helicóptero lo espera en la puerta del presidio y de allí lo lleva a su casa de Múnich. Al día siguiente da una entrevista en exclusiva en la televisión alemana por la que se lleva 250.000 euros.

Tres meses después presenta un documental sobre su vida y es cazado por los fotógrafos con su nueva y jovencísima novia mientras sigue aferrándose a la fama con la misma fiereza con la que golpeaba pelotas cuando apenas contaba con diecisiete años.

Becker saliendo de la cárcel

Otras historias sobre tenis de esa época

Las lágrimas de Martina Navratilova (la victoria fuera de las pistas de Martina)

La marcha de los campeones (cuando McEnroe decidió dar un paso al frente)

Cuando Michael Chang lanzó globos para ganar Roland Garros (la inesperada victoria de un chino estadounidense)

Cuando un loco apuñaló a Mónica Seles (el fin de una carrera exitosa por culpa de un fanático)


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