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De los tres puntos por victoria

Jimmy Hill es el paradigma del estirado. Encarnación del inglés orgulloso de sí mismo, pomposo y engreído, espécimen de aquellos que entrado en Escocia escupe odio por la boca. Pero Hill es un fenómeno de la comunicación. Durante décadas fue el comentarista perfecto en el ‘Match of the Day’ de la BBC. Su mentón habsburgiano y su bigote de tebeo acompañaban a unos análisis certeros que se centraban en hechos indiscutibles y que eran la contrarréplica a los comentarios apasionados de forofo de muchos tertulianos. Su lógica racional hizo que, tras una serie de aburridos empates llenos de balones colgados al área y cargas pugilísticas en el centro del campo, diese con la solución al problema. Establecer los tres puntos por victoria.

Su propuesta fue acogida con cierto recelo, pero Hill tenía un plan fundado y bien trazado para que los jefazos diesen su brazo a torcer. Y vaya si lo hicieron. El 28 de agosto de 1981 la liga inglesa dio el pistoletazo de salida al campeonato de los tres puntos por victoria. Lejos, tras el Telón de Acero, la URSS había hecho un experimento antes de que los padres del fútbol lo convirtiesen en realidad. Al avanzar la década Israel, Turquía, Grecia, Irlanda, Escocia o Italia se subieron al carro. Y ya en 1994 la FIFA adoptó el sistema de tres puntos como estándar.

Jimmy Hill, el hombre que revolucionó y le dio forma al fútbol moderno -  BBC News Mundo
Jimmy Hill

Hill fue el ideólogo, pero para llevar su idea a cabo tuvo que contar con Bert Millichip, un modestísimo defensa central en su juventud y que acababa de ser nombrado presidente de la FA, la federación inglesa. En su discurso de bienvenida Millichip concluyó que había dos problemáticas que el fútbol inglés debía solucionar. Sobre la primera, el hooliganismo, se mostró incapaz de encontrar una solución. No en vano con el tiempo recibirá el apodo de ‘Bert el inerte’, paralizado e impotente ante tragedias como Heysel o Hillsborough. La segunda problemática, íntimamente relacionada con la primera, era la inseguridad y lo obsoleto de los estadios que retraían a las familias a acercarse a los campos de fútbol.

Sabedor de lo costoso que era convertir las moles de cemento y madera de finales del siglo XIX en atractivos recintos hechos con materiales sintéticos, a Millichip le pareció brillante la idea de Hill para atraer nuevos espectadores a los estadios. En la temporada 80-81 se registraron los peores promedios de público desde el fin de la II Guerra Mundial, por lo que ambos consideraron que dar tres puntos por victoria harían más atractivos los encuentros.

Lo curioso es que el experimento fue acogido con premura por el planeta fútbol sin realizar antes un estudio previo por sus efectos. Quizá por aquello que todo lo que tiene que ver con el balón y proviene de Gran Bretaña es digno de reverencia. Lo cierto es que el aumento del espectáculo en relación al número de goles ha sido relativamente modesto. En la liga inglesa, entre 1950 y 1960 se marcaron 3,42 goles por partido. Fueron 3,14 entre 1960 y 1970 y 2,5 entre 1970 y 1981. El descenso de goles era evidente. El impacto positivo no lo es tanto. Entre 1981 y 1992 se marcaron en promedio 2,6 goles por partido. Y fueron 2,59 goles por partido entre 1992 y 2000 y 2,64 entre 2000 y 2010. Quizás más interesante es que el número de empates sin goles cayó del 8,17 al 6,93 %.

Viajemos ahora a España. ¿Qué hubiese sucedido si en 1994 no se hubiera pasado a los tres puntos por victoria y se hubiesen mantenido los dos puntos tradicionales? Pues solamente una vez habría cambiado el campeón de Liga en Primera División. En la temporada 2006-2007, el Real Madrid salió victorioso empatado a 76 puntos con el FC Barcelona, al que superó por los resultados en sus enfrentamientos directos. Si las victorias hubiesen valido dos puntos, el Barça hubiera resultado campeón con 54 puntos, por los 53 del Real Madrid. Es el único cambio en cerca de tres décadas de tres puntos por victoria. Como se ve, del todo irrelevante.

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Barça 06/07

No parece pues que el espectáculo haya ido a más al aumentar los puntos por el triunfo. Sin embargo, vino para quedarse. Pero vayamos a las matemáticas. Al sentido común. La lógica dictamina que los dos puntos por victoria es lo adecuado. Repartes un pastel en dos mitades si hay empate y si eres el que ganas te quedas con toda la tarta.

Tres puntos por victoria parecen un reparto que atenta contra toda lógica.

Lo que ofrece la victoria de tres puntos es un incentivo por ganar. Sabemos que si atacamos podemos desguarnecer la defensa, perder el partido y nos quedaremos sin tarta. Por ello la psique nos dice que no debemos arriesgarnos. Sin embargo, si damos tres puntos por triunfo el incentivo es mayor, por lo que valdrá la pena lanzarse al ataque al poder obtener algo más que un simple trozo del pastel.

Siempre he sido un poco nécora con las matemáticas. Pero volvamos a Primero de la E.S.O y echemos cuentas. Imaginemos que vamos al ataque en todos los partidos de una Liga. Somos Guardiola y nos gusta la colonia y las flores del campo. Eso implica que tienes un 50% de posibilidades de triunfo y un 50% de opciones de derrota. Así pues, en la mitad de los encuentros obtendrás dos puntos y en la otra mitad te irás de vacío. La media es un punto.

(2 x 0,5) + (0 x 0,5) = 1

Cambiemos la estrategia. Vamos a jugar a la defensiva. Somos Mourinho y nos gusta el whisky on the rocks. Jugando así nos aseguramos el empate en cada uno de los choques. No hay que ser Pitágoras para saber que la media es de un punto.

(1 x 0.5) + (1 x 0,5) = 1

La cosa cambia si incentivamos la victoria con tres puntos. Entonces veremos que echarse colonia y revolotear por un campo de amapolas es mucho mejor que beber un buen vaso de whisky (al menos es más saludable):

(3 x 0,5) + (0 x 0.5) = 1,5

El resultado del examen es claro. Si juegas al ataque resultarás vencedor a la larga. Si marcas más goles, resultarás vencedor a la larga. Si la victoria da tres puntos, todos jugarán al ataque. El espectáculo será mayor y todos saldrán ganando.

¿Seguro?

Parece ser que es mejor atacar que defender. El rédito a la larga será mayor. Pero claro. Esto que yo he expuesto no es más que matemáticas aplicadas al fútbol. Cálculos insignificantes comparados con las maravillas de las estadísticas que cerebros privilegiados explotan en la actualidad con la ayuda de potentes ordenadores. Inteligencia artificial le llaman.

Pero esta suposición se basa en que todos los clubes tienen el mismo potencial. Y nada más lejos de la realidad.

Volvamos a primero de la E.S.O. Cuando el macarra del colegio te insultaba y te pedía que te fueras de aquella canasta del patio que le pertenecía no existía opción más inteligente que la estrategia defensiva, que no era otra que salir de allí cagando hostias. La cosa cambiaba cuando quien quería ocupar la canasta en la que estabas jugando era un chico más o menos de tu misma altura y de tu misma edad. Te ponías gallito y exigías tu derecho a quedarte porque habías llegado antes. Tocaba una estrategia ofensiva. Tocaba salir a ganar.

Lo que nos sucede a los humanos en nuestras relaciones sociales no es más que una extrapolación de lo que sucede en la naturaleza. La selección natural no sólo escoge al más fuerte, sino también al más inteligente. Saber cuándo atacar y cuando defender. Es por ello que los equipos que están en la parte baja de la tabla deben jugar a la defensiva para intentar lograr un empate. Pero cuando se enfrentan a un equipo de mitad de tabla deben intentar defender lo que es suyo, porque el premio de la victoria es mucho mayor que el peso de la derrota. La razón dictamina que si el Elche juega en el Martínez Valero ante el FC Barcelona salga a defender (si eres débil, siempre es mejor llegar a un compromiso), pero que busque la victoria ante el Betis (el incentivo de tres puntos para el débil es poderoso).

Pero existe otra variable a tener en cuenta a la hora de jugar al ataque o a la defensiva. Y es la jerarquía. En la inmensa mayoría de las aves lo que importa no es la fuerza, sino la antigüedad. Aunque una paloma joven y fuerte intente ocupar un palomar, claudicará si una paloma anciana le pide que se vaya. De igual modo, un chico cualificado y trabajador puede ser la estrella en su empresa, pero la jerarquía le obligará a labrarse años de experiencia antes de poder ocupar el puesto de un compañero que lleva veinte años en su mismo lugar de trabajo.

Del mismo modo da mucho más miedo enfrentarte al Real Madrid que al Paris Saint Germain en unos cuartos de final de la Copa de Europa. Quizás los franceses lleven una racha de triunfos impecable y los españoles acumulen cinco derrotas consecutivas, pero si tú eres el Borussia Dortmund el cuerpo te pedirá salir a empatar ante los reyes de Europa y valorarás el incentivo de jugar sin complejos y pasar de ronda ante el temible, pero sin jerarquía alguna, PSG.

Está claro que la teoría es una y la realidad del fútbol es otra. Es cierto que los diferentes estudios arrojan que el número de empates se ha reducido (especialmente el poco glamuroso 0-0) y que el número de goles por partido también ha aumentado desde 1994. Sin embargo, no está muy clara si la estrategia ofensiva es la que lleva al éxito. Es cierto que la tendencia general demuestra un gusto por el toque y por el futbol de presión y ofensivo, pero que sea de buen gusto no quiere decir que sea exitosa.

Los entrenadores defensivos no son bien recibidos, pero no por ello son los malos de esta película. La volatilidad de su trabajo les obliga a escoger diferentes estrategias esclavizados por una presión continua para obtener buenos resultados. Al final lo que cuenta es que la pelota traspase la red. Sea atacando o sea defendiendo. Y es que a pesar de que a Jimmy Hill no le gustasen los dos puntos por victoria la idea en si no ha traído la panacea al mundo del fútbol.

“Todos los cementerios están llenos de gente que se consideraba imprescindible”. George Clemenceau, primer ministro de Francia.

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