¿Por qué los Dodgers no son el Madrid ni Messi es Lebron James?
Es relativamente habitual que cuando un licenciado estadounidense acabe su carrera cruce el charco y haga una tournée por Europa. Algunos visitan Londres, muchos Roma y todos Paris. Hablamos de gente de cierto nivel intelectual, cultural e incluso económico. Gente que admira el estado de bienestar europeo y ese gusto por trabajar por vivir y no el vivir por el trabajar tan propio de Estados Unidos. Ven Europa con ojos románticos, como una suerte de club de países pequeños con PIB extraordinarios. Un paraíso para disfrutar de una jubilación que se antoja de las más longevas y satisfactorias del planeta.
Y, sin embargo, todos esos jóvenes bien alimentados y bien educados que critican la venta de armas en Estados Unidos y admiran los hospitales públicos europeos, se echan las manos a la cabeza cuando ven que nadie tiene secadora.
Algo propio del tercer mundo.
El 90% de los habitantes de Estados Unidos tienen secadora. Así como casas más grandes, armas en el salón y multitud de problemas cardiacos. Dicen que eso sucede porque el alcohol protege de los problemas de corazón y como los europeos están siempre borrachos bebiendo vino en las comidas…Que un norteamericano tenga una secadora no es una cuestión geográfica, sino cultural. Tanto la tiene el habitante invernal de Wisconsin como el del verano perpetuo de Florida. Tender la ropa al viento es de pobres. Antiguamente era cosa de negros. Los blancos, los blancos más humildes y de casas húmedas del interior de Chicago, tendían la ropa al lado de la caldera. Desde que en los 50 la secadora se hizo accesible y popular a nadie, independientemente de su nivel de renta, se le ocurriría tender la ropa al viento.
En Europa no es así. La ratio de ventas de secadoras es de 1/9 en relación a la de las lavadoras. Sólo en las grandes ciudades, en pisos de metros cuadrados escasos, se le ocurre a alguien montar una secadora. Y no es una cuestión geográfica. Puede que en el sur de Europa el sol abunde, pero de los Pirineos para arriba el astro rey suele desaparecer con prontitud. La construcción de patios de luces, los recovecos de un ático o un sencillo sótano o trastero son válidos para tender la ropa. Incluso se puede colgar al aire libre en pleno invierno. En Manchester o en Oslo a las camisetas se les da la vuelta en el radiador como de un filete se tratase. Es, simplemente, una cuestión cultural. Incluso medioambiental en las zonas más progres del Viejo Continente.
Aunque a menudo Occidente se considera como un todo, la evolución histórica, geográfica y sociopolítica de sus diferentes lugares ha dado lugar a notables diferencias culturales. La amplia extensión de ambos mundos hace que cada región tenga sus particularidades. Con todo, la cohesión de Estados Unidos como única nación hace más fácil la homogeneidad que en Europa. Así un irlandés o un polaco tiende a parecerse más al prototipo americano que a buena parte de los europeos. Peso a lo cual, las secadoras escasean tanto en Dublín como en Varsovia.
Escasean las secadoras al igual que las distancias y el tiempo permanecen en dimensiones distintas. Si una iglesia del siglo XIX es moderna para un europeo es antigua para un estadounidense. Si una ciudad está de la playa a unos 100 kilómetros es lejos para un europeo, pero cerca para un estadounidense. Lo haremos en un coche manual y pequeño, frente a los automáticos y grandes de un norteamericano, los cuales no tendrán problema para aparcar en los parkings gigantes que abundan por Estados Unidos. Nuestra semana empieza el lunes, mes y año. La de ellos es mes, domingo y año. Sus colegios son de pago y nadie tiene la obligatoriedad de aprender otro idioma, cuando aquí en el sistema público chapurreas, al menos, tres hablas. Nuestras calles están llenas de historia y las suyas de números, al igual que sus nombres de pila suelen ser también apellidos y sus políticos han de servir en el ejército antes de dar el salto a la política.
Y el deporte. En Europa la historia deportiva se ha cimentado sobre el fútbol. A su alrededor pivotan multitud de disciplinas, pero ninguna de ellas forma parte del tronco central del deporte estadounidense. Tan solo el baloncesto ha conseguido penetrar en el acervo colectivo de ambos continentes. Pero fútbol americano, béisbol y hockey sobre hielo son elementos extraños para el común de los europeos.
Empero, no es la diferencia de gustos lo que separa a europeos y a estadounidenses. La diferencia radica en la forma de concebir que es el deporte. Podemos identificar hasta tres diferencias fundamentales en torno a dicha concepción: a) aficionados; b) sistema de competición; c) objetivos de los clubes.
A) Aficionados:
En Europa las simpatías tienen una dimensión cultural y geográfica. De lo local a lo nacional y de lo nacional a lo internacional. El conglomerado de ligas regionales, nacionales y europeas certifica y pone en valor los sentimientos de cada forofo. Esta distinción es irreal para un estadounidense. Para ellos el campeón de la NFL, la NBA, o la NHL o la MLB es el campeón del mundo. Solo los Juegos Olímpicos son considerados para los estadounidenses un verdadero test internacional en el que enarbolar la bandera nacional.
La densidad de población de Europa Occidental es enorme lo que unido a un número considerable de países hace fácil el desplazamiento de aficionados para ver a su equipo. Esto convierte un partido fuera de casa en una aventura y crea una identidad cultural social entre los aficionados y su equipo. La inmensidad de Estados Unidos (donde caben hasta 18 Francias) limita al televisor el seguimiento del deporte, por lo que hace poco permeable la identificación con los colores.
B) Sistema de competición:
El deporte europeo se basa en tres tipos de resultados: victoria local, empate y victoria visitante. De igual modo, cuando existe un torneo de eliminatoria directa se establece un sorteo. Dicho sorteo funcionaba como una lotería donde el azar hacía su aparición. Solo en tiempos modernos e, influido por la tendencia estadounidense, se establecieron los condicionantes y los cabezas de serie. Al otro lado del Atlántico toda liga sirve como un proceso de selección natural en el que los mejores se clasifican para un torneo final eliminatorio en el que los cabezas de serie se eligen por el porcentaje de victorias.
En la opinión del que escribe está diferencia radica en el concepto de justicia. Para un europeo el resultado de una liga regular demuestra quien ha sido el mejor a lo largo de un recorrido, Quien ha sido el más fuerte a lo largo de una temporada. Esto implica que los mejores ganarán, pero, por un sentido de justicia y caridad, deben existir otros torneos donde el débil tenga su oportunidad. En las eliminatorias (copas) el azar sirve como balanza de la justicia que demuestra que, aparentemente, todos somos iguales. Es como el pan de los pobres que mantiene la ilusión de la felicidad.
Para un estadounidense no existe sentido de la justicia que pueda hacer creer que los últimos clasificados de una liga merezcan tener alguna opción de victoria. Sin embargo, crean ligas que irremediablemente cuentan con ‘playoffs’ por el título para demostrar que la justicia es igual para todos. Los mejores siempre parten con ventaja, pero deben demostrarlo, tanto a la larga como en las distancias cortas. Aquí el que manda juega con las cartas marcadas, pero siempre tiene que jugar. La justicia es igual para todos. La incertidumbre del resultado, y he aquí el quid de la cuestión, es mayor en el deporte norteamericano, aunque la sensación para el aficionado es que es mayor en el deporte europeo.
C) Objetivos de los clubes:
El objetivo de cualquier club es lograr el éxito. En Europa existe un sistema de ascensos y descensos en el que los fondos económicos se distribuyen en función de la categoría y de forma solidaria entre clubes a través de entes nacionales e internacionales. Trepar en el escalafón, sea como sea, es el objetivo para lograr el éxito deportivo. En Estados Unidos un club es una franquicia, donde un propietario, a través de su dinero, mantiene a su equipo en una liga independientemente de sus resultados deportivos. Todo se basa en la solvencia y en el crecimiento económico, y solo a través de la financiación correcta se puede alcanzar el objetivo deportivo.
Este sistema repercute directamente en los deportistas. En Europa sus sueldos dependen de las vicisitudes de su equipo y son altamente variables. En Estados Unidos dependen de sus méritos deportivos y son intocables tanto a la baja como al alza hasta que vencen sus compromisos contractuales.
Esto lleva directamente a una forma frontalmente distinta de entender la captación del talento.
— ¿POR QUE LOS DODGERS NO SON EL MADRID NI MESSI ES LEBRON? —
Pocos conocerán a Randy Livingston. Normal. En doce años de carrera profesional jugó en infinidad de equipos. Concretamente en catorce equipos. En alguno de ellos de manera testimonial. Fueron dos los partidos que jugó con los Golden State Warriors y cinco en los que defendió la camiseta de los Chicago Bulls. En los Idaho Stampede de la liga de desarrollo de la NBA llegó a militar en cinco diferentes ocasiones en un espacio de ocho años. Y sin embargo Randy Livingston es un jugador de baloncesto venerado allí donde nació.
Porque en Nueva Orleans, en el estado de Louisiana, Randy Livingston es una leyenda viva. Asistió al instituto Newman de su ciudad natal con cuyo equipo de baloncesto logró el título de mejor jugador de secundaria de Estados Unidos en 1992 y 1993. Después logró una beca deportiva que le permitía ir a cualquier universidad del país. Decidió quedarse en casa y estudiar en la LSU, la Universidad Estatal de Louisiana. Que luego una lesión de rodilla cerciorase su carrera fue del todo inoperante. Randy Livingston es un icono de su comunidad.
Historia parecida es la de Herschel Walker. Nacido en Wrightswille, en el estado de Georgia, Walker compitió en el instituto de su pequeño pueblo donde logró la hazaña de guiar a su colegio a ganar el campeonato estatal de secundaria de fútbol americano en 1979. Al igual que Livingston, Herschel Walker decidió quedarse en casa y apostar por la Universidad de Georgia, donde también fue elegido mejor jugador del país y en 1981 ganó el campeonato universitario de Estados Unidos. Pero a diferencia de Livingston, Walker tuvo una carrera profesional fructífera que le llevó de Nueva Jersey a Dallas y de Dallas a Minneapolis, aunque jamás alcanzó los éxitos que logró como amateur en Georgia. Hoy Walker lucha por ser senador republicano por su Georgia natal.
Viajemos a Europa. Zlatan Ibrahimovic nació en Malmö, la ciudad más meridional de Suecia. De padre bosnio y madre croata, apenas jugó 40 partidos con el club sueco antes de firmar por el Ajax de Ámsterdam. Ahí inició una carrera antológica que le ha llevado a anotar más de 500 goles y a ganar títulos con algunos de los clubes más importantes del mundo, caso del FC Barcelona, el Manchester United, el PSG o las tres grandes escuadras italianas (Inter, Milan y Juve). Ibra es un dios del fútbol. Su carrera profesional es infinitamente superior a la de Walker o Livingston. Pero Ibra no es un dios en Suecia. Nunca ha tenido una actuación relevante con su selección. Es más. Ha renunciado sistemáticamente a defender la camiseta nacional y ha solicitado regresar cuando le ha convenido. Ni siquiera en Malmö es un ídolo. A la estatua de Ibrahimovic que daba la bienvenida a la ciudad de Malmö le fue amputada la nariz y fue tirada al suelo cuando Zlatan decidió entrar en el accionariado del Hammarby IF, club de Estocolmo y tradicional rival del equipo de Malmö. No, definitivamente Ibrahimovic no es un referente para su comunidad.
En Estados Unidos no existen las subvenciones estatales deportivas. Tan solo aportes económicos de la administración local. La economía del país obedece a la ley de la oferta y la demanda, y así funciona su sistema deportivo. Son los colegios los que tratan de captar talento en función de la disciplina, la productividad, el trabajo y el control. No se busca el modelo europeo de ‘fair play’ sino el modelo de excelencia. Ganar por encima de todo. A través de donaciones, publicidad y eventos financian los colegios su estructura académica. Del colegio se pasa al instituto (high school), donde se crea un vínculo con la sociedad. Esos deportistas llevan el nombre del instituto a lo largo del estado (o del país) y dan notoriedad a los mecenas que han llevado a esa institución al éxito.
Esos deportistas son captados por universidades que ofrecen becas deportivas para completar unos estudios que son prohibitivos para buena parte de los estadounidenses. A cambio, la universidad podrá obtener ingentes beneficios gracias a los ingresos televisivos, venta de mercadotecnia o control de derechos de imagen. Hay que tener en cuenta que los partidos universitarios reúnen a miles de espectadores en directo y a millones por televisión. Un entrenador universitario de fútbol americano o de baloncesto gana más dinero que el rector de la universidad.
Los más exitosos de estos atletas pasarán a la rueda del deporte profesional, mientras que la mayoría de ellos acabarán sus licenciaturas y entrarán en el mercado de trabajo. Suceda lo que suceda habrán formado parte de una comunidad. Quizás Michael Jordan sea el deportista más grande de todos los tiempos. Y lo es por sus hazañas con los Chicago Bulls, pero Jordan lo que es, es un ‘Tar Heel’ de la universidad de Carolina del Norte. Allí se formó como persona y como deportista. Fue allí donde decidió vivir una vez retirado y fue allí donde decidió invertir millones de dólares para comprar una franquicia de la NBA y no en el Chicago donde se convirtió en el hombre más famoso del mundo.
No sucede lo mismo en Europa. Aquí el deporte es diversión y formación. Está tutelado por los entes públicos, los cuales construyen los recintos deportivos. La idea es crear buenos hábitos, fomentar el compañerismo y desarrollar las capacidades psicomotrices de los niños. Salvo casos extraordinarios, solo cuando el niño se convierte en adolescente se empieza a pensar en su carrera profesional como deportista.
Y aquí estriba la gran diferencia. Ibrahimovic no jugó para un instituto ni para una universidad. Fue captado por un club privado quien lo formó en sus categorías inferiores y lo convirtió en profesional cuando consideró que estuvo preparado. No existió red de seguridad. Tuvo que escoger entre estudiar o dedicarse al fútbol. En Europa nadie es recordado por los goles que metió en la universidad. Simplemente porque esa opción no existe para el deportista de élite. Tomas el control de tu vida joven, seguramente excesivamente joven, y a cambio eres libre de decidir donde y para quien jugar. Quizás construyas un vínculo con una ciudad y su club de fútbol, pero lo normal es que no eches raíces ni edifiques vínculos e intentes labrarte una carrera de éxito por ti mismo sin tener en cuenta a tu comunidad.
Lionel Messi nació en la ciudad argentina de Rosario y se formó en las categorías inferiores de Newell’s Old Boys. Allí estuvo hasta los doce años, por lo que pocos tienen recuerdo de él. Es así porque las categorías inferiores fuera de Estados Unidos son objeto de divertimiento y recuerdo y solo en épocas recientes los datos y las estadísticas han tenido una razón de ser. Es el salto al profesionalismo lo que marca la diferencia en Europa. Es así que Messi se convirtió en profesional con el FC Barcelona a los 16 años. Es en Barcelona donde ha cosechado sus éxitos por todos conocidos y es en la Ciudad Condal donde se ha convertido en una figura imperecedera que traspasa los límites del deporte. Messi es argentino de corazón y de sentimiento y anhela ganar el Mundial con su país para sentirse querido y reconocido por los que lo vieron nacer. Pero por mucho que quiera y por mucho que lo desee Messi jamás será rosarino. Nunca será Maradona. Messi ha sido criado, modelado y tutelado por Can Barça. Messi es patrimonio catalán, a pesar de que nunca ha hablado catalán.
Lebron James nació en un barrio marginal de Akron, suburbio al sur de Cleveland. Estudió en el instituto católico de Saint Vicent y Saint Mary donde sus estadísticas fueron contabilizadas al milímetro y se convirtió en campeón nacional y mejor jugador del país. Declinó declinar formarse en una universidad y dio el salto al profesionalismo a través de los Cleveland Cavaliers. De inmediato se convirtió en el hombre del momento, aunque tuvo que marcharse a Miami para ganar su primer anillo de la NBA. En aquel instante se convirtió en un Judas, pero con el tiempo regresó a Cleveland para hacer campeones por vez primera a los Cavaliers. Hoy Lebron James es una de las pocas figuras deportivas que pueden hacer sombra a Leo Messi a nivel global, pero su impacto a nivel local es inimaginable para el bueno de Leo. Ha construido escuelas, orfanatos o museos en su ciudad natal y, sobre todo, se ha convertido en ejemplo y referente para la comunidad de Akron y de Cleveland, a la que siempre hace referencia en cada una de sus intervenciones públicas.
Al igual que en el caso de Lebron, es habitual que el deportista estadounidense devuelva parte de lo que le fue otorgado por su comunidad. Obviamente el sistema de bienestar europeo hace impensable que sea un mecenas quien tenga que construir una residencia de ancianos o una biblioteca. No solo eso. La existencia de un mecenas es criticable por cierta parte de la sociedad. La necesidad del mecenas en Estados Unidos es reflejo de un sistema social y económico opuesto. Pero en el caso que nos ocupa, la figura del mecenas deportista en Europa es difícil de ver debido a esa inexistencia de vínculos primigenios con la comunidad formativa.
El Real Madrid fue fundado en 1902. Camino de los 125 años de historia posee el palmarés más exitoso del fútbol mundial y en sus filas han militado alguno de los jugadores más famosos de todos los tiempos. Pero el Real Madrid podría estar un siglo sin ganar título alguno y su fama se mantendría inquebrantable. Su estadio es un museo en movimiento que se mantiene en el corazón de la ciudad desde tiempos pasados y su escudo y su camiseta apenas han sufrido pequeños cambios inapreciables para el aficionado medio. El club, aun profesionalizado y convertido en una empresa multinacional, sigue siendo propiedad de unos socios que con sus críticas y reproches pueden hacer cambiar el devenir de la entidad de una semana para otra. El Real Madrid es un club global, español, pero, sobre todo, es un club madrileño. No se entiende la ciudad de Madrid sin su Real.
Los Ángeles Dodgers son junto a los Yankees de Nueva York el club de béisbol más valioso del mundo. Son el buque insignia de una ciudad de cerca de cuatro millones de habitantes y un área metropolitana de 20 millones. Han ganado siete veces las Series Mundiales y su estadio es el de mayor capacidad del país. Pero los Dodgers no son de Los Ángeles. No lo son porque no son un club, son una franquicia. Los Dodgers nacieron en 1883 en la otra punta del país, concretamente en el barrio neoyorkino de Brooklyn. Allí estuvieron hasta 1957, cuando el propietario decidió trasladar al equipo a California. Por el camino hay títulos en Brooklyn como en Los Ángeles, al igual que los Lakers de la NBA poseen entorchados en Minneapolis como en Los Ángeles. Nadie duda que los Dodgers son el equipo de L.A, pero ni su historia ni si cultura ni, quizás, su futuro, están en la ciudad que vio nacer a Hollywood.
La emoción es una pauta filogénicamente aprendida que se desencadena por un suceso intenso. La pertenencia, la identidad y la identificación con unos valores agravan ese sentimiento. En Europa ser de un club de fútbol es sinónimo de ser habitante de esa ciudad. Las rivalidades entre clubes crean resentimientos entre ciudades, aunque los odios solo ocupen el plano deportivo. Pertenecer a un equipo de fútbol es pertenecer a una secta religiosa con tradiciones centenarias. Implica formar parte de una tradición y un legado en el que por lo general el árbol genealógico ha tomado parte.
“En Estados Unidos todo el mundo es de la opinión de que no tiene superiores sociales, ya que todos los hombres son iguales, pero no admitir que tiene inferiores sociales, ya que la doctrina de que todos los hombres son iguales sólo se aplica hacia arriba, y no hacia abajo”. Bertrand Russell.
“El ejemplo de Estados Unidos es absurdo. Si Estados Unidos estuviese en el centro de Europa no resistiría ni dos años la presión del resto de las monarquías”. Napoleón Bonaparte.
Otras reflexiones sobre el deporte
Los límites del ser humano (sobre los récords cometidos y los que están por venir)
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¡Daría la vida por mi equipo! (sudacas, negros, gabachos y moros pero todos visten mis colores)