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Cuando la izquierda acabó con el boxeo español

Londres. 1968. José Legrá, un cubano que apenas unos años antes había obtenido el pasaporte español, se enfrenta en Gales a Howard Winstone con la intención de lograr el título mundial de peso pluma. El combate es transmitido en directo por Televisión Española y serán legión los que vean el triunfo del ‘Puma de Baracoa’ y su celebración en el ring entonando el ‘La, la, la’ de Massiel junto a Matías Prats padre. Cuando Legrá aterrice en Barajas, cientos de españoles le estarán esperando en la terminal del aeropuerto. Aquellos cientos se convertirán en miles cuando Legrá se pasee por el centro de Madrid camino de una audiencia en el Pardo con Francisco Franco.

k98k on Twitter: "Y si Don José Legrá llegar a ganar una medalla olímpica,  Franco le hace alcalde del Ferrol. https://t.co/T9LQMdC9gr" / Twitter
Franco (i) y Legrá (d)

Quizás fue ese el cénit del boxeo español. En los años 20 y 30 del siglo pasado había brillado Paulino Uzcudun, un aizcolari que llegó a luchar por el título de los pesados ante Primo Carnera. También fue loor de multitudes Baltasar Sangchili, que en 1935 obtuvo el título de campeón del mundo en peso gallo. Pero fue tras el triunfo de José Legrá cuando aparecieron campeones como Perico Fernández o José Durán, a los que la televisión se encargó de convertir en celebridades. De hecho, los más populares, caso de Alfredo Evangelista, José Manuel Urtain o Pedro Carrasco, se convirtieron en fenómenos audiovisuales sin lograr el cetro universal.

El boxeo formaba entonces parte de la trilogía clásica del deporte español. Junto al fútbol y el ciclismo, el boxeo contaba con multitud de simpatizantes y practicantes. No existía una conciencia deportiva ni había un desarrollo económico ligado al hecho deportivo, por lo que el resto de disciplinas vivían de la aparición de locos visionarios. Pioneros como Santana, Nieto, Fernández Ochoa, Buscató, Perramón o Ballesteros eran gotas en medio del mar, un mar bravo y agitado que no hacía prisioneros. Porque si el tenis, el esquí o hasta el baloncesto eran vistos como deportes de ricos o de patio de colegio, el boxeo, al igual que el fútbol y el ciclismo, compartían la etiqueta del esfuerzo y el sacrificio.

Eran tiempos donde los futbolistas eran hombres de pelo en pecho que metían la pierna sin hacer preguntas. Tiempo de ciclistas agonistas a los que se le exigía dejarse la bilis en puertos interminables de carreteras impracticables y tiempo, también, de boxeadores feroces que pensasen más en su alma que en su rostro. En definitiva, tres deportes y tres formas de entender esos deportes, en los que el coraje, el arrojo y la bravura eran intrínsecos a la disciplina. Simplemente eran el reflejo del momento. Todos compartían valores socialmente admirados.

Esto fue así hasta que la sociedad española decidió cambiar su escala de valores. Como bien dijo Alfonso Guerra, que en los 80 sería vicepresidente del Gobierno, “a España no la iba a conocer ni la madre que la parió”. Lo cierto es que la secularización del país fue vertiginosa, el surgimiento del feminismo voraz y la liberación sexual colosal. Todo ello alentando por las instituciones públicas a través de una cultura juvenil íntegramente nueva que tendrá en prensa, música, cine o moda un lienzo por estrenar.

Son los 80 los años de nacimiento del pijoprogre. En esencia un ser que presume de cultura y bagaje lector (sea real o no) y que vive en un mundo simbólico más que material, aunque en realidad suele hacer lo contrario de lo que dice. Ven al pueblo como una masa a la que hay que instruir, pero no tienen el menor interés en comprender su cultura o en hacerles partícipes de la transformación en marcha. No es nada nuevo en la historia. Los progres siempre han errado al descalificar a los otros. Siempre los han considerado inferiormente intelectuales, ya fuese durante el Renacimiento o bien en época de la Ilustración. En la nueva España democrática ‘Extremoduro’ llenaba pabellones y ‘Camela’ se hinchaba a vender casetes, mientras en ‘El País’ o en ‘Diario 16’ las portadas eran para grupos de la movida madrileña que juntaban a 400 o 500 personas en una sala de conciertos. Pero lo primero era ‘carca’ y lo segundo era ‘progre’. Son tiempos de leer el ‘Marca’ a escondidas y de llevar ‘El País’ con orgullo debajo del brazo.

Evidentemente sigue habiendo hombres con pelo en pecho y voluntad de acero, que no se andan con circunloquios y que tienen los pulmones negros de tanto fumar. La garra, el coraje, la lucha o el sacrificio, todos adjetivos adscritos a la hombría, siguieron, y aún siguen, formando parte del acervo cultural. El fútbol de golpes en la cadera y patadas a la espinilla claudicó ante el primer toque y los estadios de diseño, pero el esfuerzo y la furia siguen siendo valores esenciales para un aficionado al deporte rey. El ciclismo abandonó el rechinar de dientes y las etapas kilométricas por los potenciómetros y los pinganillos, pero la valentía y las penalidades siguen siendo indispensables para alentar a la afición. El boxeo, en cambio, no ha sabido adaptarse a una nueva realidad.

Ni supo, ni sabe, ni le dejaron.

En mayo de 1976 salía a la calle el diario ‘El País’, un proyecto de clara vocación democrática que junto a su coetáneo ‘Diario 16’ tenía como objetivo dar una bocanada de aire fresco a una prensa que hasta entonces estaba dirigida por el Régimen. Con esa aura de modernidad que buscaba alejarse con celeridad de un pasado que consideraban rancio, los jóvenes redactores de ‘El País’ no encontraban sinónimo más acertado de arcaico que el boxeo. De este modo, en noviembre de 1977 reflejaban en su libro de estilo que quedaba prohibido informar de boxeo bajo los siguientes términos: “El periódico no publica informaciones sobre la competición boxística, salvo las que den cuenta de accidentes sufridos por los púgiles o reflejen el sórdido mundo de esta actividad”.

Tras el golpe de Estado fracasado del 23-F ‘El País’ se consagrará como el diario hegemónico en lengua española, liderazgo que aun ostenta en la actualidad. Juan Luis Cebrián, director en aquellos años, era un claro enemigo del boxeo y bajo su mandato asestó una herida profunda a un deporte que comenzaba una larga decadencia.

La herida pasó de ser profunda a mortal cuando el PSOE arrase en las elecciones generales de 1982 y la izquierda alcance el poder en España casi cinco décadas después. La nueva dirección de RTVE decide suprimir el boxeo de la programación televisiva con el mismo afán de modernidad que propugnaba ‘El País’. Durante tres años (1986-1989) Pilar Miró, sorprendentemente, recuperó el boxeo para la televisión, pero tras la llegada a la dirección de Luis Solana fue definitivamente suprimido. “Ofrecer imágenes de unos señores pegándose bofetadas es lamentable. Eso no es deporte, y recuerda más a los gladiadores del circo romano, por su violencia descarnada y gratuita”.

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Juan Luis Cebrián (1976)

No solo es que no se emitiesen combates, fuesen en directo o en diferido, es que tampoco había lugar para reportajes o crónicas en los informativos diarios. La polémica fue de aúpa, dado que por entonces el madrileño Poli Díaz era campeón de Europa de peso ligero y a sus veladas tenían acudido los entonces ministros Manuel Chaves o Joaquín Almunia. Este último declaró preguntado al respecto: “El boxeo tiene aspectos demasiado duros, pero también es deporte y arte. Pero como aficionado no me preocupo. Ahora vendrán los canales privados”. Ya en su congreso de 1978, el PSOE había hecho público el comunicado siguiente para posicionarse en la polémica: “El boxeo exige, más que ningún otro deporte, unas medidas de seguridad que quienes lo asumen como negocio ignoran porque no están atentos a otra cosa que, a la productividad de dicho negocio, con desprecio absoluto a los que lo protagonizan”.

‘El País’ decidió en su momento no recoger el nombre de víctimas de violación o de protagonistas de suicidios, decisiones que contaron con el aplauso de colegas de profesión y del público general. Lo del boxeo tuvo sus defensores y sus detractores, pero lo que saltaba a la vista era el uso del término “sórdido”. Era sórdido porque el boxeo incitaba a lo primitivo, a la violencia entre seres humanos, al espectáculo de la masa que pide sangre de los gladiadores. Para ‘El País’ el boxeo “no es un deporte, es una pelea de gallos entre personas que atenta contra la dignidad del ser humano”. Curiosamente ‘El País’ considera a los toros anacrónicos y crueles con el toro, pero nunca sórdidos porque el mundo que lo rodea no lo es y no existe violencia entre seres humanos.

El golpe de gracia tuvo lugar cuando en 1993 el grupo PRISA, del que formaba parte ‘El País’, decide adquirir el diario deportivo ‘As’. Para dirigir el rotativo madrileño se elige a Julián García Candau, antiguo jefe de deportes de ‘El País’. Una de sus primeras decisiones es suprimir el boxeo de las páginas de ‘As’. La decisión es un impacto de terribles consecuencias, y mucho más teniendo en cuenta que, cuando a finales de los 60 ‘As’ lanza su entonces revolucionario suplemento a color, el boxeo acumulará decenas de portadas y cientos de reportajes.

Paradójicamente, mientras la prensa de izquierdas boicoteaba el boxeo para hacerse progre, urdía un plan para sacar redito empresarial a costa de los púgiles. Como había dicho el ministro Joaquín Almunia, no había de que preocuparse. Era el fin de la televisión pública como único método de información y entretenimiento. En 1990 se inauguraba en España la televisión privada y PRISA fundaba ‘Canal +’, que contaba con la particularidad de que muchos de sus contenidos eran de pago. La apuesta era adquirir los derechos del fútbol nacional e internacional y de películas de primer nivel para luego obligar al televidente a adscribirse. Lo que muchos olvidan es que en sus primeros años la mayor rentabilidad de ‘Canal +’ estuvo en el cine porno, los toros y el boxeo. Todo muy carca y nada progre.

De esta forma, la misma izquierda que renegaba del boxeo en papel gustaba de ofrecer combates de Mike Tyson o del Poli Diaz. ‘El Potro de Vallecas’ recuperó el interés por un deporte en clara decadencia y convirtió sus combates por el título europeo y mundial en acontecimientos televisivos. Será su caída en desgracia por culpa de la cocaína y la heroína lo que aparque al boxeo de forma definitiva del primer plano y, de paso, llene de argumentos a la izquierda para cerrar de una vez por todas el mundo del boxeo a ojos de la opinión pública.

En la actualidad el boxeo profesional es irrelevante en la realidad del deporte español. Tan sólo Javier Castillejo a finales de los 90 brilló como una supernova en este oscuro universo. Sin embargo, el boxeo vive un repentino auge en gimnasios y academias de toda índole como formula desestresante para combatir la vorágine del día a día. Es significativo su éxito entre las mujeres (Joana Pastrana fue campeona del mundo de peso mínimo) para adquirir conocimientos de autodefensa y como tratamiento psicológico para mejorar la autoestima.

El fenómeno no es exclusivo de España. El boxeo internacional lleva años en franca decadencia. Los expertos consideran que los promotores ascienden al olimpo a púgiles mediáticos y con carisma con independencia de cuál sea su nivel en el ring. Se habla de campeones prefabricados a los que se le buscan rivales de nivel medio para asegurarse de que se mantengan en la cima durante mucho tiempo. Otros entendidos consideran que el gran problema es la variedad de pesos y campeonatos a nivel mundial y claman ante la imperiosa necesidad de unificar criterios para que los campeones ganen credibilidad.

Sin ser estos motivos irrelevantes, el problema en cuestión es ajeno al boxeo. Para el mundo occidental el boxeo es una suerte de justa medieval donde dos seres humanos combaten noblemente para ver quién es el más fuerte. Al desterrar los puños por la ley y el ojo por ojo en beneficio de la balanza de la justicia, el boxeo ha quedado como algo arcaico y rancio. En Asia, el uso de armas de fuego en combate fue más tardío lo que, unido a una idea del combate como bien cultural, bien educativo y de buena salud, hizo de las artes marciales un reclamo progresista. El resto fue cosa de la globalización. Donde antes mandaba el boxeo ahora lo hace el karate, el kick boxing o el muay thai.

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