La madre de todas las espadas
Allá por 1994 España vivía los mejores años de su historia reciente. 1992 había sido el ‘annus mirabilis’, según Nuñez Seixas “el año en el que España se reencuentra a sí misma”. Es un tiempo próspero ateniéndonos a criterios de riqueza y de cohesión social entre las diferentes sensibilidades que conforman la nación. El deporte ocupó un lugar destacado en este labor de orgullo y optimismo a partes iguales. En lo colectivo los Juegos Olímpicos de Barcelona pusieron a España en el mapa. En lo individual Miguel Induráin se convirtió en el español perfecto.
Durante cinco años (1991-1995) Miguel Induráin humilló a los franceses a golpe de pedal. Francia es el país más europeo de Europa y el que geográfica, cultural y políticamente a lo largo de los siglos ha impedido que España se sienta europea, dotándola de un complejo de inferioridad que se arrastra perennemente. Induráin rompía con unos cuantos estereotipos que del español se tenía más allá de los Pirineos. Era hijo del rural y vástago de agricultores, pero ni era bajo, ni débil, ni dicharachero, ni zafio ni vago. Era todo lo contrario. En esos cinco años instauró una dictadura en el Tour de Francia que aún no ha tenido réplica. Fue apodado ‘el extraterrestre’ por unos y ‘el campeón tranquilo’ por otros. Era El Cid. Y a El Cid hubo que buscarle una espada.
La ‘Espada’.
El récord de la hora era entonces una prueba alejada de la mano de Dios. Como no es muy difícil de comprender, consistía en recorrer el mayor kilometraje posible en el espacio de una hora. Se realizaba en el circuito ovalado de un velódromo y había tenido su apogeo a mediados del siglo XX con las victorias de Fausto Coppi, Jacques Anquetil o Eddy Merckx. Desde entonces había dejado de tener interés para los ciclistas de carretera.
Fue en 1994 cuando el inglés Chris Boardman batió por primera vez en una contrarreloj del Tour de Francia a Induráin. Su triunfo causó perplejidad. Nadie había osado batir al extraterrestre en su prueba fetiche. Eso causó sorpresa en Induráin que, de pronto, pasó a interesarle batir el récord de la hora. Era una forma de demostrar que si él también llevase una bicicleta de diseño, ni Boardman ni nadie podría discutirle el trono de mejor rodador del planeta.
Los contrarrelojistas como Induráin basaban su éxito en un extraordinario motor, en una fuerza física descomunal que permitía mover grandes desarrollos. Aun eran pocos los que comprendían que con desarrollos bajos, una posición aerodinámica perfecta y una bicicleta ultraligera se podían ganar preciados segundos. Fueron los británicos los primeros que comprendieron el poder de la tecnología en el ciclismo y Chris Boardman el hombre capaz de derrotar a Induráin en unas cuantas pruebas contra el crono. Una vez retirado, Boardman llegó a declarar que en aquel Tour de 1994 era como si él corriera con una bici profesional e Induráin con una comprada en una tienda Decathlon.
José Miguel Echavarrí, director del equipo Banesto, rediseñó el calendario de la temporada. Tras el Giro y el Tour, Induráin renunciaría a competir en los campeonatos del mundo con el único objetivo de batir el récord de la hora. La idea era que después de la finalización del Tour, a finales de julio, Induráin descansase, cambiase sus rutinas de entrenamiento para adaptarse a la pista del velódromo, y aprovechase su pico de forma antes de dar por terminada la temporada.
Pero hacía falta una bicicleta para batir el récord. Una tan aerodinámica como la de Boardman.
Hacía falta una ‘Espada’. La madre de todas las espadas.
Por entonces la empresa que suministraba las bicis a Banesto era la italiana Pinarello. En aquel tiempo los italianos de Treviso competían por la hegemonía en el mundo de las dos ruedas con la francesa Look o la norteamericana Cannondale. Giovanni Pinarello, el papá de la fábrica, contacto con Marco Giacchi, un ingeniero de los automóviles Lamborghini, para crear la ‘Espada’. Posteriormente hubo que echar mano de unas resinas especiales que usaban los deportivos ‘Bugatti’ para el chasis del casco de fibra de carbono. Todo ‘piu bello’.
A pesar de la fuerza monetaria de la entidad bancaria presidida por Mario Conde, el Banesto no contaba con un presupuesto muy elevado. Hubo que tirar de promesas y créditos para crear la Espada. A la sazón, los medios tecnológicos de sus rivales de la ONCE eran muy superiores. Manolo Saiz, director del equipo patrocinado por los ciegos, era un adelantado a su tiempo y contaba con los materiales más atrevidos del momento. Hay especialistas que consideran que si Induráin hubiese corrido en la ONCE hubiese ganado más Tours.
Supermán tuvo que aprender a adaptarse en apenas unas semanas a un entrenamiento innovador. Conoció lo que era el túnel del viento y las posturas aerodinámicas, pero nunca dio muestras de adaptarse a ellas. Induráin declinó la horquilla inicial así como un manillar lunar con forma de ala delta. Aún por encima, como el presupuesto de Banesto era limitado, Induráin tuvo que entrenarse con una ‘Espada’ de mentira. Pinarello no entregó la original hasta finales de agosto, por lo que al ciclista navarro no le quedó más remedio que utilizar un cuadro de contrarreloj estándar al que hubo que adaptarle tubos de otros manillares.
El peso total de la bici era de 7,2 kilos. El cuadro estaba fabricado por una sola pieza de fibra de carbono. Los pedales estaban concebidos para que encajaran en unas zapatillas especiales con un sistema de enganche que fue adaptado por todos los fabricantes poco después. Las ruedas eran lenticulares y también fabricadas en fibra de carbono y el sillín estaba adaptado a la forma de las posaderas de ‘Miguelón’.
En años posteriores se hicieron varias réplicas. En total hay 6 espadas perdidas por el mundo. Se estima que el valor de cada una es superior a los 100.000 euros.
Sobre el papel el récord era pan comido. El mejor ciclista con la mejor bicicleta. Pero Induráin no era un hombre del siglo XXI. Quizás ni del siglo XX. No tenía experiencia negociando las curvas peraltadas, no podía moverse prácticamente ni un milímetro de su posición y el hecho de estar encerrado dando vueltas al mismo sitio le agotaba mentalmente. Dicen que a Induráin jamás le preocupó ni le interesó ni la mecánica ni la tecnología. A él le daban una bici, se subía, pedaleaba entre llanuras y montañas y en paz. Se cuenta que una vez retirado fue hasta una tienda de Pamplona a comprar una bicicleta de competición como las que él usaba. Cuando le dijeron el precio le dijo al comerciante que aquello era demasiado dinero por una simple bicicleta y se marchó a su casa sin comprarla.
—EL RÉCORD DE LA HORA—
Batir el récord de la hora era una prueba exótica y mucho más para los españoles que tienen en el Tour, la Vuelta y las hazañas en puertos de montaña la única forma de entender el ciclismo. Pero si El Cid quería ganar una nueva batalla, toda España iba a estar con él. Canal Plus ofreció un escandaloso contrato de televisión para retransmitir la prueba. Medios como Antena 3 o el diario Marca siguieron durante todo el mes de agosto a Induráin mientras entrenaba en un tramo de carretera totalmente llano de cerca de 20 kilómetros en la planicie navarra.
El récord de la hora es como la Medalla de Honor del ciclismo. Su atractivo se basa en su simplicidad. Una persona en una bicicleta intentando ser más rápido que su rival sin la aparición de imponderables que puedan hacer surgir el dubitativo y sí. O se consigue o no se consigue. No hay caídas, ni pinchazos, ni lluvia, ni viento. El ciclista no tiene donde esconderse, por lo que la concentración de esfuerzos es constante. Ni hay curvas para dejar de pedalear, ni descensos para descansar, ni compañeros para ayudar.
Se estimó correr en el velódromo de Anoeta en San Sebastián, pero finalmente se optó por programar el intento en Burdeos para el viernes 2 de septiembre de 1994. Es todo tan moderno y tan ‘chic’ que hay que ir a Francia. Más de 1.500 personas viajarán desde Navarra con sus bocadillos en la mochila para ver a Induráin batir el récord. No pudieron entrar hasta minutos antes del inicio de la prueba para no comprometer la temperatura ni la humedad del velódromo. De hecho, miembros del cuerpo de bomberos de Burdeos estaban de retén dentro del recinto por si las condiciones de humedad no eran las adecuadas y tenían que echar unos cuantos manguerazos hacia el techo.
Todo esto era conocido para los que no teníamos ni idea de estas técnicas tan revolucionarias a través de los comentarios televisivos de Canal Plus. La cadena de pago preparó una superproducción al puro estilo futbolístico. Yo, como tantos niños, dejé la playa en busca del chiringuito. Con la ya icónica cabecera de la banda sonora de ‘Desafío Total’ vimos la entrada de Induráin y de la Espada en el velódromo. Un jovencísimo Carlos Martínez retransmitió vuelta tras vuelta como si de un partido de Liga se tratase, Pedro Delgado hacía uno de sus primeros comentarios técnicos y Josep Pedrerol recogía la impresión del público, incluidos los comentarios de la siempre callada esposa de Miguel Induráin, preocupada por lo que más tarde sabríamos que era una rozadura que Supermán tenía en el culo y que le impidió estar en plenitud de facultades.
Induráin había viajado una semana antes a Burdeos para realizar unos cuantos entrenamientos previos. El récord de la hora era entonces posesión del escocés Graeme Obree con 52,713 km/h. Induráin lo batió en pruebas cortas de apenas 20 minutos, pero Echávarri pronto se dio cuenta que el problema iba a ser que Induráin aguantase la hora entera en una posición aerodinámica.
Pero no hubo problema. A falta de 20 minutos ya se sabía que Induráin iba a batir el récord. Sólo perdió en la comparativa con Obree en la arrancada. A partir de ahí se puso a mover un bestial desarrollo de 59 x 14 alcanzando los 53,040 km/h tras una hora sobre la bicicleta. 5.949 pedaladas sobre la burra.
En las gradas el gran Eddy Merckx aplaudía la escena mientras Echávarri rompía a llorar ante la prensa. Los propios comisarios de la Unión Ciclista Internacional (UCI) comentaron que había sido una victoria física y mental de Induráin, a pesar del bombo que se le había dado a la ‘Espada’.
Total, que la ‘Espada’ e Induráin causan una conmoción en el mundillo ciclista. De repente una prueba que estaba olvidada pasa a un primer plano. Las casas comerciales deciden invertir en tecnología y crear bicicletas ultraligeras. Las marcas ciclistas comienzan a gastar dinero en ingenieros como si de la Fórmula 1 se tratase. Apenas unas cuantas semanas más tarde, Tony Rominger batirá también en Burdeos el récord de la hora. Un par de meses después Boardman conseguirá un nuevo récord con una bicicleta estrafalaria, hasta que en el año 2000 la UCI decida prohibir las bicicletas de diseño en las pruebas de velódromo cuyo objetivo sea batir el récord de la hora.
La UCI desechó el uso de ruedas especiales y de los cuadros y de los cascos contrarreloj. Se desecharon todas la marcas y dieron como última válida los 49,431 km/h de Eddy Merckx en 1971, al entender que había sido el último récord obtenido con una bicicleta convencional.
A partir de entonces tan sólo Chris Boardman y el checo Ondrej Sosenka lograron batir el registro de Merckx. Pero eran éstos ciclistas de pista y no de carretera. Los grandes dejaron de interesarse en el récord de la hora por lo que la UCI tuvo que dar marcha atrás y volvió a cambiar la reglamentación en 2014 permitiendo las bicicletas tecnológicas.
Hoy la marca supera los 55 km/h pero no es causa de desvelo de los Valverde, Nibali, Froome, Bardet, Bernal, Dumoulin o Evenepoel. No hay interés alguno en la prueba. No hay un Induráin que le de prestigio al récord de la hora. Y mucho menos hay una ‘Espada’ que le de prestigio a la bicicleta.