Alguien todavía más fuerte que evite pelear
La reunión fue corta. Rickey no tenía ninguna duda de la valía de Robinson como jugador. Sabía que el béisbol seguía siendo un deporte de blancos jugado por blancos, pero la II Guerra Mundial había terminado y el mundo había cambiado. Muchas plantillas habían perdido hombres y, la sociedad, aunque a paso de tortuga, iba abriendo nuevos horizontes. Un buen lugar para buscar nuevos jugadores era acudir a la Negro League, donde abundaban los beisbolistas de calidad. El caso era atreverse a dar el paso.
Branch Rickey era el dueño de los Dodgers de Brooklyn. Antes en el corazón de Nueva York y desde 1958 en Los Ángeles, los Dodgers son uno de los transatlánticos de la Major League Baseball (MLB). Aquel hombre camino de la vejez, siempre ataviado con una pajarita y sus eternas gafas redondas, había concertado una cita con un joven de los Kansas Monarchs que destacaba en la liga para negros.
El chico en cuestión se llamaba Jackie Robinson.
Rickey fue claro. Le explicó a Robinson que le insultarían, quizás hasta le pegarían. Cada vez que jugase un partido el público intentaría acobardarle. Los rivales le provocarían y alguno de sus compañeros ni siquiera le dirigiría la palabra. Tras su primer error la prensa se abalanzaría sobre él y su familia tendría que convivir con ese infierno. Robinson, por entonces de 26 años y una estrella del béisbol negro, no entendía lo que aquel hombre quería de él. No hablaron de béisbol. Ni le preguntaron por su promedio de bateo de 34,9 ni por sus 40 bases robadas en una temporada. Robinson no entendía nada y se limitó a contestar:
“Usted necesita un jugador fuerte que pueda pelear”.
A lo que Rickey contestó:
“No. Lo que necesito es alguien todavía más fuerte que evite pelear”.
Robinson asintió con la cabeza y apretó la mano de Rickey. Jackie Robinson iba a ser jugador de los Brooklyn Dodgers. Iba a ser el primer negro en jugar en la MLB.
El acuerdo existía, pero la MLB tendría que aprobarlo. Racista empedernido, Kenasaw Landis era el mandamás de la competición y llevaba años fomentando la segregación. Pero quiso el destino que falleciese de un ataque al corazón en 1944. Su sucesor, un tal Albert Chandler, consiguió convencer al resto de los equipos y al resto de los negacionistas para hacer realidad el acuerdo. Era 1946.
Nacido en 1919, Jackie Robinson había sido criado por su madre después de que su padre abandonase a la familia antes de que cumpliese su primer año. Uno de sus hermanos mayores había ganado la medalla de plata en los 200 metros lisos en los JJ.OO de Berlín por detrás del aclamado Jesse Owens. A Jackie le gustaba el fútbol americano, pero se decantó por el béisbol en sus ratos libres en el ejército tras ser alistado meses después del ataque japonés en Pearl Harbor. Se licenció con honores, a pesar de ser arrestado por negarse a dejar su asiento a un soldado blanco en un convoy militar.
Esa mentalidad y ese compromiso era lo que el dueño de los Dodgers buscaba en Robinson. El 15 de abril de 1947 Jackie Robinson debutaba como jugador profesional en un duelo entre Brooklyn y Boston. Una nueva barrera racial se resquebrajaba en Estados Unidos.
Por muy miembro de los Dodgers que fuera, Jackie tuvo que hacer frente a situaciones humillantes. En sus primeros desplazamientos con el equipo tenía que alojarse en la casa de algún afroamericano mientras sus compañeros disfrutaban de las comodidades de un hotel. Al principio se trasladaba con su mujer, pero los insultos y los gritos desde las gradas hicieron que su esposa dejase pronto los viajes. Se suspendieron entrenamientos con la excusa de incumplir una ley que impedía la actividad física conjunta entre negros y blancos. Una vez un periodista preguntó qué haría cuando los pitchers le tirasen las bolas a la cara, a lo que Robinson contestó “agacharme y esquivarla, como haríais vosotros”.
Alguien todavía más fuerte que evite pelear.
No fue un año sencillo. Pese a que venía del equipo filial (le obligaron a pasar meses allí antes de ir al primer equipo), para Robinson la llegada a Brooklyn suponía partir de cero. Además, su bienvenida fue una carta firmada por varios compañeros en la que expresaban su negativa a jugar con él y que trasladaron en persona al presidente Rickey. La situación se solucionó tras una reunión entre Rickey, los técnicos y los jugadores. El dueño les recordó a algunos de ellos su origen extranjero y les hizo recapacitar sobre la irracionalidad de su petición. Pero la rebelión fue sofocada por Leo Durocher, técnico de los Dodgers, con una cita que ha quedado para el recuerdo:
“No me importa si este tío es amarillo o negro o si tiene rayas como una puta cebra. Soy entrenador de este equipo y os digo que va a jugar. Es más. Os digo que nos va a hacer ricos a todos”. La frase está en el ideario deportivo de Estados Unidos junto a la de Wee Reese, compañero de Robinson, que meses después dejó otra cita antológica: “Se puede odiar a un hombre por muchas razones, pero el color de la piel no es una de ellas”.
Su estoicismo le hizo triunfar. No más que su forma de jugar. Fue elegido novato del año fundamentalmente por su capacidad para robar bases y sembrar de dudas al lanzador rival. Sangrantes eran sus viajes a Pittsburgh o Cincinatti, donde incluso jugadores rivales se negaban a disputar el encuentro si Robinson era de la partida. Sonada fue la actitud del entrenador de Philadelphia que se pasaba todo el partido insultando a Robinson desde la banda en vez de dar consignas a su plantilla. En Philadelphia los Dodgers tuvieron que cambiar el hotel al que llevaban décadas acudiendo cuando se desplazaban a la ciudad del amor fraterno, porque lo que Robinson recibía en el hall del local era de todo menos afecto.
Los años pasaron y si bien en Brooklyn fue poco a poco aceptado, cada vez que Jackie Robinson viajaba a alguna ciudad como visitante tenía que soportar lo indecible. Algunos le escupían en los pies, otros le lanzaban las bolas deliberadamente al cuerpo y, sobretodo, le insultaban una y otra vez. Robinson aguantó con estoicidad, mostrándose fuerte para evitar la pelea, tal y como le había prometido a Rickey. Jamás contestó o agredió a un rival en las diez temporadas que estuvo compitiendo en la MLB.
Jackie Robinson derrumbó una puerta que en la actualidad ha sido demolida no sólo por los negros, sino por una amplía comunidad hispana que hoy representa el 30% de los jugadores de la MLB. Jackie Robinson aguantó humillaciones varias y, aun así, además de novato del año, fue seis veces elegido para el ‘All-Star’, en una ocasión MVP del campeonato y ayudó a los Dodgers a alzarse con el título de las Series Mundiales de la MLB en 1958.
Jackie Robinson murió en 1972, a los 53 años de edad. Desde el año 2004 todos los 15 de abril, el día que debutó, se celebra el ‘Jackie Robinson’s Day’ una conmemoración en la que se recuerda la fecha en la que el béisbol se convirtió fehacientemente en el deporte nacional. La trascendencia del primer afroamericano que jugó en la MLB es tal que todos y cada uno de los equipos del país tienen retirado su camiseta con el número 42.
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