Cuando Roger Milla pasó de nadar con delfines a ser la estrella de un Mundial
Marruecos ha tocado el cielo. Es la primera nación árabe que llega a los cuartos de final de un Mundial. Eso al menos. Ahí es donde está Marruecos a la hora de escribir estas líneas, a la víspera de su histórico partido ante Portugal. Quizás, estimado lector, cuando lea esto ya habrá roto Marruecos el techo de cristal y se convierta en la primera nación africana en alcanzar unas semifinales mundialistas. O quizás no. Lo lógico es que caiga en cuartos de final y ponga fin a un sueño que inició con Croacia, se hizo realidad con Bélgica y cristalizó frente a España.
El caso es que es la tercera vez que un equipo africano llega a cuartos de final de un Mundial. Pero es éste un equipo africano diferente. No es una nación del corazón africano. No es una nación negra. Es una nación árabe. Una comunidad de seres humanos que rivalizan conforme a distintas fronteras, pero que tienen un acerbo cultural común desde Mauritania a orillas del Atlántico hasta Irán a las puertas del Océano Índico. Aún así el triunfo de Marruecos es el triunfo de África. El triunfo de un fútbol técnico y físico a partes iguales que lleva años evolucionando gracias a los nietos e hijos de los que buscaron en Occidente una vida mejor. De la plantilla marroquí de 26 convocados un total de 14 nacieron lejos de suelo marroquí, incluidos sus futbolistas más destacados; Bono (Canadá), Achraf (España), Boufal (Francia) y Amrabat, Mazraoui y Ziyech (Países Bajos).
San Paolo. Nápoles. Junio de 1990. Camerún 0-1 Inglaterra. Descanso. Son los cuartos de final de la Copa del Mundo. Roger Milla entra al campo con el ‘9’ en la espalda sustituyendo a Emmanuel Maboang. Milla va a revolucionar el partido. Eléctrico, móvil, perspicaz, alborota la defensa inglesa y en dos fogonazos Camerún se pone por delante. A falta de ocho minutos para el fin del partido Camerún gana por 2-1. Roger Milla tiene 38 años. Es la primera vez que juega los cuartos de final de un Mundial. Es la primera vez que un país africano juega los cuartos de final de un Mundial.
Un penalti anotado por Gary Lineker condujo el partido a la prórroga y otra pena máxima anotada en el tiempo extra por el entonces delantero del Tottenham daba la victoria a los británicos por 2-3. África no volverá a estar tan cerca de la gloria hasta que la selección de Ghana caiga en la tanda de penaltis ante Uruguay en los cuartos del Mundial de Sudáfrica de 2010. Aquello también fue de traca. Con Luis Suárez expulsado por hacer de portero a escasos minutos del final y con Abreu marcando el tanto de la victoria con un penalti tirado a lo Panenka. Doce años después ha tocado la epopeya de Marruecos en suelo qatarí. Pero la primera vez fue aquella de Camerún. Con un Roger Milla desatado. Anotó cuatro goles en cinco partidos y con 38 años fue elegido en el mejor once del Mundial. Su nombre brillaba junto a los de Matthaüs, Baresi, Maldini, Klinsmann o Maradona.
Camerún es una nación brillante situada en un lugar privilegiado. Desiertos, playas, sabanas y montañas adornaban a un país que se abre al golfo de Guinea. Fueron los portugueses los que bautizaron a esa zona como río de camarones, pero serían los alemanes los que en el siglo XIX explotaron esas tierras a su antojo como fructífera colonia. Tras la I Guerra Mundial lo que desde 1960 será el Camerún independiente fue dividido entre ingleses y franceses. En la parte británica destacaba la fe musulmana, mientras que, en la parte francesa, mucho más numerosa, la facción católica.
Es conveniente hacer esta distinción cuando nos adentramos en los años 70 del siglo pasado. El fútbol africano era ignorado por los medios y los ojeadores europeos. Pero entonces, además de hombres de negocios, eran los misioneros católicos quienes seguían manteniendo los lazos con las antiguas colonias. Así que un joven delantero de potencial inmenso y futuro brillante llamado Roger Miller no podría ni imaginarse lo que sería jugar en un grande de Europa. Por suerte para Milla (con la independencia de Camerún se africanizó el apellido) los lazos religiosos con Francia seguían presentes tras la descolonización.
Fue así como el boca a boca hizo que un club francés se atreviese a apostar por Roger Milla. Pero no era un grande. Ni mucho menos. Quien apostó por el camerunés fue el Valenciennes, escuadra modesta recién ascendida a la Ligue 1. Allí estuvo dos temporadas donde anotaba prácticamente gol por partido. Había llegado a Francia con 25 años y su hambre de gol e instinto asesino lo hicieron brillar de inmediato. Era un delantero de larga zancada, regate a golpe de cadera y disparo certero al primer toque. No era un rematador al uso, pero si un alborotador, un tiburón del área que acechaba a su presa y disparaba tras el primer movimiento. Su valía no se cifraba solo en goles, porque su entusiasmo y su personalidad le hacían echarse encima al equipo en los malos momentos y fabricarse goles por sí mismo si fuese necesario.
Milla firmó entonces por el AS Mónaco, pero ahí su estrellato pronto pasó al olvido. Los monegascos ya eran un grande del futbol galo y por entonces tirar la barrera psicológica que separaba a africanos de europeos parecía inabordable. No consiguió ser titular, se acercaba a la treintena, y los ramalazos de genio que mostraba con su selección eran tildados de frivolidades cuando se ponía la camiseta del AS Mónaco.
Así que hubo que dar otro paso atrás y fichar por el SC Bastia. Y allí fue la explosión. Fueron cuatro temporadas de éxitos, incluyendo un gol histórico que le dio una copa al pequeño club de Cerdeña. Fueron años de champán. Fue elegido jugador africano del año y en 1982 junto a M’Bida o N’Kono disputó el Mundial de 1982 con Camerún quedando eliminados en primera ronda, pero por culpa de la diferencia de goles y sin perder ningún partido.
La carrera de Roger Milla era exitosa para ser un futbolista africano, pero seguía siendo un don nadie. Un completo desconocido. En 1984 lideró a Camerún a la victoria en la Copa de África y repitió hazaña en 1988 añadiendo el título de máximo goleador. Contaba entonces con 36 años y jugaba en el Montpellier HSC al que ayudó a ascender a la Ligue 1 para luego clasificarlo para la Copa de la UEFA. Al año siguiente, en 1989, decidió retirarse dejando una media de nueve goles por temporada en máxima categoría y dieciséis en segunda tras doce temporadas en Francia.
A sus 38 años Roger Milla iba a gozar de un retiro dorado. Y decidió hacerlo en la Isla de Reunión, un idílico departamento de ultramar francés situado en el Océano Índico. Firmó por un equipo de la isla y decidió meter unos goles mientras disfrutaba de placenteros baños en parajes de ensueño.
Y mientras, ¿qué pasa con Camerún? Los leones indomables son los grandes favoritos para ganar la Copa de África de 1990. Se disputa en marzo, a escasos cuatros meses del Mundial de Italia. Y el fracaso es absoluto. Son superados por Zambia y Senegal y ni siquiera son capaces de pasar de primera ronda. La conmoción en el país es absoluta. Se trata de un equipo joven y con talento, pero en el que, exceptuando al portero del Espanyol Tommy N’Kono, no hay demasiada experiencia en el fútbol europeo.
Urge una solución inmediata.
¡Roger! ¡Roger! ¡Tienes una llamada! Así fue como avisaron a Milla. Y no era para menos. La llamada tenía carácter oficial. Pero tendría que esperar. Milla tendría que dejar su equipo de submarinismo en el barco, antes de cambiarse y poner pie en tierra. Había estado nadando y buceando en aguas cristalinas acompañado de bancos de coral y pequeños delfines. El sempiterno sol brillaba cuando entró en la casa y fue acompañado hasta el teléfono.
Roger escuchó y se cuadró. Al otro lado del teléfono estaba Paul Biya, presidente de la República de Camerún desde hacía una década. Biya y Milla tenían una buena relación y compartían convicciones religiosas. Hablaron durante largo rato y Biya le pidió a Milla que volviera a calzarse las botas, aunque fuese únicamente para ejercer de referente moral. No importaba que jugase o no, pero su sola presencia en el equipo resultaría beneficiosa. Realmente aquello no era una conversación. Era una súplica. Pero procedía de un ser superior. En la psique africana eso era una orden dada por un rey que el noble debía de cumplir.
Roger Milla dejó la arena fina y el agua cristalina bañada por delfines para coger un avión rumbo a Camerún. Su primer movimiento fue hablar con Valery Nepomnyashhchy, el técnico ruso de apellido impronunciable que había fracasado en la Copa de África. El acuerdo fue fácil de conseguir. Milla iría al Mundial como suplente y el ruso salvaría su cabeza. Podría dirigir a los leones indomables en Italia 90.
Pero no todos estaban contentos. Milla podría ser un mito, pero su presencia en Italia era la de un advenedizo. Quien peor se lo tomó fue François Omar-Biyik, delantero fuerte, poderoso, que veía peligrar su puesto en el once titular. Milla lo tranquilizó y le dijo que no se preocupara, que su intención era tan solo apoyar desde el banquillo al equipo.
Y así fue. En el primer partido Camerún se convirtió en la primera selección que derrotaba al vigente campeón en el partido inaugural. La Argentina de Maradona caía ante los africanos gracias a un solitario gol de Oman-Biyik, que fue fervorosamente aplaudido por Milla desde el banquillo.
En el siguiente choque Roger Milla saltó al campo a los 15 minutos de la segunda parte. Camerún vs Rumanía. Lo hizo distraído, con aquella camiseta verde roída del pegote amarillo como escudo. Sin aliñar, con la zamarra mitad por dentro mitad por fuera, Milla anota dos goles. El primero es pillería. Golpe al defensa, salto a destiempo y golpeo seco con la izquierda. El segundo es un tiro áspero con la diestra tras un buen gesto técnico. Camerún se clasifica para octavos con dos goles de Miller, porque sí, a los 38 años, y tras una vida en Francia, Miller sigue siendo un desconocido en los rótulos de la televisión italiana.
Ya clasificado, Camerún se relaja y cae por 0-4 ante la URSS antes de enfrentarse a Colombia en octavos de final. Guiados por Valderrama los sudamericanos dominan el partido mientras los africanos esperaban agazapados para lanzar contragolpes. Se llega así a la prórroga donde el suplente Milla recibe cerca del área grande, se saca de encima a dos colombianos, y anota el primer gol del partido. Luego vendrá la gran locura de Higuita, quien intentará ser un Maradona con guantes cerca del círculo central, lo que aprovechará Roger Milla para anotar el segundo de Camerún. Su baile de celebración con el banderín del córner también pasará a la historia. Los leones indomables estarán en cuartos de final.
Luego vino el histórico partido de cuartos ante Inglaterra, donde el hasta entonces comedido y defensivo Camerún se convirtió en una escuadra agresiva y ofensiva que puso contra las cuerdas a los ingleses. Milla saldría del banquillo para forzar un penalti y dar la asistencia para el segundo gol camerunés. Camerún acabará cayendo, pero llegará más lejos de lo que nunca antes (con permiso de Marruecos) ha llegado una selección africana.
Roger Milla había descolgado las botas y fue aclamado como un héroe a su vuelta a Camerún. Dejó los baños con delfines para su jubilación y firmó por el Tonerre Yaoundé de su ciudad natal. Allí estuvo hasta 1994, cuando con 42 años acudió al Mundial de Estados Unidos y consiguió anotar otro tanto. Por supuesto sigue siendo el futbolista más veterano en anotar un gol en un Mundial.
Por entonces los jugadores de la África negra ya eran más que respetados. Abedi Pelé es estrella del Marsella campeón de la Copa de Europa, Nwankwo Kanu es el delantero del futuro en el Ajax y George Weah gana el Balón de Oro con el AC Milan, en reconocimiento histórico al hasta entonces siempre menospreciado fútbol africano.
Roger Milla colgó las botas en 1996, a los 44 años. Hay quien dice que realmente tenía más y que su pasaporte fue falseado. Sea cierto o no, lo hizo con el reconocimiento de la FIFA como el mejor jugador africano del siglo XX, dos Balón de Oro africanos con 14 años de diferencia (1976 y 1990) y con cinco goles en diez partidos mundialistas. Hoy es embajador de Unicef en África y aspira a ser presidente de un país al que en su día ayudó a poner en el mapa.
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