Fratelli d’Italia
Lo primero antes que nada es explicar lo que es el irredentismo. En España, desde donde escribo, es un concepto en desuso. El nacionalismo lo abarca todo. Pero el irredentismo existe. El reclamo de Gibraltar como parte de España es irredentismo. Lo es también la proclama por unos Países Catalanes desde Barcelona. Del mismo modo irredentismo es cuando desde Euskadi se solicita la anexión de Lapurdi, Zuberoa y Nafarroa (Navarra). El irredentismo es, en definitiva, la corriente política que propugna la anexión a un territorio considerado como nación de otros territorios que se consideran propios de aquel por motivos culturales, históricos, lingüísticos o raciales. Irredento significa ‘no liberado’. Por lo tanto, hace referencia a aquellos territorios que deberían formar parte de la nación o estado reclamante.
Argentina (Malvinas), Bolivia (corredor de Atacama), China (Taiwán), Israel (Palestina), India (Cachemira) o Rusia (Crimea), son algunos de los movimientos irredentistas más conocidos a nivel global. Sin embargo, es en la Europa continental donde esto es común a cualquier nación. La implosión del Imperio Austro-Húngaro en 1918 y, anteriormente, el surgimiento del movimiento nacionalista vinculado al Estado-Nación en el siglo XIX, convirtió a Europa en una suerte de reino de taifas. Fue en ese siglo XIX cuando se fundaron dos entes esenciales en la historia europea que hasta entonces no conformaron una unión sólida. Se trata de Alemania e Italia, y ambas, curiosamente, cerraron fronteras reconocidas en 1871. Desde ese mismo año, desde el primer minuto de la unificación, Alemania reclamaba territorios en otros lugares. Fue el germen de una deriva que llevaría al nazismo a reclamar lo que se dio en llamar ‘Espacio Vital’. Hoy, mutilada, Alemania tendría motivos para contar con un fuerte movimiento irredentista, pero al ser una ideología ligada al nazismo no tiene apoyo alguno ni entre las elites dirigentes ni entre la sociedad.
Donde fue acuñado el termino irredentismo fue en Italia. Ligado al Risorgimento (Renacimiento) tiene hasta un museo en Turín, primera capital del nuevo Estado. Allí, en el majestuoso Palacio Carignano, donde se ubicó el primer parlamento italiano, un toro con los colores de la bandera italiana recibe a los visitantes que quieran enfrascarse en la historia del país de la bota. La reunificación italiana consiguió unir en un solo reino a territorios repartidos por dinastías extranjeras como los Habsburgo o los Borbones así como los Estados Pontificios. Pero había algo más. Algo que no se logró conseguir. Los territorios irredentos. Lugares donde los italianos eran mayoría. Trentino, Fiume y Dalmacia, provincias que entonces pertenecían al Imperio Austrohúngaro.
Antes de que Italia fuese una, la Península Itálica estaba divida en múltiples entidades territoriales. Uno de ellos era la Serenissima República de Venecia. Fundada sobre una laguna por ciudadanos romanos que escapaban de las invasiones de hunos y godos cuando el Imperio Romano tocaba a su fin, Venecia fue creciendo hasta convertirse en una pujante Ciudad-Estado durante la Edad Media. En el siglo XVI, en su época de máxima expansión, ocupaba Chipre, Creta, Líbano, Montenegro, múltiples islas del Mediterráneo y buena parte de lo que hoy conforma Grecia.
Eran esos territorios que podríamos tildar de coloniales. Extraterritoriales. Pero controlaba también las montañas del Trentino, la llanura del Fiume y la costa de Dalmacia (hoy Croacia). Todos lugares considerados geográficamente italianos y todos con fortísima presencia en la psique del pueblo italiano al ser parte esencial del Imperio Romano. Las dos costas del Mar Adriático, lo que hoy es Italia en una ribera y la ex Yugoslavia en la otra, construían para Italia un territorio propio.
Y no era para menos. Cuando la I Guerra Mundial estalla en 1914 se estima que en el Fiume habitan más de un 75% de italianos, mientras que en Dalmacia el porcentaje es de un 25%. En Split, por citar un ejemplo, existen dos equipos de fútbol. El Hajduk, fundado por nacionalistas croatas, y el Calcio Splato, fundado por nacionalistas italianos. Y esto es significativo de una realidad. Los tres territorios irredentos reclamados pertenecían al Imperio Austrohúngaro, Imperio que estaba a punto de estallar en mil pedazos.
Tras cuatro sangrientos años de contienda el Imperio Austrohúngaro desaparece. Italia, en el bando de los vencedores, recibe como compensación territorial el Trentino (capital en Trento). Sin embargo, el Fiume (Rijeka para los croatas) y la Dalmacia (Dubrovnik para los croatas y Ragusa para los italianos) pasó a formar parte del recién formado reino de Yugoslavia. Aquello es una afrenta para los irredentos italianos. Habían ganado la guerra, pero se sentían olvidados por Francia y Gran Bretaña, los dominadores del cotarro.
Será ese el germen del movimiento fascista liderado por Benito Mussolini.
Es 1919. Época de afanosísimas convicciones nacionalistas de patria y honor. Doloroso es especialmente el caso del Fiume. Los leones venecianos de San Marcos adornan la entrada de ciudades como Zadar o Split. Ciudades que son yugoslavas (croatas) cuando tendrían que ser italianas. Fiume era una daga en el corazón de los italianos. No en vano, en 1919, meses después del término de la IGM, hubo un referéndum en Fiume cuyos resultados convertían la provincia en territorio italiano. No obstante, los efectos de la consulta no fueron vinculantes y Yugoslavia, con el apoyo de la Sociedad de Naciones (antecesor de la ONU), se mantuvo firme y conservó el territorio como propio.
Es entonces cuando aparece en escena Gabriele D’Annunzio. Duque, poeta, sex-symbol y militar, D’Annunzio sobrevoló Viena con su caza durante la I Guerra Mundial. Perdió un ojo durante una contienda en la que se convirtió en uno de esos héroes caballerescos, uno de esos ases del motor que al mando de su escuadrón eran venerados por militares y civiles a partes iguales. Amante de la tecnología, futurista, D’Annunzio fue uno de los primeros seres humanos que lanzó torpedos desde un avión. Tras la guerra se convirtió en parlamentario y en articulista destacado de ‘Il Popolo d’Italia’, el periódico dirigido por un tal Benito Mussolini. Con esos ideales no era de extrañar que en 1920 el comandante D’Annunzio, liderando a miles de militares, ocupase el Fiume y lo declarase provincia italiana. Aquello no estaba bien. No se podía permitir. El gobierno italiano, por entonces democrático, acabaría bombardeando (a regañadientes, porque en su fuero interno no querían hacerlo) en las navidades de ese año el Fiume, por lo que D’Annunzio se desdijo de lo dicho y proclamó la independencia del territorio como Estado Libre del Fiume. Luego, en 1924, ya con Mussolini y el fascismo en el poder, Italia se anexionaba el Fiume con el beneplácito de D’Annunzio y sus hombres. Yugoslavia, por cierto, dejó hacer. Bastante tenía con mantener la paz y el orden dentro de sus fronteras.
Esos cuatro años de mandato del ‘Duce’ D’Annunzio en el Fiume fueron cuanto menos curiosos. Prohibió la presencia de piratas o contrabandistas en sus costas bajo pena de muerte, anuló los divorcios y eliminó las drogas, fuesen blandas o duras, de las calles. Pero fundamentalmente lo que intentó fue italianizar al máximo posible la región.
Una de los métodos elegidos fue celebrar partidos de fútbol internacionales. Oficiosos, obviamente. Escogió como color de la camiseta del Estado Libre del Fiume el azul de la selección italiana, como no podía ser de otra manera. Por aquel entonces Italia vestía con una camiseta en cuyo pecho llevaba en escudo sobre fondo rojo con cruz blanca en representación de la Casa de Saboya, la casa reinante en Italia desde 1861. Pero claro, el Fiume era una cosa e Italia era otra. D’Annunzio no podía utilizar dicho escudo. Hubo de cambiar de idea. Decidió montar sobre el pecho una escarapela tricolor de franjas horizontales. Verde, blanca y roja. Los colores de la bandera italiana.
A eso se le llamó ‘Scudetto’.
La idea gustó. Y gustó mucho. Cuando en 1924 el Fiume pase a formar parte de Italia, la FIGC (Federación Italiana de Fútbol) decide adoptar el ‘Scudetto’ como propio. El 10 de octubre de 1924 se establece que el vigente vencedor de la liga italiana (Serie A) lleve en el pecho el distintivo del ‘Scudetto’ como símbolo honorífico del trofeo conquistado. Tras la II Guerra Mundial y la deposición de la monarquía, el ‘Scudetto’ también sustituirá al escudo de la casa de Saboya de la camiseta de la selección ‘Azurra’.
Como explicaba en el párrafo anterior, la idea D’Annunzio gustó, y gustó mucho. Para Italia, como nación de nuevo cuño, es imprescindible que los méritos se sepan y se reconozcan. Además, la simbología castrense era complementaria al nuevo ideario fascista. La escarapela no es más que un trozo de tela, pero su simbología es fascinante. Se emplea desde la Antigüedad como complemento del uniforme militar. La posibilidad de fabricarlo a gran escala en color resultaba ideal durante el siglo XIX en plena efervescencia de banderas nacionalistas. Lo que antes se colocaba en una bandera, gorra o sombrero, pasó a llevarse en la solapa o en la manga del uniforme castrense. En la Francia de la Revolución o en la Sudamérica independentista ya había hecho fortuna entre civiles como símbolo de libertad.
Fue el Génova FC el primer club que lució el ‘Scudetto’ en 1924 como vigente campeón nacional. Con el paso de los años gustó la idea de hacer lo mismo con el campeón copero. Sería en 1958 con la creación de la Recopa de Europa. La FIGC consideró que el representante italiano tendría que lucir una escarapela que lo distinguiera como campeón copero por el Viejo Continente. Nacía entonces la ‘Coccarda’, un distintivo circular formado por tres circunferencias siendo la exterior, y más grande, roja, la del medio blanca, y la interior, y más pequeña, verde.
Aún hubo algo más. En ese mismo 1958 la Juventus FC turinesa lograba su décimo título de la Serie A. Umberto Agnelli, presidente de la Juve, consideró que la efeméride debía ser recordada, por lo que solicitó a la FIGC un distintivo representativo. Tras un mes de deliberaciones se otorgó a la Juve la opción de colocar una estrella dorada de cinco puntas encima de su escudo. Hoy se otorga una estrella a cada club que consigue alzarse con una decena de títulos de la Serie A. La idea pronto fue copiada por otros países e incluso la FIFA la adoptó para las selecciones nacionales en reconocimiento a sus títulos en el Mundial de fútbol.
¿Y el Fiume?
Volviendo a la irredenta región del Fiume, en aquellos agitados años 20 se fundaron dos equipos. La Unione Sportive Fiumana, con los colores rojo, amarillo y azul del Fiume, llegó a competir en la Serie A en 1929 aunque, exceptuando ese año, militó en la Serie B hasta que en 1943 la liga hubo de suspenderse por culpa de la II Guerra Mundial. El otro club existente era el NK Rijeka, fundado en 1906 por nacionalistas croatas, y que pasó por diferentes vicisitudes hasta que en 1945 fue refundado por comunistas y pasó a integrar la liga yugoslava. En 2017 ganó su primera liga croata.
Desde 1945 el Fiume (Rijeka) formó parte de Yugoslavia y, tras la Guerra de los Balcanes iniciada en 1991, forma parte de Croacia. Hoy, anualmente, el estadio Marmi de Roma acoge un triangular irredento (triangolare del ricordo) que cuenta con la notable presencia de 5.000 o 6.000 espectadores. Son los hijos, nietos y hasta bisnietos, de aquellos italianos que hubieron de marcharse de los territorios irredentos. Compiten la Union Sportive Fiumana (Fiume-Rijeka), el Dalmacia Calcio (Zara-Zadar) y el Giovanni Grion Pola (Pola-Pula), todos conjuntos croatas con fuertes raíces italianas.
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