Las cuatro primas de Jacques Anquetil
Al momento de publicar estas líneas quedan escasas horas para que Primoz Roglic se proclame ganador de la 107ª edición del Tour de Francia. Lo hará si consigue sostener la ventaja de 57 segundos sobre Tadej Pogacar que tiene que defender en la cronoescalada de 36 kilómetros a la Planche des Belles Filles. Gane quien gane será la victoria de un escalador, porque las contrarrelojes largas y llanas han pasado a mejor vida. Se antoja complicado que ciclistas como Jan Ullrich pudiesen ganar el Tour de 2020 y sería una quimera que Miguel Induráin o Jacques Anquetil sumasen cinco Tours con un perfil semejante al actual.
Cuando Induráin ganó el primero de sus cinco Tours en 1991 hubo cerca de 170 kilómetros contra el crono, incluida una epopeya de 73 kilómetros en la que Induráin aventajó a Gianni Bugno, segundo clasificado, en 3’36’’ (mayor diferencia que entre los ganadores del Tour 2020). En época de Anquetil, a caballo entre los 50 y los 60, el kilometraje era semejante. Y la palma se la lleva la edición de 1978 donde Bernard Hinault (otro de los peces gordos) se alzó con el triunfo tras unos 340 kilómetros contrarreloj, entre ellos una inhumana crono por equipos de ¡153! Kilómetros.
El caso es que a mediados del siglo XX las pruebas contrarreloj estaban a la orden del día. Había numerosas carreras de un día destinadas a los grandes rodadores. La más prestigiosa del momento era el Gran Premio de las Naciones, una especie de campeonato del mundo oficioso, que se disputó en los humedales del Mosa y el Mosela desde 1932 hasta 2004. En su apoteosis se llegaron a sumar hasta 140 kilómetros de pedaleo en solitario y, en hasta nueve ocasiones, Jacques Anquetil demostró que el autismo al manillar era su gasolina.
Otra de esas pruebas, hoy desaparecidas, era el Gran Premio de Lugano, lugar donde ocurrió la historia que nos ocupa.
Lugano es una de esas divinas ciudades que en las que el ser humano no ha logrado derrotar a la naturaleza. Se encuentra al sur de Suiza, en una lengua de tierra que se besa con Italia y con un cristalino lago con el mismo alias que compite en fama con el vecino de Como. El Gran Premio de Lugano es de nombre helvético, pero de corazón latino. En Lugano se habla, se piensa y se come en italiano. En los cerca de 90 kilómetros contra el crono del terreno bucólico y cadencioso GP de Lugano se pisaba suelo suizo. En las cunetas, los improperios y los gritos de ánimo eran de los tifosis azzurri.
En dichas pruebas la organización contrataba a las estrellas en función de su caché. Aunque el ciclismo es un deporte colectivo, en este tipo de disciplinas contrarreloj tan demandadas antaño no existían las escuadras comerciales ni los compañeros de equipo. El sistema era similar al que hoy obedece en el circuito tenístico o en el del golf. Había una prima fija sólo por participar y luego la bolsa aumentaba en función de la clasificación.
Para 1962 Jacques Anquetil ya acumulaba cuatro victorias consecutivas en el Gran Premio de Lugano. Conocido como ‘Monsieur Crono’ por su escandaloso dominio de las contrarrelojes, también había ganado 2 Tours de Francia (acabaría con cinco en el zurrón) y era, sin discusión, la gran estrella del momento. Demasiado tardío para Louison Bobet y demasiado precoz para Eddy Merckx, Anquetil sólo mantuvo un duelo real durante su reinado con Raymond Poulidor, que alcanzaría su clímax en la legendaria subida codo con codo en el Puy de Dôme.
Los organizadores estaban maravillados con que el más grande corredor del momento hubiese decidido intentar lograr su quinto triunfo consecutivo en Lugano. Pero por otro lado estaban angustiados por la continua repetición del ganador. Pensaban, y con razón, que la competición carecía de interés si Jacques Anquetil se presentaba en la línea de salida.
Total, que las mentes pensantes decidieron que no se presentase en Lugano para favorecer la variedad y, a ser posible, buscar un vencedor que fuese italiano. Anquetil, francés de Normandía, fue receptivo al problema y solicitó la prima correspondiente por correr. Como le pagaron igualmente aceptó la decisión sin amargura.
Semanas después los organizadores comprendieron el error. Anquetil ganó su tercer Tour y seguía acumulando triunfos por doquier, multiplicaba sus proezas y parecía evidente que ganase las veces que ganase era más prestigiosa sus participación que su ausencia. Así que los mandamases tuvieron que dar marcha atrás, bajar las orejas e implorarle a Anquetil que se presentase en Lugano. ‘Monsieur Crono’ no lo dudó, pero afiló el colmillo y pidió la correspondiente prima por participar. Hombre no, ya la tienes, se supone que le dijo el trajeado de turno. Pero Anquetil, ofendido y despechado, sacó el ave de rapiña que llevaba dentro.
El trato se cerró por teléfono. Jacques Anquetil prometió estar en la línea de salida a cambio de recibir dos primas. Doble ganancia por una misma carrera.
El otoño daba sus primeros pasos desperezándose bajo un tímido sol, cuando el Gran Premio de Lugano de 1962 se afanaba con los preparativos. Aún faltaban un par de horas para el inicio de la prueba cuando tuvo lugar una rocambolesca conversación. El escritor francés Paul Fournel, por entonces un joven adolescente loco del ciclismo allí presente, reprodujo un diálogo que según su testimonio se asemejó bastante a lo siguiente:
GP Lugano: Estamos muy contentos por tenerle en la salida, querido Jacques, es un gran honor, pero ya conoce a los tifosi italianos, tienen la sangre caliente y sueñan con ver ganar a uno de ellos…
Anquetil: ¿Quiere que pierda una contrarreloj?
GP Lugano: Perder es mucho decir, quizás no desplegar la magnitud de su inmenso talento.
Anquetil: Perder.
GP Lugano: Ser derrotado por alguien igual de bueno no es realmente perder.
Anquetil: ¿Igual de bueno? ¿Cuánto?
GP Lugano: Por supuesto estaremos encantados de pagarle una prima suplementaria.
Anquetil: Me lo imagino. Lo único que les pido es que me paguen en la salida, porque quiero escabullirme al final para no tener que hablar con los periodistas. Quiero cuidar mi reputación.
Tercera prima. Anquetil acababa de triplicar sus ganancias y todavía no había dado una pedalada.
Jacques llama a Janine, su mujer, pero también su representante, para que guarde el sobre. Se coloca las gafas de sol y da un paseo relajado por el control de firmas atendiendo a curiosos y aficionados. El paisaje sobre la carretera que bordea el lago es precioso y por una vez podrá disfrutar del bronceado del sol sobre sus pantorrillas.
En un momento dado observa que Janine charla con Ercole Baldini. No es nada extraño porque el matrimonio Anquetil y el ciclista italiano son buenos amigos, compañeros de esporádicas cenas y frecuentes partidas de cartas. Ganador del Giro cuatro años atrás, Baldini es un gran contrarrelojista pero nunca llegará a la excelencia porque es incapaz de superar la alta montaña. Es el segundo en la terna de favoritos, pero sabe que con Anquetil en liza no tiene nada que hacer en el GP de Lugano.
Anquetil lo aprecia como contrarrelojista, pero sobretodo como persona, por lo que decide hacerle una oferta que sabe que no podrá rechazar.
Estoy harto de ganar, me aburro, así que si quieres la victoria es tuya. Así, como elefante en cacharrería entra Anquetil a escena. Baldini no se traga el cuento, pero Anquetil insiste y le dice que no tiene ganas de competir. Baldini recula y la incredulidad se transforma en curiosidad. ¿Dónde está el truco?
Dame tu prima por participar y la victoria es tuya.
Así es como Jacques Anquetil consigue su cuarta prima por participar en el Gran Premio de Lugano.
Sin responsabilidad sobre el sillín, y con la promesa de Baldini de que el acuerdo se mantendrá en secreto, Anquetil se dispone a disputar una de las carreras más plácidas de su vida y también una de las más lucrativas. Empezará fuerte, pero se dejará ir para no acabar ni entre los cinco primeros. Está bajo de forma, diría la prensa.
El triunfador fue el suizo Rolf Graf, pero era nativo del cantón de Argovia, limítrofe con Alemania y concretamente lugar de origen de la dinastía de los Habsburgo. Así que no está muy claro que ni los organizadores del GP de Lugano ni los tifosi quedasen muy contentos con el resultado.
A Ercole Baldini le faltaron cinco segundos. Cinco míseros segundos en una prueba de 77 kilómetros contra el crono de cerca de dos horas de duración.
Quedó segundo.
“Si estás jugando una partida de póquer, miras a los demás jugadores y si no sabes quién es el pardillo entonces es que eres tú.” Paul Newman, en ‘El Golpe’.